Al despertarme, encuentro el otro lado de la
cama vacío, pero no la habitación. Hay una mujer de avanzada edad y con rasgos
latinos mirándome desde la puerta. Agarro la sábana lo más rápido que puedo
para taparme, avergonzada. En realidad no sé exactamente por qué, si ha podido
mirarme todo el tiempo que haya querido cuando estaba dormida, sin embargo, la
sensación de desnudez frente a alguien desconocido nunca es ni mucho menos
agradable.
— El
señor se encuentra ocupado y me dijo que la acompañara a la salida.
— Mmm…gracias
—digo con la boca pastosa—. ¿Podría esperarme fuera?
La mujer asiente y me deja sola. En el fondo temía que
ocurriera esto, que me despachara como una chica más, o peor, que ni siquiera
lo hiciera él. Pero no puede ser cierto, ha debido ocurrir algo; él no haría
eso, no conmigo después de lo que pasó la noche anterior. Aunque odie decirlo,
confío en él.
De todas formas, no avanzo nada quedándome aquí, así que me
visto con la ropa de anoche y comienzo a mirar en los cajones en busca de
alguna prueba, estoy segura de que debe haber algo decente a lo que pueda
hacerle una foto, eso será suficiente para aceptarlo como prueba en un juicio.
Prefiero no pensarlo demasiado, mi deber es hacer esto, meterle en la cárcel,
pero aunque sé que se lo merece porque es un criminal, me temo que por ser
quien es, le aumentarán la condena y no será justo.
Desecho las ideas de mi cabeza rápidamente, eso no es de mi
incumbencia; de hecho debería intentar que estuviera encerrado el máximo tiempo
posible, pues acabará sabiendo que fui yo quien le traicionó, y cuanto más
tiempo fuera de combate, mayor distancia podré poner entre ambos. Puede que
esta noche haya sido mejor de lo que hubiera llegado a imaginar, a pesar del
estado de ambos, magullados y alterados por los sucesos, rabiosos y llenos de
pasión y desesperación.
Sólo me da tiempo a inspeccionar las mesillas de noche, no
obstante, están tan vacías como el resto de la casa; no hay nada que pueda ser
útil para la investigación. Antes he mirado en la otra habitación colindante,
que resulta ser un vestidor, tal y como me temía, lleno de trajes, a cual más
caro y de mejor calidad; hay algunos hechos a medida, incluso —según las
etiquetas—. Es demasiado grande para encargarme de él ahora, así que lo dejaré
para otra ocasión. Sólo espero que ocurra.
Revisando por segunda vez la mesilla —tiene que haber algo,
un doble fondo, por ejemplo; lo más lógico sería que guardara un arma, a fin de
cuentas es un mafioso—, me veo interrumpida por el sonido de la puerta,
abriéndose de repente, con la mujer de antes en el umbral, mirándome con ojos
interrogantes al darme la vuelta para encararla.
— Buscaba
mi colgante —sonrío y me levanto tras arrancármelo y tirarlo bajo la cama; al
menos era barato—. ¿Podría decirle a Alexander que me lo dé si lo encuentra?
— Claro,
señorita. Por aquí —me indica el camino y la sigo sin perder detalle.
No consigo ver más de la casa que lo que me enseñó ayer Paul,
tampoco es que influya demasiado que sea de día, porque entra tanta luz que
casi me ciega. Sin embargo, lo que consigo distinguir mejor no da una sensación
hogareña ni nada por el estilo, sino de seriedad y dinero, la misma que él a
primera vista.
Una conversación, o más bien unas voces, me sacan de mis
pensamientos y no puedo evitar prestar atención.
— …
No me importan, no son rentables. Habría que tener gente allí y apenas
venderíamos —es una voz de hombre, seria y segura.
— Pero si lo conseguimos será más fácil acceder
a Nueva York. A demás, es zona de universidades —esa era la voz de Alexander.
Escucharlo me hace parar de inmediato, pero la mujer que me
acompaña tira de mi brazo. No pienso moverme, necesito atender a esa reunión,
seguramente sean asuntos de trabajo, los cuales me interesan casi más a mí que
a ellos.
— Los
universitarios no tienen dinero casi ni para vivir; menos para la fiesta.
— ¿Has
estado en la universidad? Allí hay una fiesta diaria como mínimo, y te aseguro
que no saben lo que toman. Es de una calidad pésima. Podemos rebajar costes en
la fabricación a la mitad y seguirá siendo mejor.
— ¿Sabes
cuál es tu problema, Moore? Que piensas en pequeño.
— ¿Controlar
Florida te parece pequeño? ¿Querer toda la costa este te parece poco?
— Hay
que controlar primero las grandes ciudades y luego ir a por el resto. Hay que
ponerlo de moda. La gente hará lo que los ricos hagan. Nueva York es la clave.
Es una clientela selecta, sabe lo que quiere y no habrá problemas de dinero.
— Coincido
en eso.
Todos se giran para mirarme. He conseguido escaparme de la
mujer y entrar en la habitación. No había ningún tipo de seguridad, ni siquiera
una puerta cerrada. Están reunidos en sofás alrededor de una mesa pequeña con
papeles sobre ella, de entre los que distingo un mapa del país con ciertas
zonas coloreadas. No pasa desapercibido que son las que ya controlan el
negocio, porque tanto como Florida, como Illinois tienen cado uno un color
diferente. Y sé de buena mano que ambos estados tienen mafias que controlan el
mundo de las drogas. Y quizá de algo más.
Son en total cuatro hombres reunidos contando con Alexander.
Todos ellos con traje perfectamente arreglado y de mediana edad. A pesar de que
a Alex le superan como mínimo en veinte años, está completamente cómodo en esa
situación y no parece importarle ni lo más mínimo. Sin embargo, a pesar del
respeto que se nota a simple vista que le tienen, también es apreciable que no
están cómodos codeándose con alguien tan joven y que les supera en varios
aspectos. Es carismático, conoce perfectamente el mundo donde se mueve, es
capaz de darle lo que quieren tanto a los jóvenes como a los viejos clientes,
es ambicioso, capaz de pensar cada movimiento antes de realizarlo para que le
salga a la perfección y rara vez se equivoca.
Todas las miradas me inspeccionan de arriba abajo, incluidas
mis piernas, pero da lo mismo, por suerte o por desgracia ya estoy acostumbrándome
a ese tipo de miradas. El caso es que no apartan los ojos de mí, y Alex acaba
incomodándose con la situación, también porque no le gusta no saber lo que
ocurre y está claramente confuso.
— Pero
la idea de Moore es mejor. Es preferible tomar la mayor cantidad de territorio
posible antes de intentar ir a por mí —improviso, en lo que sólo se podría
definir como un ataque de locura o una idea igual de peligrosa.
— ¿A
por ti? —uno de los hombres habla.
Tiene el pelo blanco, la piel rojiza y es algo obeso. La
camisa le resalta la barriga, y su cara redonda parece de un cerdo. No parece
ni de lejos lo peligroso que es. Lo reconozco por las fichas de la policía. Es
uno de los Grady, una familia que lleva el norte
del país y que se asegura de no dejar cabos sueltos. Eran los más violentos
incluso cuando Ronald Moore estaba en la calle, así que no me quiero imaginar
cómo serán ahora. Tiene los ojos pequeños y claros, como pequeñas canicas que
me analizan más que ningún otro en la sala, y eso ya es decir con Alexander
aquí.
— ¿Tú
quién eres?
— Moore,
explica la presencia de ella aquí.
Los dos que han hablado son los encargados de Texas y Nuevo
México y del resto de la parte norte que no está ocupada por los Grady, los Cacciatore y los Hayes,
respectivamente. Los Cacciatore tienen ascendencia italiana y, aunque no son
tan peligrosos, son mucho más astutos y llevan en el país desde que comenzó la
ley seca. De hecho, eran fieles a Al Capone, por lo que siempre han estado
esperando su oportunidad. Cuando metí a Moore Sr. en la cárcel parecía que al
fin podrían ascender, pero pronto apareció Alexander y no les gusta estar
detrás de un crío, como ellos consideran. Tiene los rasgos característicos de
sus orígenes: piel olivácea, pelo oscuro y ojos grandes; sin embargo el otro
tiene el pelo rubio oscuro y los ojos casi negros. De ese no sé mucho excepto
que empezó siendo un don nadie en la calle y que nadie se explica cómo ha
podido ascender hasta codearse con gente tan importante. Yo sí, lo he vivido en
Harlem, he visto cómo chicos de instituto se compraban coches deportivos e
incluso yo misma tenía mis propios ahorros bastante sustanciales; sólo hay que
ser un poco amplio de miras y lo mínimamente inteligente para que no te maten
por el camino. Y esos son precisamente los más peligrosos, porque han pasado
por cosas complicadas y saben lo que se sufre estando en la calle.
— Me
temo que él no sabe nada.
— Perdone
señor, yo… —aparece la señora de antes con la cabeza gacha. Él la hace callar
con un gesto de la mano.
— Soy
Alice Du’Fromagge. Mi zona es desde Nueva York hasta Maine, así que espero que
considere de nuevo la idea de intentar quitarme lo que es mío. Porque no saldrá
bien para ninguno de los dos. Especialmente para usted —respondo a Hayes.
— ¿Tienes
una idea de quién soy, niña insolente? —me mira con ojos enfurecidos.
— No
soy una niña, Hayes —no se sorprende que conozca quién es.
— Eso
ya lo vemos —Grady sigue sin apartar la atención de mí.
Moore le dirige una mirada intimidatoria. Ahora es cuando me
doy cuenta de que quizá no vaya adecuadamente vestida para una reunión así o
para que me tomen en serio. La ropa que cogí rápidamente —pantalones vaqueros
por la mitad del muslo, sandalias planas y una blusa con la espalda al aire y
sin mangas color salmón— estaba pensada para ir por la calle, no para asistir a
una reunión con mis principales objetivos desde que entré al FBI hace seis años
—cinco sin contar cuando estuve con Moore.
Empiezo a sentirme incómoda y con un movimiento sutil coloco
el pelo sobre mi pecho, dejando más espalda para ver, incluyendo el tatuaje,
pero menos parte delantera.
— Moore,
¿estás tratando con ella? —le interroga Cacciatore.
— Estoy
de paso. Quiero ir a Europa y me dijeron que el que regentaba Florida era el
mejor del país. A excepción de mí, claro. No me vendría mal un buen socio en la
zona sur.
— Es
la primera noticia que oigo de que Nueva York tiene dueño —Hayes desconfía de
mí.
— Prefiero
el anonimato. Es más seguro, menos policía incordiando, ya sabéis.
— Siéntate
entonces y explícanos cómo lo conseguiste—me invita con un desafío—. Es una de
las ciudades más importantes del mundo, y tú no tienes pinta de estar en el
negocio. Yo diría que eres de las que consumen.
— Je suis venu à parler des affaires, non pour
raconter ma vie aux gens que je connais veux connaître (he venido a hablar
de negocios, no para contar mi vida a gente que ni conozco ni quiero conocer)
—respondo en un perfecto francés.
Estoy segura de que no me han entendido por las caras que se
les quedan, sin embargo, un arrebato de furia en mi propio idioma resulta
bastante creíble en el perfil que quiero que tengan de mí. Tranquila pero
peligrosa, que sabe de lo de los demás tanto como de lo suyo, que no se
preocupa de controlar sus impulsos, sean buenos o malos.
Veo cómo Alex reprime una pequeña sonrisa. Siempre le ha
gustado que hable en francés, y hacía demasiado que no me oía en mi lengua
‘materna’.
Temía que el acento sonara demasiado forzado, así que me
estoy dando cuenta de que ha sido mejor idea de lo que me ha parecido en un
principio.
— Habla
en nuestro idioma, niña. ¿Qué pasaría si yo ahora me pusiera a hablar en
italiano? —Cacciatore me regaña.
— Che potremmo avere una conversazione
interessante, ma temo che non si arriva al mio livello (Que podríamos tener
una conversación interesante, pero me temo que no llega a mi nivel) —la verdad
es que es bastante divertido dejarles con la boca abierta.
