Por el camino, pone la mano en mi muslo,
increíblemente sin segundas intenciones, mientras conduzco siguiendo sus
instrucciones. Al principio damos un rodeo por la zona, evitando que nos sigan,
pero rápidamente nos encaminamos a Little Havana, el barrio cubano. Alex me
besa varias veces el hombro, y no es que no me guste, es sólo que se centra
demasiado en mí, y tampoco quiero que se acerque tanto a las cicatrices, de
alguna manera me incomodan, aunque sé que lo hace porque a él no le importan, o
eso pretende. Cuando nos adentramos en el barrio, se acabaron los gestos
cariñosos, ambos miramos al frente, sin perdernos detalle. Las paredes tienen
dibujos coloridos, pintadas de apoyo a su país y banderas por todos lados;
incluso los carteles de las tiendas están en español. Salimos del centro para
adentrarnos en una zona más complicada, con casas prefabricadas, muy juntas
entre ellas y de una altura. En los porches, salen hombres armados desde puños
de hierro y enormes machetes hasta automáticas. Todos, incluso los niños que
juegan en la calle, nos siguen con la mirada de manera intimidatoria, y más aún
cuando nos detenemos.
Comienzan a tensarse, pero cuando ven
que es Alex quien se baja del coche, parecen relajarse, lo que no lleva a que
bajen las armas. Me coge de la mano y nos acercamos a uno de los hombres con machete, que no baja
la mirada de mis ojos. En la distancia suficiente para que puedan estrecharse
la mano, se centra en mi acompañante, pero no extiende el brazo ninguno de los
dos, se saludan con un movimiento de cabeza.
¾
¿Él está en casa?
¾
¿Quién es? —me señala con el machete; es obvio
que le cuesta mi idioma.
¾
No es de tu incumbencia —responde con voz
seria—. Vamos.
Le azuza para que nos guíe y lo hace a
regañadientes. Le obliga, incluso, a soltar el machete cuando nota que me pone
nerviosa. Me besa en la cabeza cuando llegamos a un porche y el hombre se va,
lanzándome una última mirada. Llama a la puerta con los nudillos hinchados y
despellejados, y una mujer nos abre al poco. Es una mujer de tez morena, mayor
y de apariencia cansada, pero aun así le muestra respeto inclinando la cabeza,
evitando el contacto visual. Aunque puede que sea miedo, pero lo dudo.
Nos cede el paso sin decir una palabra
y nos deja en el salón, sentados en el sofá antes de irse. La casa es austera y
limpia, a pesar del resto del barrio, y podría decir que incluso acogedora,
pero no quita de ser un sitio extraño.
Un hombre con los rasgos parecidos a
los de la mujer, en chándal y con el brazo en cabestrillo y vendado hasta parte
del pecho, entra en la habitación y se saluda con Alex, esta vez sí con un buen
apretón de manos y una ligera sonrisa por parte del segundo.
¾ Señor,
¿qué hace aquí? —nos invita a sentarnos de nuevo.
¾ He
estado con Miguel, y quería ver cómo estás. ¿Lo llevas bien?
¾ Sí,
algo drogado para el dolor. ¿Y tú? —deja los formalismos a un lado.
¾ Bien,
poco a poco —cambia la expresión amistosa de repente por una mucho más seria y
temible—. Tenemos un traidor.
¾ ¿Quién?
¾ Sean
Coleman. Llevaba un club de prostitutas bajo mi nombre; abusaba de mi
protección.
¾ Llamaré
a alguno de mis hombres para que vayan a por él. Iría personalmente, pero ya
ves —mueve el brazo vendado.
¾ La
policía ya se ha encargado.
¾ ¿Policía?
¾ Eso
parece. Nos sorprendieron cuando le descubrimos, tuvimos que salir corriendo.
Vive en Overtown, ¿verdad?
¾ Qué
hijo de puta... —murmura— Se trasladó al centro no hace mucho. Me extrañaba que
ganara tanto dinero, pero supuse que los negocios habían ido bien.
¾ Demasiado.
Sé que trabajabais juntos a veces, así que he venido a avisarte —se pone en
pie—. Por el momento no sé si tiene a más hombres, pero pueden sospechar algo
de ti.
¾ Alexander,
yo te juro que no...
¾ Tranquilo,
sé que no tienes nada que ver. No quiero que Ana se quede sin padre —susurra—,
ni tú sin hija.
¾ ¿Y
qué puedo hacer? No puedo dejarte solo ahora, tienes mucho por lo que
preocuparte —me mira de reojo.
¾ Deja
de pensar en mí, Jorge. Tienes que...
¾ ¿Nos
das un minuto? —le cojo del brazo bueno y le aparto. El cubano nos mira sorprendido,
pero Alex ya me conoce.
¾ ¿Es
una niña pequeña?
¾ Sí.
¾ ¿No
tienes a nadie que pueda hacerse cargo de ella durante un tiempo? Entiendo que
él tenga que quedarse, pero si le pasa algo necesitará un hogar. No soportaría
que le ocurriera algo a una cría.
El recuerdo de mi pequeña es demasiado
fuerte todavía. Me siento culpable por no haberme acordado de ella en tanto
tiempo, era mi hermana y me distraje con cosas que no merecían la pena como
ella. La idea de otra niña sin padre me destroza. Bajo la cabeza para tomar
aire y él me la levanta por la barbilla; me besa con suavidad, comprendiendo en
lo que estoy pensando, y se dirige a Jorge.
¾ Tengo
una casa libre a las afueras. Paul la recogerá mañana y se quedará hasta que
vayas en un par de días, cuando todo se haya calmado —dice con tono firme—.Os
quedareis allí hasta que vuelvas a estar al cien por cien, ¿oído? Te haré
llegar la dirección.
¾ Eso
sería abusar de ti, me niego.
¾ Jorge,
hazlo por ella —intercedo con voz dulce—. Este barrio no es seguro, y mucho
menos ahora.
¾ ¿De
dónde eres? —me mira con curiosidad; si ha notado el acento, es bueno.
¾ Francia
—no termina de fiarse.
¾ Prometed
que si me pasa algo...
¾ No
va a pasarte nada, hoy mismo me encargaré de todo.
¾ Hablo
también por la policía —repone serio—. Dime que la cuidarás —se dirige
directamente a mí, lo que me sorprende teniendo en cuenta que no me conoce de
nada—. Dame tu palabra de sangre.
Aguanto la respiración unos instantes.
Esa es una expresión que se usa entre bandas para asegurar las treguas. Apenas
había de donde yo vengo, pero aun así la conozco, y está claro que él lo sabe,
y se va a aprovechar de ello. Ahora sí que tengo miedo. ¿Cómo es posible que lo
sepa, quizá el acento que ha oído no era francés, sino neoyorquino?
¾ He
visto el tatuaje, eres de la calle, como yo. Por favor —me tiende una navaja.
La siento extraña en mis manos, hace
mucho tiempo que no uso ninguna y me encuentro incluso algo incómoda, ya que
este es un momento íntimo entre dos personas que saben el significado de esto. Una
vez que se hace el juramento, se promete dar la vida si es necesario por
cumplirlo, y si se falla voluntariamente, se paga igual de caro.
Cojo la navaja y, tras hacer un corte
superficial en la yema del dedo y él imitarme, nos estrechamos las manos,
mezclándose la sangre de ambos en el apretón.
Alex se revuelve incómodo, aunque creo
que está más confundido que cualquier otra cosa. No sabe qué hacemos, el porqué
ni tampoco qué quería decir antes. Eso significa que tendré que explicarle
cosas más adelante. Espero encontrar la manera.
Una vez pasado el momento, damos por
finalizado el encuentro.
¾ Me
aseguraré de que no necesitéis nada —se estrechan las manos y veo cómo Jorge le
da un papel.
Separados, volvemos al coche, cada uno
pensando en sus cosas. Mi cabeza ahora es una extraña y caótica mezcla de
temas: mi hermana, mis padres, todos los que he considerado como tales, quiero
decir, Nueva York, el instituto, las peleas, Patrick...
