Translate

viernes, 28 de octubre de 2016

Capítulo 42

Cuando llego al hospital, lo primero que hago es preguntar por él. Sólo hay una persona que puede ayudarme, y aunque creo que no le agradará demasiado verme, tengo que intentarlo. De momento me aferro al recuerdo de los viejos tiempos, y no a nuestra última discusión meses atrás en la que le decía que no podíamos volver a vernos. Bueno, parece que las tornas han vuelto a cambiar para golpearme en la cara.
Me cuesta bastante que me hagan caso sin identificarme como policía o agente, pero al fin consigo que una enfermera vaya a buscarle con el pretexto de una urgencia, y no es del todo mentira. Finalmente, aparece por la puerta de la sala de espera a la que me han conducido antes, atrayendo las miradas de todos los presentes, pero se dirige directamente a mí, sin importarle nadie más que yo. No hay cambios desde la última vez, quizá la barba algo más larga, o la expresión más cansada. Me mira fijamente de arriba a abajo, posiblemente buscando heridas, antes de hablar con voz seria.
¾    Alice.
¾    No pareces muy feliz de verme —me pongo en pie.
¾    Sorprendido, mejor dicho.
¾    ¿Podemos hablar a solas? —miro alrededor y asiente.
Me lleva por varios pasillos e incluso subimos un par de plantas hasta llegar a un despacho que poco parece de médico, más bien de un empresario. En el escritorio hay pilas de papeles, un ordenador y nada personal, ni una mísera fotografía. Sé que es el suyo porque ponía su nombre en una placa a la entrada, de otra forma podría decir que hemos entrado en el primero que ha visto. A un lado tiene una camilla con utensilios, pero parece bastante abandonada. Conociéndole, debe ser un jefazo del hospital, tiene potencial para ello, y se lo merece, aunque sea sólo por soportarme, tanto en Los Ángeles como aquí. Se sienta en una silla de en frente de la mesa y me ofrece la otra.
¾    ¿Qué necesitáis? —ambos sabemos a lo que se refiere.
¾    Pues...ellos un nuevo agente y yo...ayuda —me cuesta reconocerlo.
¾    ¿Estás bien?
¾    No. Te estoy pidiendo un favor, Tom —me conoce, y sabe lo difícil que es para mí decirlo.
¾    ¿Y qué gano yo a cambio? —se cruza de brazos y se recuesta en la silla, aparentemente impasible. No debo derrumbarme. No puedo.
¾    Te deberé una muy grande —limpio mi garganta para mantener la compostura.
¾    Habla —tomo aire antes de comenzar, aunque no sé cómo hacerlo.
¾    Tienes contactos aquí ¿verdad? —asiente con la cabeza para que continúe— Necesito una prueba —aclaro.
¾    ¿Y ellos...?
¾    Extraoficialmente —impido que continúe.
¾    ¿Qué prueba?
¾    Ecografía —abre los ojos más de lo que le hubiera gustado mostrar y vuelve a su expresión de hielo, sin embargo, puedo ver las grietas.
¾    Dame un minuto.
Coge el teléfono del escritorio y comienza a decir códigos, parecidos a los de la policía, y solicita, o más bien exige, la presencia en su despacho de un especialista para que me atienda. También indica que traiga todo lo necesario, pues, según he oído, no quiere que salga de aquí, será más seguro si lo que quiero es que continúe confidencial.
Cuando cuelga, se queda mirando a la madera unos segundos antes de levantar la cabeza para clavar sus ojos verdes en los míos, seguramente intentando descubrir qué ha podido ocurrir para que acuda a él de esa manera. Está dolido, y sólo puedo imaginar lo difícil que tiene que ser para él esto, pero es un hombre adulto, y un buen profesional. Sabrá hacer su trabajo como le pida. Confío en ello.
¾    ¿Cómo pasó? —el tono neutro ha dado lugar a otro que me tiene más acostumbrada, al tranquilo y comprensivo de siempre.
