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viernes, 23 de septiembre de 2016

Capítulo 37

Me dirijo al parque en el que hemos quedado sin pensarlo dos veces. Ya es hora de afrontar el pasado, no puedo seguir adelante si ni siquiera soy capaz de mirar atrás sin que se me revuelva el estómago. Cuando miro el reloj, me doy cuenta de que he llegado media hora antes de lo que debía, así que me dedico a pasear por la zona, perdida entre pensamientos. Supongo que estoy más nerviosa de lo que pensé en un principio, lo que es una tontería, mi hermano nunca me ha juzgado. Sin embargo, hay algo que me dice que esta vez va a ser muy distinto; sólo espero que no sea demasiado duro cuando se entere de lo que estoy haciendo. Sé que Alex está cerca, observándome y pendiente de que nadie que no deba se acerque a mí más de lo que a él le gusta, lo que en verdad es una milla, pero de alguna manera me tranquiliza. 
Me dejo caer en un banco, preparándome para lo que me espera más adelante. Mi hermano no será más que un aperitivo, aunque estoy segura de que me ayudará. Miro al frente, intentando que los niños que juegan en frente me distraigan. Definitivamente lo daría todo por volver a aquella época, sin preocupaciones, pero ¿qué adulto no lo haría?
¾    ¿Tu cita se retrasa? —habla a mi espalda.
Se sienta a mi lado tras cogerme con cariño por los hombros. Aunque me haya sobresaltado, incluso asustado, algo extraño en mí hace que me alegre de tenerle a mi lado en este momento. Por un lado me encantaría que pasara conmigo el resto del día, el cogerle la mano siempre consigue tranquilizarme y sentirme algo más segura, sin importar que ahora sea el peor momento para ello; en cuanto empiezo a pensar con la cabeza y a no dejarme llevar, me doy cuenta de la estupidez que estoy diciendo: puede que ahora esté con Alex, que sea más que una misión, pero a fin de cuentas es lo que debe ser. Yo soy policía, o algo por el estilo, y él es, me guste o no, un criminal que debo meter entre rejas. Vaya, ha sonado peor de lo que esperaba.
Tengo que bajar la cabeza para que no pueda ver mis ojos, creo que no podría soportarlo. No, definitivamente no podría. Me coge la mano y me la besa con dulzura.
¾    Has resistido más tiempo del que esperaba —respondo con media sonrisa.
¾    Sabías que iba a venir desde el principio, ¿cierto?
¾    Eso me temo. Pero necesito que me prometas una cosa —esta vez le miro a los ojos—: no me sigas más. Lo he aceptado ahora, pero porque te necesito conmigo.
¾    ¿Con quién has quedado? —se tensa.
¾     Necesito a Alex, mi... —trago saliva, no sé lo que decir—, no a Moore. Es un asunto personal de hace unos años que todavía no he resuelto.
¾    ¿Quieres que vaya contigo? —me acaricia la cara.
¾    No, tengo que hacerlo sola —entrelazo los dedos con los suyos y me apoyo en su hombro.
Me rodea con su brazo y me mira más de lo normal. Se ha dado cuenta del maquillaje que llevo para tapar los moretones y de que llevo el pelo hacia un lado para hacer lo mismo con la brecha de la cabeza —también me que quitado los puntos de papel para que no me los vea mi hermano, no quiero que se preocupe de más. También llevo las mangas de la chaqueta algo largas y así oculto las heridas de las muñecas.
Entonces él pasa a mirar al frente, igual que yo, solo que en mi caso estoy buscando cualquier rastro de mi hermano. En cuanto vea el coche, iré a su encuentro, procurando que no vea a Alex. Tengo pensado decirle que ya no estoy con David, sin embargo, no está en mis planes mencionar con quién paso el tiempo últimamente.
¾    ¿Alguna vez has pensado en tener un bebé? —rompe el silencio y me obliga a volver a la realidad.
¾    ¿No crees que vas muy rápido? —me alejo levemente.
¾    No digo que sea ahora, sólo que creo que no estaría mal. Cuando cerremos todo esto, habrá calma y...
¾    Alex, con nuestras vidas jamás habrá calma. Siempre tendremos que protegernos de alguien, y si es difícil mantenernos con vida a nosotros, no quiero imaginar un crío.
¾    Entonces no te gustaría.
¾    No lo sé —admito a regañadientes—. Si todo fuera distinto, quizá, pero las cosas son como son.
¾    Reconozco que me haría ilusión tener a una mini Alice correteando por casa. Pero tienes razón —suspira—. No sería justo traer un niño a este mundo.
Odio tener que ser tan brusca, pero es la cruda realidad. ¿Qué futuro tendría un niño en nuestra situación? Aunque fuera más adelante, sin tantas locuras como con las que tenemos que lidiar ahora, siendo nosotros sus padres, nada bueno le esperaría.
Veo la decepción en sus ojos, quería oír un ''adelante, hagámoslo'', no obstante, no puedo dárselo. Está enamorado de la persona que cree que soy, no de la verdadera yo. Lo odio. Odio todo esto: odio mentir, fingir, vivir dos vidas y que ninguna sea cien por cien verdad. Y tengo miedo. Tengo miedo de que sepa quién soy, cómo soy, y se una a esa enorme multitud de personas que me detestan, incluyéndome a mí.
Cierro los ojos con fuerza y le beso después de susurrarle un 'lo siento'. Estoy segura de que sería un padre estupendo, sin embargo, no tendrá la oportunidad en un futuro cercano por ilusionarse con la persona equivocada. Cuando me aparto de él y vuelvo a la tarea de antes, casi puedo sentir cómo se me quita el color de la cara. Mi hermano está a cien metros de nosotros, observándome en silencio, intentando decidir si acercarse o no. Me pongo en pie y Alex me imita, cogiéndome de la cintura en contra de mi voluntad, aunque debo admitir que ésta no es muy fuerte ahora mismo.
¾    Tengo que irme. No sé lo que tardaré, así que te llamaré cuando termine.
¾    Está bien —toma aire; sé que es difícil para él.
¾    Te quiero.
Le dedico una leve sonrisa antes de alejarme sin dejar que responda o que se despida. Mi hermano nos está viendo, y no es que sea lo más cómodo del mundo, precisamente.
