Translate

jueves, 13 de octubre de 2016

Capítulo 40

Dejo que Alex conduzca la mitad del camino hacia la cabaña. Le he dicho que me he chocado con una puerta y que me he encontrado con un viejo amigo, del cual era el coche, pero sé que no me cree y está enfadado por mentirle. No me responde cuando le hablo, así que no creo que venga mal una demostración de confianza por mi parte diciéndole a dónde vamos. A demás, no hace más que empeorar la situación, porque me da tiempo para pensar en qué voy a hacer en adelante, y es lo último que quiero. Ahora es momento de estar con él, de olvidarme del mundo y que sólo existamos nosotros, y con la confirmación de antes —con la colaboración de Patrick—, estoy más segura que nunca de lo que siento y quiero que dure lo máximo posible, aprovecharlo hasta el final como si fuera el último día, porque es posible que lo sea.
Sin embargo, él ni siquiera comenta mis indicaciones, se limita a conducir como si yo no estuviera a su lado. Me enfada que esté enfadado, es a mí a quien le duele la nariz, pero también quien acaba de besar a otro, aunque no haya significado nada, así que será mejor que no diga nada de lo que ha pasado, pero no se solucionará hasta que lo haga.
Espero a llegar a la casa para hablar con él, al menos será un lugar seguro en el que si cualquiera se altera no provocará un accidente. He decidido que me da igual si ve fotografías, a fin de cuentas ya ha visto a mi hermano, así que se puede figurar que es suya y que me ha dado las llaves, lo que es cierto. Me sigue en silencio mientras busco una habitación en la que dejar las maletas; no habrá problema en que sospeche que ya he estado antes, porque siento como si no fuera así: la decoración es muy parecida, quizá algo modernizada, pero las habitaciones están cambiadas. La de mis padres sigue igual, no obstante, la mía ahora es el cuarto de un bebé; la de mi hermano y la de invitados han sido juntadas y es una de matrimonio; y el sótano, que usábamos como cuarto de juegos, es otra habitación casi independiente del resto de la casa, pues hay un baño y una pequeña cocina. Sea de quien fuere la idea, debo reconocer que es buena, incluso tentadora; el sótano es tranquilo, aislado, sin problemas...pero no creo ser capaz de aguantar ahí durante un tiempo indefinido, así que me instalo en la de mi hermano, subiendo las escaleras igual que el resto. El piso de abajo es una estancia diáfana, con el comedor pegado a la cocina y el salón ligeramente alejado, presidido por una chimenea y una enorme televisión encima —un punto para el que lo haya pensado, aunque no está en mis planes utilizarla—. Desde luego que antes no era así, se parecía más a las típicas casas de las películas, antigua, sin tecnología, todo hecho de madera que cruje con mirarla... Ahora entiendo que mi hermano quiera venir, es un pequeño paraíso.
Con las maletas una vez en la habitación, bajo para encender la chimenea —no consigo encontrar el panel de la calefacción— y Alex se queda arriba, deshaciéndola y colocándolo todo en el armario, incluido lo mío. De no saber por qué lo hace, hasta me gustaría, pero sé que es para alejarse de mí, y de verdad que duele casi tanto como el golpe, que ha comenzado a hincharse y me cuesta respirar hondo. Sinceramente, aunque suene mal, espero que Patrick tenga un gran moretón por toda la mandíbula.
Cuando él baja, yo ya he colocado en la nevera la comida y la chimenea arde como nunca, y aunque estoy deseando hablar con él, no me salen las palabras. Está vestido con los pantalones vaqueros que se probó en Nueva York y una sudadera abierta hasta la mitad del pecho, dejando ver los desarrollados pectorales —no sé de dónde saca tiempo para hacer ejercicio con tanto trabajo, pero vaya si lo aprovecha— y lleva una vela en la mano que no tengo ni idea de dónde ha sacado.
¾    ¿Arriba no hay luz?
¾    Ven.
Ni siquiera espera a que le siga, lo da por sentado, y vuelve a subir las escaleras. Le hago caso sólo por curiosidad, y resulta que tengo que reconocer que sabe cómo sorprenderme. Me lleva hasta el baño principal, que está iluminado sólo con velas y tiene la bañera preparada, a demás de un botiquín abierto en el lavabo.