¾    Tom, no creo que deba explicarte...
¾    Me refiero —me corta— a que si tomaste precauciones.
¾    No soy idiota, gracias. Sí, y me he hecho pruebas.
¾    Las cuales han dado positivo y tienes la esperanza que sean erróneas, ¿no es cierto?
Me muerdo el labio. ¿De verdad es tan fácil saber lo que estoy pensando, lo que siento? Porque tengo miedo, y él lo sabe. No sé qué ocurrirá en el futuro, ni siquiera si lo tengo, y no quiero imaginarme algo tan serio como eso. Sería demasiado, no podría soportarlo.
¾    ¿Es por el padre? —me pregunta en voz baja, intentando crear un ambiente más íntimo.
¾    Sí. No —me corrijo—. No lo sé, supongo que por todo lo que está pasando.
¾    Entonces ya sé qué quiero a cambio —le miro interrogante—. Un rato juntos. Nos tomamos un café y charlamos con sinceridad. Creo que es lo que de verdad necesitas.
¾    Pensaba que estabas especializado en el cáncer, no psicología —respondo en tono brusco—. Perdona, no sé lo que digo, estoy algo...alterada. Escucha, podría hacer cualquier cosa, evitar que alguien vaya a la cárcel, hacerle desaparecer si quieres. No malgastes un favor así.
¾    No quiero que recaiga sobre tu conciencia.
¾    Ya no sé lo que es eso —digo, sombría.
Es la verdad, he hecho muchas cosas mezquinas y reprochables, he jugado a dos bandos, he entorpecido todo en lo que me he visto involucrada, he puesto en peligro gente inocente y he asesinado a otros, quizá no inocentes, pero personas a fin de cuentas.
Con la mirada que me dirige, sé que me compadece, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Siempre he odiado ese tipo de actitudes, y aún más a los que permiten que se lo hagan, pero ahora comprendo que hay veces que no puedes evitarlo, que te mereces una simple mirada reprobadora, una especie de castigo silencioso mucho peor que cualquier físico. Puedes detener un puñetazo, pero no tus remordimientos.
Nos mantenemos en silencio, él revisando papeleo y yo paseando por la habitación, hasta que llega otro médico con una máquina parecida a un maletín rectangular y muy pesado. No es fácil de reconocer, ya que al ser portátil, la pantalla se encuentra recogida, no obstante, sé a lo que me enfrento y no hay que ser muy listo para saber lo que trae consigo. Yo misma lo he pedido. Ya me han hecho ecografías antes, pero de órganos para asegurarse de que el tejido se encuentre bien y cosas por el estilo después de cualquier herida, pero ninguna me ha puesto o me pondrá más de los nervios que esta. El médico es de baja estatura, calvo a excepción de la parte inferior de la cabeza y con gafas. Su expresión es bastante desagradable, si no está enfadado al menos lo aparenta muy bien. Los doctores estrechan las manos como saludo y después a mí. No es necesario que me presente, Tom ya le ha dicho que debe ser absolutamente confidencial y no me ha preguntado mi nombre. Aunque es un punto a favor más para él que para mí, pues si algo ocurriera y preguntaran, él no podría ser un testigo. Sólo me quedan unos días para seguir pensando así, unos días y podré relajarme después de llevar unos ocho años a la defensiva. A veces pienso que nunca va a acabar.
Me tumbo en la camilla con la blusa desabrochada y un sólo pensamiento en la cabeza: ha sido un error. Ahora todo seguirá como siempre, terminaré el trabajo y me iré de aquí para no mirar atrás. La pomada me produce un pequeño escalofrío, pero se pasa tan pronto como comienza a mover el aparato por mi vientre. Cierro los ojos. No quiero mirar, no quiero pensar en nada. Sin embargo, con los ojos cerrados, todo lo que veo es la cara sonriente de Alexander, imaginándose una vida juntos, como familia. Es demasiado. Centro la mirada en el techo, en la rectitud de sus líneas, en la sencillez, en... Un momento. El tipo ha dejado de mirar la pantalla, lo he visto por el rabillo del ojo. Tom y él se dirigen una significada mirada que lo dice todo.