Ya es incómodo que tu hermano te vea con tu novio, pero si encima éste es un capo y se supone que estabas comprometida con otro, la cosa no mejora. Espero que cuando todo acabe y le detengan no salga en los medios. Ya es suficiente la presión que tengo ahora sobre mí y lo que tendré en su momento como para sumarle un hermano cargado de 'Te lo dije'. Noto cómo inspecciona a Moore desde lejos antes de centrarse en mí, pero cuando lo hace abre los brazos sin pensárselo dos veces y me da un tremendo abrazo. Su olor familiar, la forma en la que me acaricia la cabeza protegiéndome, hace que vuelva a casa; algo que no podía soportar y que ahora tengo que afrontar. Ambos sonreímos, sabemos que estamos alargando el abrazo más que de costumbre; simplemente le necesito más de lo que me temía. Él siempre ha estado para mí, ha intentado mediar entre mis padres y yo y siempre ha salido perdiendo cuando me defendía, pero nunca se rendía. Teníamos la broma de que estaba estudiando derecho sólo para no arruinar a mis padres cuando me metieran en la cárcel, pues la cantidad de líos en los que me metía no era pequeña. Sin embargo, el destino ha querido que sea yo quien ponga a la gente a la sombra. Al separarse, me mira de arriba abajo, comprobando mi estado. Conozco esa mirada, sé que no está de acuerdo con mi aspecto, y aun así no dice nada. Yo, por mi parte, no podría estar más contenta de verle: vaqueros oscuros y camisa con una gabardina que me recuerda a las películas antiguas; sus ojos oscuros siguen siendo los mismos de siempre, al igual que su pelo perfectamente peinado y su mentón perfectamente afeitado. Cuando ambos vivíamos en casa recuerdo que rara vez se afeitaba, sólo cuando salía o tenía alguna ocasión especial; ahora nunca sale de casa con la más mínima barba. Eso es lo que hace el matrimonio, señores.
Echo un vistazo atrás para descubrir que mi anterior acompañante se ha ido, pero no soy tan idiota como para creer que no continúa aquí, al menos seguirá rondando la zona hasta que nos vayamos. Respetando las distancias, por supuesto, pero observando.
¾    ¿Qué haces aquí, Al? ¿A qué tanta prisa por verme?
¾    Quiero arreglarlo con papá y mamá.
Abre los ojos de sorpresa, y cuando se recompone, le pido que me lleve cuanto antes. No quiero perder ni un minuto, cuanto antes empiece, antes terminaré. Le digo que voy a necesitar su ayuda, que no puedo sola, y no duda en aceptar, de hecho le falta tiempo. Me lleva al coche y si no recuerdo mal, en menos de media hora deberíamos estar allí, aunque no la hace placentera. Me habla de que tengo que ir a ver a mi sobrino, de lo grande que está y cosas por el estilo que la verdad no quiero oír, menos aún tras la conversación con Alexander de hace un momento. Aun así, reconozco que me hace cierta ilusión ver al pequeño y si se acuerda de mí —eso espero. También intenta averiguar qué es lo que ha hecho que cambie de opinión tan bruscamente, pero si soy sincera no lo sé, y él acepta la respuesta. Me conoce lo suficiente como para saber que, si no quiero hablar de algo, no lo haré, y cuando respondo con un ''no sé'', lo digo de verdad; tengo demasiado orgullo como para reconocer que algo puede conmigo, y en los últimos meses me he visto obligada a decirlo demasiadas veces para mi gusto.
Finalmente, se hace el silencio entre nosotros, sin embargo, prefiero que continúe hablando de cosas sin importancia, o incluso que me pregunte cómo me va el trabajo, porque eso mantiene mi mente ocupada, me ayuda a no pensar en lo que voy a hacer ahora. No sé cómo lo voy a afrontar, son años de odio y desprecio que no se borran por facilidad, por ninguna de las partes. Espero que no me echen a patadas, al menos. Reconozco que la última discusión no fue muy agradable: resumiendo, se podría decir que les grité que para mí ya no eran nada más que extraños y que había vivido engañada —queda peor si se le añaden algunos gritos y reproches estúpidos—; en mi defensa diré que me diagnosticaron trastorno post-traumático y que apenas era consciente de dónde estaba. Después de aquello, contacté con el FBI y aceptaron meterme en una especie de academia donde me dieron tratamiento y entrenaron en la otra punta del país como pedí.
Entonces me doy cuenta de que mi hermano me está mirando por el rabillo del ojo.
¾    Atiende a la carretera, Bertie, o conduzco yo —lo cierto es que estoy deseando poner mis manos en un volante de nuevo.
¾    Siempre fuiste mejor.
¾    Sí, huir de la policía te hace aprender rápido —bromeo como solíamos hacer, pero él no me acompaña—. ¿Qué pasa?
¾    No me refería a eso. Siempre me has superado en todo: más valiente, decidida, incluso mejores notas estando en una banda. Mamá y papá te preferían antes que a mí, y lo seguirán haciendo cuando vuelvas, sin importar nada de lo que hiciste.
¾    No creo que sea así —repongo incómoda, es difícil verle así—. No hago más que meterme en líos, eres tú el perfecto, fuiste a la universidad, has sentado la cabeza con una buena mujer, tienes a Christian...
¾    Tú podrías hacerlo —contraataca algo enfadado—. David te quiere y tú estás con otro tío.
¾    ¿Es serio crees que le engañaría? ¿Y en frente de ti? Venga, eso me ofende.
¾    No, pero... no sé, se os veía bien juntos; parecía un buen tío.
¾    Y lo era. A ratos. Tenía sus momentos, como todos, pero no era como al principio. Quizá cambió él, o quizá lo hice yo.
Es posible que fuera yo quien provocara su actitud, es duro estar alejado de quien amas sin saber si está bien o siquiera dónde. Habrá estado mucho tiempo intentando encontrarme, incluso planeando la boda, y de repente se encuentra no sólo con evasivas, sino con que le he estado siendo infiel a saber cuánto tiempo —desde su punto de vista—, y le dejo tirado. Puede que la reacción no fuera la adecuada o correcta, pero es comprensible. No. No lo es. Alguien con dos dedos de frente nunca lo habría hecho. Siempre ha sido violento, yo nunca he querido verlo, pero es así. El otro día fue sólo la gota que colmó el vaso.
Cuando entramos en la calle de mis padres, un coche parece seguirnos; le indico a mi hermano que termine la calle y gire en la próxima. Quiero comprobar si es verdad, pero por si acaso, saco del bolso mi pequeño revólver, el primer arma que me dieron y guardo con cariño, y una pitillera que resulta de lo más útil para guardar balas, y las meto en la recámara una por una, con calma.