¾    ¿De dónde has sacado todo esto?
¾    Lo pedí en el hotel.
Deja la vela que llevaba y me coge de la mano para sentarme en un taburete que había escondido tras la puerta. Él se pone en el borde de la bañera con el botiquín y comienza a limpiarme la herida del puente de la nariz con cuidado, aún serio. Cierro los ojos y me muerdo el labio por dentro para que no se dé cuenta de que me duele aun así, sin embargo, noto que se queda mirándome fijamente y tengo que abrirlos. Se levanta de un movimiento brusco y se aleja.
¾    Soy idiota. Dejo que vayas sola y... ¡Joder!
¾    Alex, ya me conoces, sabes que iba a entrar de todos modos. No habría cambiado nada, me hubiera dado contra la puerta igualmente.
¾    Tendría que haberte protegido.
¾    ¿De una puerta? —me río— Vamos, Alex, hay cosas superiores a nosotros.
¾    Bueno, al menos sé que en casa tengo que dejarlas siempre abiertas —sonríe.
¾    Tampoco te pases —le desabrocho la sudadera, no lleva nada debajo.
Parece que está de mejor humor y aprovecho para besarle, saboreando cada sensación: el pequeño escalofrío, el posterior calor creciente, el ansia, el corazón agitándose en el pecho, mis manos inquietas por su cuerpo... Comparar siquiera sería una ofensa. Por suerte, me corresponde y acabamos en la bañera hasta que estamos arrugados como pasas y el agua fría, pero nuestros cuerpos no tienen esa sensación hasta mucho después.
Como no nos apetece cocinar, pido pizza a domicilio —tardan casi una hora en llegar, comprensible pero intolerable para mi estómago hambriento— y pasamos el resto del tiempo leyendo un par de libros de la estantería hasta que nos quedamos dormidos en el sofá, aunque por la mañana me despierto en la cama.
La nuestra no es la historia más bonita ni la más perfecta, simplemente es nuestra y con eso basta.
Durante los siguientes días, por la mañana nos dedicamos a pasear por la zona hasta que estamos empapados por la nieve o la lluvia y tenemos que volver para darnos un baño y quedarnos en la chimenea para entrar en calor —aunque también hay otros métodos, pero intentamos no abusar demasiado—; mientras que por las tardes leemos, jugamos a juegos de mesa, o simplemente seguimos frente a la chimenea, observando el fuego junto al otro y rivalizando su temperatura y ardor de vez en cuando. Con esta calmada rutina pasamos dos semanas enteras, con la Navidad y el Año Nuevo de por medio; de hecho no nos enteramos de que lo era hasta el día siguiente, a esa hora de la noche estábamos ocupados.
Sé que él ha estado en contacto con sus hombres, dirigiendo sus negocios, pero yo también he estado hablando con Amy de vez en cuando para descubrir que, con la firma de Alex en una servilleta que le mandé por fotografías, ha conseguido falsificarla y colarse en su casa como una ''limpiadora especial'' para recoger pruebas como restos de sangre, ADN, huellas, archivos... De manera que el caso ha dado un enorme avance, tal que la Agencia ha dejado de preguntar por mi paradero en comisaría y ahora escucha a mi compañera, que está consiguiendo esquivar las preguntas hábilmente —aunque tampoco sabría responderlas— y formando una operación en secreto que hasta que no la tenga completamente planeada no dirá nada a nadie, ni siquiera a mí. Supongo que Aaron será la única excepción; Alex lo sería para mí.
A diferencia de Moore, él nunca llega a saber que yo estoy usando el teléfono, pero sí sabe que le he visto utilizándolo, de manera que procura hacerlo cada dos o tres días y apenas unos minutos para ponerse al día y organizar sin implicarse demasiado y así no distraerse de lo importante en este momento: nosotros.