Mientras que él no expresa nada, sabe
hacerlo a la perfección cuando quiere, y odio esos momentos. Ahora está
concentrado en algo, sus ojos ausentes lo revelan, pero no sé si quiero saber
en qué. Con esto, Paul parece más un chico de los recados que el protegido de
un mafioso, no obstante, las misiones que le encarga no son poca cosa de todas
maneras; supongo que será una especie de entrenamiento, para que aprenda a
proteger a quienes él indique que son necesarios. Y, como dijo, es en quien más
confía, y eso conlleva cierto precio que no todos están dispuestos a pagar.
Cuando nos sentamos de nuevo en el
coche, me recuesto en el asiento y él hace lo mismo, cerrando los ojos.
¾ ¿Te
duele?
¾ No.
Al, Jorge es...
¾ No
tienes por qué explicar nada —yo, por el contrario, demasiadas cosas—, son tus
asuntos y yo no voy a meterme.
¾ Es
algo tarde para eso ¿no crees?
¾ Sólo
quería ayudar
¾ ¿A
cambio de qué? ¿De tu vida? —la conversación acaba de tomar un rumbo que no me
gusta nada.
¾ Podría
haber acabado con él yo sola.
¾ Ya
veo cómo —me mira de reojo el labio partido.
¾ No
voy a entrar de nuevo al tema, Alexander, no quiero discutir más contigo.
¾ Bien,
porque también tendrías que explicar algunas cosas.
¾ Por
favor —bufo y estoy a punto de salir del coche, pero me coge del brazo.
¾ Perdón,
no debería haber dicho nada.
¾ No,
no debías. Y ahora pretenderás que sea tu chófer.
¾ No
quiero que seas mi chófer, quiero que me acompañes a todo, confío en ti más que
en nadie, te necesito a mi lado.
¾ El
pequeño Paul se pondrá celoso —murmuro.
¾ No
cambias —sonríe, pero se le borra en seguida—. Tendrá que aguantarse, si vamos
a ser pareja...
¾ ¿Por
qué no dejamos de intentar poner nombre a todo y me dices dónde vamos? —cambio
de tema, no me siento cómoda hablando de esto sabiendo que tendré que
entregarle.
¾ No,
espera —insiste al ver mi evasiva—. Alice —atrae mi atención.
¾ ¿Qué?
—respondo en tono brusco.
¾ No
te entiendo.
¾ No
tienes que hacerlo.
¾ Sí,
si tengo. Tú misma dijiste que nada de secretos, y te los estoy permitiendo
porque sé que me los dirás cuando estés preparada, pero necesito saber que no
soy el único que se está entregando para más allá de unos meses —habla
atropelladamente—. Porque no quiero repetir lo de entonces.
Clava su mirada en la mía, rogándome
respuestas que no puedo darle. ¿Cómo puedo mirarle a los ojos sabiendo que todo
está basado en una mentira, que voy a traicionarlo?
No puedo, me es imposible. Está siendo
totalmente sincero y, de nuevo, yo no. Me encantaría decirle que lo que
realmente quiero es estar con él el máximo tiempo posible, huir con él lejos de
todo y comenzar una nueva vida. Quizá así fuéramos felices los dos, sin policía
o delincuentes de los que preocuparnos, tan sólo el uno del otro. Pero sé que
eso es imposible, él no va a dejar este mundo, ni siquiera por mí, y yo no
tengo otra opción que detenerle. En verdad, prefiero ser yo quien lo haga, pues
aunque le sea doloroso, yo sé cómo tratarle. Si fuera cualquier otro se
rebelaría y estaría en aún más problemas. Por ello una de las condiciones que
puse en su momento fue encargarme personalmente; entonces fue por odio o
rencor, aunque ahora no sabría decir el qué exactamente, pero ahora que le
conozco mejor que nunca doy gracias a aquello, no podría ver que nadie le
hiciera daño.
No soy capaz de devolverle la mirada
ni siquiera un par de segundos seguidos, así que tomo aire, y sin mediar
palabra, le quito el papel de la mano y lo leo. Él no se opone, por el
contrario suspira y se recuesta en el asiento con una mueca que no pretende
fingir. El camino es incómodo, reina el silencio de una manera que no lo ha
hecho nunca, augurando el final, el fracaso; no obstante, me niego a que sea
así. Le comprendo, es lógico que tenga miedo a que le rompa el corazón; ha
estado tanto tiempo aislado para evitarlo y de repente aparezco y echo por
tierra todos esos años, sin embargo no es el único que se siente así.