¾    Al... —pronuncia a media voz.
No necesito más palabras. Sé lo que significa, y no quiero afrontarlo, no estoy preparada. Cierro los ojos, y ahora consigo mi propósito, ahora todo lo que veo es oscuridad, una oscuridad profunda y espesa, que me atrapa y no quiere soltarme. Por un momento veo que la solución es dejarme, pero el sabor salado en mis labios me despeja la mente. Me limpio los ojos y las mejillas con el dorso de la mano, parpadeo varias veces para impedir que más lágrimas caigan y miro de nuevo al techo. Siento que la cabeza me va a explotar de la cantidad de ideas y pensamientos que se pasean por mi mente, la mayoría inconclusos, que necesitan razonarse para tener sentido, pero aun así ocupan un espacio que no tengo. Espero pacientemente a que el médico me limpie el gel y le tienda una carpeta a Tom antes de bajar de la camilla. Siento que estoy en otro mundo, mucho más lejos de lo que puedo imaginar. Por ello, me dejo llevar sin rechistar por el hospital de nuevo, intentando calmarme de todas las maneras posibles.
Cuando llegamos a la cafetería y nos sentamos, todas las voces que me gritaban en la cabeza desaparecen para dar paso a un silencio absoluto. Ahora puedo pensar por mí misma, aunque sospecho que no es nada más que resquicios de antes, unidos para que cobren sentido. Sin embargo, todos llevan al mismo lado: ¿Qué voy a hacer yo con un bebé? No puedo darle una buena vida, soy un ser despreciable que apenas puede cuidar de sí misma, no tendría estabilidad de ningún tipo; y cómo explicarle quién es su padre es otro tema complicado, pues no quisiera mentirle, pero tampoco animarle a que le buscara. En definitiva, no puedo dejar que el tiempo pase como siempre he hecho, esta vez tengo que tomar una decisión. Y tiene que ser ya.
¾    ¿Sabes qué vas a hacer? —Tom rompe el silencio.
¾    No —mi mente no es capaz de razonar más allá—. ¿Podría abortar ahora mismo? —le miro a los ojos.
Aquí veo una salida, algo que me proporciona cierta esperanza. No tendría problemas, el bebé no sería infeliz, porque simplemente no existiría, y si hay algo que tengo claro es que no pienso darlo en adopción, no soy tan fuerte como para abandonarlo así.
¾    Sí —responde, pensativo—, pero deberías esperar. Ahora no piensas con claridad.
¾    He tomado decisiones más relevantes —intento defenderme; ya no soy la cría que conoció años atrás.
¾    Tú verás —es más cortante de lo que esperaría. Se levanta, no obstante, no se va hasta terminar su argumento—. Pero no cuentes conmigo si sigues con esa actitud.
Me fijo en que deja la carpeta en la mesa y no hace la menor intención de volver a recogerla. Está enfadado, vale, yo también. Es mi vida y yo tomo las decisiones que me parezcan mejores. Prefiero que ese niño jamás llegue a nacer que viva una vida como yo, a que sufra. A demás, no podría soportar verle cada día, me recordaría a su padre, y si pretendo olvidarme de todo, jamás lo conseguiría. No se merece tener una madre así.
Mañana volveré a buscarle y le comunicaré mi decisión, aunque no necesito pensarlo más. Será lo mejor para todos.
Hay algo que quiero hacer antes de que nada comience, no sé si será buena idea, pero tengo que hacerlo, es lo mínimo. Cojo la carpeta y salgo de allí a toda prisa.