Por otro lado, yo me siento algo culpable, estoy pendiente de lo que diga Amy en todo momento, pues me ha dicho que será mejor para todos que no vuelva hasta que ella se encargue de Florida, y como confío ciegamente en ella, obedezco sin preguntar. Lo bueno es que mi acompañante está cómodo aquí y ninguno de los dos tiene prisa. Sin embargo, lo mejor de esto no es estar juntos, sino que me he dado cuenta de lo que es en realidad la felicidad, la estoy experimentando como hacía años que no sucedía. Ser feliz no es tener una vida perfecta, ser feliz es apegarse a la alegría y reconocer que la vida vale la pena a pesar de las dificultades, y nosotros hemos tenido demasiadas.
Finalmente, el cinco de enero decidimos poner la televisión por primera vez. ¿En qué momento se nos ha ocurrido hacerlo? Todos los canales están siguiendo la misma noticia: la imputación de un cártel que actúa por todo el país con diferentes tipos de mercancías. Los nombres aparecen en pantalla una y otra vez —Grady, Cacciatore y Hayes—, mientras que Alex pierde el color de la cara y yo me quedo sin palabras. Por eso insistía Amy que esperara para volver, quería que nos mantuviéramos alejados de ellos durante este tiempo para que no nos implicaran, a pesar de que Alex ya está hasta las cejas. Me está protegiendo, y doy gracias a que esa protección se extienda al hombre al que amo, porque no lo soportaría de otra manera.
Parece que Amy ha encontrado en casa de Moore mucho más de lo que me imaginaba, pues era difícil encontrar algo lo suficientemente sólido para imputarles, aunque no creo que haya sido la mejor idea. Ahora él estará a la defensiva y será más difícil hacerle tropezar; no es como ellos creen, no se precipitará.
Se levanta de repente y sale corriendo hacia el piso de arriba, conmigo detrás.
¾    ¿Adónde vas? No puedes hacer nada.
¾    ¡Me van a entregar, Alice! Harán lo que sea para salvarse.
¾    ¿Y crees que yendo allí vas a impedirlo? —le cojo de la mano para que se detenga.
¾    Aquí sentado tampoco —se deshace de mí de un empujón; me doy contra la pared.
No sé si ha dolido más eso o lo que ha dicho. Comprendo que se sienta así, yo también estoy nerviosa, pero no pienso permitir que me trate de esa manera cuando todo lo que quiero es ayudar, así que cuando saca un teléfono móvil de un cajón, se lo quito de un manotazo, reclamando su atención.
¾    ¿Qué coño estás haciendo?
¾    Salvarte.
¾    Alice, devuélvemelo —me acorrala contra la pared lentamente, usando su cuerpo como escudo.
¾    No.
¾    ¡He dicho que me lo des! —golpea el muro, demasiado cerca de mi cabeza.
¾    No me grites —susurro después de darle una bofetada que le hace retroceder.
No siento haberlo hecho, me había asustado y he respondido como he sido capaz, sin pensar. Se ha pasado de la raya, no voy a permitir que haga nada parecido bajo ninguna circunstancia. Ya he pasado por eso.
Sus ojos expresan todo el temor que no se atreve a decir con palabras, soy consciente de que es duro para él, pero tampoco es fácil para mí —para ninguna de las dos Alice—, y él debe comprenderlo también.
¾    Mírame, Alexander —le ordeno, seria, pues se ha dado la vuelta, incapaz de mirarme a la cara—. Si apareces ahora después de dos semanas te van a relacionar de todos modos. No sabemos si tienen algo contra ti, pero sí que creen que sigues en Nueva York. Podemos usar eso a nuestro favor.
¾    ¿Pretendes que me quede de brazos cruzados mientras...
¾    Mientras nada. No sabemos lo que ocurre, la policía manipula las noticias, ya lo sabes. Por ahora, evita...
¾    ¿Tú no tenías contactos con la policía? —me interrumpe súbitamente.
¾    Claro, por eso me detuvieron, porque me echaban de menos —respondo con ironía.
¾    No lo entiendes —se frustra, se cree que me lo tomo a broma—, no puedo comprar a tanta gente para salvarnos a ambos, lo que gano lo estoy usando para cubrirte las espaldas, yo ni siquiera puedo permitirme un abogado que le interese el caso, y la gente no me teme como para conseguirlo a la fuerza después de lo de Paulie y Coleman.