¾    ¿Llevas un arma cargada? —mi hermano se escandaliza.
¾    La acabo de cargar —matizo; entramos en la siguiente calle y el coche sospechoso continúa—. Para aquí —frena en seco en mitad de la calle—. Tápate la cara y si pasa algo, corres. Sin objeciones ni mirar atrás, ¿me oyes?
Coge una bufanda de la guantera y se la anuda al cuello de modo que sólo se le ven unos ojos asustados. Intento tranquilizarle con una pequeña sonrisa, pero el gesto se borra de mi expresión en cuanto abro la puerta. Me encamino al otro coche, el cual tiene la luna tintada, por lo que no puedo ver al conductor; llevo el revólver despreocupadamente hasta que se produce movimiento: la puerta comienza a abrirse y apunto directamente a la cabeza de quien sale de ahí. Un hombre trajeado se queda quieto, retándome con la mirada hasta que sale de la protección que le proporciona la puerta del coche para ponerse frente a mí. Me enseña la pistola que lleva en la cartuchera y saca del bolsillo interno una identificación igual a la mía; no llego a leer el nombre, pero es lo suficiente para hacerme bajar el arma; nadie intentaría falsificar nada de la CIA, demasiado enrevesado, es mucho más fácil y útil algo de la policía. Sin embargo, continúo en tensión y no digo nada a mi hermano.
¾    Agente Hathaway —se identifica—. Has tardado en darte cuenta —echa un vistazo al coche.
¾    ¿Qué quieres? —no me gusta dónde está mirando— No tengo tiempo para charlar —me acerco a él.
¾    Te quieren en Langley mañana a primera hora. Y más te vale aparecer; no es una opción.
¾    ¿Y se puede saber cómo voy a ir hasta allí?
¾    La Agencia se encarga de eso. Las instrucciones —me tiende una pequeña tarjeta que parece de visita—. Líbrate de Moore, parecéis muy apegados.
¾    Cierra la boca, perro faldero, o la pistola se disparará accidentalmente.
Con una última mirada amenazadora, vuelvo al coche con mi hermano para relajarle. No sé cómo voy a explicar a Alexander nada de esto, según la tarjeta tengo que estar preparada para que me recojan en el hotel a las seis y media de la mañana, y tendré que escaparme de alguna manera, pues no sé cuándo volveré. Tengo que encontrar una solución, algo suficientemente creíble. Otra explicación más a la lista que no tengo ni idea de cómo hacer. Bien. Bertie se quita el embozo y vuelvo a descargar el arma bajo su impaciente mirada. Sin embargo, continúo con calma mi tarea hasta tener pensado lo que decir. ¿Cómo decir la verdad sin que lo sea del todo; qué decir y qué no? Espero, paciente, a que comience a preguntar, pero para mi sorpresa se limita a observarme. Estoy segura de que sabe lo que pienso, por algo es mi hermano, dan lo mismo los kilómetros y años que nos separen. Asiento para que vuelva a la casa de nuestros padres y, con un suspiro, conduce en silencio. Aparca en la entrada al garaje y esta vez soy yo quien toma aire, mentalizándome de lo que decir a continuación, de cómo hacerlo. Él parece ver lo que siento en mis ojos, por lo que me da un pequeño abrazo cuando vacío mis pulmones intentando relajar el pulso. Curioso que pueda enfrentarme a un almacén lleno de hombres armados dispuestos a matarme pero no a una charla con mis padres. Al menos disparando no tengo que pensar, sólo actuar.
¾    Saldrá bien, no te preocupes. Tan solo intenta no gritar ni insultar a nadie —finge bromear.
¾    Haré lo que pueda —fuerzo una sonrisa—. Oye, respecto a lo de antes... Siento haberte asustado, no quería arriesgarme. Estoy aquí por trabajo y pensé que eran de eso.
¾    ¿Y lo era?
¾    Sí, pero no como esperaba. Por suerte.
¾    ¿En qué estás metida, Al? —pronuncia exhalando aire.
Ambos sabemos que es una pregunta retórica, porque conoce que no es tan fácil hacerme hablar de esos temas, y mucho menos si pienso que podría poner en peligro a cualquiera de los que quiero.
Salimos del coche y nos dirigimos a la puerta, con su brazo alrededor de mis hombros para darme apoyo. Cientos de dudas corren por mi mente, estúpidas y propias de los nervios como si llamaremos al timbre o entraremos con llave; y otras más comunes que llevan rondándome la cabeza demasiado tiempo: ¿Seré capaz de hacerlo? ¿Me perdonarán? Sin embargo, todas se disipan cuando la puerta se abre y todo lo que veo es la expresión de sorpresa de mi madre. Repaso rápidamente lo que he hecho antes de salir del hotel por si tengo alguna herida a la vista, no es esa primera impresión la que quiero dar. La verdad es que no sé cuál quiero, pero estoy segura de que los moretones no son algo que quiera ver una madre en su hija que lleva años sin hablar con ella.
Bertie ha dejado caer el brazo hasta la base de mi espalda, empujándome sutilmente. De nuevo, justo cuando había comenzado a aceptar las cicatrices y tomarlas como algo normal, vuelvo a darme cuenta de lo que significan, a avergonzarme de ellas; por lo que, cuando mi hermano toca la zona donde hay una, me muevo para deshacerme de él.
A mi madre le cuesta responder al abrazo, supongo que por la sorpresa, pero en cuanto se repone, me aprieta con tanta fuerza que casi me deja sin respiración; llora en mi hombro —no me había fijado en lo alta que soy en comparación, sacándole casi una cabeza— y se aferra como si fuera a desaparecer de un momento a otro. Yo, por mi parte, es cierto que al poco me siento incómoda, sin embargo, la dejo continuar hasta que mi hermano la instiga a separarse.
¾    Lo siento —susurro cuando me mira a los ojos—. Siento lo que hice.
¾    Calla, mi niña —me acaricia la cara—. Lo importante es que has vuelto.