He tenido unos años para aprender idiomas mientras estaba en
el FBI, lo que me ayudó para entrar en la CIA y para entender algunos
documentos antiguos de la famosa Cosa Nostra siciliana. Años atrás sólo se
comunicaban en ese idioma, es por eso que resultaba mucho más difícil cogerles,
porque había que buscar a alguien que supiera el idioma y que se atreviera a ir
en contra de ellos. Y no era tarea fácil. El que más se me resistió era el
ruso, sobre todo la escritura. La pronunciación es grave y fuerte, todo lo
contrario que el francés. Sin embargo, creo que podría manejarme en una
conversación abierta sin demasiados problemas. Debería haber aprendido más,
pero con este último alcancé mi tope, me cansé y me di por satisfecha.
Cacciatore me dirige una mirada bastante amenazadora que
recibe la respuesta de una sonrisa burlona de mi parte y más estupefacción por
el lado del resto menos de Alexander, que no puede evitar reírse. Él no sabe
italiano, pero se figura lo que le he podido decir y que no era nada bueno.
Aunque lo mejor es que Cacciatore, a pesar de presumir de sus orígenes, no sabe
lo más básico como el idioma.
— ¿Qué
ha dicho? —Grady mira a su compañero italiano y después a Moore.
— Primero
que no quiere nada con vosotros. Y luego ha puesto en su sitio a Oliver
—responde Alex— Qu'est-ce que tu fais? Je
ne peux pas te protéger si toi même es, celui celui qui se met dans un danger (¿Qué estás haciendo? No puedo
protegerte si eres tú misma la que se pone en peligro) —está algo oxidado, pero
tampoco es que tenga demasiadas oportunidades de practicar aquí.
Ahora que nos hemos asegurado que ellos no nos entienden,
podemos relajarnos un poco para aclarar lo que está ocurriendo. Y no le vendrá
mal recordar el idioma, nunca se sabe lo que depara el futuro.
— Aider.
S'ils croient cela, tu as une route libre pour obtenir ce que tu veux (Ayudar. Si se creen esto, tienes
vía libre para conseguir lo que quieres).
—
Ce que je veux consiste en ce que tu es à
sauf, pas cela (Lo que quiero es que estés a
salvo, no esto).
— Mais
aussi New York. Il a confiance en moi, je sais ce que je me fais. Je peux les
manier. (Pero también Nueva York. Confía en mí, sé lo
que me hago. Puedo manejarlos).
—
Je leur dirai qu'ils partent, mais
aussitôt que nous sommes seuls je veux que tu me l'expliques (Les diré que se vayan, pero en cuanto
estemos solos quiero que me lo expliques).
—
Un traitement fait (Trato hecho).
— Caballeros,
se da por concluida nuestra reunión. El tema a tratar con ella es más urgente,
así que en cuanto llegue a un acuerdo me pondré en contacto con ustedes y se lo
comunicaré.
— No.
Lo que quiera hablar que lo haga delante de nosotros. Y en nuestro idioma
—protesta Hayes.
— Si
queremos acceder a Europa, ella es nuestra llave —me mira de reojo—. Y no hay
trato a no ser que lo hable exclusivamente conmigo.
— Podemos
llegar por nuestros propios medios.
— Y
esperar ¿cuánto? ¿Años? No pienso perder tiempo. Y ahora u os vais por vuestro
propio pie o hago que salgáis a la fuerza.
— Esto
es inaceptable —comienzan a decir, casi a coro.
A pesar de las protestas, se levantan y comienzan a salir
con un enfado más que notable. Este es el momento en el que más observada me
siento, pero en esta ocasión es con desprecio, y también sé que están
intentando recordar cada detalle mío para un futuro. Antes de que se vayan los
tres, Hayes se detiene a hablar a Alexander; aunque le hable en voz baja,
consigo oírle.
— Como
averigüe que todo esto es una farsa, lo vas a pagar muy caro, Moore. Y tu
amiguita también.
No le da la oportunidad de contestar y se va con el resto.
Definitivamente él es el más peligroso, y al primero que tengo que parar. Sobre
todo para garantizarnos cierta seguridad, porque si encuentra el más mínimo
error no dudará en acabar con los dos.
En cuanto parece que se alejan, comienzo a hablar de lo que
se supone que deberíamos, intentando mantener mi nueva tapadera lo más cercana
a la realidad posible:
— Lo
primero es tener en cuenta que la colaboración Miami-Nueva York es esencial. Yo
me encargaría de la salida, eso es fácil, pero necesitaría gente que ayudara a
la llegada. Lo más fácil sería España, pero precisamente por eso hay más
controles, así que la otra opción…
— No
puedes irrumpir en medio de una reunión con esa gente y pretender mentirles a
la cara como si nada —me interrumpe cuando ya están fuera, alzando la voz—. Son
gente muy peligrosa, Alice. Si te descubren…
— Me
matarán, lo sé. Sé cómo va.
— No,
no tienes ni idea. Si murieras… Yo… —se para para coger aire— Alice, esto es
demasiado. No puedo ponerte en peligro así. Tienes que marcharte. Cambia de
aspecto, ve a Latinoamérica, piérdete por Europa, lo que sea, pero…
— Espera
espera espera. Dime que no me estás echando.
— Te
estoy poniendo a salvo.
— No
me lo puedo creer… ¡Ni siquiera me has dejado explicarme!
— ¡Porque
no quiero oírlo! ¡Porque estoy seguro de que me convencerás de cualquier locura
a la primera de cambio!
— ¡No
es ninguna locura! Si confiaras en mí…
— ¡Te
prefiero lejos de mí y viva, a muerta a mi lado!
— ¡Ocultarse
no es vivir!
— ¡Basta
ya! ¿No entiendes que hago todo esto porque te quiero, porque eres lo único que
de verdad me importa?
Ya está. Ya lo ha dicho. Apenas se da cuenta de ello hasta
que ha salido por su boca y me he callado para asimilarlo. Está siendo
tremendamente egoísta, pero quiero pensar que lo hace porque no quiere que
continúe con la vida que he llevado de dolor, tal y como ha visto reflejado en
las cicatrices. Aun así, no me ha quitado tener que cambiar mi aspecto, huir de
ciertas zonas, dejar de hacer algunas cosas… Bien por peligro, por miedo, o por
los recuerdos que me traían y que me hacían daño. Reconozco que estoy en
desventaja con él, yo no sé cómo ha sido su vida hasta llegar aquí, pero no es
muy difícil de deducir que nada fácil o tranquila. No obstante, eso no le da
derecho a decidir por mi vida; ya hemos tenido esta discusión demasiadas veces
en muy poco tiempo.
Los gritos han atraído a un par de sirvientas que se
esconden tras una pared y a un hombre, seguramente un encargado de la seguridad
de su jefe, con la mano metida en la chaqueta, agarrando una pistola que no veo
pero sí intuyo.
Alex está sudando y su pecho sube y baja rápidamente por la
alteración del momento. Yo estoy en la misma situación, mi mente no sabe en qué
pensar. No sabe si centrarse en el enfado por la falta de libertad o si pasarle
el testigo al corazón y que él se encargue de mis actos a continuación.
— ¿Se
encuentra bien, jefe? —dice el hombre que ha entrado hace un momento.
— Sí,
vete ya, no necesito a nadie. A nadie —repite, esta vez mirando a las mujeres
ocultas que es obvio no lo estaban tanto.
De nuevo solos, nos medimos con la mirada. Quizá se
arrepiente de lo que ha dicho, pero no reacciona para nada más que mirarme. Al
fin decido tomar las riendas.
— ¿Estás
bien? —la voz me sale más dulce de lo que pretendía.
— ¿No
me has oído antes? —me responde con tono brusco.
— Vale.
Ya me voy, no te preocupes —repongo del mismo estilo; comienzo a marcharme,
pero me doy la vuelta, aún dolida por su actitud—. Por cierto, si encuentras mi
colgante, mándamelo a Latinoamérica, o a Europa, o mejor, al cementerio, para
ahorrar tiempo.
— ¿Por
qué eres así, Alice? ¿Por qué…?
— ¿Por
qué qué? ¿Por qué quiero vivir? Porque he pasado los últimos seis años de mi
vida huyendo, y prefiero morir a pasar un día más así.