Sé que es una locura, que no debo hacerlo y que tendré que dar explicaciones cuando vuelva, pero sinceramente me da igual. Estoy harta de informar a todos de cada movimiento que hago, si no por un lado por el otro. Por suerte, siempre llevo una tarjeta de crédito con mi verdadero nombre para que algo de mi vida sea solamente mío, aunque sea una insignificante compra. No estoy pensando con claridad, mi cabeza en estos momentos es una maraña de pros y contras de tantas cosas que pierdo la cuenta. Esto es una especie de resultado de cada decisión que he tomado en este pasado año, las cuales estoy replanteándome ahora, aunque no tenga ningún sentido. Supongo que no quiero pensar en lo que debo y por eso me encuentro así, no obstante, mi situación de shock va disminuyendo con las horas. He hecho una locura, pero me da igual, quiero vivir lo poco que me queda de vida propia. He cogido un taxi hasta el aeropuerto más cercano y allí un billete para Connecticut. Mi hermano sólo vive a media hora de allí, por lo que llegaría más rápido que yendo al JFK. Necesito hablar con él, no sé lo que le voy a decir exactamente, pero un buen abrazo suyo nunca viene mal, y mucho menos ahora. Durante las tres horas de avión, por tópico que suene y odio expresarlo así, evito en todo momento llevarme la mano al vientre o al estómago siquiera. No puedo mirar, prácticamente me lo estoy imaginando abultado y siento pequeñas ráfagas de pánico que no llegan nunca a calmarse del todo; y cuando tengo la mano ahí apoyada, la retiro de inmediato. Sé que es una tremenda estupidez, pero como tantas cosas hoy en día, es superior a mí. No soy ni de lejos tan fuerte como me creía hace un año, y después de todo esto, me he reducido hasta niveles minúsculos en comparación; al menos es así como me siento día a día.
No llevo el más mínimo equipaje, si necesito algo supongo que me lo compraré allí, pero tenía tanta prisa por venir que no pensé en ello. A demás, puedo volver por la noche aunque llegue de madrugada a Miami, no sería la primera vez que aparezco a horas intempestivas por casa y Amy no dirá nada. Supongo que se preocupará, pero por suerte o por desgracia está acostumbrada a no recibir noticias mías en todo el día. Quizá la llame cuando aterrice desde alguna cabina de teléfono, pero aunque sea lo que debería hacer, no quiero que mienta a Alex si por algún motivo la pregunta, sabrá si lo hace aunque sea una magnífica mentirosa.
Paso desapercibida la zona de embarque por la que salgo, llena de tiernos y tristes reencuentros, o al menos a mí me lo parecen así, porque significan que deberán irse de nuevo y todo aquello no habrá servido para nada, pero supongo que habla mi amarga experiencia. Por ello odio las despedidas casi tanto como los reencuentros, y quien me conoce puede corroborarlo; sabe que si me voy de cualquier sitio por un largo tiempo, nunca lo diré abiertamente, quizá se me escape algún abrazo de más, pero por mi boca no saldrá ningún tipo de información, simplemente me parece que se hace sufrir a ambas partes y si uno se va dejando una nota es mucho más sencillo, más tranquilizador incluso, pues se le resta importancia; y cuando vea a gente después de tanto tiempo no me pondré a llorar de alegría ni nada por el estilo, una amplia sonrisa y un sentido abrazo es más que suficiente, pues si estoy en esa situación es que o bien esa persona me ha abandonado anteriormente o bien lo he hecho yo, así que tengo mis motivos para ser reservada en ese aspecto.
Mi mayor problema es que me he acostumbrado tanto a recibir tan poco, que me aferro con todas mis fuerzas a la mínima muestra de cariño que vea a mi favor, por mucho que lo odie. Intenté evitarlo al principio, pero era infeliz porque no era yo misma. Creo que por eso estuve tanto tiempo con David, pues a pesar de las peleas, siempre volvía como si nada hubiera pasado, me besaba y vuelta a empezar. Tampoco fue una relación del todo mala, tuvimos nuestros grandes momentos en los que pudimos ser realmente felices, pero cuando algo termina de la manera que fue lo nuestro, uno se empeña en escoger los buenos momentos por encima de los malos para intentar olvidarlos, sin saber que lo único que hace es abrir las mismas heridas una y otra vez.