Nos hace pasar y siento una oleada de familiaridad en cuanto pongo el pie en la entrada. Bertie se mueve con soltura, sin embargo yo no sé qué hacer. Todo está igual a como lo recuerdo, lo único que ha cambiado son las fotografías de las paredes, que ahora hay bastantes de Christian, mi sobrino, incluso una mía abrazándole —debió hacérmela mi hermano el día que fui a verle sin que me diera cuenta, pues estoy sorprendentemente sonriendo con sinceridad—. Ando con pasos torpes, dividiendo la mirada entre el suelo y la habitación hasta llegar a la puerta del salón, donde me bloqueo al verle. En el fondo de mi corazón sigo culpándole por lo que ocurre, por muy infantil que sea, pero tengo que empezar a superarlo, y este es el primer paso. Cuando llegamos al umbral, mi hermano me coge de la mano, sabe lo que estoy sintiendo, o al menos se acerca bastante, y mi padre se gira para mirarnos. Los ojos se le abren de sorpresa y se acerca con cautela, observándome igual que todos. Parece una presa a la espera de que el depredador ataque. Aunque creo ahora la presa soy yo. Odio que me miren.
¾    Hola, papá —es lo máximo que puedo decir sin ''opinar'' de más.
Los años no han pasado en balde, tiene arrugas en los ojos y las comisuras y ni siquiera su expresión consigue devolverle la luz a unos ya apagados y, se podría decir, tristes ojos. Las canas han convertido su pelo negro en un gris oscuro, igual que a mi madre. Algunas personas decían que había heredado su sonrisa, no obstante, viéndole ahora, nadie diría que la tiene siquiera. Nosotros terminamos especialmente mal, creo que sabe que conozco lo que hizo, pero estoy segura de que lo sospecha como mínimo; hubo un momento en el que llegué incluso a apuntarle con una pistola y a insinuárselo. No me siento orgullosa de ello, pero simplemente ocurrió en un muy mal momento, yo no era totalmente consciente de mis actos. O eso dijo el médico que me analizó.
¾    Hola, Alice —me responde y acepto un corto abrazo.
Me siento observada, y no es algo que me agrade especialmente. Me da la impresión de que acabarán viendo cualquiera de mis marcas, así que me coloco el pelo para que tape lo máximo posible el cuello y bajo aún más las mangas de la chaqueta, pues las muñecas parecen más graves de lo que realmente son.
Nos sentamos en el sofá y tomo aire, preparada para las preguntas e hipotéticas situaciones corren por mi cabeza, locas y desordenadas.
¾    ¿Estás de vuelta en Nueva York? —mi madre rompe el silencio.
¾    Estoy de paso, mañana me voy. No tengo mucho tiempo libre —prefiero que piensen eso a la verdad; y no estoy mintiendo del todo.
¾    ¿Puedes quedarte a comer?
¾    Sí, supongo —me encojo de hombros—. Pero cojo el avión a primera hora y tengo que terminar algunos asuntos, así que no me quedaré mucho.
¾    Tienes dónde dormir, ¿verdad? —mi padre se atreve a preguntar.
¾    Estoy en un hotel del centro. Puedo permitírmelo, lo paga el trabajo —respondo antes de que puedan preguntar más.
¾    Mejor dicho nuestros impuestos —Bertie intenta relajar tensión y me saca una pequeña sonrisa.
¾    Así que sigues en el FBI —la voz de mi padre está llena de preocupación, lo que no sé es si por él o por mí.
¾    ¿Quién me lo iba a decir, eh? Meter a la gente en la cárcel en vez de estar yo dentro —le lanzo una aguda mirada—. Tranquilo, estoy en homicidios, no te...
El teléfono sonando me impide completar mi acusación. La habría dejado en el aire y le hubiera hecho confesar sin que me temblara el pulso, he sido entrenada para sacar toda la información posible de diferentes maneras, y que sea mi padre no va a cambiar mi manera de proceder, como mucho podría suavizarlo, pero no hay lugar para la pena o compasión con la verdad.
Llevo la mano al bolsillo para sacar el móvil y veo una simple ''A'' iluminando la pantalla. Estoy tentada de colgarle, de continuar con mi particular interrogatorio, sin embargo, lo pienso mejor y decido levantarme para ir a la entrada y cogerlo con algo de intimidad cerrando la puerta tras de mí. Espero que se oiga menos desde dentro.
¾    Estoy bien, no...
¾    ¿Qué pasó ayer? —suena realmente serio.
¾    ¿De qué hablas?
¾    ¿Tienes una televisión a mano?
¾    Ajá —entro en el salón y le indico a mi hermano que la encienda.
Casi como si nos viera, se mantiene en silencio cuando las imágenes del almacén en el que sucedió el tiroteo ocupan la pantalla. Son imágenes de una cámara seguridad en las que se me ve disparando a diestro y siniestro, corriendo, agachándome y, en definitiva, matando. Por suerte no se me distingue la cara, ya que el pelo me la tapa en todo momento y la calidad es bastante mala. A esto le sigue una reportera en el exterior, con mi pintada en sangre de mis iniciales —reconozco que quizá haya sido algo exagerado, pero lo importante era impactar y la teatralidad, y de eso voy sobrada— diciendo que hubo un tiroteo entre, lo que parece, traficantes y policía. Entonces aparece. Ahí está.
Bueno, mejor dicho ''estamos''. «El principal sospechoso se trata de Alexander Moore, conocido traficante de Florida, pues fue visto recientemente en la ciudad acompañado de, por lo que parece, la mujer del vídeo, que se cree que se trata de su cómplice y amante. Aún no se ha confirmado su identidad y el FBI asegura estar trabajando en ello». Mientras la mujer habla, fotografías de Alexander aparecen en pantalla, algunas en las que yo estoy con él de la mano o incluso besándonos. Antes de que mis padres puedan verlo con claridad, me pongo en medio de la televisión y la consigo apagar bajo la mirada de los presentes; incluso oigo a Alex decir mi nombre a través del teléfono. Se me había olvidado completamente que lo tenía en la mano sin colgar.
¾    Luego te llamo —contesto y lo guardo en el bolsillo para enfrentarme a las miradas confusas de mi familia—. No os creáis esa basura, el FBI nunca daría tanta información tan rápido —improviso.
¾    Quien lo haya hecho es un criminal, no se puede matar a sangre fría y luego vivir con ello.
¾    ¿Tú qué sabes de eso, papá? —pronuncio con rencor— ¿Te has enfrentado a algo así en tu vida? Cuando se aprieta el gatillo es cuestión de vida o muerte, o ellos o tú; no hables de lo que no tienes ni idea, o tendré que hablar de cosas que yo sí sé.
