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viernes, 11 de noviembre de 2016

Epílogo

La joven dejó el periódico sobre la mesa y lo abrió por una página al azar; no era eso lo que la interesaba. Levantó la vista con disimulo para mirar a través del cristal a la tienda de enfrente, donde se suponía que se encontraba su objetivo, aunque ya había seguido dos pistas falsas y no tenía demasiadas esperanzas.
Se centró en la puerta, colocó de nuevo la pistola bajo la chaqueta, segura de que no se veía ni se notaba y se relajó, o al menos lo intentó. La habían enseñado a tener paciencia, a esperar el momento adecuado para actuar, y sabía que si no era minuciosa, si no cuidaba los detalles al máximo, no conseguiría lo que se proponía. Sin embargo, estaba nerviosa, quería verla y hablar con ella, saber si se sentía orgullosa de donde había llegado.
Al fin lo consiguió. La puerta se abrió y una mujer de pelo largo, ondulado y rubio salió. La reconoció al instante, aunque no estaba acostumbrada a verla así. Lo poco que lo había hecho siempre se encontraba seria, con expresión preocupada o cansada, pero ahora sonreía y no sólo con los labios, sino que cada gesto la acompañaba. No pudo contener su sorpresa cuando vio a una niña de su mano, con su mismo pelo, y un hombre detrás cogiéndola del hombro y un niño de piernas regordetas andando torpemente. También reconoció al hombre, a pesar de haberse dejado barba y de no llevar su característico traje. No ocultaban las muestras de cariño, parecían cómodos con la situación y, sobre todo, felices.
Se obligó a agachar la cabeza y centrarse en el periódico de nuevo; de otro modo se arriesgaría a ser descubierta. Prefería perderles de vista, puesto que ya sabía cómo eran actualmente y sería más fácil volver a encontrarles. No podía creer que al fin la hubiera visto. Llevaba años esperando, buscándola sin éxito por todas las bases de datos posibles. No había sido hasta que contactó con una jefa de la Agencia, quien se interesó por ella con fingido desdén —era la común reacción que se tenía hacia alguien que había hecho lo que ella: abandonar la Agencia bajo traición—. Descubrió que esta jefa había trabajado en el mismo equipo y que entró en la CIA a la vez, y quizá por eso cedió y la ayudó lo máximo que pudo de manera extraoficial. Así, sólo ellas dos conocían su paradero, y a no ser que alguna traicionara a la otra, así seguiría.
Se la había imaginado en alguna misión secreta, infiltrada de nuevo, como jefa en alguna oficina en territorio extranjero de la CIA como mucho —no sería la primera vez que hacen pasar a un agente por muerto para llevar a cabo alguna misión especialmente peligrosa—, pero jamás como madre.
Entonces, ¿qué pensaría de ella, ahora que llevaba una vida mejor? ¿La rechazaría? ¿O añoraba esos días llenos de acción? Ya llegaría el momento de preguntárselo, no pensaba irse con las manos vacías. En ese instante era una maraña de ideas inconclusas que deseaba saber más.
Cuando consiguió calmarse, incluida su mente, decidió irse, pero una taza se posó sobre la mesa. Siguió la mano que la había dejado y allí estaba ella, con una expresión de calma y tranquilidad que pretendía ocultar algo. ¿Miedo, quizá? ¿O sólo preocupación? Si se fiaba de lo que la conocía, lo único probable sería lo segundo, pero dado que todo aquello era nuevo, no tenía ni idea. Lo que sí daba por seguro era que no le gustaba su presencia, no en aquel momento al menos. Tenía esa mirada fría que tanto intimidaba.
¾    Prueba el café. Es lo más inteligente —dijo a la par que se sentaba.
Había cambiado, por supuesto, la edad le había dado una nueva imagen, adulta y seria, lejos de la despreocupada y calculadora, temeraria incluso, que había desarrollado al cabo de sus primeros años como agente. No merecía la pena preguntar cómo se había dado cuenta, conocía la respuesta, y por muy discreta que hubiera sido, ella había dejado huella por ser de las mejores —a pesar de todo lo que había hecho con deshonor, pero eso se tapó a tiempo para no dejar a la Agencia en ridículo—, y aunque en esos años había estado fuera de servicio, nunca había dejado de estar alerta. Y aún más, supuso, ahora que tenía hijos.
¾    ¿Qué haces aquí? —la escrutó con la mirada.
¾    No pareces feliz de verme —no esperaba una gran o emotiva bienvenida, pero sí algo menos brusco.
¾    Porque no lo estoy —se recostó en la silla.
Su rostro era gélido, no mostraba ningún tipo de expresión. Esa era la Alice que conocía, la fría y dura, no la que había visto a través de la ventana unos instantes atrás. Continuaba analizándola con la mirada, como si tratara de averiguar por qué estaba allí.
¾    No quería molestar, sólo saber cómo estabas, qué ha sido de ti. Desapareciste.
¾    No lo suficiente, al parecer —murmuró—. No es nada personal, Beth, de verdad, y me encantaría creerte, pero sé que no vienes extraoficialmente. Tu identificación reclama atención en tu bolsillo —dijo con desprecio.
¾    Te sorprendería la de puertas que abre enseñarla.
¾    No, no lo hace —repuso con seriedad—. Acepto que no siguieras mi consejo, pero no que no me dejes a mí hacerlo.
¾    Sólo hay una persona que sabe dónde estoy, y no dirá nada, te lo prometo. Decidí entrar cuando le detuvieron y nadie te volvió a ver. Quería saber qué te había pasado, y desde dentro me pareció la mejor manera.
¾    El problema es que yo no quiero ser encontrada —se apoyó sobre la mesa—. Ahora sé lo que es vivir de verdad, tengo algo por lo que seguir adelante. No tienes ni idea de lo que siento cada mañana al despertarme y verle a mi lado, de poder hacerle el desayuno a nuestros hijos con la certeza de que no tengo que huir ni que esconderme de nada. Quizá...
Paró de hablar cuando la puerta se abrió. Le conocía lo suficiente como para saber que había sido él quien había entrado y no otro, a pesar de haber estado mirando a la joven con una ferocidad temible para cualquiera con sangre en las venas.
Agachó la cabeza y tomó aire cuando llegó a su altura y la cogió por los hombros. Lo que más impresionó a Beth no fue su cara, con barba que le rodeaba la mandíbula o con las primeras marcas de la edad, sino que en vez de llevar su característico traje gris tenía un polo azul con pantalones por la rodilla. Alice le cogió una mano del hombro y se la llevó a la mejilla con los ojos cerrados. Había tanta complicidad entre ellos que parecían un viejo matrimonio más que una pareja joven que había pasado más tiempo huyendo uno del otro y discutiendo que estando bien. Era tanto por lo que habían pasado, luchado por estar juntos, lo que es había dado aquello. Un ligero beso en la cabeza fue todo lo que se permitieron hacer antes de que él se diera cuenta de la mirada de la otra chica, fija en ellos.
¾    ¿Qué ocurre? —susurró.
¾    No vivimos tan en secreto como pensábamos, al parecer —levantó la mirada a su acompañante y él cambió su expresión—. ¿Te acuerdas de Beth? —el reconocimiento cruzó sus ojos— Ha crecido ¿Y los niños? —sonó alarmada.
¾    En el parque, con... —trató de calmarla.
¾    No podemos dejarlos solos.
¾    No te preocupes, están con los Roux —su voz sonó suave—. Sabes que les cuidan bien, son sólo quince minutos.
¾    Por favor, Alexander... —si no la conociera, diría que estaba suplicando.
Moore cedió y se fue, no sin antes despedirse con un beso en los labios y un apretón de manos a Beth. Unos segundos más en silencio bastaron para saber qué decir.
¾    No veo mal que estéis juntos. Os queréis demasiado como para no estarlo.
Le había dado la impresión de que quería apartarle, como si se avergonzara o le incomodara. Se limitó a beber el café como respuesta, con la cabeza gacha y evitando el contacto visual. Antes lo buscaba, pero ahora escapaba de él. Cada gesto que realizaba hacía ver que no quería llamar la atención, todo lo que quería era pasar desapercibida y con la llegada de Beth no lo estaba consiguiendo. En apenas un par de minutos, Alexander entró de nuevo y la vio respirar hondo. La niña no se soltaba de la mano de su padre, quien se sentó en una mesa; pero el niño se le escapó de entre los brazos y salió corriendo con los brazos extendidos y diciendo '' ¡Mamá!''. Llegó hasta ella justo antes de caerse, le levantó para sentarle en su regazo y besarle en la cabeza. Una mirada cómplice bastó entre los padres para que el niño se acomodara apoyado en su pecho. Miró con curiosidad a la otra mujer y después a su madre, pero no dijo nada. Esta le dejó su mano izquierda para que jugueteara con ella. Tocaba la horrible cicatriz con cariño, pues para él no tenía ningún significado especial, y jamás lo tendría. Aquella escena sacó una sonrisa a Beth, en los ojos de Alice no había más que amor al mirarle, pero cuando levantó la cabeza todo se tornó en la misma preocupación del principio.