Sinceramente, entonces veía momentos de felicidad desde ambientes distintos como el trabajo cuando resolvíamos un caso complicado o cuando me sentía querida por los que me rodeaban; supongo que ese fue mi verdadero problema: no saber diferenciar la alegría del éxito de la verdadera felicidad, la cual en mi opinión sólo te la puede proporcionar quien te ama de verdad. Y si comparo cualquiera de ellas con lo que siento cada vez que Alex me sonríe con esa sonrisa de niño divertido, cuando me abraza antes de levantarse por las mañanas y posa muy suavemente sus labios sobre los míos para no despertarme, o cuando en mitad de la noche me estrecha entre sus brazos y, sin venir a cuento, me susurra un ''te quiero'', todo lo demás deja de tener sentido.
A pesar de todo, siento que le conozco más a él de lo que llegué a conocer jamás a David, es posible que vea tanta diferencia por ello, pero aun así es algo más allá de conocer a alguien, es sentir una conexión especial que no sabes que la tienes hasta que, como nos pasó la primera vez que nos vimos en Miami, puedes sentirlo sin haberse visto hace años. Puede sonar confuso, pero es una de las cosas más claras que tengo en mi vida; esa y lo mal que lo voy a pasar en adelante.
En el taxi intento pensar cómo saludar a mi hermano, pero supongo que no será tan difícil como lo fue a mis padres después de tanto tiempo; él siempre ha sido mucho más accesible. Sin embargo, creo que prefiero improvisar sobre la marcha, será lo mejor.
No estoy segura de que se encuentre en casa, puede que esté trabajando, pero desde luego que al menos Claire, hasta donde yo sé su novia, debe estar, ella no trabaja y estará cuidando del niño, Christian. Llamo al timbre y, en efecto, es ella quien me abre. Tarda unos segundos en reconocerme, pero en cuanto lo hace me da un abrazo. Comprendo que no me haya reconocido a la primera, nunca me ha visto con el pelo rubio, y si lo ha hecho era cuando era más pequeña y en fotografías, la última vez que hablé con mi hermano no la vi, ni a ella ni al pequeño, y quizá se lo ha podido tomar a mal, pero no era mi intención, y si es así no se le nota lo más mínimo. No me pasa desapercibido que se ha apoyado en el marco de la puerta y no ha dicho todavía mi nombre. Por alguna razón no quiere que entre ni que se sepa que soy yo. ¿Y si han preguntado por mí; y si el FBI sabe dónde estoy? No, no puede ser, he sido cautelosa. De todas formas me tenso, preparada para salir corriendo si es necesario.
¾    Estás diferente —comenta. No ha sido ningún tipo de advertencia, así que no puede ser nadie que represente una amenaza.
¾    Ya, lo sé. ¿Qué está...?
¾    Tu madre ha venido—evita que termine la frase diciéndolo a toda prisa.
Me conoce y sabe que necesito que las cosas vayan poco a poco, ya tengo una vida demasiado acelerada como para que me presionen. Le agradezco que me lo diga, y que evite que ella también se entere, no le gustaría saber que he estado aquí una vez reconciliadas y no haya ido a visitarla o a mi padre.
Tomo aire, pensando qué hacer, si entrar o no. Ya es hora de dejar de huir, lo más difícil ya está hecho, así que no puede ser mucho peor.
¾    Supongo que no pasará nada si la saludo, ¿no?
¾    Sería fantástico —me sonríe.