 Con eso, salgo de allí con la cabeza bien alta, no pienso permitir que me vean rota. ¿Es así como me ven todos en realidad? ¿Como una asesina sin corazón? Quizá Alex quería decirme eso entes de que le colgara, que no puede estar con alguien como yo, igual que temía que ocurriese si se enteraba de la verdad. Involuntariamente, llevo la mano al colgante que éste me regaló ayer, envolviéndolo con el puño, esperando que no sea cierto lo que temo. A demás, ha habido una brecha en la seguridad, las fotografías eran de seguimiento, precisamente lo que debería haber evitado la policía, y la información de la televisión debería haber sido censurada por la Agencia, para asegurar la misión como a mí. Algo así no se le puede escapar tan fácilmente, lo han dejado pasar para acabar con esto de una vez por todas, seguro que por eso tengo que ir a Langley.
Actúo sin pensar, dejándome llevar por mis amargos pensamientos que me han llevado a meter la mano en un agujero de un nudo de un árbol en el jardín trasero de donde saco una bolsa de plástico con otra más pequeña llena de marihuana, un paquete de tabaco y un mechero. Ni siquiera lo pienso, me lo meto en el bolsillo y me enciendo un cigarro, sentada en el suelo con la espada contra el árbol. Casi se me había olvidado la calma que transmite la nicotina por las venas. Casi. En verdad nunca dejé de fumar, continuaba haciéndolo cuando me estresaba. A escondidas, por supuesto. Es lo único que puedo dejarme para mí misma. Hasta que mi hermano sale al jardín y me ve.
¾    ¿Qué coño haces? —se acerca hecho una fiera e intenta quitarme el cigarro.
No quiero hacerle daño, pero tampoco me encuentro de humor para hablar, así que le tiro al suelo cuando me coge de la mano y le inmovilizo con la rodilla en la espalda mientras doy una calada. Tampoco opone resistencia, por lo que vuelvo a mi posición anterior y se sienta en frente, refunfuñando y maldiciendo.
¾    Eso me pasa por meterme con un federal —masculla.
¾    Tú lo has dicho. Y no todos son tan buenos —sonrío con suficiencia.
¾    Habías dejado de fumar —él tampoco está de humor, al parecer.
¾    A diario —matizo—. Te aviso que no voy a disculparme. Mamá sigue sin saber nada, ¿verdad?
¾    No. Pero él tampoco sabe que me lo contaste. Parecía bastante...asustado.
¾    A la defensiva, más bien. Y fue él quien empezó con lo de ''criminal''.
¾    Tú te pusiste a la defensiva porque pensaste que se refería a...otra persona; nunca te ha importado lo que dijeran de ti.
¾    A lo mejor ahora sí —le desafío con la mirada apagando el cigarro consumido.
Entonces el sonido del teléfono deja a mi hermano con la palabra en la boca. ¡Dios, cómo odio ese aparato! Estoy a punto de lanzarlo, pero Bertie me lo quita de la mano para que no lo haga y me lo vuelve a dar cuando suavizo la expresión, confiando en que no vuelva a intentarlo. No obstante, es sólo una fachada.
¾    He dicho que te iba a llamar yo —respondo con brusquedad—. ¿Qué quieres?
¾    Dime dónde estás —habla con el mismo tono.
¾    No.
¾    Alice, basta. He conseguido un helicóptero y saldrá en breve.
¾    Perfecto, cógelo; no puedes seguir relacionándote conmigo con lo que ha ocurrido.
¾    No me muevo de aquí sin ti. ¿Qué demonios ha pasado?
¾    He dicho que te vayas, yo me encargo de esto.
¾    ¿Cómo, si se puede saber? Ya has hecho suficiente.
¾    ¡Me estoy jugando el cuello por ti y no eres capaz de confiar en mí!
¾    ¡Casi consigues que te maten!
¾    ¡Sé perfectamente lo que hago, ya soy adulta! Y si no te gusta cómo soy, ya sabes lo que hacer.
¾    ¿Ya está? ¿Así de fácil? —parece reprocharme mis palabras, pero estoy demasiado enfadada como para pararme a pensar en ello.
¾    Sí, así de simple. Adiós.
Esta vez mi hermano no puede evitar que arroje el teléfono contra la casa con todas mis fuerzas, y menos que éste caiga con la pantalla rajada al suelo. En vez de regañarme, me abraza con fuerza, besándome la cabeza tal y como lo hacía cuando era pequeña y consigue reconfortarme. Entre sus brazos siento que estoy temblando, no sé si de la rabia o de los nervios, la cuestión es que poco a poco me tranquilizo, con los ojos cerrados y aspirando su olor familiar.
Antes de que comiencen a caer lágrimas, puedo darme cuenta de ello y las seco para que no las vea; llorar es un lujo que no puedo permitirme, no ahora, no después de discutir con Alex y de no saber qué va a ocurrir con él o con mi trabajo. Sólo espero que sea suficientemente inteligente para hacerme caso y marcharse de aquí, quizá con mi actitud tan brusca y la televisión se haya convencido de que es lo mejor que puede hacer, alejarse lo máximo posible.
Pase lo que pase, tengo que ponerme manos a la obra y arreglar esto, sin embargo, algo me dice que no conseguiré nada hasta mañana en Langley. De repente, lo espero con impaciencia, así que me separo de mi hermano para pedirle el teléfono y poner al corriente a Amy de los últimos sucesos mientras creo que Bertie se disculpa ante mis padres. Prefiero que no lo haga, pero él es así: conciliador; espero que mi padre no vuelva a comentar nada de lo de antes, porque esta vez no voy a salir de casa, esta vez pienso contarlo todo. Ya que saqué mi energía en la discusión, o más bien salió como un torrente incontrolable, ahora me siento mucho más débil de lo que me gustaría admitir, aunque no estoy segura si es sólo anímicamente y repercute en el resto.
La conversación con mi compañera, tan atenta y comprensiva como siempre, consigue levantarme algo el ánimo y me promete que investigará lo que ha podido ocurrir para que ese estúpido vídeo de seguridad esté corriendo como la pólvora. Llevo billetes en el bolsillo trasero del pantalón, cortesía de Alexander, por supuesto, y le escondo bajo la tapa del teléfono uno de cincuenta dólares a mi hermano para cubrir el gasto de la llamada de sobra. Me fumo un último cigarro antes de volver dentro tomando una bocanada de aire y quemo la tarjeta de la Agencia cuando me aseguro de sabérmela de memoria. Puedo con ello, es sólo comer, soportar alguna pregunta de más y se habrá acabado, unos años más con contacto distante merece la pena. Están poniendo la mesa mientras mi madre termina la comida; al parecer tenía la gran mayoría hecha antes de que llegara. Echo una mano cortando algunas cosas en silencio, ella tan solo me pregunta si estoy bien y un simple ''trabajo'' parece complacerla. Hoy en día, puedes poner eso como excusa para todo y a nadie le parecerá extraño. Antes de terminar, mi padre, quien no me ha dirigido la palabra desde que entré de nuevo, me pide hablar en privado. Me muerdo la lengua y asiento con la cabeza bajo la mirada del resto de mi familia. No recuerdo la última vez que estuve a solas con él, y tampoco espero repetirla en un futuro cercano, no es algo que me interese. Se sienta en un banco del porche delantero, mientras que yo me quedo apoyada en la barandilla, incómoda.
¾    ¿Qué sabes, exactamente? —rompe el silencio.
¾    Más que tú. ¿Para eso me has traído, para sacarme información?
¾    Quiero hablar contigo, hija; tratar de entenderte. ¿Por qué no se lo has dicho a tu madre? Sé que quieres hacerlo, pero parece que disfrutas haciéndome sufrir.
¾    ¿Lo parece? Bien, porque lo hago. Te estaba dando tiempo para que lo dijeras tú, pero ya veo que todavía no te has atrevido y nunca lo harás. Tienes suerte de que esté muy liada con el trabajo, no tengo tiempo para dramas familiares. Pero en cuanto termine, pienso decírselo todo, y te advierto de que quizá haya algo más de lo que tú sepas.
¾    ¿Me estás acusando de algo?
¾    No tengo placa para ello y tampoco quiero abrir un proceso judicial, demasiado trabajo.
¾    Entonces es un ultimátum —me encojo de hombros—. ¿Hasta cuándo tengo?
¾    No lo sé. Quizá mañana o el año que viene, con esto nunca se sabe. Hazlo cuando estéis a solas, Albert no se merece nada de esto.
¾    ¿Se lo has contado?

Le lanzo una mirada indiferente y le dejo solo. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestros errores del pasado, y él ha estado huyendo demasiado tiempo.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Capítulo 36

Llamo a Alex antes de arrancar para asegurarme de que no está en el hotel. Necesito una ducha urgente, tengo el pelo manchado y no es nada agradable. Por suerte, me dice que se encuentra haciendo algunas compras por la Quinta Avenida, así que puedo pasarme tranquilamente por el hotel para asearme y vernos más tarde. Calculo el tiempo que necesitaré para todo y quedamos en una hora en el Rockefeller Center, teniendo en cuenta que tendré que hacer algo con la ropa manchada y el coche ''prestado'' por la policía. Finalmente, decido dar un rodeo por el centro y lo aparco al lado de la comisaría de donde lo he cogido antes de ir al hotel en metro. He tardado más de lo que esperaba, así que tendré que conformarme con lavarme el pelo en la habitación.
Para mi sorpresa, nadie se da cuenta de que subo a una de las suites más caras con una sudadera con un agujero y la capucha puesta; supongo que son las cosas que esta ciudad tiene, nada nunca es lo suficientemente extraño para llamar tu atención. Si no está en Nueva York, no existe.
Faltan veinte minutos para la cita y tardo diez en llegar. Perfecto. En cuanto pongo el pie en la habitación, comienzo a correr alrededor, quitándome la ropa y lavándome el pelo casi al mismo tiempo. No me va a dar tiempo de todas formas, pero prefiero llegar lo menos tarde posible, sólo me faltaba preocupar a Alex para completar el día perfecto. Espero que Beth no se meta en muchos líos con Hood ni se vaya de la lengua, por extraño que parezca confío en ella, pero no estoy segura de lo que podría aguantar.
Me pongo dos camisetas, que son inoportunamente de manga corta. De manera extraordinaria, la temperatura no está bajando de los diez grados, cosa que en Nueva York nunca ocurre. No obstante, las mínimas de Miami son el doble, por lo que tampoco es que tenga mucha ropa de invierno. Abro el armario, esperando encontrar una bolsa de plástico en la que meter la ropa manchada, y en un golpe de suerte, consigo eso y una gabardina oscura y gruesa de Alex. Supongo que no la usará, así que la cojo, especialmente para la noche, el sol cae muy pronto y no sé el tiempo que estaremos fuera; de verdad que no es ni mucho menos agradable pasar una noche en pleno diciembre en Nueva York a la intemperie. Con la bolsa preparada y el pelo mojado, salgo a toda velocidad a la calle llena de turistas.
Todos hablan de lo bonitas que son estas fechas, a punto de entrar en Navidad, pero a mí no me pueden desagradar más; me recuerdan a todo lo que he perdido, por lo que he tenido que pasar sola mientras ellos compraban regalos y se hinchaban a comer. Hay un Santa Claus por cada esquina, incluso en la Quinta Avenida, pidiendo dinero para los pobres, y se supone que tenemos que creernos que los cincuenta centavos que le dan van directamente a un crío hambriento. Esas cosas me enferman como nada. No obstante, aunque reconozco que no terminan de agradarme los niños, resulta dulce verlos correr por los escaparates, llenos de ilusión. Hoy, ellos son lo único que podría sacarme una sonrisa; no, no lo único, pues curvo las comisuras sin querer cuando le veo apoyado en la valla de la pista de hielo del Rockefeller. Siempre está llena de gente, es una especie de tradición para la mayoría de neoyorquinos y casi una obligación para los turistas, para verse integrados, me imagino. De pequeña fui algunas veces con mis padres, y luego, a partir de que mi hermano entrara en el instituto, nos escapábamos para patinar con la pista algo más libre. Quizá ese sea el mejor recuerdo que tenga de la ciudad, y ver a alguien tan especial y tan distinto dentro de él, me quita la respiración. Lleva un traje marrón con rayas, sin ningún abrigo, pero a pesar de ello mantiene la calma. Le abrazo por la espalda, y noto cómo su cuerpo está temblando del frío. Se encoge ligeramente y echa la cabeza atrás para aceptar un beso como saludo; me coge las manos y las entrelaza con un suspiro de tranquilidad.
¾    ¿Estás bien? No he tardado mucho, ¿no? —me gira para abrazarme, entierra la cabeza en mi cuello y respira unos instantes antes de separarse.
¾    Estaba preocupado. ¿Vienes del puerto?
¾    No, estaba en Brooklyn y luego pasé por el hotel para cambiarme de ropa. Estás helado —le pongo las manos en las frías y enrojecidas mejillas.