No consigo asimilar lo que ha dicho. ¿Es cierto lo que dice? ¿Se está poniendo en tal riesgo por mí? Algo me dice que tiene sentido lo que dice, es capaz de hacerlo, pero espero que no sea tan estúpido como para quedar indefenso ante la policía. Se está cavando su propia tumba, y yo seré la que eche el primer puñado de tierra.
Ha hablado tan rápido que lo que ha dicho parece irreal, como una mentira demasiado elaborada —o un hombre realmente asustado—. Tiene la respiración agitada y la mejilla enrojecida, toma una bocanada de aire cuando se deja caer sobre la cama, derrotado. Me parte el corazón verle así, débil, necesitado y sabiendo que puedo impedirlo a pesar de que sigo como una mera observadora en una tragedia protagonizada por ambos, igual que una cobarde. A fin de cuentas, sólo un gran cobarde sería capaz de llevar a cabo todo esto. Me siento a su lado y le cojo la mano a modo de consuelo, con el móvil a su alcance.
¾    Necesito que me perdones, mon ange. Sé que sólo quieres ayudar —al fin se ha dado cuenta; ya tiene un punto— y me he portado como un gilipollas —está en racha, ahí va el segundo— que no te merece —auch. Apoya su cabeza en mi pecho y me abraza como un crío en busca de protección.
¾    Ya basta —le levanto la cabeza para que me mire a los ojos—. Te quiero, y eso es todo lo que importa, no si eres rico o estás en bancarrota.
¾    No estoy en bancarrota, aunque mi cuenta está algo...necesitada después de ir de compras en Nueva York.
¾    ¿Y se puede saber por qué lo hiciste si no tenías dinero? ¿Qué era tan urgente que no podías esperar un par de meses; o tan caro? —le regaño.
¾    Lo verás cuando esté listo; y cuando sea el momento —me besa—. Pero no te preocupes por nada, esa es la cuenta estadounidense, las de...
¾    Suficiente —le corto—. No quiero saberlo.
Me sorprende haberlo dicho tan segura, pero es cierto. Es lo mejor para la seguridad de ambos, si a mí me obligan a delatarle, simplemente no podré, y tampoco serán capaces de acusarme de nada. Aunque no diga nada, puedo ver que le ha gustado el gesto, seguramente porque ha pensado lo mismo que yo y aprecia que seamos conscientes del peligro. Esto es lo que hacemos, proteger al otro hasta la temeridad, hasta el último aliento y sin tener en mente más que procurar el bienestar de quien nos interesa. Es una relación peligrosa, lo sé, casi tanto como tóxica por el mismo motivo, pero no se puede pedir otra cosa a dos críos maltratados hasta hacerse adultos; dos adultos heridos y abrazados a un cuchillo, esperando suavizar el filo a base de fe y amor, tan loco y desesperado como necesitado y sincero.
Clavo sus ojos en los míos y de alguna manera siento que puede verme el alma, sólo espero que no salga demasiado asqueado de ella, y lo pienso seriamente cuando se levanta y abre el cajón de su mesilla. Por suerte, lo que coge es pequeño y no parece nada con lo que pueda herirme —aunque no sería capaz de hacerlo—, no obstante, se queda mirándolo y se lo mete en el bolsillo tras hacer un amago de darse la vuelta y tomar una profunda bocanada de aire. Estoy tentada a preguntar, no obstante, si hay algo que sé de él, es que no dirá nada que no quiera.
¾    ¿Qué vamos a hacer? —oculto una sonrisa cuando nos incluye a ambos.
¾    Puedo llamar a Amy, por si sabe algo.
¾    ¿Tu amiga? —responde, desconfiado.
¾    Es seguro llamarla y se puede mover sin sospechas por la ciudad; conoce a un par de policías, creo, que quizá echen una mano. Mover hilos, ya sabes.
¾    ¿Por ella? —se extraña, aunque sé que está de broma, sólo quiere molestarme.
¾    ¡Oye! —le doy un golpe amistoso en el brazo y se ríe (es maravilloso oír su risa de nuevo después de lo de antes).
¾    No perdemos nada por intentarlo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario