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viernes, 29 de julio de 2016

Capítulo 29

Ahora mismo no sé si saltar de la silla y golpearle con ella hasta cansarme o simplemente escuchar lo que sea que tiene que decir, creo que me merezco saber el motivo de todo esto. Haga lo que haga, van a matarme de todos modos, así que tengo que actuar y decidir rápido. Pero antes de jugar con mi vida, he de proteger la de Alexander, él es mucho más inocente de lo que parece, y aunque haya hecho cosas malas, será la justicia quien decida lo que ocurra con él, no un mísero traidor. Antes de matarle a él, tendrán que pasar por encima de mí.
Aunque el hecho de que me encuentre en esta situación no me hace un gran enemigo al que enfrentarse. Debo encontrar una solución, y por la fuerza está claro que no haré más que empeorar las cosas, así que tomo aire para calmarme y oculto una sonrisa cuando me doy cuenta de que tengo los pies libres; si se acerca demasiado, podré defenderme al menos de él, ya veré qué ocurre con el resto.
¾    ¿Has dormido bien? —creo que mi mirada feroz le sirve de respuesta; doy gracias de que se centre en mis ojos— Siento los modos, pero no nos dejaste otra opción —me quita la mordaza enseñándome la pistola como intimidación.
¾    Traidor... —me revuelvo en la silla, pero no se inmuta, continúa acercándose.
¾    Le dijo la sartén al cazo —se ríe—. Ronald Moore fue un grande, alguien de quien deberíamos aprender, y tú hiciste que lo metieran en la cárcel como una rata.
¾    ¿Acaso habías nacido cuando pasó?
¾    Ja ja. Tienes mucho humor para lo que está ocurriendo.
¾    ¿Qué tiene que ver el padre de Alexander en todo esto? Pensé que era por Alex.
¾    No, preciosa, no te confundas. Es por el dinero. Y vosotros dos me estáis estropeando los planes. Comprende que no puedo dejar que continuéis, no después de Coleman —si a él quería matarle, nosotros no seremos menos—. Además, si conseguiste acabar con Ronald, no te costaría hacer lo mismo conmigo.
¾    ¿Sabes? Me gustaría saber qué te estás metiendo, porque se podría escribir un buen libro de lo que dices. 
¾    Tengo pruebas, fotografías. Y sabes defenderte con una pistola, apuesto a que no te enseñan eso en un internado de pijos.
¾    Salí con Alex, por Dios, pues claro que conocí a su padre. Ya te lo dije, fue él quien me metió en esto en un primer momento, me hizo aprender a usar un arma.  
¾    Me parece que estoy perdiendo el tiempo contigo, Alice. Tengo cosas que hacer.
Con eso, da por finalizada la conversación entre nosotros. Me da la espalda y saca la pistola para comprobar las balas antes de apuntarme a la cabeza con gesto despreocupado; incluso bosteza cuando me la pega a la sien. Ahora es cuando tengo verdadero miedo, está tan relajado por matarme que dudo mucho que se inmute cuando lo haga para más que limpiarse la camisa. El chico agradable era sólo una fachada para un verdadero psicópata, no tiene problema alguno en planear la muerte de quien le ha dado todo y de acabar con mi vida a sangre fría después de yo salvar la suya hace horas. Cierro los ojos, sabiendo que todo ha acabado. Todas las veces que lo he pensado, he acabado saliendo airosa, con cicatrices o heridas, pero nada comparado con esto. Tomo aire, preparada para lo que viene a continuación. Creo que nunca lo he estado antes tan poco como ahora, al fin había conseguido tener un motivo por el que seguir adelante, y ha sido mi perdición. No es cierto eso de que antes de morir se te pasa por la mente todo lo que has vivido, sólo miedo, resignación, pena, incluso, pero nada parecido a lo que dicen. Excepto...Excepto una voz. Oigo una voz que me hace abrir los ojos de repente y cambiar de idea. Mis pensamientos van hacia el lado contrario, ya no se centran en mi final, sino en el de Alexander.
¾    Paulie, ¿por qué no me cogías el teléfono? —si no le conociera, diría que suena desesperado— Da lo mismo, no encuentro a Alice. Tendría que haberse quedado en su casa, pero se fue con alguien y ha desaparecido —al cerrar los ojos no he visto que había llamado por teléfono.
¾    Lo sé. Y si de verdad quieres volver a verla, deberías escucharme.
¾    ¿De qué estás hablando?
¾    Te enviaré una dirección y vendrás de inmediato. Solo y...
¾    ¡Alex, no! —grito, sin temor a ser reprendida— ¡Es una trampa, no vengas...!
Mi captor me golpea con la culata de la pistola y el mundo comienza a dar vueltas. Creo que debo estar batiendo algún récord de golpes en la cabeza; si salgo de esta, debería ir al médico para asegurarme de que no me han hecho nada serio.
¾    ¡Alice!
¾    Como iba diciendo... No traigas armas, no queremos tener que... acabar demasiado pronto.
¾    Paulie, ¿qué estás haciendo? Te salvó anoche, yo...
¾    Se te acaba el tiempo, no estoy para sermones.
¾    Quiero saber que está bien. Ponla al teléfono —adopta un tono serio, distante.
¾    Alexander, creo que no estás en posición de exigir nada. No lo hagas más difícil, ¿quieres? Sabes que no dudaré en apretar el gatillo.
¾    ¡Estoy bien, no te acerques o te matarán! —yo tampoco dudo de que lo apretará, sólo espero que Alex no esté en la trayectoria.
Paulie dispara al suelo, junto a mi pie, y no puedo evitar gritar del susto. Maldigo en mi mente, no debería haber hecho eso. Si él me oye gritar se asustará más y hará exactamente lo contrario a lo que le digo. El aire se agolpa en mis pulmones y no puede tomar forma para crear palabras; no consigo reaccionar para más que pensar que ha faltado muy poco. No sé si ha sido falta de puntería o adrede, pero ha bastado para hacerme ver que va mucho más en serio de lo que me gustaría.
¾    ¡Hijo de puta! —estalla— Ni se te ocurra tocarla un pelo, o te juro que...
¾    Tranquilo, Moore; está viva. De momento. Tienes diez minutos o el próximo tiro será en la cabeza.
Cuelga el teléfono, pero no se lo guarda, sino que lo manipula por unos minutos, supongo que para mandarle la dirección e informar de que está viniendo. No tendrán dudas con eso, al menos yo no las tengo. Con un último vistazo, sale de la habitación, pero no me deja tiempo para descansar o pensar siquiera en lo que va a ocurrir a continuación, porque en seguida vuelve con una silla igual que la mía y un matón dos veces más ancho que él y una cabeza más alto. Ambos llevan la pistola en la mano, por si se me ocurre hacer cualquier cosa, lo que descarto al instante. Creo que es la primera vez que me encuentro totalmente perdida sobre qué hacer, no veo ninguna salida, tan sólo puedo imaginar a Alex acercándose y muriendo tiroteado por intentar salvarme. A esto se referían cuando me decían que no debo implicarme emocionalmente, es cierto que nubla el juicio; y aunque sea la primera vez, no puedo garantizar que sea la última.
El segundo hombre se queda flanqueando la puerta, mientras que Paulie se sienta a mi lado. Tengo miedo de que vea la cinta aislante despegada, pero por suerte tampoco se fija; es lo único que me acompaña ahora mismo y ruego por que continúe.
El frío metal del cañón de la pistola, atraviesa mi sien por todo mi cuerpo y me provoca un escalofrío; la cabeza me va a estallar de la cantidad de golpes que llevo en el día y tengo que cerrar los ojos para intentar disipar el dolor en vano.
¾    ¿Estás bien? —Paulie me pregunta, poniendo la mano libre a la altura de mi mandíbula. Me sorprendo cuando la retira manchada de rojo.
¾    Tranquilo, nadie muere por un dolor de cabeza. Podrás matarme tú mismo.
¾    Me preocupo, aunque no lo creas. Mi dinero depende de tu estado.
¾    Curiosa doble moral —murmuro—. Algo me dice que te da igual lo que me pase mientras que Alex te pague. Después de todo lo que hemos hecho por ti...
¾    Alice, no sabes la pena que me da en el fondo.
¾    Muy en el fondo, aparentemente —murmuro.
¾    No es agradable matar a una chica a sangre fría. Ni limpio, desde luego.
¾    ¿Y a un capo? —eso atrae especialmente su atención— Por favor, no le mates a él, no tiene nada que ver. Haz lo que quieras, arruínale, chantajéale... Pero por favor déjale vivir —¿soy yo quien de verdad está diciendo esto? Los golpes han debido afectarme más de lo que pensaba.
¾    Repugnante. Asqueroso —su expresión apenada cambia a una de furia—. Ambos dispuestos a morir por el otro. ¿Cómo podéis ser tan estúpidos? No sois nada especial, la gente viene y va, un día os amáis y al siguiente hay traición.
¾    Experiencia propia, eh —reconozco que eso ha sido un golpe bajo, pero no es que él esté siendo muy legal—. Eres muy triste Paul, pensaba que eras un psicópata; pero en verdad sólo eres un crío celoso porque tu querido amigo ya no te hace caso. O quizá el problema está en que sólo es un amigo.
Levanta la mano para golpearme de nuevo, sin embargo, esta vez se controla y se detiene a tiempo; lo que no implica que cambie la cara. He dado justo en el clavo, yo he sido el desencadenante de todo. Es una locura, Alexander no se fijaría en nada que yo no tenga, por decirlo de alguna manera, pero para el joven es más que claro que si no fuera por mí, quizá hubiera sido diferente; o no, a lo mejor sólo quería su atención como un niño pequeño con un juguete, solo que llevado a un extremo enfermizo y envenenado por el dinero que puede ofrecer este negocio.
No hago más que meterme donde no me llaman aunque ni siquiera sepa que lo estoy haciendo. Quizá debería parar, no obstante, ya lo tengo todo perdido, no veo por qué no he de divertirme un rato.
¾    Cállate. Parece que no recuerdas que soy yo quien tiene la pistola. Al menos valoro mi propia vida, no necesito a nadie.
¾    Ni nadie a ti.
¾    Quizá debas cerrar la boca, francesa. Tengo el control de las cámaras de la casa de Moore, incluida la de su dormitorio —no puedo decir que me sorprendan las cámaras pero... Espera.  
¾    ¿Qué?
¾    Os llevo viendo todo este tiempo; fue todo un espectáculo, he de reconocer, a veces algo empalagoso, pero las noches no tenían desperdicio. ¿Alguna vez te han dicho que eres una tigresa en la cama? —se carcajea, aprovechando mi estupefacción— Dios, dile a Moore que se haga mirar la espalda, debe tenerla horrible.
¿Cómo es posible que me haya distraído hasta tal punto? ¿Cómo ha podido dedicarse a vigilar todo sin que nadie se haya dado cuenta? Debo normalizar mi respiración si no quiero dejarle la victoria tan fácil, no obstante, no lo consigo, simplemente es demasiado que asimilar en muy poco tiempo. Él ha sido el responsable de las muertes de mi ex profesor y el amigo de Moore, ha estado controlando cada paso que se daba en la casa y a Coleman. Él es el verdadero capo, Alex está siendo una simple marioneta; o al menos eso parece. Deben detenerle e interrogarle, y si salgo de esta me aseguraré de que pague todo lo que está haciendo. O podría ocurrir un  accidente, tal y como planeaba para nosotros.
Es una estupidez decir que es mentira lo que ha visto, porque ambos sabemos que no es así. Sencillamente es una invasión de la intimidad enorme, prefiero que me ataquen de cualquier otra manera antes que así, pues me es imposible defenderme.
Me guste reconocerlo o no, la batalla ha acabado y por primera vez he perdido estrepitosamente, cuando llegue Alex espero que tengan compasión y no le enseñen mi cadáver, porque estoy a punto de hacer una locura. Si obtengo algo de tiempo, que disparen y que alguien lo oiga y llame a la policía, tendré todo lo que quiero. No tengo nada que perder, así que el miedo esta vez no me afectará. Por suerte, tengo la oportunidad de disfrutar de la cara de estupefacción de ambos hombres en la sala cuando les ofrezco la mejor de mis sonrisas, provocando que el más joven acerque su silla delante de mí como quería. Cuento hasta tres para analizar los movimientos, el espacio y los contrincantes y la acción comienza.
Con un movimiento súbito, golpeo las patas de la silla de Paulie, de forma que cae de cara contra el suelo, pues yo ya me he apartado para entonces. En apenas un par de segundos, el guardia ya se encuentra apuntándome, pero como no paro de moverme y la silla a la que sigo atada le bloquea la visión, no se decide a disparar; duda que aprovecho para embestirle de espaldas. La silla no se rompe, pero basta un forcejeo y un par de golpes más contra su cuerpo para convertirla en, aparentemente, trozos inservibles de madera, no obstante, se pueden usar como bates improvisados. Aunque eso sería si tuviera las manos libres, porque el plástico que rodea mis muñecas continúa haciéndome daño y todavía tengo que quitármelo. Antes de ponerme en pie, Paul sigue mi línea de pensamientos y está empuñando una pata, dispuesto a hacerla verdaderamente inservible contra mi cuerpo; ahora es cuando doy gracias a haberme entrenado tanto en los movimientos rápidos, pues me dan la solución para salir del aprieto. Ruedo sobre mí misma y con una simple zancadilla hago que vuelva al suelo, pero ahí se me han acabado las ideas. Si me levanto, mi equilibro estará bastante perjudicado sin brazos, y si me quedo aquí, estoy a su mismo nivel, cosa nada favorable. Recuerdo una pelea, años atrás, en Harlem, donde se usaron métodos poco ortodoxos y bastante desagradables, pero efectivos a fin de cuentas, así que los uso, teniendo en mente que sólo lo uso porque es mi única alternativa; a pesar de esto, no es nada fácil de hacer, seguramente acabe con un fuerte dolor de cuello, y la verdad que el de cabeza no me preocupa, no puede ser mucho peor que lo que ya llevo. 
Consigo darle una patada en la rodilla para que no se levante a corto plazo y me pongo sobre él. Sólo quedan dos acciones rápidas y dolorosas: un rodillazo en la entrepierna y antes de que pueda decir algo por el dolor, encadenarlo con un cabezazo directo a la nariz para rompérsela con suerte y valor. Un desagradable crujido me indica que he logrado ambas cosas e, inevitablemente, me quedo tirada en el suelo, jadeando. No entiendo cómo no ha llegado más gente a averiguar lo que estaba pasando, estoy segura de que la cantidad de ruido que hemos hecho hubiera alertado hasta a alguien sordo, sin embargo, aunque me quedo esperando una oleada de hombres armados y una lluvia de balas hacia mí, nada ocurre. Paul se retuerce de dolor a un metro de distancia, pero no alcanza a hablar, es como si le faltara la respiración; cosa que comprendo a la perfección, porque yo me siento exactamente igual sin haber recibido golpes tan duros.
No puedo quedarme así eternamente, por lo que encojo mis piernas todo lo que éstas me permiten y, cortándome aún más las muñecas, consigo pasar los brazos y ponerlos por delante. Algo es algo. Recuerdo que hubo un cursillo de ''Qué hacer en caso de secuestro'' en la oficina, pero me perdí la mayoría de las clases porque simplemente no me apetecía ir. Sin embargo, mis compañeros insistieron en enseñarme un par de cosas por si acaso sucedía algo parecido. Sabían —y saben— que una vez que esté completamente libre, pocos pueden hacerme frente, así que se centraron en las formas de desatarme y quitarme plásticos como estos; con la diferencia de que con los que practicamos no parecían tan anchos, pero es la única opción que tengo. Sé que va a doler, por lo que aprieto las mandíbulas cuando hago el movimiento brusco que indicaban —consiste en separar las muñecas lo máximo que se pueda y dar un fuerte rodillazo al plástico a la vez que bajas los brazos para ayudar con el golpe—. Siento cómo se clavan en la carne un poco más, aunque tengo más suerte de la que esperaba y caen al suelo, rotos y con alguna parte mía, estoy segura. No me importa que caiga sangre de allí donde estaban, soy libre. O todo lo que podría serlo, al menos.
Cojo la pistola del suelo y voy a gatas hasta un lado de la puerta, esperando la incursión, pero cuando la puerta se abre de una patada desde el lado contrario, siento que mis piernas flaquean, y si no hubiera sido por él, estoy segura que me encontraría de rodillas como mínimo. El alivio que siento al verle conmigo, sano y...No, no está a salvo. Ninguno de los dos lo estamos. Y me doy cuenta de inmediato, pero no lo suficientemente rápido al parecer. Me quita el arma de las manos, éstas que han perdido su fuerza de repente para dársela a él según lo que veo, pues jamás le he visto tan fiero, con tanta frialdad en sus ojos, que en vez de recordarme al tranquilo y cálido Caribe como siempre, se han convertido en puro hielo.
Se da media vuelta, extiende el brazo como un verdadero experto, y la lluvia de balas sucede exactamente como temía. Con la diferencia de que en vez de venir hacia nosotros, es el punto de partida. Siento el cuerpo de Alexander absorber la vibración del retroceso, mis dedos, enredados en su camisa, tiemblan al sentir cómo su pecho sube y baja con cada tiro que destroza mis oídos. Con la mano que tiene libre, mantiene mi cabeza protegida y apretada contra él, impidiéndome la visión más allá de nosotros.
Hace unas horas, habría contado los disparos, hubiera controlado no quedarnos sin munición, pero ahora estoy demasiado cansada como para hacer nada, mental y físicamente hablando. Y siendo sincera, no quiero saber lo que está ocurriendo, llevo mucho tiempo preocupándome por todo, y es hora de que otro se ocupe.
Aun así, cuando creo que todo ha terminado, hay algo que me hace abrir los ojos. Siento que tocan mi tobillo, una mano me lo rodea sin apenas fuerza antes de que Alex se ponga como escudo humano. No he podido ver lo que pasaba, pero me imagino que era Paul, intentando...no lo sé, quizá sólo quería llamar la atención, sin embargo, el capo le aparta de una patada y veo la decepción en sus ojos, está realmente dolido.
¾    Alex, por favor... —su voz es apenas un susurro, una súplica llena de temor— Yo no... —se calla en cuanto oye la pistola cargarse, y por mucho que lo odie, tengo que intervenir; tengo que saber algo.
¾    Espera —pongo una mano en su brazo—. Dame un momento con él.
¾    ¿Qué? ¿Estás loca, Alice? Ni de coña...
¾    Por favor. No puedes mancharte más las manos, sabrán que he estado aquí y averiguarán que tú también. Llama a tus hombres, que limpien esto.
¾    ¿Y él?
¾    Lo incriminamos —le susurro—, sé que puedes hacerlo. Y no hablará, él mejor que nadie conoce a los vuestros de la cárcel y lo que le harían.
¾    Bien, pero no te dejaré a solas —insiste feroz.
¾    Vigila la puerta —le quito el arma de las manos tal y como lo ha hecho él antes y, con un beso, me obedece.
Mantiene la mirada hasta que cierro la puerta tras de mí. Me meto el arma en la parte trasera del pantalón tras ponerle el seguro, algo recuperada de lo de antes. No sé de dónde he encontrado fuerzas, pero levanto una silla del suelo y le ofrezco una mano para ayudarle a sentarse. Me mira con recelo y no la acepta, a lo que respondo encogiéndome de hombros. Peor para él. No le queda demasiado.
Pensar en mi misión me ha devuelto mi objetividad, puede que esté furiosa con él, no obstante, necesito información que sólo él puede darme, o al menos tendré la oportunidad de conseguir, pues dudo que aunque le interrogue la policía se atreva a decir nada, conoce lo que les hacen a los soplones.
¾    ¿Por qué me has salvado? —tiene la voz ronca y hace un gesto de dolor cuando intenta incorporarse.
¾    No quiero que se manche las manos con tu sangre, no se lo merece.
¾    ¿Y por qué no me disparas tú? Ya lo has hecho antes, y con mucha puntería—observa—. ¿No te atreves a matar a alguien? ¿Por eso no lo hiciste en el club?
¾    Ojalá estuvieras en lo cierto —se me escapa una amarga sonrisa—. Tan solo quiero saber unas cosas antes. Si tu respuesta me agrada, vives; si no, mueres.
¾    No tengo garantías.
¾    Ni nada que perder.
¾    Hablas como un poli —escupe sangre al suelo.
¾    Y tú como un muerto —saco la pistola y le apunto directamente a la cabeza—. ¿Dónde tienes los vídeos de vigilancia? —a pesar de todo, le provoco una sonrisa.
¾    En mi móvil.
¾    ¿Y el resto de copias?
¾    No hay. No puedo arriesgarme a que lo vea alguien inapropiado.
¾    Un poco tarde para eso. Dámelo.
¾    ¿Eso es todo lo que te interesa? ¿Un estúpido vídeo?
¾    Última oportunidad —le tiendo una mano, pero deja caer el teléfono al suelo en cuanto lo saca del bolsillo— Gilipollas. ¿Por qué los mataste? Lawler y Nate.
¾    Cuando te lo diga, me matarás.
¾    Yo cumplo mi palabra, traidor —sigo sin bajar el arma—. Sabes tan bien como yo que si Alex se entera de lo de Nate te matará. Confiar en que yo callaré es tu única baza.    
Con un suspiro de resignación, comienza a hablar de manera monótona, como alguien a quien no le importa lo más mínimo lo que está diciendo o las consecuencias, y lo peor es que sé que es así. Me mantengo apoyada en la puerta y así evitar cualquier intento de fuga; pero aun así, a mitad de una frase, se detiene y se lanza contra mí. Por suerte, estoy entrenada para situaciones así y me basta con una patada para devolverle a la silla en la que estaba sentado; a demás, se encuentra demasiado débil como para presentar más pelea que esa. Y, sinceramente, no es que yo me encuentre en mis mejores momentos: el mundo a mi alrededor se mueve e incluso tambalea, y no estoy hablando en sentido figurado. Estoy mareada, quizá por el esfuerzo o por la cantidad de golpes en la cabeza, lo que sería preocupante. Sin embargo, me obligo a mantenerme impasible.
Pero, por supuesto, lo peor de todo es lo que cuenta, no obstante, en el fondo de mi corazón sabía que iba a decir algo por el estilo, simplemente quería negarlo y me aferraba a la posibilidad de que fueran imaginaciones mías. Resulta que no es así.
Ambas víctimas habían sido contratados por algunos hombres de Alex, de entre los que estaba Paulie, obviamente; ''contratar'' es un eufemismo, por supuesto: significa que trabajan para ellos a cambio de sus propias vidas o incluso de la de algún ser querido.
Al que fue mi profesor, lo secuestraron cuando desaparecí y torturaron con droga, por lo que cuando le dejaron libre, se había convertido en un adicto. Es comprensible que aceptara sin pensar la oferta de droga a cambio de mantenerme vigilada. Sin embargo, si es cierto que llevaba tiempo vigilándome, sabía de sobra para quién trabajaba, pero no dijo nada, pues al contrario hacía mucho que estaría bajo tierra. Dio su vida por protegerme. Otra persona más. Cuando vuelva a Los Ángeles dejaré flores en su tumba.
Cuando fui vista en Miami, acabaron con él por incumplir con su tarea de impedírmelo. Así de sencillo. Le mataron al estilo de Ronald Moore, por disfrute personal de Paulie y comodidad de los asesinos: sería fácil decir que había sido la mafia de Alexander.
Aunque el tema de Nate es mucho peor, no estoy segura para qué parte. Mientras que Lawler, el profesor, se vio casi obligado, él prácticamente suplicó que le dieran el trabajo. Puede que fuera por el dinero —según Paul era una cantidad astronómica—, pero corrió a traicionar a su amigo a cambio de algo tan frío. Su trabajo era el mismo que el de Lawler, aunque algo más complicado: mantenerme alejada de Alex sin que él se enterara de que estaba por la ciudad ninguno de los dos. Al parecer las cosas no habían acabado del todo bien entre ellos en el instituto y Nate andaba metido en trapicheos ajenos a la organización, así que si le veía, lo más probable era que acabara muy mal. No debió hacer el trabajo como debía, pues fue asesinado de una manera mucho más sanguinaria después del baile de máscaras en el que nos reencontramos.
Tan sencillo y a la vez tan retorcido. Ellos conocían nuestras vidas y nos han dejado vivir todo este tiempo, ajenos de cualquier sospecha, para esperar el momento adecuado. Me siento más estúpida que nunca por no haber podido pararles a tiempo. Nate no es que fuera santo de mi devoción, pero no se merecía esto ni nada lejanamente parecido, sólo era un niño de papá confundido; y Adam...(Lawler), era el único de aquel infierno que merecía la pena, era un tipo íntegro, leal...Sólo puedo decir cosas buenas de él. Y por culpa del hombre que tengo delante, cada vez que piense en él no me vendrá a la cabeza su aspecto ligeramente desaliñado, su sonrisa tímida o las largas charlas que compartimos cuando la gente me abrumaba o incluso las veces que nos cubrió a Alex y a mí en nuestros líos y trifulcas cuando se metían conmigo; mi mente se inunda con la imagen policial de su mutilado cadáver, ensangrentado y dejado morir en la calle.
Tomo una profunda bocanada de aire cuando termina su relato, intentando relajarme, y cierro los ojos para evitar que caiga cualquier lágrima. No es sólo su culpa; yo la comparto y eso me tortura por dentro. Debería haber hecho algo, intentar protegerles.
    Gracias —digo en un susurro aún con los ojos cerrados.
Aprieto la mano en torno a la pistola con más fuerza de la que recuerdo haberlo hecho nunca, una nueva bocanada de aire me hincha el pecho y cuando lo expulso, el sonido seco de un solo disparo rompe el silencio de la habitación. 
Cuando salgo de la habitación, el mareo se acrecienta hasta casi no poder cerrar la puerta tras de mí. Por suerte, Alex se ha alertado con el disparo y ha aparecido como una exhalación. Digo por suerte porque tengo que apoyar mi peso en el pomo para sostenerme en pie, no sé qué ocurre, pero me hago a la idea de que nada bueno. Mis piernas se niegan a aguantar por más tiempo mi peso y le pasan la tarea al capo, que me alcanza justo a tiempo de evitar que choque contra el suelo.
¾    Al, ¿estás bien? —me mira de arriba abajo, buscando alguna herida que no estuviera antes.
¾    Mejor que nunca —murmuro, pues es lo único que puedo hacer.

La vista es borrosa y lo último que consigo recordar es sentir la pistola deslizándose por mis manos y a él cogerme en volandas y salir de allí corriendo. Después, todo se vuelve negro. 

viernes, 22 de julio de 2016

Capítulo 28

Tanto la policía como las ambulancias llegaron en estampida a los pocos minutos. Estoy segura de que me conocen, o al menos saben que trabajo para el gobierno, porque de otro modo no habría habido una respuesta tan rápida. Estoy sentada en un taburete de la cocina, todo lo sola que podría estar en una casa atestada de policías uniformados, detectives con traje y un forense paseando por la mancha de sangre que ha dejado David. Están haciendo fotos a cada detalle, lo que me permite darme cuenta de las cosas a las que prestan especial atención para fabricar una buena historia, una que no conlleve la presencia de Moore. No sé por qué hay un forense si no ha muerto nadie, aunque supongo que podría cambiar en las horas que siguen, por supuesto; tampoco sé qué pasará a continuación, mi piso franco ya no es seguro y veo a Amy revolotear por entre los policías, intentando conseguir algo de información y pidiendo a algunos que mantengan nuestras identidades ocultas. Yo simplemente me he dejado caer aquí, nadie ha reparado especialmente en mí tras haberse llevado el cuerpo ensangrentado, aunque tampoco es que yo tenga mucho mejor aspecto; dicen que me tomarán declaración en comisaría, cuando esté más calmada dijeron, pero la verdad es que estoy demasiado tranquila, ni siquiera me he molestado en cambiarme de ropa.
El mundo se mueve a mi alrededor a un ritmo extraño, tan lento que distingo cada movimiento de los policías, pero cuando intento pensar en lo que he visto, no consigo recordar nada; no obstante, soy consciente de todo lo que ocurre grosso modo, estoy intentando contar el tiempo para entretenerme y olvidarme de todo esto. No me gusta la sangre. No me gusta lo que significa. No me gusta ser la culpable de su aparición.
Aún faltan veinte minutos para que haga la hora que dijo Alex, y mi amiga se acerca con un paramédico dispuesto a comprobar mi estado. Sólo pido que sea puntual y me saque de aquí cuanto antes, no quiero seguir viendo esa horrible mancha en el suelo.
¾    Estoy bien —mi voz es más ronca de lo que esperaba.
¾    No deberías hablar, parece que te has hecho daño en las cuerdas vocales.
¾    Yo no me ''he hecho daño''. Lo hizo él cuando intentó estrangularme.  
¾    ¿Por qué lo haría? —se extraña Amy con una pregunta retórica— Siempre ha sido muy amable, no lo entiendo —esta vez espera que yo responda.
¾    No le gusta que toquen sus cosas.
Ella asiente, comprendiendo que no es el momento de hablar de eso, y el paramédico termina de palparme el cuello. Me aconseja ir al hospital para hacerme unas radiografías, pero no tengo tiempo para eso, no ahora al menos. Mi compañera se da por satisfecha con la revisión rápida y me ofrece la mano, sabe que ha sido un esfuerzo dejarle hacer eso, siempre he preferido ser autosuficiente, incluida mi salud.
¾    Tienes que cambiarte, no puedes ir así. Venga —insiste cuando no digo nada.
Parezco un maldito autómata, siendo dirigida de un lado a otro, sin poder negarme a nada porque mi voluntad ha desaparecido como por arte de magia. No quiero ni siquiera pensar en eso, me dejo hacer mientras cuento los segundos como distracción. Subimos a la habitación, ella sujetándome por la cintura —como ya he dicho, no tengo voluntad para decirle que estoy bien, para discutir como siempre—, y mientras saca ropa limpia, parece que algo en mi cabeza comienza a responder y humedezco una toalla para limpiarme lo mejor que puedo en el poco tiempo disponible. En veinticuatro horas he utilizado más la pistola que en un mes entero de operación, ¿por qué nada puede pasar a un ritmo normal, dejarme tiempo a asimilar algo antes de empezar la siguiente locura?
Me ayuda en silencio hasta que estoy aseada, sin rastro de sangre y con el cuello comenzando a tomar un color amarillento allí donde me ha agarrado. Me mira de arriba abajo con un suspiro y me obliga a sentarme en la cama; Alex tendría que llegar ya.
Tendría que comentar el altercado de ayer, no es buena señal tener que disparar a unos matones, aunque la verdad creo que el capo ya se habrá encargado de ellos, incluidos sus cuerpos, y sin cuerpo, no hay pruebas, y menos de que estuve allí.
¾    ¿Qué ha pasado, Al? —su voz es dulce y calmada.
¾    No me trates como una cría.
¾    Bien, no lo haré —se cuadra y cruza los brazos sobre el pecho—. Explica lo que ha ocurrido.
¾    Perdona, estoy algo...no lo sé —suspiro—. Lo primero es que sepas que Moore sabe dónde vivimos, me puso vigilancia.
¾    Bueno, eso me lo esperaba. ¿Pero David? ¿Le dijiste dónde estábamos?
¾    Claro, porque quiero juntar a mi prometido militar con mi...amante mafioso.
¾    ¿Amante? —alza una ceja y no tengo palabras para negarlo— Alice, te lo dije. Te dije que acabaría ocurriendo.
¾    No esperarías que estuviéramos tanto tiempo juntos sin acostarnos, somos adultos. ¿Tanto te importa, después de lo que ha pasado?
¾    Quizá ha acelerado las cosas, sí.
¾    Amy, te juro que lo retrasé lo que pude, pero llegó un momento que fue imposible. Además, no creo que seas la más indicada para hablar de eso.
¾    Eso es jugar sucio, Alice.
¾    No me provoques.
Con un breve duelo de miradas, me decido a contarle lo que acaba de pasar —ya pensaré qué hago con lo de anoche—, a fin de cuentas es la única aliada que tengo y sigo sin noticias de Alexander; debo encontrar algo que me distraiga o me volveré loca. No quiero pensar que le ha ocurrido algo, que le han descubierto o que le han detenido cuando ha venido a buscarme. No, Amy es en quien debo concentrarme ahora, tenemos que pensar un plan para que nadie se meta en más problemas de los necesarios. Agradece que me sincere con ella, aunque debe reconocer, igual que yo, que nos encontramos en un callejón sin salida, la única solución es una locura digna de mis peores momentos, sin embargo, esta vez no ha sido a mí a quien se le ha ocurrido.
¾    No, ni de coña. No dejaré que te metas en esto aún más. Además, no hay pruebas de que estuvieras aquí, ya has hablado con la policía.
¾    Ni nada que no estuviera; he sido la primera en llegar, ¿recuerdas?
¾    La verdad es que no. No tiene sentido nada de lo que dices, te investigarán y...
¾    ¿Qué otra opción nos queda, entregar a Moore? Harán la vista gorda, eres tú quien siempre rompe las reglas, no se enfadarán conmigo —sigue sin convencerme, no quiero que lo haga, no es su responsabilidad sino la mía—. Escucha, yo llegué, le vi atacar y disparé. Puedo decir que tenía miedo antes de las represalias.  
¾    ¿Y los tiros del techo?
¾    Forcejeo. La Agencia lo cubrirá, no es la primera vez.
¾    Ni la última, eso seguro —murmuro—. Técnicamente no podrían acusarle a él de nada, pero es cierto que le pondría en alerta y...
¾    Adiós caso, lo sé. Me estás dando la razón, Al. Si se encarga de los testigos, sin sangre, por favor, tenemos el trabajo hecho.
¾    No prometo nada. Amy, David le vio y puede reconocerle; no esperarás que se ''encargue'' de él también.
¾    Déjamelo a mí. Puedo hablar con un par de médicos, mantenerle sedado o...
¾    Si sobrevive.
¾    Lo hará, estoy segura. Hay muchas formas de descartar declaraciones, puede ser una conmoción —piensa en alto—. Sea lo que fuere, te creerán a ti primero.  ¿Trato?
¾    No —me pongo en pie, acabo de pensar correctamente, no puedo permitir que sea ella de nuevo quien tenga la culpa—. Diré lo que pasó. Algo maquillado, pero lo más cercano a la verdad. Intentó matarme, Alex ayudó y le apunté con la pistola para que le soltara; se giró y le disparé. Y no quiero protestas —algo en mi tono debe indicarla que voy lo suficientemente en serio como para no replicar.
¾    Es un suicidio, Alice —susurra—; para ambos.
¾    Nos mantendremos ocultos unos días.
Ojalá fuera tan sencillo. Sin embargo, bajo con la esperanza de que se encuentre por allí cerca y poder decírselo en persona, pero todo lo que veo es el mismo caos de antes, solo que un poco más despejado. Un par de personas enfundadas en trajes blancos comienzan a limpiar la sangre diligentemente, y cuando continúo buscando a Alex con la mirada, en un fugaz instante me parece ver un rostro conocido que desaparece entre la multitud de la calle. Me acerco más hasta darme cuenta de quién se trata: Paulie. Se da cuenta de que le he reconocido y me ofrece una amplia sonrisa a la par que me indica que me reúna con él. No es buena idea dejar esto así, hecho un desastre y sin informar a nadie, pero ¿qué iba a decir? ¿Un capo quería hablar conmigo? No, se supone que nadie debe saberlo, así que consigo escaquearme y pasar desapercibida hasta encontrarme con él cara a cara. Verle aquí me alivia, alguien en quien confiar y que no hará preguntas es exactamente lo que necesito ahora. Con suerte, me ayudará a olvidarme de esto.
¾    ¿Qué haces aquí?
¾    Rescatarte. Perdona, pero no traigo el corcel blanco, lo he dejado en el taller —me coge la mano y tira para que ande.
¾    ¿Dónde vamos?
¾    A un piso seguro. Alex te está esperando allí, pero tenemos que darnos prisa.
Asiento no muy convencida. Sin embargo, si hay alguien en quien él confíe lo suficiente como para confiarle mi seguridad, ése es Paulie. Me alegro que lo del club no haya llegado a más entre ellos, puede que el joven actuara como un idiota y que yo todavía siga algo enfadada, pero es la única persona a parte de mí en la que Alex confía, y perderle por un malentendido sería un golpe duro, a fin de cuentas se le coge cariño.
Avanzamos por las calles concurridas a paso rápido, sin entablar más conversación que la justa para hacerme callar las preguntas que tengo sobre qué vamos a hacer en el piso o si tiene planeado irse del estado, lo que sería la opción más inteligente, aunque no para mí. Dejamos la zona más acomodada hasta un barrio bastante poco recomendable, camino a Little Habana, donde parece saberse mover mejor de lo que me esperaba. Me coge de la cintura, quizá de protección quizá para que vaya a su paso, no lo sé, pero no me gusta que me toquen y menos un extraño, y Paulie lo sigue siendo a pesar de todo. No obstante, sabe exactamente dónde nos dirigimos y, tras girar por unas calles estrechas y, digamos complicadas, encuentra una escalera de madera por el costado de una casa. Me empuja para que suba, sintiendo cada escalón crujir en cuento mi pie lo roza. Algo me dice que si me agarro a la barandilla, también se romperá, así que me pego contra la pared mientras subo con cuidado.
No obstante, cuando siento una presión familiar a la altura de mis riñones, me detengo súbitamente. Miro a Paulie, cuyos nervios se han convertido en una feroz expresión.
¾    Continúa.
Le hago caso, sin saber qué puede estar pasando. Pienso una vía de escape, pero lo único que podría hacer sería golpearle con la suerte de pillarle desprevenido y que deje caer la pistola, eso por no mencionar la inestabilidad de las escaleras y barandilla, las cuales no creo que aguanten una pelea ni el mínimo roce. La caída no sería mortal, sin embargo, pero sí me dejaría malherida, y si hay gente más allá de la puerta por la que pretende hacerme pasar, me matarían al instante. ¿De qué estoy hablando? Él es Paul, el chaval con el que me metía hace tan sólo dos días, el que escapó de México por...matar. Precisamente lo que tengo miedo que haga ahora. Quizá Alex no pudo acabar con los del otro día, quizá le estén obligando a entregarme a cambio de su vida. Sea como fuere, no parece tener intención de ayudar de ninguna de las maneras, si no me hubiera dicho algo, aunque sea al oído. No, ahora él es el enemigo, por mucho que me duela. Ya habrá tiempo para pensar en los motivos, los tipos nerviosos son los más peligrosos y él podría ganar un concurso. Seguro que tras la puerta habrá gente esperando a matarme o a hacerme cosas peores, incluso, así que el plan más temerario no puede ser tan horrible.
Cierro los ojos, visualizando lo que quiero hacer, y tomo una profunda bocanada de aire para infundirme coraje antes de mi primer movimiento. Paul sabe lo que puedo hacer, me vio anoche, y no se arriesgaría a dejarme coger la pistola, de manera que debe ser preciso y fuerte, sólo tengo una oportunidad. Relajo los músculos, preparándolos para lo que pueda pasar, y entro en acción.
Me giro lo más rápido que la estructura me permite, con una mano a la altura de la pistola y la otra directa a su cuello; consigo apartar la mano armada y le cojo de la muñeca cuando le estampo contra la pared. Forcejeo hasta lograr que suelte la pistola, pero me empuja contra la barandilla, que sorprendentemente aguanta la presión. El arma ha caído por el hueco a la calle, y es el ruido de chocarse contra el asfalto el que me distrae lo suficiente para que él consiga deshacerse de mí hasta tenerme cogida por el cuello, apretando contra la barandilla para hacerme caer. Consigo enlazar un par de puñetazos en la mandíbula, pero justo cuando me veo libre de salir corriendo, algo me sujeta por la camiseta y me estampa contra la pared de cabeza, perdiendo la consciencia.

Despierto en una habitación vacía, donde sólo estoy yo, atada a una silla y amordazada. Tengo las muñecas unidas con un flexo de plástico, por lo que cuando las muevo siento cómo me cortan la piel; no debería intentar quitármelas si no quiero hacerme más daño, posiblemente necesite las fuerzas para más adelante. No hay ninguna vía de escape, así que nada de intentar salir; todo lo que hay es una puerta de madera que debería ser capaz de tirar con una buena patada. Lo único bueno es que la garganta ya no me duele, pero sí la cabeza, parece que me va a explotar. A parte de eso, no estoy más herida, y hecha una vez la pequeña evaluación de la situación, toca pensar en las posibilidades. Si no me han matado ya, es porque deben tener cierto interés en mí, pero Paulie desde luego que no, él no parecía tener reparos con quitarme de en medio. Dios, no entiendo nada y la cabeza me va a explotar. Debe de estar trabajando con alguien más, ¿otro socio de Alexander? Es posible, pero no creo que haya tantas manzanas podridas, parecían respetarle; aunque si lo pienso, eso da lo mismo, Paulie le debe prácticamente la vida y no ha impedido que me secuestre. Si de algo estoy segura, es que Moore no sabe nada de esto, simplemente no tiene sentido, pero no es un pensamiento que me alivie precisamente, él no vendrá a ayudarme, y la policía tampoco, pues Amy me estará cubriendo porque pensará que me he ido con él. Sólo hay una manera de salir de aquí: yo misma.
Eso me hace fijarme en mis piernas, que están igualmente inutilizadas porque tengo los tobillos pegados con cinta aislante a las patas de la silla. Pero eso no debería ser gran problema, si creo la fricción suficiente y tengo suerte, la cinta se aflojará y se despegará, después de eso podría estampar la silla contra la pared y romperla. El único problema que me quedaría, aparte de que no sé qué hay a través de la puerta, sería que tendría las manos a la espalda, lo que hace difícil poder defenderme, por no mencionar el ruido que habría creado y echado a perder el valioso factor sorpresa. De todos modos, comienzo a mover los pies y tobillos para deshacerme del amarre. Cuando comienzo a conseguirlo, no sé cuánto tiempo ha pasado, pero oigo voces a través de la puerta y me concentro en escucharlas.
¾    ¿Ya se ha despertado?
¾    No lo sé, hace una hora que no he ido a verla. ¿Pasa algo?
¾    Moore la está buscando con otra chica, la que vive con ella — ¿Amy me está buscando con Alex? Eso sí que no me lo esperaba.
¾    Acaba con ella y tráele, yo me encargo de la francesa —oigo pasos acercarse pero se detienen e intensifico el movimiento para liberarme.
¾    No puedo simplemente aparecer y matarla, Paul.
¾    ¿Por qué? ¿Le tienes miedo?
¾    No es eso.
¾    Porque sabes de lo que yo soy capaz. ¿Tengo que recordarte qué le ocurrió a ese tipo de Los Ángeles por no cumplir con su trabajo? ¿O al amigo de Moore? —contengo la respiración; ¿qué tiene que ver él con todo eso? ¿Es el mismo Paulie que conozco el que habla o una versión perversa y retorcida?
¾    No es necesario —repone serio—. Lo que no entiendo es por qué tanto alboroto por una niñata más.
¾    Tengo pruebas de que ella delató a Ronald Moore, y hará que nos detengan a todos si no la paramos antes. Intenté advertirla con los cadáveres, pero aun así continuó, igual que Alexander. Además, es peligrosa, actúa como un poli.
¾    ¿Y qué le impedirá volver a hacerlo? Si él nos cede el negocio y se van juntos, no tendrá nada que perder.  
¾    Ambos morirán en un trágico accidente, de eso no te preocupes. Vete de una vez, no quiero perder más tiempo.
Curiosamente, quien necesita tiempo ahora soy yo, y no sólo por lo que estaba haciendo. De nuevo, sobrecarga de información. ¿De verdad es posible? Según él, los cadáveres de mi ex-profesor y el antiguo amigo de Alex que aparecieron mutilados fueron advertencias para ambos, creo que el primero para mí, para que no me acercara a Alex, pues sabían que conocía el modus operandi de la mafia; y el segundo para Alex porque, sencillamente, era su amigo. Él podría achacarlo a otra mafia rival, pero es cierto que debería haberse dado cuenta de que apareció justo la noche que nos reencontramos. Es demasiado para mí, de repente todo cobra sentido y las piezas encajan como un puzle perfecto; lo único que me mantiene confusa es por qué lo hizo precisamente él, traicionar a alguien que te había entregado una nueva vida llena de lujos no hablaba muy bien de una persona, y, por mucho que me fastidie reconocerlo, me caía bien, parecía un buen tipo, fue el único que se portó bien conmigo, creí que había llegado a conocerle. Pero está claro que hizo todo para ganarse mi confianza, para que no sospechara de él y apuntara hacia los otros que estaban en la reunión. Por eso las reuniones a escondidas, tanto dinero en efectivo, el altercado de anoche... El dueño iba a delatarle en frente de mí y le dio igual morir en ese momento con tal de salirse con la suya. ¡Podrían habernos matado a ambos!
Si yo me siento así, no me imagino cómo lo hará Alex, traicionado por en quien más confiaba... ¡Alex! Van a por él y no tiene ni idea. ¡Amy! Van a matarla a sangre fría, sólo por estar en el momento y lugar equivocados. Tengo que hacer algo, tengo que salir de aquí y conseguir la manera de contactar con alguno de ellos antes de que eso ocurra.
Ya habrá tiempo de pensar en todo eso, ahora debo centrarme en escapar y...
¾    Hola, cielo —Paulie aparece en la puerta—. Veo que estás despierta.
Me ofrece una sonrisa burlona que he llegado incluso a apreciar, pero ahora todo lo que me dan ganas es de escupirle en la cara después de rompérsela a puñetazos. Trato de tranquilizarme en vano, no le he oído acercarse por encontrarme tan centrada en mis pensamientos, en las teorías conspiratorias y los asesinatos del pasado que he ignorado la seguridad del elemento principal en toda esta historia: yo. 

viernes, 15 de julio de 2016

Capítulo 27

Llevo lo que me parecen horas intentando dormir, dando vueltas en la cama llena de impotencia. Paulie se ha negado a discutir más, lo que entiendo, pero necesito desahogarme. Sólo doy gracias a que Alexander se encuentre lejos, nos dará tiempo para pensar qué decirle. Sigo sin tener claro qué ha ocurrido, yo actué en defensa propia, y aunque me siento orgullosa de no haber matado a nadie y de haberme controlado, no entiendo por qué el joven comenzó con la pelea; puede que sea irascible y orgulloso, pero también que piensa las cosas antes de hacerlas —la mayoría de las veces—, y sabe que hacer eso conllevaba un gran riesgo de que ocurriera exactamente lo que pasó.
Oigo pasos fuera y me tapo para parecer dormida, no obstante, reconozco a quien entra por la forma de andar; casi no me lo creo hasta que noto que se detiene a mi lado y me echa su chaqueta por encima con cuidado; cuando se agacha me llega un olor férreo a sangre que necesita toda mi concentración para no saltar a ver qué ha podido ocurrir. Sabía que irse era mala idea; como le haya ocurrido algo quienes fueran responsables van a responder ante mí, y si ha sido por lo que Paul ha hecho, tampoco se librará.
Suspira y me acaricia la cara suavemente antes de ir al baño, momento que aprovecho para abrir los ojos: tira la corbata al suelo con rabia y se apoya en el lavabo un par de minutos, mirándose al espejo, pero aun así sólo puedo ver un perfil de su cara y no me da las mejores noticias: tiene el cuello de la camisa manchado con rojo y se frota las manos frenéticamente. Me levanto de nuevo —no soporto estar quieta con él así— para acercarme y ver que se está limpiando los nudillos de sangre, que aunque los tiene de nuevo despellejados, es demasiada para ser toda suya. Le toco la espalda con cautela antes de hablar.
¾    Si frotas tan fuerte te harás más daño —apenas digo en un susurro.
¾    No me toques —se aparta súbitamente.
¾    Alex... —intento tranquilizarle.
Tiene la mirada perdida con un brillo que no había visto antes en él pero que conozco demasiado bien. Es la misma que solía tener tras cualquier misión complicada en la que tenía que usar la pistola; o en la que simplemente la usaba de más por tedio. Esos ojos reflejaban la oscuridad de quitarle a alguien la vida.
¾    ¡He dicho que no me toques! —levanta la voz y doy un paso atrás de la impresión—. Vete a dormir —vuelve a su tarea.
¾    No contigo así —le giro por los hombros.
Tiene gotas rojas de salpicadura en la cara, y en la camisa otras como si alguien sangrando se hubiera acercado demasiado, con formas irregulares. Las manos continúan algo teñidas de rojo y tengo mucho miedo, estoy aterrorizada de lo que ha podido hacer. Pero no es momento para eso, sea lo que fuere él está afectado, lo que muestra su arrepentimiento de alguna manera; es todo lo que debe importarme. Le peino con los dedos y le acaricio para calmarle, lo que parece hacer efecto. La rabia que ha mostrado hace un instante se ha convertido en una debilidad extrema y deja caer los brazos a los lados antes de quedarse de rodillas abrazado a mí, con la cabeza en mi estómago.
Es cierto que no me importa lo que es ni lo que ha hecho, y que por supuesto es un problema para lo que vine a hacer, pero él no es mala persona, y aunque lo fuera, su comportamiento conmigo es el que me incumbe, y no puedo expresar nada más que ternura. Ahora soy su fuerza y me siento orgullosa de serlo, pues él también es la mía en muchas ocasiones. Reprimo un par de lágrimas —lo último que necesita es verme sentir compasión por él—, le levanto con cuidado y quedamos fundidos en un fuerte abrazo durante un tiempo que me parece interminable y fugaz a la vez, si es que es posible.
Ya está, ya se acabó el miedo que teníamos por el otro, al menos durante un tiempo. Ahora estamos juntos de nuevo y es todo lo que importa, él ha vuelto sano y salvo e igual que siempre, para bien y para mal.
Le limpio la cara con una toalla húmeda y hago lo mismo con las manos antes de mandarle a que se dé una ducha mientras yo vuelvo a la cama.
Sé que apenas he pasado tiempo de pie, pero estoy cansada y siento que necesito sentarme; a demás, he bostezado un par de veces y no quiero que Alex se sienta mal por mantenerme despierta cuando soy yo quien insiste. Parece que todo mi cuerpo se ha relajado una vez que está a mi lado, dejando aparte lo que ha podido ocurrir para que venga así de manchado. Lo peor de todo es que reconozco esas manchas, las he visto en demasiados casos de asesinatos, especialmente a sangre fría, y la imagen de él arrodillado en el suelo es lo único que me hace seguir mirándole de la misma manera; es impulsivo y quizá violento, sí, pero yo también lo era, lo sigo siendo, y si he podido mejorar, él también lo hará con mi ayuda. No estaría mal si intentara meterme en los menos líos posibles, creo que es casi esencial.
Al cabo de unos minutos que no sé cómo consigo no dormirme, él aparece vestido tan sólo con unos pantalones de tela de pijama y se tumba a mi lado. Nos apoyamos el uno en el otro, de manera que mi cabeza reposa sobre su pecho y la suya sobre la mía, besándome la frente. Me acaricia mientras susurra:
¾    Mon ange...(mi ángel) —me aprieta contra él.
No oía esas palabras desde hace demasiado tiempo, y volver a oírlas de su boca se hace más grande e importante de lo que debería, sin embargo...He estado mucho tiempo evitando a toda costa esas palabras, sólo con pensarlas me hacían recordar y dolían, pero ahora son como dulce miel, una declaración oculta de que quiere seguir con esto cueste lo que cueste. Y me temo que pienso lo mismo.
¾    Lo siento tanto... Siento haberte hecho pasar por esto, siento haberme ido...
¾    Shh, Alex, no tienes la culpa de nada, yo sabía en lo que me metía desde el principio, tienes un trabajo...complicado —siento sus manos temblar cuando se pasean por mi cuerpo—. ¿Qué ocurre? —le miro a los ojos.
¾    No quiero que te hagan daño, eso es todo. Tengo...tengo miedo de mí; de lo que podría hacer si te hirieran —se revuelve algo incómodo—. De lo que he hecho.
¾    ¿Ha pasado algo?
¾    Mañana llamaré a Miguel para que te eche un vistazo, quiero asegurarme de que estás bien —me aparta el pelo de la cara para verme mejor.
No ha pasado desapercibido el cambio de tema; algo grave ha debido ocurrir, pero no me dirá nada. Me protege a toda costa, y si me dice que ha matado o herido gravemente a alguien por esa causa, estoy segura de que creerá que le rechazaré por haber sido mi culpa. ¿Cómo decirle que yo he hecho cosas mucho peores sin ninguna excusa; con un pretexto falso, cuando la verdad era que pretendía sentir algo que no fuera indiferencia y pensaba que la manera era ver el dolor ajeno, pues ni siquiera el propio lo conseguía? Él sí que me odiaría. Pero no puedo decirle nada, aunque aliviara la carga que se ha echado sobre sus hombros. Aunque yo tampoco es que me sienta demasiado bien al verle los puntos del brazo del tiroteo de hace unas semanas o los nudillos reventados.  
Le beso con suavidad y al poco noto un sabor salado que coincide con un aumento de intensidad tan repentino que me deja sin respiración. En unos segundos que no puedo controlar, él ya está encima de mí, levantándome la camiseta y clavándome los dedos con tarta fuerza que duele. No es pasión lo que hay o nada parecido, sino pura rabia; por lo que tengo que apartarle, no quiero que sea así, ya he tenido suficiente de eso. Le beso muy lentamente y controlo la situación hasta que él toma de nuevo las riendas y me abandono a su cuerpo una vez más.

El coche frena donde le indico, pero Alexander le ordena que continúe y que él dirá dónde ha de pararse. Ha insistido especialmente en acompañarme a casa a pesar de haberle repetido que no era necesario. Sinceramente, la única amenaza que me podía imaginar son los tipos de ayer, y él ya se ha encargado de ellos, estoy segura. Le he tenido que decir que necesitaba un tiempo para asimilar todo, para alejarme de los clubs y demás, y no es que se lo haya tomado muy bien. La verdad, no tiene derecho a enfadarse, él se ha ido más de una semana a la otra punta del país y ni siquiera me ha llamado, creo que yo puedo tener unos días tranquila en casa. No pienso hacer mucho, hablaré con Amy para contarle lo que ha pasado (todavía tengo que pensar qué decir exactamente sobre anoche, no quiero inculparle de nada serio que ponga en peligro la misión, entre otras cosas) y descansaré todo lo que pueda, anoche no dormimos demasiado —la verdad, echaba de menos ese tipo de insomnio— y junto al resto de horas de cansancio acumuladas, creo que podría dormir un día entero.
Lleva sin hablarme desde que entramos en el coche, al menos escuchó mi consejo de vendarse la mano para que no se le infectara, la playa no es el sitio más limpio, y supongo que clubs de alterne y drogas tampoco ayudan a una herida, por superficial que sea. No obstante, a pesar de tener en consideración mi preocupación, no llega más allá. Yo tampoco le he hablado. Si a la segunda no me responde, es su problema.
¾    ¿Dónde vamos? —le pregunto, mirando la casa que he dicho que era mía desde la ventanilla.
¾    A tu casa, como has pedido.
¾    Pero...
¾    Alice, sabes que no me gustan las mentiras. Voy a hacer como si no te hubiera oído antes.
¾    ¿Has estado vigilándome? —me escandalizo.
Si es verdad, estoy perdida; lo sabe todo. Pero no puede ser, no habría ido con la farsa hasta tan lejos, me habría delatado mucho antes de que nada de esto sucediera. Entonces, ¿cómo puede saber dónde vivo? Paulie. Maldito traidor. Por supuesto que no podía confiar en él, está casi tan loco como yo y es mucho más leal a Alexander, si puede conseguir información que él considere importante, lo hará sin importar el qué. El coche se detiene frente a la puerta exterior de la casa que nos proporcionó la Agencia cuando llegamos. Debía ser un lugar seguro, del que nadie excepto unos pocos conocieran la dirección y de nuevo lo he vuelto a fastidiar. Muy bien, Alice, así es como se tira al garete una investigación de dos años.
¾    Era por seguridad —responde sin emoción alguna en la voz; al menos habla.
¾    ¿La mía o la tuya?
¾    Ambas.
¾    Esto es increíble —resoplo.
En verdad estoy enfadada, pero conmigo misma. Aunque tampoco es del todo mi culpa, sabiendo cómo es Alexander, podrían haber puesto más medidas de seguridad. No pueden dejarlo simplemente todo a una persona y esperar que lo solucione, es un tema serio y muy complicado como para que lo lleve un equipo entero, así que me parece que se han pasado bastante con abandonar el caso de esta manera con la estúpida excusa de que ''he hecho algo parecido antes y ya le conozco, así que sé cómo atacarle''. Pues para su información, no le conocía, ni creo conocerle. Esperaba que hiciera algo así, pero tenía la esperanza de que confiara en mí, aunque eso es mucho pedir para un hombre que trafica con todo lo posible: armas, drogas e incluso personas.
Me bajo del coche sin mirarle, envuelta en un torbellino de ira. Antes de cerrar la puerta, oigo su voz:
¾    Alice —dirijo la cabeza hacia él, pero no mis ojos—. Deja que te acompañe.
¾    No. Por seguridad, ¿sabes? —contraataco con sus mismas palabras.
Tras dar un portazo, abro la puerta de hierro y paso por el estrecho camino de piedra por entre el césped hasta la puerta principal del porche. Si la primera puerta estaba abierta, es que Amy está en casa. Bien, así acabaré cuanto antes con el trabajo y podré tirarme en la cama a no hacer nada. No obstante, lo que de verdad necesito ahora es tomar algo caliente —sí, me da igual que estemos en Miami, estoy cansada de tanto calor y necesito recordar la sensación que me proporcionaba un café humeante en pleno invierno de Nueva York; aquí incluso en diciembre tenemos que ir en manga corta si no queremos enfermar, lo único que puede perturbar eso son los huracanes, pero por suerte todavía no he experimentado ninguno, y espero continuar así —y redactar mis informes particulares, con notas, hipótesis y comentarios de Amy que me ayuden a aclararlo todo e incluso frases al pie de la letra que haya podido oír. Creo que si me concentro seré capaz de plasmar las operaciones de los clubs, nombres y aspecto de los hombres que veía, pero me temo que sobre la localización de la casa no tengo nada claro, cada vez tomaban una ruta distinta y a veces incluso me vendaban los ojos; no todos confían en mí. Hacen bien. Tendré que pensar alguna manera segura de localización, como un teléfono, por ejemplo —tendré que tener en cuenta que el único que Alex me permite tener con él es el que me regaló, y estoy segura que sabrá si es intervenido por la policía, por no mencionar que ha acabado siendo el que más uso, tan sólo tengo que tener algo de cuidado con las conversaciones con Amy, y así él sospechará menos de tener un móvil inutilizado—; todo esto teniendo en cuenta que no haya inhibidores de frecuencia o nada por el estilo que me impida grabar, usar pinganillo, etc.
Otra vez se me han vuelto a olvidar las llaves, menos mal que me suele pasar y encontramos la manera de esconder una de forma segura. Ponerla bajo el felpudo o una maceta sería demasiado simple, así que pensamos que lo mejor sería ponerla bajo un tablón en el suelo del porche; y como un tablón suelto también llamaría la atención, está puesto con un tornillo que se puede quitar con los dedos bajo un banco de madera ciertamente pesado; en esta misión nada es fácil. Por suerte, estoy acostumbrada a moverlo y sólo necesito un par de minutos a lo sumo para conseguir la llave.
Al entrar, ni siquiera me da tiempo a cerrar la puerta antes de quedarme en shock. Mi corazón comienza a acelerarse y los pulmones se bloquean hasta que tengo que ordenarles a la fuerza que se muevan. Eso es todo lo que mi cerebro alcanza a hacer, pues ni siquiera es capaz de mantener las llaves en mi mano, que se caen en cuanto le miro a los ojos. Él está mirando los papeles sobre la mesa del salón y se da la vuelta al oír el ruido metálico contra el suelo. Me sonríe como si nada hubiera pasado, como si el tiempo que llevamos sin vernos no nos hubiera afectado, como si encontrarle aquí, en mi piso franco de Florida, fuera lo más normal del mundo.
¾    ¡Alice! —exclama nada más verme. Se acerca para abrazarme, pero no le correspondo, no soy capaz— ¿No te alegras de verme?
¾    ¿Qué...qué haces aquí? —balbuceo.
¾    Te echaba de menos. ¿Es que un hombre no puede pasar a ver a su prometida?
¾    No, David, no cuando ésta está en una misión de incógnito. ¿Te ha visto alguien? —cierro corriendo la puerta y le llevo de nuevo al centro de la estancia, alejado de la ventana, no sin antes echar yo un vistazo.
¾    ¿Pasaría algo si me vieran? —cambia el gesto y se pone serio.
¾    Te he dicho que estoy de incógnito, tú no existes — ¿hasta dónde es verdad?
¾     ¿Seguro que es eso? Hay ropa de hombre en un cuarto, Alice —su expresión me hace querer correr. Muy lejos.
¾    ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —doy un par de pasos atrás, intentando que no se note.
¾    El suficiente. ¿Tienes idea de la cantidad de hilos que he tenido que mover para conseguir tu paradero? Y me recibes como si no fuera nada, como si estorbara.
Le sostengo la mirada unos instantes. Para mi sorpresa, no siento ni pizca de culpabilidad por lo que he hecho. No podía contactar con él, y tan sólo he seguido lo que sentía. Incluso he aguantado más tiempo del que me temía, he rechazado muchas veces a Alexander por un hombre al que ni siquiera amaba; y ahora me he dado cuenta de ello. A su lado no me espera la felicidad que pensé en un principio, tan sólo ser la esposa trofeo, escenas de celos diarios y tener el corazón en un puño cada día que sale por la puerta por si le destinan a algún lugar en guerra. Uno nunca lo sabe con un soldado que no para de reengancharse. Le gusta su trabajo, igual que a mí, y temo que somos iguales en eso, no vamos a renunciar por nada. Quizá yo por alguien muy especial, pero tengo claro que ese alguien no es él.
Le indico que espere ahí y subo a mi habitación, ignorando sus protestas, y con más suerte de la que me esperaba no me sigue. Aunque me imagino encontrarlo todo revuelto, está en perfecto estado, tal y como lo dejé la última vez. Parece que no ha tocado nada, no obstante, con un soldado bien entrenado uno nunca puede estar seguro de nada. Cojo lo que quiero y paso por la de Amy antes de bajar; hay una camisa de policía sobre la cama, en la que puedo ver perfectamente el nombre y apellido de Aaron. Es la habitación más cercana a la escalera, así que supongo que David la habrá visto y habrá sacado conclusiones erróneas, como casi siempre. La diferencia es que esta vez no se aleja mucho de la realidad, no en lo que a él le importa. Le da igual si estoy con un delincuente que con un policía, mi seguridad es secundaria cuando se trata de mi cuerpo, del cual se siente más dueño que yo.
Tiene los brazos cruzados cuando me asomo y no espero nada bueno, mucho menos con lo que va a venir a continuación, así que llamo a mi compañera, pero no contesta, así que le envío un mensaje para que venga de inmediato; no quiero que me oiga pedir ayuda, tengo que evitar al máximo que se alarme.
Aprieto el puño con fuerza antes de encararle, cierro los ojos y respiro hondo. Todavía no sé qué decir, así que opto por no decir nada. Le cojo el brazo, le abro la palma, y a la vez que le doy un beso en la mejilla, deposito el anillo con cuidado. Cuando me retiro, veo su cara de estupefacción, pero no respiro aliviada, por el contrario, sigo en tensión, esperando una verdadera reacción. Cuanto más tarde será peor, le da tiempo a pensar.  
¾    ¿Qué es esto?
¾    Lo siento, David. No puedo hacerlo.
¾    ¿Qué quieres decir? ¿No puedes ahora o...? —por primera vez parece realmente incapaz de actuar; quizá sea algo bueno, quizá esté cambiando de verdad.
¾    No puedo casarme contigo. Ni ahora ni nunca.
¾    ¿Entonces por qué aceptaste? —los músculos comienzan a hinchársele y pienso a toda velocidad un medio de escape.
¾    No lo sé, pensé que era lo apropiado —me echo el pelo hacia atrás, me estaba empezando a agobiar. Baja la mirada a mi cuello y casi veo cómo la ira comienza a inundarle.
¾    ¿Qué es eso? ¿Tienes un chupetón? — ¡maldito Alexander y su obsesión por mi cuello!
¾    David, escúchame —intento calmarle, tengo miedo de lo que ocurra en adelante y comienzo a buscar mi salida mentalmente—. No...
¾    ¿Es eso? ¿Me estás dejando por otro? —aprieta los puños y me preparo para esquivar.
¾    No es eso, David... —intento explicarme, pero me interrumpe.
¾    ¡¿A cuántos te has tirado?! —me grita con la cara pegada a la mía.
No puedo evitar apartarme y poner los brazos para protegerme, pero aun así consigue lo que quiere. No me golpea, eso sería demasiado sencillo, y él está corrompido por los celos y la ira, y no me dará la oportunidad de salir corriendo, me conoce lo suficiente para saber lo que soy capaz de hacer, aunque tenga tanto miedo que no haya sido capaz de leer sus movimientos, lo más sencillo que enseñan, más si conoces al agresor.
Ahora me doy cuenta de que usamos demasiado la expresión ''quedarse sin respiración'', la usamos a la ligera sin saber lo que significa de verdad, la angustia y el sufrimiento que se siente cuando eso es verdad, cuando te están estrangulando y no puedes hacer nada porque, aunque hayas sido entrenada para zafarte de situaciones así, tu contrincante, si se le puede llamar así, es un marine diez veces más fuerte que tú y que te saca una cabeza de altura. Al principio intento golpearle, pero pronto me doy cuenta de lo difícil que es hacerle daño: mis golpes están debilitados por la falta de aire y no consigo acertar, ni siquiera las patadas; y cuando le doy en los codos para romper la tensión, sólo me baja unos segundos antes de alzarme de nuevo. Mis pies no tocan el suelo y consigo alcanzar algo con la mano que no distingo lo que es, pero da igual, al levantarlo para golpearle, se me cae sin fuerza y arma un gran estruendo. Sus ojos están inyectados en sangre, miran pero no ven; sus bíceps abultados no se relajan, continúan dando fuerza a los dedos alrededor de mi garganta. Siento la cabeza embotada, el oxígeno está comenzando a no llegarme, y también se refleja en mis pulmones ardientes y vista nublada. Cada célula de mí lucha por mantenerme despierta, pues una vez que se pierde la consciencia, todo está perdido. Mi cuerpo comienza a no responderme, se niega a forcejear sin oxígeno y sin correcta circulación de sangre.
No sé si soy yo que comienzo a tener alucinaciones, pero oigo una voz familiar gritando que me suelte. Por supuesto, David no lo escucha, está demasiado concentrado en ahogarme, pero algo le hace cambiar de opinión. La voz se repite y cambia su atención, de manera que afloja la prisión de sus manos y me permiten caer al suelo, libre de él aparentemente. Comienzo a toser sin control, siento que me ahogo, pero esta vez por demasiado aire y necesito de varios segundos para recobrar mínimamente la compostura y parar las convulsiones de mi cuerpo por la tos. La garganta me duele como nunca y es posible que esté dañada de alguna manera, pero la vista comienza a normalizarse de nuevo muy poco a poco y necesito saber lo que está pasando. No tengo tiempo para compadecerme de mí misma, he de actuar, pase lo que pase.
Alzo la cabeza desde el suelo, pues es lo único que me responde, y, al igual que antes, no puedo reaccionar, mi mente va mucho más lenta de lo que debería. Veo a David propinarle un puñetazo a alguien que le tira al suelo, pero al ver la cabeza morena y el cuerpo trajeado que se levanta placando a mi ex prometido es cuando comienzo a darme cuenta de lo que está pasando. No sé cómo ni por qué, pero Alexander está aquí, ha venido a ayudarme y ahora es quien más en peligro está. David no se contendrá en golpearle, y menos cuando me pregunta, o eso me parece, en un grito.
¾    ¿Es él? ¿Me quieres dejar por este inútil? —aprovecha que Alex ha vuelto a caer, habiendo fallado su placaje, para darle una patada— ¡Tú! ¿Te la has tirado? ¡Ella es mía!
Continúa golpeándole frenéticamente y sé que o hago algo o le matará. No ha dudado conmigo, así que siendo él quien cree que es, lo hará con más ganas aún. Me arrastro por el suelo hasta llegar a la encimera en mitad de la cocina —lo consigo gracias a que es una estancia sin paredes y la tengo a unos dos o tres metros, por el contrario no creo que hubiera podido dar unos pasos apenas—; tengo un arma guardada ahí como seguridad inmediata, ahora doy gracias por ser tan precavida.
Abro el cajón indicado y prácticamente arranco la pistola cargada de debajo, pues estaba pegada con cinta aislante. Tomo aire para sostenerla en las manos sin temblores y grito para llamar la atención, pero ambos están tan enzarzados en la pelea que no me oyen, así que disparo al techo, lo que resulta bastante efectivo, pues ambos paran y se quedan mirándome. Alex levanta las manos, lo cual aprovecha David para agarrarle como escudo humano. Sería difícil acertar estando en plenas condiciones, son casi de la misma altura y complexión, pero ahora es completamente imposible. Mi garganta continúa queriendo toser, mi cabeza da vueltas y mis músculos se quejan por la tensión y el retroceso de la pistola que han tenido que controlar; pero aun así mantengo mi posición e incluso consigo levantarme sin tambalearme demasiado, aunque tengo que sujetarme a un mesa. No puedo soportar verlos así, Alex está realmente golpeado, con sangre saliéndole de la nariz, boca y ceja, que adivino se ha partido; mientras que David tiene apenas unas gotas en la barbilla, aunque podría decir con seguridad que no son suyas.
¾    ¿Qué vas a hacer, Alice? ¿Te vas a arriesgar a matarle? ¿Me vas a matar?
«Tú no tenías reparos en hacer exactamente eso» —quiero decir, pero mis cuerdas vocales se niegan a trabajar, me escuecen demasiado como para hablar, ya las he forzado con ese grito y no están dispuestas a repetirlo. Entonces hago lo que, quizá no sea más inteligente, pero es una salida a fin de cuentas. Disparo de nuevo al techo tantas veces como son necesarias para vaciar el cargador excepto dos balas que mantengo por seguridad. Con tanto alboroto, seguro que la policía estará aquí en menos de cinco minutos, y si tenemos suerte, acompañados de al menos una ambulancia. Ambos me miran desconcertados, pero Alex es más inteligente y se escurre entre los brazos de su captor, aprovechando la confusión, para llegar a mi lado, al resguardo de la pistola.
Cuando se apoya en mi hombro y se dobla de dolor, no puedo contenerme, y a pesar de que mi ex prometido tenga las manos en alto en señal de rendición, le disparo.
Ha hecho daño a lo único bueno que me estaba sucediendo últimamente, aunque sea lo mismo que me da los dolores de cabeza, pero es a fin de cuentas a quien quiero y por quien daría la vida. Me asusta pensar esto, dado al futuro que nos espera, pero es la verdad, me guste o no. Nunca pude decir lo mismo de él, llegué a pensar que le amaba, pero sólo era comodidad ante el mundo, era fácil aparentar sentir felicidad delante de los demás, incluso engañarme a mí misma respecto a todo. Por eso una parte de mí seguía odiando a Alexander, porque amenazaba mi perfecta y falsa calma.
David cae al suelo fulminado y reprimo un grito. ¿Qué ha pasado? Sí, le he disparado, pero no he apuntado a ningún sitio vital, y aunque hubiera fallado por mi pulso inestable, desde luego no habría sido mortal. La pistola se desliza entre mis dedos hasta chocar contra el suelo; pero en la pequeña burbuja de incredulidad que se forma a mi alrededor hay algo que me llama la atención: un hombre. Mi mirada se divide entre él y el cuerpo boca abajo, y cuando Alex se mueve hasta el que empuña el arma, me decido por asistir a David. Por suerte, no le ha disparado más veces y continúa vivo, pero me temo que no por mucho tiempo. Presiono la herida mientras el capo tira de mi brazo, intentando separarme, pero no pienso dejarlo, no de esa manera tan rastrera. No ha demostrado ser el mejor de los hombres, pero ¿qué sería yo si le dejara morir?
    Al, muévete, hay un coche esperando —prácticamente me grita.
    Hay que llamar a una ambulancia.
    Lo haremos, pero tenemos que salir de aquí.
    Vete tú, lo único que te faltaba es que te encontraran con un tipo a punto de morir —consigo enlazar un par de pensamientos—. Esta es mi casa, diré lo que ha pasado, que yo le disparé. Dame tu pistola y llévate esta.
Le ordeno al matón y comprende exactamente a lo que me refiero, por lo que obedece sin rechistar y consigue sacar a Alex de allí entre protestas después de intercambiar armas. Le oigo jurar que vendrá a por mí en una hora, cuando la policía ya lleve tiempo, para no levantar sospechas.

Mientras, mis manos y mi ropa comienzan a teñirse de sangre, una sangre que jamás esperaría ver más allá de un corte con un cuchillo o al afeitarse, cosas cotidianas que no sé si tendré alguna vez en la vida.