¾    Estoy bien, tranquila —me aprieta con más fuerza—. ¿Lo conseguiste?
¾    Sí. El tipo se creyó lo que le dije y se quedó el dinero. Sabía que llevas Florida, por cierto, pero está todo bajo control. Me he encargado de ello —no puedo evitar secundarlo con una seria mirada, sigo viendo toda esa sangre, sintiendo el retroceso de la pistola en mi cuerpo...
¾    Alice, ¿por qué hablas de él en pasado? —baja la voz— No habrás hecho ninguna locura, ¿verdad? —no respondo, prefiero que no lo sepa por ahora— Deberías haberme llamado, o dejarme ir contigo.
¾    No, en teoría son mis negocios. Si tienen que temer a alguien, será a mí.
Le beso lentamente para que no continúe con las preguntas. Acabará enterándose de lo que ha sucedido, pero quiero pensar primero en cómo y cuándo decírselo.  
Ahora no quiero hablar del tema, no ha sido ni mucho menos fácil, y quiero que él lo saque de mi cabeza, no que ayude a recordármelo. Me rodea la cintura y se deja llevar, desabrochándome la gabardina y pasando sus manos frías y temblorosas por mi espalda. Casi tengo que obligarle a que se separe, tengo la respiración agitada y a él no parece haberle afectado.
¾    Esa no es una buena forma de entrar en calor —me río.
¾    ¿Estás segura? —me besa el cuello.
¾    Estamos en medio de la calle.
¾    Pues vámonos al hotel.
¾    Alex... Demos un paseo, ¿quieres?
Con una sonrisa escondida, echamos a andar sin rumbo fijo durante lo que me parecen horas y a la vez minutos, si es que tiene sentido, de tienda en tienda, mirando escaparates, y comprando alguna que otra cosa, concretamente un abrigo para mí y así Alex puede quedarse el suyo. Comemos en un restaurante que parece bastante caro, y en un momento él me dice que ha ido a Wall Street y que está pensando en invertir en bolsa, y aunque sea una gran idea y quiera felicitarle por ella, algo me lo impide. Si le animo a hacerlo, significará que le estoy ayudando a encontrar una nueva manera de blanquear dinero, lo que nos meterá más en el hoyo a ambos: él porque estará cometiendo otro delito más y no será favorable en un juicio, y yo porque a fin de cuentas soy policía y eso es precisamente lo que debo evitar. Por lo que le digo que no estoy muy segura de que sea buena idea y pongo pretextos estúpidos, lo reconozco, pero no puedo decirle la verdad tan fácil.
No sé cómo, pero ha conseguido que me olvide de todo a lo largo del día, sólo existimos nosotros, nada de pasado, nada de futuro. O al menos hasta que vamos al hotel después de volver al Rockefeller para ver el árbol de navidad iluminado. A él le hacía ilusión verlo en persona, y a mí me traía buenos recuerdos, así que no tengo problemas en ceder, aunque me resisto a contestarle si he estado más veces aquí, no sé si encajaría con la tapadera, ya hay demasiadas cosas que no lo hacen, no quiero sumar más.
Cuando se quita la chaqueta del traje en la habitación, es una viva imagen del ideal de capo de los cuarenta, con el chaleco de la misma tela que el resto del traje, la camisa blanca impoluta y la corbata ancha. No sé si sonreír por la ironía o echarme a llorar, aunque lo segundo no es una opción, no pienso llorar en frente de él. O de nadie.
Me llama la atención con un silbido y sonríe, al parecer me había quedado mirándole. Se acerca para besarme antes de quitarse la corbata con una dulce expresión. Por mucho que duela, su cara es la pura imagen de la felicidad y yo me siento igual, me guste o no.
Me levanto del sofá y le ayudo a quitarse la camisa entre besos para acallar cualquier pensamiento, y él me lo agradece con sonrisas de las que echaba de menos, de las que me llevan a otro lugar, lejos de todo esto, y hacen las cosas más sencillas.
¾    ¿Has pensado qué va a pasar cuando volvamos?
¾    ¿A qué te refieres? —no es que ahora me apetezca pensar, precisamente.
¾    Te has hecho con Nueva York, ahora te presionarán para que vayas a por Europa con nosotros.
¾    ¿Tú sigues pensando en hacerlo?
¾    ¿Seguimos hablando de Europa o...? —pone una pícara sonrisa y comienza a levantarme la camiseta.
¾    Hablo en serio —le aparto.
¾    Vale, sí. Quiero hacerlo. ¿Hay algo malo en ello?
¾    Es peligroso, eso es todo. Y tampoco es que me agrade el 'club del Padrino'.
El Club del Mafioso era demasiado simple, he tenido que darle mi toque cinéfilo. Eso le hace sonreír ligeramente y acercarse de nuevo. Pero no estoy de humor, está hablando de temas mucho más serios, si de verdad lo consigue, la condena alcanzaría un nuevo nivel, no podría ayudarle aunque pusiera todo mi empeño.
Me dejo besar, apenas correspondiéndole porque tengo la cabeza en otro lugar, sin embargo, cuando me quita la camiseta y baja por mi clavícula tengo que empujarle. No me siento a gusto, sé que es una tontería, lo he hecho antes y estando de peor humor, pero ahora no puedo, es superior a mí. Si estoy con alguien será porque estoy segura de ello, no porque me parezca que es lo que deba hacer en ese momento, ya he pasado por eso y no tengo intención de repetirlo. Me doy la vuelta y así no mirarle a los ojos, no quiero verle juzgándome; últimamente siento que con cada movimiento que hago tengo diez personas mirándome y murmurando lo mal que lo hago todo.
¾    ¿Ahora qué, Alice? —se exaspera.
¾    No estoy de humor, ¿vale? —ando por la habitación para alejarme.
¾    ¿Es por algo que he dicho? ¿Por Europa?
¾    No, ya sabía a lo que me atenía si estaba contigo. Sólo déjalo estar, ¿vale?
¾    No pienso hacerlo, no estás bien —se arrodilla en frente de mí.
¾    Mira, Alex, he tenido un día asqueroso, lo último que necesito es tu compasión.
¾    Si dejaras de estar a la defensiva, verías lo mucho que te quiero —me coge de las manos—. Y creo que ya es hora de abrir los ojos.