Me deja paso y llego hasta el salón, donde mi madre, aparentemente mejor que la última vez que la vi, o al menos ha recuperado algo la sonrisa y el brillo en los ojos, está sentada en el sofá viendo a Christian jugar con sus juguetes y correteando por la sala. Es increíble cómo pasa el tiempo para un crío, antes sólo se sostenía sobre sus torpes y regordetas piernecillas y ahora las usa como si hubiera nacido exclusivamente para ello. Apenas me presta atención cuando entro, pues sigue absorto en sus asuntos, pero la mujer se gira en cuanto oye mis pasos y la sonrisa le desaparece de la cara. Tomo aire, no sé si quiere que esté aquí, si le ha sentado bien que no haya ido a su casa; no sé nada, sólo que estoy nerviosa como una niña, nerviosa e impaciente por su reacción. Claire apoya una mano en mi espalda, dándome ánimos. Estoy segura que mi hermano le ha contado que en teoría todo está bien, pero desde entonces no hemos vuelto a hablar, y han pasado cerca de un par de meses —no llevo bien el control del tiempo, vivo al día.
Se levanta y ambas tomamos aire a la vez, pendientes de lo que hace la otra. Si quiero que no se preocupe de más, debo tomar la iniciativa.
¾    Hola, mamá —mi voz suena débil.
¾    Hola, hija mía —me ofrece una sonrisa cálida.
Rodea el sofá para darme un fuerte abrazo, pero bajo mis brazos la siento como un pajarillo vulnerable. Todo es tan diferente. El abrazo es mucho más tranquilo que el anterior, y mucho más flojo, alejada de la emoción de verme de vuelta; mi recuerdo era mucho más distinto. En mi mente ella era fuerte, capaz de calmarme de cualquier cosa, pero ahora parece que debo ser yo quien la proteja en vez de al revés. La edad la está haciendo débil, y mi entrenamiento me ha fortalecido los músculos a pesar de llevar un tiempo sin tomármelo en serio, pero en comparación es raro. Está mal, lo sé, pero no puedo evitar agobiarme al poco. Se me agarra con fuerza y, aunque suene cruel la aparto de mí, seria. No me sale otra expresión —solamente la de miedo, y no creo que sea adecuada. Se ha aferrado como si fuera a irme para siempre. Ya ha llorado por lo que la hice, la di su mayor disgusto, alguien a quien dio la vida y por quien la habría dado sin dudarlo. Su propia hija. No hace más que darme la razón; no sería capaz de tener yo uno, no lo resistiría.
¾    Albert debe de estar al caer, ¿quieres tomar algo?
¾    Ahora no, gracias —echo un vistazo al niño.
¾    Te traeré agua —se dirige a mi madre y sale por la puerta.
Christian me devuelve la mirada y deja su juguete a un lado. En seguida se pone torpemente en pie y corretea hacia mí para abrazarme. Desde luego que sabe quién soy a pesar de que haya pasado tiempo desde que nos vimos. Intento disimular, me estoy comportando como una persona horrible, de eso no cabe duda, pero no me siento como para seguir fingiendo. Aun así, le cojo y me dejo abrazar y besar. Reconozco que aunque sea reconfortante ese tipo de amor, el más puro de todos, quizá lo sea demasiado para mí y me supere. Especialmente ahora. Por suerte mi madre se percata de que estoy incómoda y consigue quitármelo de encima, a pesar de que él pone todo su empeño en que no sea así. Se aferra a mis brazos, pero la mujer es más fuerte y justo llega su madre, por lo que afloja el agarre para cambiarlo hacia Claire. No obstante, se tira al suelo y continúa con sus asuntos. Me muerdo el labio por dentro hasta que noto el sabor férreo en mi boca para distraerme de él, no quiero que me noten nada extraño, aunque creo que ya es tarde.
¾    ¿Cómo te va en el trabajo? —Claire me pregunta.
¾    Ah, bien. Estoy a punto de cerrar un caso bastante largo.
¾    Y supongo que después descansarás, ¿no? Podrías pasarte unos días.
¾    No lo sé, no te imaginas la cantidad de papeleo que hay que hacer para preparar un juicio; y no sé si seguiré en el mismo sitio por mucho tiempo.
¾    ¿Y en qué trabajas, hija? Creo que dijiste homicidios, ¿no?