Intento mantener la mente en blanco,
pero no paran de venírseme imágenes a la cabeza: las diferentes víctimas de
ambos casos, sus familiares, los míos, sus posibles asesinos sin rostro pero
que todos toman la forma del de Alexander. Sacudo la cabeza para expulsar todo
eso, pero con la cabeza también se mueven las manos y a su vez el volante. He
de girar bruscamente para evitar otro coche de frente y echo la cabeza de golpe
en el respaldo. Alex vuelve a mirarme, pero no se atreve a decir nada.
Continúo como si no hubiera ocurrido
nada por la estrecha carretera que nos lleva directos a Downtown, un barrio
bastante nuevo y caro, plagado de altos edificios para empresas en auge. Los
pisos, según tengo entendido, son muy costosos, por no decir exclusivos. Los
empresarios más emprendedores ya se han hecho con alguno, y no me extraña que
Alexander tenga otro para estudiar mejor el terreno. Los ricos son los mejores
clientes, el estrés del día a día les obliga a buscar vías de escape, y ¿cuál
mejor que la droga?
Por otro lado, abrir un club tampoco
sería mala idea, no hay casi ninguno por aquí, y es un negocio asegurado. Pero
no hemos venido aquí para eso, Jorge no le daría una dirección de algo que ya
sabe. En el papel sólo pone el nombre de la calle, así que tendremos que
arreglárnoslas para conseguir el resto. No sé para qué, pero sí que quiere ir
más que cualquier cosa, y pienso ayudarle si puedo. El aparcacoches se ofrece,
pero Alex me indica que no le permita coger las llaves y así hago. Rechaza mi
mano para bajar y se pone la chaqueta, ignorando el calor, y yo intento taparme
lo máximo posible con el pelo, aunque no sé ni por qué. Entramos en la
recepción, hecha con cristal y piedras oscuras, con un mostrador a la izquierda
igual al de los edificios de negocios de Nueva York. Supongo que intentan
asemejarse lo máximo posible a su ambiente, pero Miami jamás será igual, bien
por la gente o por el clima, pero cada uno es único a su manera. Él se acerca
al mostrador, donde un hombre niega con la cabeza su petición. Al parecer,
estamos por Coleman, vive aquí. Ha preguntado por su piso, ya que sabía que él
no iba a bajar, sin embargo, el recepcionista no va a dar su brazo a torcer; al
menos ante otro hombre. No le ha prestado especial atención, pero sí se ha
fijado en que yo venía con él, o que he entrado a la vez, así que lo mejor será
que crea lo contrario.
Se queda protestando hasta que me ve
hacerle un gesto para que se retire. Aprieta la mandíbula, pero me hace caso. A
pesar de todo, sigue confiando en mí.
Me bajo la camiseta, revelando más
piel que antes y desde luego escote, y me acerco al mostrador haciendo resonar
el pequeño tacón de mis sandalias. El tipo alza la vista y capto su atención al
instante, el primer paso está dado. Me apoyo por los codos, y casi veo cómo sus
pupilas se dilatan al apartar la vista de mis ojos a más abajo. En verdad creo
que nunca ha llegado a estar arriba, y por lo que parece, Alexander cree lo
mismo. Le veo retorcerse por el rabillo del ojo y apretar los puños, se está
reprimiendo, pues si pudiera le pegaría un puñetazo por mirarme así. Por
suerte, yo estoy acostumbrada a ese tipo de miradas e incluso a palabras
peores, así que no me afectan. Incluso me divierten.
¾ ¿Puedo
ayudarte?
¾ Sí,
verás —le sonrío abiertamente—, mi hermano y yo —señalo a Alex— queremos darle
una sorpresa a Sean, mi otro hermano, pero se nos ha olvidado el piso. Como
comprenderás no puedo llamarle, porque se supone que estamos en California,
pero me preguntaba...Si, quizá, un hombre amable pudiera ayudarme.
¾ Lo
siento, pero yo...
¾ Por
favor —me inclino más—, es importante para mí. Y no me importaría recompensar a
quien me ayudara...
Estiro el brazo para cogerle de la
corbata y le atraigo hasta que la distancia entre nosotros se limita a un par
de centímetros. Le rozo los labios con los míos y le suelto, pero le acaricio
por los hombros. Él me mira de arriba abajo y me toca con la yema de los dedos
la mejilla. Como respuesta, me aparto lentamente.
¾ ¿Entonces
nos dejas entrar? —susurro.
¾ ¿Tu
teléfono? —con una sonrisa, le doy un número y nombre falsos y él la dirección.
Sonrío una vez más, le beso la
mejilla, y vuelvo con Alex con la llave en la mano. Continúa con la cara de
enfado incluso en el ascensor, cuando me acerco a él aprovechando que estamos
solos.
¾ A
veces una mujer es útil —intento rebajar tensión.
¾ No
tenías por qué insinuarte así.
¾ Tú
lo habrías hecho igual de haber sido al revés —se hace el silencio—. ¿Recuerdas
la vez que estuvimos en el ascensor yendo a mi casa, solos, hacía frío pero
apenas lo notábamos...? —le beso la mandíbula.
¾ No
—me aparta.
¾ Venga
ya, Alex, deja de una vez los celos.
¾ Perdona
si no me gusta verte con otros, debo ser el raro.
¾ Si
quisiera estar con otros, no estaría aquí, ya te lo he dicho. Hago esto porque
te... —tomo aire— Sólo... Lo siento ¿vale? —me dejo caer contra la pared.
¾ ¿Estás
bien?
¾ Claro
—cierro los ojos.
Me duelen las costillas, especialmente
el lado derecho, y temo que se haya resentido el hígado con los golpes, aunque
es más probable que me haya hecho una contusión o, como mucho, que tenga una
astillada, pero no creo que sea para tanto, me habría dolido antes, no
obstante, la adrenalina ha podido retrasar el efecto y hacer que sea ahora
cuando lo empiece a notar. El caso es que no me siento del todo bien, y Alex se
ha fijado. Inconscientemente, me llevo la mano al punto del dolor y cierro el
puño.
¾ No,
no lo estás. Necesitas un médico. ¿Por qué no se lo has dicho a Miguel?
¾ Porque
no es nada, de verdad —las puertas se abren—. Y debemos centrarnos.
¾ No
se puede ser más cabezota —se queja.
¾ ¿Apostamos?
—le miro de reojo.
Salimos del ascensor para encontrarnos
en un sencillo descansillo con una puerta de llave clásica. Introducimos la que
el recepcionista me ha dado y no me puedo creer lo que veo. El piso es enorme,
rodeado de ventanas por todos lados, con televisores en cada cuarto, baños del
tamaño de habitaciones y habitaciones del de comedores. Está ricamente decorado
con cuadros caros, que supongo serán imitaciones, pero aun así tampoco son
fáciles de conseguir. Tiene un par de plantas de interior, y todo está
perfectamente recogido. Cuando entra Alexander, le detengo de tocar nada. Si hay
una investigación policial —que la habrá—, lo primero que será es mirar huellas
en su casa posteriores a su muerte, y lo que me faltaba sería tener que dar
explicaciones. Busco el cuarto de escobas, una puerta escondida al lado de la
principal, y encuentro una caja de guantes de látex. No he podido tener más
suerte. Nos los ponemos y comenzamos a inspeccionar la casa, sin tener muy
claro lo que buscamos. Supongo que pruebas de su traición, pero tengo que
preguntárselo para confirmarlo. Yo, por mi cuenta, busco otra cosa. Me sujeto
el costado con una mano mientras que con la otra revuelvo en varios cajones, y
cuando estoy a punto de darme por vencida, un sonido hueco capta mi atención:
un doble fondo. Saco la primera tabla y veo que está lleno de fotografías de
mujeres, tanto pornográficas como no, y todas sus caras me suenan de algo: son
las mujeres del club. No obstante, hay algunas que no, así que supongo que
serán las próximas. A parte, hay una carpeta con las iniciales AM & ADF. No
dudo ni un segundo en abrirla, y observo que hay apartados con el nombre cada
víctima, fotografías de seguimiento, algunas con Alexander, y otras de gente
que no conozco de nada. Esto se repite con cada una, a incluso hay notas
enganchadas que confirman la muerte de las chicas. La pena es que no especifica
nada, porque de no ser así le podrían haber metido en un buen lío, mayor
incluso del actual; lo bueno es que las fotos con Alex le sacan de entre los
sospechosos. Me gustaría llamar a Amy de inmediato, decirla que venga corriendo
para recopilar toda esta información y hablar de lo que pensamos cada una, pero
ahora no es el momento, y estoy segura de que lo comprenderá. Por el momento
toca estar con Alex y sólo con él, bueno, con él y con Coleman al parecer. No
hay nada personal en el piso, nada que pueda servir para llamarlo suyo, pero
supongo que, con la dirección, conseguirán el nombre para imputarle. A demás,
si he encontrado las fotografías, también debe haber documentación plagada de
sus huellas.
Dejo todo en su sitio, no sin antes de
dejar una marca en el cajón correspondiente: un papel pegado. Amy lo entenderá,
sabrá que habré estado. Justo cuando lo cierro, oigo a Alex hablar, y no
amistosamente.
¾ Qué
hijo de puta —murmura enfadado.
¾ ¿Pasa
algo? —entro en el dormitorio con él.
El dormitorio es igual que el resto de
la casa, frío. Él está sentado en la cama, con papeles repartidos por esta y
cajones salidos y revueltos. Se nota que nunca ha hecho un registro sigiloso, y
por un lado lo agradezco, pero por otro me dice que tendré que trabajar el
doble para arreglar el estropicio. Debería decirle que se levantara para no
dejar ningún rastro, pero lo paso por alto de momento y me centro en los
papeles. Son de negocios, cuentas varias con nombres de personas, locales y
muchos números que juraría que son de identificación de algo; tendría que
estudiarlos para saber si son coordenadas, de la seguridad social, fechas
mezcladas... Resisto mi curiosidad y cierro la mano para impedirme coger
ninguno; ya me enteraré de lo que son en su momento.
¾ ¿Ves
esto? —me enseña uno— Esto es un número de cuenta de Barbados. Estaba desviando
dinero a una cuenta suya. Mi dinero. Ganado a mis espaldas explotando chicas
—ya no tendré que investigarlo.
¾ ¿Cómo
sabes que es Barbados?
¾ También
tengo una ahí —le resta importancia, yo alzo una ceja—. No es nada especial,
tengo alrededor del mundo. Para que sea difícil localizarlo. Es algo difícil de
explicar cómo lo gano. Pero este cabrón lo tiene todo ahí. Podría...
¾ ¿Podrías?
—le animo a terminar la frase.
¾ Tengo
amigos que podrían desviar todo eso a otra cuenta en diez minutos. Una en
Francia, por ejemplo —me mira de reojo.
¾ No,
ni en broma. No voy a permitir que lo hagas.
¾ ¿Por
qué? Se estaba haciendo de oro a mis espaldas, te ha pegado, ha intentado
abusar de ti, de mi confianza. Es justicia.
¾ Tienes
un concepto de justicia peculiar, sin duda, pero no puedes hacerlo —me mira
para que continúe—. Llegarán hasta ti, ¿nunca has oído que todo deja rastro? Serás
el primero al que investiguen.
¾ Pero
no sospecharán de una turista francesa.
¾ Una
cantidad de dinero así dejará huella por toda Europa antes de llegar a París.
Seguirán el rastro hasta mí, entonces me vigilarán y ¡bingo! Tú en la cárcel y
yo deportada, como mínimo, y sin poder volver a los Estados Unidos en la vida.
¾ No
permitiré que eso ocurra —se levanta y me coge el rostro entre las manos.
¾ Entonces
deja todo como está, deja que se encargue la policía y vámonos a algún sitio
lejos de aquí. Ni siquiera sé qué es lo que estamos haciendo —hablo en apenas
un susurro, quiero que continúe entre nosotros.
¾ No
puedo, Al. Comprende que es un asunto personal, debo ser yo quien...
¾ No
—me separo—. Escucha: podemos comprar a un policía o incluso a algún preso para
que le dé una lección, pero si lo haces ahora todas las miradas caerán sobre
nosotros, recuerda que pueden acusarnos, nos han visto; pero si esperas un
tiempo —le cojo por los brazos para centrar toda su atención en mí—, darás la
impresión de tener gente en todos lados, ser inteligente, y de que quien te la
hace te la paga tarde o temprano. No querrás aparentar ser un gorila más.
¾ Me
gusta cuando dices ''nosotros'' —se agacha para besarme.
¾ Céntrate,
Moore. ¿Qué vas a hacer?
¾ Quizá
tengas razón —me coge de la cintura—, pero no puedo simplemente comprar a un
policía. No puedo entrar en una comisaría así como así.
¾ Eso
déjamelo a mí, ¿quieres? ¿Qué dices, nos vamos a por unos margaritas? —le beso
la mandíbula.
¾ Se
me ocurre una idea mejor —me empuja suavemente hasta hacerme caer sobre la cama
llena de papeles.
Los aparta de un manotazo y me besa el
cuello poco a poco. Por un momento, me olvido del resto del mundo, eso es lo
que consigue con todo lo que hace. Baja las manos hasta mis caderas y comienza
a subirme el vestido. Sus besos no hacen más que avivar la chispa, que ya de
por sí no necesitaba nada para hacerlo. Entrelazamos los dedos y con la mano
libre le aflojo la corbata y me la paso por la cabeza, sonriendo divertida.
Rara vez no la lleva, y sé que es una manera de decirnos que debemos estar
relajados, en confianza el uno con el otro. Ahí donde me toca noto un
hormigueo, no como fuego, como esperaba, algo completamente distinto, algo que
sólo él puede aplacar, pero que a la vez es la causa. Consigo mirarle a los
ojos, detenerme y controlarme, para calmarle. Siento cómo su corazón late a
toda velocidad, al igual que el mío, y con una suave caricia cede a detenerse.
¾ Así
no —susurro.
Asiente lentamente y se quita de
encima de mí. Me mira serio mientras se abrocha los botones de la camisa y yo
recojo los papeles del suelo e intento alisar los que hemos arrugado, ya no
tienen sentido los guantes, nos los hemos quitado hace un instante y hemos
dejado ya nuestras huellas por toda la colcha. Él se me une enseguida y entre
los dos conseguimos arreglarlo todo rápidamente. No me pasa desapercibido que
se guarda uno de los papeles en la chaqueta que habíamos tirado al suelo, pero
prefiero que se lo lleve, así se sentirá más seguro y, si tiene que dar
explicaciones al resto de gente que tenga a su cargo, será mejor para su
negocio. En el salón, se detiene para volver a mirarme y se queda pensativo
antes de hablar.
¾ ¿Tú
has encontrado algo?
¾ Nada.
¾ Pensé
que tendría algún registro de las chicas, algo con lo que poder amenazarlas
para mantenerlas allí.
¾ Quizá
lo tenga Smirnov, eran socios —no me gusta mentirle, pero es lo que debo hacer.
¾ Posiblemente.
Tengo que hablar con él.
¾ Eso
si no está detenido. ¿No hablasteis antes de entrar?
¾ Lo
intenté, pero oí tu grito enseguida —entonces sí que hay que hablar con él.
¾ No
te preocupes, no hay pruebas en tu contra. No pueden...
¾ Esos
papeles no han sido lo único que he encontrado —entra en el ascensor.
¾ ¿Has
visto algo más?
¾ Sí.
Documentos de ese estilo firmados por mí —añade sombrío.
¾ ¿Cómo?
—alzo la voz— Me has dicho que no tienes nada que ver.
¾ Y
así es, pero ese cabrón sabe muy bien cómo falsificar una firma. Te juro que no
los había visto antes, pero pueden incriminarme por tráfico de personas, entre
otras muchas cosas.
¾ Está
bien, saldremos de esta, sólo tienes que darme algo de tiempo.
¾ ¿Qué
piensas hacer?
¾ Estoy
en ello.