Saca del bolsillo del chaleco una pequeña caja de terciopelo azul. No puede ser, no es posible que esto sea cierto. No se le ocurriría hacer una locura así, aunque, ahora que lo pienso, sí es capaz. Sobre todo si piensa que podría estar en peligro, querría algo más serio, y aún más después de lo que pasó con Paulie. Lo peor de todo es que, aunque lo vea mal, me encantaría que fuera así; la cara de los de la Agencia cuando se enteraran sería de lo más divertido. Pero no, no puede ser. Para ninguno de los dos. No quiero hacerle aún más daño del que le voy a hacer, y si son ciertos mis temores, tendré que hacer que devuelva el anillo mientras me mira con esos ojos tiernos y soñadores.
Respiro hondo cuando abre la caja, doy gracias internamente a que no sea lo que esperaba, o al menos no exactamente: es un colgante de dos pequeños anillos enlazados, uno de oro rosado y el otro con brillantes que me temo que son diamantes, nada inferior sería aceptable para él, o para Tiffany's, de donde es la caja. La sonrisa sigue intacta en su cara a pesar de mi estupefacción, y estoy segura de que me ha visto suspirar de alivio, pero no le impide sacarlo de su cajita y ponerlo en la palma de la mano, ofreciéndomelo. De repente, su expresión se vuelve seria y decidida, similar a la que tiene cuando quiere algo con tanto fervor que pierde el norte. Me coge la mano y lo pone en la palma con una mirada llena de amor.
¾    Esto no es un regalo, mon ange, es una promesa. Esto es mi promesa de que, no importa las peleas, los kilómetros o las personas entre nosotros, siempre encontraré la manera de volver junto a ti. No te abandonaré —traga saliva—. Soy celoso, lo sé; tengo mil defectos, lo sé; pero tengo una gran virtud: cuando digo ''te quiero'' lo digo en serio. Y ¿quién sabe? A lo mejor un día los llevamos en el dedo.
Se le escapa una sonrisa nerviosa y yo reprimo las lágrimas. No sé cómo sentirme, feliz de que lo diga o como una persona horrible, porque tendrá que romper esa promesa y yo no puedo hacer ninguna que se acerque siquiera; y en el fondo sé que lo sabe, y hace sentirme peor. Él sólo da sin esperar nada a cambio y lo hace consciente de ello, mientras que yo a lo máximo que puedo a aspirar es a admirar su dedicación y cariño.
Y cuando dice al final que quizá los llevemos en el dedo, es más que una promesa, es una proposición tímida e insegura. Lo que no sé es si por él o por mí, y aunque me haya costado aceptarlo, no quiero comprometerme con nada ni nadie, siempre tiendo a estropear incluso las cosas más sencillas y herir a las personas que menos se lo merecen.
Lo único en lo que era buena era con los casos del FBI, y era porque trataba con cadáveres y no duraban más de unas semanas; creo que era tan buena especialmente por eso, quería deshacerme cuanto antes de cualquier responsabilidad extra.
Alex me mira, esperando una respuesta, pero no tengo palabras para él, no que crea que se merezca en vez del desprecio que siento hacia mí misma. Así que me levanto y tiro de sus hombros para que se ponga a mi altura. Le ofrezco el collar para que me lo ponga y me acaricia el cuello lentamente, pasando los dedos por las magulladuras en proceso de curación; le agradezco que intente cuidarme a pesar de todo. Me pego contra él, así puedo sentirle rodeándome, aislándome del mundo y llevándome a un lugar mejor. Tengo que morderme el labio para evitar que caigan más lágrimas, no obstante, algunas han decidido escaparse y agradezco que Alex tiene la cabeza enterrada en mi cuello para que no las vea. Cuando parece que me he calmado, decido separarnos y le doy un ligero beso. Necesito decir algo, una pequeña confesión que espero que valore.
¾    Me encanta esto. Nosotros. Y no quiero estropearlo, es...demasiado bueno.
¾    ¿Seguro que estás bien? —desconfía; reconozco que ese tipo de cosas no son mi estilo, pero tenía que sacarlo.
¾    Sí, agotada, pero bien.
¾    Pues vamos a dormir —se separa con un beso, muy lentamente, como si no quisiera hacerlo.
Sin embargo, a mí aún me queda algo que hacer. Observo cómo se prepara de manera metódica, mirándome de vez en cuando con una expresión mezclada entre embebida felicidad y preocupación. Maldita ciudad y sus efectos sobre mí.
Mientras que él tiene una especie de ritual, colocando la ropa y preparando incluso lo del día siguiente; yo me pongo una camiseta vieja de mi hermano y dejo el resto tirado en el sofá—sí, soy un desastre—. Antes me la ponía porque olía a él, pero ahora es simple costumbre. Espero pacientemente a que Alex caiga en un sueño profundo y así poder apartarle lo suficiente para salir de la cama. Cuando miro la hora, es de madrugada, y siento lo que voy a hacer, pero lo necesito. Me visto con la misma ropa de antes y bajo al frío de la calle a hacer una llamada un par de calles más abajo. Ahora sí que se siente diciembre en Nueva York. Los dientes me castañetean a pesar del abrigo, y me hacen aún más difícil hablar, aunque mejora un poco al cerrar la puerta de la cabina. Doy gracias a que aún continúen existiendo. Marco el número que quiero con dedos inseguros y espero varios tonos hasta que lo coge; me aseguro de tener suficiente dinero en cuanto oigo la señal, no permitiré que se corte la conversación.
¾    ¿Quién es? —habla una voz somnolienta y sonrío enseguida.
¾    Bertie, soy Alice —oigo mi propia voz entrecortada por el frío y los nervios.
¾    ¿Al? ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
¾    Sí, sí, no te preocupes. Siento llamarte a estas horas, no he tenido otro momento libre. Verás, estoy en la ciudad y... —tomo aire— me gustaría verte, pero no sé cuándo me iré, así que... —dejo la frase a medias. 
¾    Espera, ¿estás en la calle? Dime dónde y voy a por ti.
¾    Albert, tranquilo, tengo dónde quedarme. Sólo quiero saber si podemos vernos. Te echo de menos —digo después de pensarlo unos segundos.
¾    Sí, claro —responde algo ausente, quizá confuso.
¾    ¿Te viene bien en el parque de detrás de la biblioteca?
¾    ¿Cuál?
¾    Midtown —espero unos segundos que se hacen eternos.
¾    Vale, ¿sobre las diez?
¾    Perfecto. Te quiero, idiota.

¾    Y yo a ti, mocosa.