¾    Normalmente, ahora es...una colaboración. No puedo decir más, lo siento. Tengo que viajar a menudo, llevo un tiempo que no hago más que trasladarme, así que se está haciendo algo difícil.
¾    Pero hija...
Entonces el sonido de la cerradura hace callar a mi madre y me da unos segundos para respirar tranquila, me ha salvado de la ronda de preguntas que iba a comenzar y que no sabría responder. No quiero hacerla daño, ya no, lo he superado, pero tampoco decirle la verdad. Pero qué verdad es otro tema: ¿estoy en el FBI?, mentira; ¿en la CIA?, no es seguro para nadie y se preocuparía de más, por no decir mis intenciones de abandonar.
Oigo cómo mi hermano deja sus cosas en la entrada y me pongo en pie para recibirle. Cuando me ve se acerca con una sonrisa a abrazarme y me envuelve por completo. No recordaba verle con traje desde su graduación. Por desgracia estoy demasiado acostumbrada a ver esa prenda de ropa en otra persona, inevitablemente me causa un pequeño y constante dolor, una presión en el pecho que me obliga a separarme de él.
¾    ¿Qué haces aquí?
¾    Necesitaba verte.
¾    ¿Estás bien?
¾    Saluda primero —susurro.
Asiente y obedece rápidamente. Cuando pasa al salón y ve a mi madre, sentada al lado de donde yo estaba, me mira de reojo, pero continúa como si nada. Después de besar a su mujer y abrazar al pequeño, vuelve conmigo; me indica que le siga por la casa y me lleva a su cuarto. Si hay algo que me gusta de él, es que siempre sabe exactamente lo que necesito, muchas veces antes que yo.
¾    ¿Cómo la has liado esta vez? La última vez acabaste con más de diez tíos en un almacén. Conseguí los informes policiales, pero en ninguno aparecías directamente, de hecho los clasificaron al día siguiente. Dime que no has firmado nada sin consultármelo antes; sigo siendo tu abogado.
¾    El trabajo se hará cargo de eso por el momento. Por favor, ¿puedes quitarte el traje? No puedo concentrarme —me sale un hilo de voz; no me siento con fuerzas para nada.
Suelta aire de un bufido en forma de protesta y se quita la chaqueta y la corbata sin apartar los ojos de mí. Se lo agradezco en silencio, es muy difícil tener tanta paciencia conmigo, yo no creo que hubiera podido de ser al revés.
¾    ¿Ahora tienes problemas también con los trajes?
¾    Bertie, por favor. Necesito a mi hermano, no a un abogado.
¾    ¿Ha pasado algo con...él? ¿Fuisteis a la cabaña?
Estoy intentando encontrarle sentido a qué hago aquí, debería irme y ayudar en comisaría, no obstante, no sé si podría concentrarme sabiendo que no es una operación cualquiera. No me creo capaz. Supongo que es por esto por lo que no les permiten a los policías participar en casos en los que estén implicados sentimentalmente, pero conmigo han hecho todo lo contrario. Entonces, ¿por qué no negarme a continuar? Si ellos han hecho una excepción, lo justo sería que yo hiciera lo mismo. Pero no puedo hacerle eso a Amy, ha trabajado muy duro y si huyo ahora acabaría con su carrera. No se lo merece.
¾    Fue una pequeña bendición, no te voy a mentir. Demasiado bonito para ser verdad —me mira para que continúe—. Me he quedado sin tiempo. Se acabó.
¾    ¿Cuándo?
¾    Mañana. Y si me resisto, me acusarán de tráfico junto a él.
¾    Vas con un narco —parece intentar asimilarlo.
¾    Sí, voy con un narco —es curioso que se pueda resumir así.
¾    Vaya líos, enana. Sé que me has dicho que no necesitas a un abogado, pero necesito preparar algo por si...
¾    No servirá de nada. Si quieren darme una lección, lo harán de todas formas.
¾    ¿Quién? ¿De qué tienes miedo? —intenta mirarme a los ojos— Vas a hacer lo correcto. Le vas a entregar. Y después te pondremos a salvo, pensaremos algo.