¾    Es precioso, Al.
¾    Es igual que él —murmuró.
Beth no se lo pudo negar, pero tampoco darla la razón, lo que sí podía ver es que madre e hijo compartían el mismo tono de ojos, pero por el resto no entendía cómo la gente encontraba parecidos a los bebés, si ni siquiera estaban totalmente formados. El niño tenía las mejillas hinchadas mientras que su padre los pómulos marcados, aunque tampoco se apreciaban bien los rasgos. Supuso que su madre sí lo conseguía, pues conocía a ambos a la perfección, o quizá lo dijo porque se aferraba a la idea de que algo les uniría para toda la vida. Sin embargo, no pasó desapercibido el gesto de quitarse el anillo del anular izquierdo cuando el niño lo quiso coger.
¾    No me acostumbro a llevarlo, y parece que Damien tampoco —reveló una tímida sonrisa que se desvaneció al instante—. No te imaginabas esto, ¿verdad?
¾    He de reconocer que no. Pensaba que estarías infiltrada en algún país extraño, o atrapando extravagantes criminales, pero desde luego que no como una persona normal.
¾    Eso es lo que somos todos: un número. No vale la pena arriesgarse por eso. Deberías aprender, yo tardé demasiado. ¿A qué has venido, Beth? —dijo tras una pausa— Porque no has hecho todo esto para saber si estoy bien.
¾    Lo cierto es que sí. Bueno, al principio, pero cuando me ayudó...la otra persona que te he comentado, me puso la condición de que te hiciera una propuesta.
¾    No.
¾    Todavía no he dicho el qué —protestó.
¾    Me da igual, no me interesa. Lo dejé por algo.
¾    Amy te echa de menos —dijo de sopetón y la expresión de la mujer cambió de repente—. Dice que si vuelves como su asesora se encargará de que estés a salvo.
¾    No puede garantizarlo. Ni siquiera esto, en la otra punta, puede. Dale las gracias de mi parte y deséala suerte.
Abrazó al pequeño con toda la fuerza que pudo sin hacerle daño. Un niño no tenía por qué conocer la complejidad del mundo, los motivos que habían hecho a sus padres actuar de determinada manera tiempo ha. Los padres hacían aquello, proteger a sus pequeños de cualquier adversidad sin importar que eso les incluyera a ellos mismos. Ahora eran personas diferentes, intentaban dejar el pasado atrás, y aunque huyendo no le parecía la mejor idea a Beth, al menos era la más rápida y fácil con niños de por medio. Sólo estaba siendo la Alice de siempre, protegiendo a los demás por encima de ella.
¾    No te voy a obligar a nada, Al, no estaría bien. Fuiste la única persona que creyó en mí. En verdad —respiró hondo— conseguí llegar a ti gracias a Amy.
¾    Siempre se infravaloró, espero que tenga una buena vida.
¾    Ven a comprobarlo por ti misma.
¾    No sigas por ahí. No tienes que encontrarle explicación a todo, Beth, créeme. A veces las personas hacen las cosas porque sí, sin más detonante que sus propias ideas. ¿Te meterás en líos por no llevarme?
¾    Seguramente —se sonrieron; a pesar de todo, eran demasiado iguales para necesitar más palabras.
¾    Bueno, dile a tu jefa que yo hago lo que me da la gana, seguro que lo aceptará.
¾     No tiene más remedio —soltó una leve carcajada—. Me alegro de que estés bien, Al —se fue a levantar, pero la detuvo cogiéndola de la mano.
¾    Espera.
¾    No se lo diré a nadie, tranquila —echó un vistazo a Alexander.
¾    No es eso —bajó al niño al suelo y le susurró para que saliera corriendo con su padre, pero se negó sentándose en el suelo. El hombre las miró para comprobar que estaban bien y cuando fue a recoger al pequeño, Alice le detuvo y volvió a cogerle en brazos, tan sólo quería dormirse abrazado por su madre—. ¿Cómo está? —sus ojos decían mucho más que su boca.
No necesitaban la mínima pista sobre quién hablaban. Quería saber de lo que había huido, a pesar de que no era bueno, pues estaba allí precisamente para lo contrario; pero no podía evitarlo. Había sido parte de ella durante demasiado tiempo como para olvidarlo. Le brillaban los ojos, aunque no sabía si de tristeza, curiosidad o incluso alegría por poder estar con alguien con quien se sentía identificada. La apretó la mano con cariño antes de devolverle la mirada.
¾    Bien. ¿Sabías que pinta? Y muy bien, por cierto. Volvió a la ciudad al poco de irte tú, y con el dinero de un benefactor anónimo pudo exponer los cuadros. Tiene éxito, la verdad, parece ser que a los ricachones les gusta tener imágenes de peleas de bandas —dijo con desprecio—. Se piensan que es ficción, que no van más allá del cine, pero es muy real —apartó el tono sombrío para volver a su hermano—. Tiene algunos cuadros... —se detuvo para pensar lo siguiente— No entiendo por qué no los enseña. Son los más bonitos que he visto, llenos de color y amor. La protagonista siempre es la misma, pero nunca se la ve la cara. ¿Sabes de cuáles hablo, verdad, Alice? Unos con una chica rubia, con una cicatriz en la muñeca —ambas llevaron la mirada al mismo lugar.
Por supuesto que lo sabía, al igual que no era la única, y el motivo por el que los guardaba con tanto celo. Permitía al resto ver su pasado, pero no verla a ella. Ella era especial, se pertenecían de alguna manera en la que jamás podrían estar juntos, pero siempre se sentirían así, aunque cada uno tuviera su familia y pasara el tiempo. Nada de aquello cambiaría, era demasiado fuerte, superaba cualquier cosa, cualquier explicación.
¾    No sigue bebiendo, ¿verdad?
¾    Ya no tanto. Le gustaría saber algo de ti; a él y a todos —añadió.
¾    Lo sé, Beth —suspiró—, pero ahora...
¾    Has tenido casi diez años, no hay excusas para tanto tiempo.
¾    Tienes razón, pero tenía miedo a ser juzgada o rechazada. Puede que sea una cobarde, pero sólo porque me he cansado de ser valiente. Esto es lo único que tengo, mi rincón de paz. He conseguido lo que he estado buscando toda mi vida sin saberlo, y no pienso renunciar a ello, a hacer un sacrificio más en beneficio de otros.
¾    ¿De verdad que no hay nada que te haga volver? ¿Ni siquiera tus amigos; tu familia?
¾     Mi familia son ellos —le cogió la mano al niño—. Mataría y moriría por tener la certeza de que estarán seguros, pero eso no existe, y menos allí.
¾    ¿Por qué siempre tienes que rebatirlo todo con más razón que cualquiera? —Beth se rió, pero ella no respondió igual esta vez.
Miró al bebé y le estrechó contra ella. Éste se dio cuenta y le devolvió la profunda mirada. Le puso su pequeña mano en la mejilla, la cual comenzó a humedecerse en seguida por las lágrimas. Sólo imaginar que podría perder aquello la rompía por dentro.
¾    No llores, mami —dijo con su aguda voz, al parecer no estaba tan dormido como parecía.
La joven no podía mantener la compostura durante más tiempo, estaba viendo a su ídolo llorar, derrumbarse por su culpa, y la torturaba. No, desde luego que no diría nada a su jefa, aceptaría las consecuencias con tal de dejar a aquella mujer maltratada por la vida tranquila, viviendo como siempre había deseado al fin.
¾    Nunca he estado aquí —se levantó y, tras fundirse en un largo y sentido abrazo, concluyó—. Eres mejor que ellos.
Exactamente las mismas palabras que la última vez, las cuales para ellas significaban un ''hasta la vista''. Ambas con lágrimas por su rostro se separaron de nuevo y, mientras la más joven salía del café limpiándose, la otra se acercó a su reciente marido.
La rodeó con los brazos; la pequeña Lily la cogió de la mano ofreciéndole consuelo, y entonces fue cuando Alice se vio con la fuerza necesaria para decir lo que llevaba tanto tiempo deseando pero que nunca fue capaz.

¾    Quiero ir a casa. 

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