¾    Bertie, para. No vas a meterte en nada de esto. Debo llevarle a un sitio que controle la policía, el problema es que no estoy segura de que sea lo mejor. Y enfrentarme a todos tampoco es una buena opción ahora mismo.
¾    Por mucho que os queráis...no puedes poner la vida de los dos, o tres, en peligro. ¿Desde cuándo sabes que estás embarazada? —suelta de sopetón.
¾    ¿Cómo? —comienza a entrarme el pánico.
¾    Venga, Al, te conozco y no te pones así porque vaya a haber una pelea, normalmente habría que sacarte de allí. A no ser que tengas algo que perder: confías en que él saldrá con vida, pero tienes miedo que un tercero esté involucrado. Recuerda que leer a la gente es mi trabajo, soy bueno en eso.
¾    Eres increíble.
¾    Lo sé —me abraza, pero no hago nada por mi parte—. ¿Cómo lo llevas?
¾    Mal, y me lo han dicho hace dos horas, así que no quiero imaginar en adelante.
¾    No te preocupes por nada, te vamos a apoyar en lo que decidas ¿me oyes?
¾    ¿Incluso si no lo tengo?
¾    Sí, Alice, incluso eso —dice con un suspiro—. Sabía que lo ibas a decir.
¾    Y estás en contra.
¾    Por supuesto. Pero no me meteré, es una situación muy compleja. Sólo te voy a decir que es lo mejor que te puede pasar en la vida, no te vendría mal algo así para sentar la cabeza, para retirarte y dedicarte a algo más calmado.
¾    Ya —respondo secamente.

Cuando bajamos, mi madre ya no está, por suerte, y no puedo negar que me siento mucho más tranquila; así no puede hacerme más preguntas e intentaré pensar con claridad sobre el asunto que lleva rondándome la cabeza todo el día. ¿Qué voy a hacer mañana? No debería cambiar nada, tengo que ser profesional. Pero claro, eso es fácil de decir cuando no se está en mi situación. Si me niego a continuar, seré acusada no sólo de tráfico, sino de cualquier delito que haya cometido a lo largo de mi vida, y la verdad es que son demasiados como para recordarlos, sé que hay algunos homicidios por los múltiples tiroteos en los que me he metido, desacatos, un poco de brutalidad policial que taparon para que continuara en el FBI...
¿Estoy dispuesta a arriesgar mi vida hasta ese punto? Tendría la cadena perpetua, y no sé si podré con ello. Antes ni siquiera dudaría, pero ahora quizá no sea la mejor idea. Alex tomó su decisión, yo no puedo ayudarle más. Conseguí que le quitaran ciertos cargos, pero aunque no son suficientes, sé que serán significativos a la hora del juicio. Justo en ese instante, suena el teléfono, como si supiera en qué estoy pensando a kilómetros de distancia. Pero no puedo enfrentarme a ello, no ahora, cuando todavía mi mente es un desastre. Cuelgo y apago el teléfono para no recibir más llamadas y tener absoluta tranquilidad. Y algo de soledad tampoco me vendría mal. Mi hermano me ha dicho que me quede con él, y estaba dispuesta a hacerlo, sin embargo, si estoy rodeada de gente, aunque sea la que me quiere, no podré pensar con frialdad, y es exactamente lo que necesito.

No obstante, paso el resto del día con ellos, permitiéndome tener unos momentos de tranquilidad en los que mi cabeza está tan distraída que apenas sabe qué día es y dónde estaré mañana. Dios, echo tanto de menos esa sensación que duele. Daría lo que fuera por volver a aquella cabaña y parar el tiempo indefinidamente. Espero a que se vayan a la cama y le aseguro a mi hermano que me iré cuando entre al trabajo, pero salgo por la puerta en cuanto me aseguro de que están dormidos. Es posible que una noche a la intemperie no sea precisamente la mejor idea, pero desde luego conseguirá hacer que me decida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario