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viernes, 27 de mayo de 2016

Capítulo 20

Por el camino, pone la mano en mi muslo, increíblemente sin segundas intenciones, mientras conduzco siguiendo sus instrucciones. Al principio damos un rodeo por la zona, evitando que nos sigan, pero rápidamente nos encaminamos a Little Havana, el barrio cubano. Alex me besa varias veces el hombro, y no es que no me guste, es sólo que se centra demasiado en mí, y tampoco quiero que se acerque tanto a las cicatrices, de alguna manera me incomodan, aunque sé que lo hace porque a él no le importan, o eso pretende. Cuando nos adentramos en el barrio, se acabaron los gestos cariñosos, ambos miramos al frente, sin perdernos detalle. Las paredes tienen dibujos coloridos, pintadas de apoyo a su país y banderas por todos lados; incluso los carteles de las tiendas están en español. Salimos del centro para adentrarnos en una zona más complicada, con casas prefabricadas, muy juntas entre ellas y de una altura. En los porches, salen hombres armados desde puños de hierro y enormes machetes hasta automáticas. Todos, incluso los niños que juegan en la calle, nos siguen con la mirada de manera intimidatoria, y más aún cuando nos detenemos.
Comienzan a tensarse, pero cuando ven que es Alex quien se baja del coche, parecen relajarse, lo que no lleva a que bajen las armas. Me coge de la mano y nos acercamos a  uno de los hombres con machete, que no baja la mirada de mis ojos. En la distancia suficiente para que puedan estrecharse la mano, se centra en mi acompañante, pero no extiende el brazo ninguno de los dos, se saludan con un movimiento de cabeza.
¾    ¿Él está en casa?
¾    ¿Quién es? —me señala con el machete; es obvio que le cuesta mi idioma.
¾    No es de tu incumbencia —responde con voz seria—. Vamos.
Le azuza para que nos guíe y lo hace a regañadientes. Le obliga, incluso, a soltar el machete cuando nota que me pone nerviosa. Me besa en la cabeza cuando llegamos a un porche y el hombre se va, lanzándome una última mirada. Llama a la puerta con los nudillos hinchados y despellejados, y una mujer nos abre al poco. Es una mujer de tez morena, mayor y de apariencia cansada, pero aun así le muestra respeto inclinando la cabeza, evitando el contacto visual. Aunque puede que sea miedo, pero lo dudo.
Nos cede el paso sin decir una palabra y nos deja en el salón, sentados en el sofá antes de irse. La casa es austera y limpia, a pesar del resto del barrio, y podría decir que incluso acogedora, pero no quita de ser un sitio extraño.
Un hombre con los rasgos parecidos a los de la mujer, en chándal y con el brazo en cabestrillo y vendado hasta parte del pecho, entra en la habitación y se saluda con Alex, esta vez sí con un buen apretón de manos y una ligera sonrisa por parte del segundo.
¾    Señor, ¿qué hace aquí? —nos invita a sentarnos de nuevo.
¾    He estado con Miguel, y quería ver cómo estás. ¿Lo llevas bien?
¾    Sí, algo drogado para el dolor. ¿Y tú? —deja los formalismos a un lado.
¾    Bien, poco a poco —cambia la expresión amistosa de repente por una mucho más seria y temible—. Tenemos un traidor.
¾    ¿Quién?
¾    Sean Coleman. Llevaba un club de prostitutas bajo mi nombre; abusaba de mi protección.
¾    Llamaré a alguno de mis hombres para que vayan a por él. Iría personalmente, pero ya ves —mueve el brazo vendado.
¾    La policía ya se ha encargado.
¾    ¿Policía?
¾    Eso parece. Nos sorprendieron cuando le descubrimos, tuvimos que salir corriendo. Vive en Overtown, ¿verdad?
¾    Qué hijo de puta... —murmura— Se trasladó al centro no hace mucho. Me extrañaba que ganara tanto dinero, pero supuse que los negocios habían ido bien.
¾    Demasiado. Sé que trabajabais juntos a veces, así que he venido a avisarte —se pone en pie—. Por el momento no sé si tiene a más hombres, pero pueden sospechar algo de ti.
¾    Alexander, yo te juro que no...
¾    Tranquilo, sé que no tienes nada que ver. No quiero que Ana se quede sin padre —susurra—, ni tú sin hija.
¾    ¿Y qué puedo hacer? No puedo dejarte solo ahora, tienes mucho por lo que preocuparte —me mira de reojo.
¾    Deja de pensar en mí, Jorge. Tienes que...
¾    ¿Nos das un minuto? —le cojo del brazo bueno y le aparto. El cubano nos mira sorprendido, pero Alex ya me conoce.
¾    ¿Es una niña pequeña?
¾    Sí.
¾    ¿No tienes a nadie que pueda hacerse cargo de ella durante un tiempo? Entiendo que él tenga que quedarse, pero si le pasa algo necesitará un hogar. No soportaría que le ocurriera algo a una cría.
El recuerdo de mi pequeña es demasiado fuerte todavía. Me siento culpable por no haberme acordado de ella en tanto tiempo, era mi hermana y me distraje con cosas que no merecían la pena como ella. La idea de otra niña sin padre me destroza. Bajo la cabeza para tomar aire y él me la levanta por la barbilla; me besa con suavidad, comprendiendo en lo que estoy pensando, y se dirige a Jorge.
¾    Tengo una casa libre a las afueras. Paul la recogerá mañana y se quedará hasta que vayas en un par de días, cuando todo se haya calmado —dice con tono firme—.Os quedareis allí hasta que vuelvas a estar al cien por cien, ¿oído? Te haré llegar la dirección.
¾    Eso sería abusar de ti, me niego.
¾    Jorge, hazlo por ella —intercedo con voz dulce—. Este barrio no es seguro, y mucho menos ahora.
¾    ¿De dónde eres? —me mira con curiosidad; si ha notado el acento, es bueno.
¾    Francia —no termina de fiarse.
¾    Prometed que si me pasa algo...
¾    No va a pasarte nada, hoy mismo me encargaré de todo.
¾    Hablo también por la policía —repone serio—. Dime que la cuidarás —se dirige directamente a mí, lo que me sorprende teniendo en cuenta que no me conoce de nada—. Dame tu palabra de sangre.
Aguanto la respiración unos instantes. Esa es una expresión que se usa entre bandas para asegurar las treguas. Apenas había de donde yo vengo, pero aun así la conozco, y está claro que él lo sabe, y se va a aprovechar de ello. Ahora sí que tengo miedo. ¿Cómo es posible que lo sepa, quizá el acento que ha oído no era francés, sino neoyorquino?
¾    He visto el tatuaje, eres de la calle, como yo. Por favor —me tiende una navaja.
La siento extraña en mis manos, hace mucho tiempo que no uso ninguna y me encuentro incluso algo incómoda, ya que este es un momento íntimo entre dos personas que saben el significado de esto. Una vez que se hace el juramento, se promete dar la vida si es necesario por cumplirlo, y si se falla voluntariamente, se paga igual de caro.
Cojo la navaja y, tras hacer un corte superficial en la yema del dedo y él imitarme, nos estrechamos las manos, mezclándose la sangre de ambos en el apretón.
Alex se revuelve incómodo, aunque creo que está más confundido que cualquier otra cosa. No sabe qué hacemos, el porqué ni tampoco qué quería decir antes. Eso significa que tendré que explicarle cosas más adelante. Espero encontrar la manera.
Una vez pasado el momento, damos por finalizado el encuentro.
¾    Me aseguraré de que no necesitéis nada —se estrechan las manos y veo cómo Jorge le da un papel.
Separados, volvemos al coche, cada uno pensando en sus cosas. Mi cabeza ahora es una extraña y caótica mezcla de temas: mi hermana, mis padres, todos los que he considerado como tales, quiero decir, Nueva York, el instituto, las peleas, Patrick...
Mientras que él no expresa nada, sabe hacerlo a la perfección cuando quiere, y odio esos momentos. Ahora está concentrado en algo, sus ojos ausentes lo revelan, pero no sé si quiero saber en qué. Con esto, Paul parece más un chico de los recados que el protegido de un mafioso, no obstante, las misiones que le encarga no son poca cosa de todas maneras; supongo que será una especie de entrenamiento, para que aprenda a proteger a quienes él indique que son necesarios. Y, como dijo, es en quien más confía, y eso conlleva cierto precio que no todos están dispuestos a pagar.
Cuando nos sentamos de nuevo en el coche, me recuesto en el asiento y él hace lo mismo, cerrando los ojos.
¾    ¿Te duele?
¾    No. Al, Jorge es...
¾    No tienes por qué explicar nada —yo, por el contrario, demasiadas cosas—, son tus asuntos y yo no voy a meterme.
¾    Es algo tarde para eso ¿no crees?
¾    Sólo quería ayudar
¾    ¿A cambio de qué? ¿De tu vida? —la conversación acaba de tomar un rumbo que no me gusta nada.
¾    Podría haber acabado con él yo sola.
¾    Ya veo cómo —me mira de reojo el labio partido.
¾    No voy a entrar de nuevo al tema, Alexander, no quiero discutir más contigo.
¾    Bien, porque también tendrías que explicar algunas cosas.
¾    Por favor —bufo y estoy a punto de salir del coche, pero me coge del brazo.
¾    Perdón, no debería haber dicho nada.
¾    No, no debías. Y ahora pretenderás que sea tu chófer.
¾    No quiero que seas mi chófer, quiero que me acompañes a todo, confío en ti más que en nadie, te necesito a mi lado.
¾    El pequeño Paul se pondrá celoso —murmuro.
¾    No cambias —sonríe, pero se le borra en seguida—. Tendrá que aguantarse, si vamos a ser pareja...
¾    ¿Por qué no dejamos de intentar poner nombre a todo y me dices dónde vamos? —cambio de tema, no me siento cómoda hablando de esto sabiendo que tendré que entregarle.
¾    No, espera —insiste al ver mi evasiva—. Alice —atrae mi atención.
¾    ¿Qué? —respondo en tono brusco.
¾    No te entiendo.
¾    No tienes que hacerlo.
¾    Sí, si tengo. Tú misma dijiste que nada de secretos, y te los estoy permitiendo porque sé que me los dirás cuando estés preparada, pero necesito saber que no soy el único que se está entregando para más allá de unos meses —habla atropelladamente—. Porque no quiero repetir lo de entonces.
Clava su mirada en la mía, rogándome respuestas que no puedo darle. ¿Cómo puedo mirarle a los ojos sabiendo que todo está basado en una mentira, que voy a traicionarlo?
No puedo, me es imposible. Está siendo totalmente sincero y, de nuevo, yo no. Me encantaría decirle que lo que realmente quiero es estar con él el máximo tiempo posible, huir con él lejos de todo y comenzar una nueva vida. Quizá así fuéramos felices los dos, sin policía o delincuentes de los que preocuparnos, tan sólo el uno del otro. Pero sé que eso es imposible, él no va a dejar este mundo, ni siquiera por mí, y yo no tengo otra opción que detenerle. En verdad, prefiero ser yo quien lo haga, pues aunque le sea doloroso, yo sé cómo tratarle. Si fuera cualquier otro se rebelaría y estaría en aún más problemas. Por ello una de las condiciones que puse en su momento fue encargarme personalmente; entonces fue por odio o rencor, aunque ahora no sabría decir el qué exactamente, pero ahora que le conozco mejor que nunca doy gracias a aquello, no podría ver que nadie le hiciera daño.
No soy capaz de devolverle la mirada ni siquiera un par de segundos seguidos, así que tomo aire, y sin mediar palabra, le quito el papel de la mano y lo leo. Él no se opone, por el contrario suspira y se recuesta en el asiento con una mueca que no pretende fingir. El camino es incómodo, reina el silencio de una manera que no lo ha hecho nunca, augurando el final, el fracaso; no obstante, me niego a que sea así. Le comprendo, es lógico que tenga miedo a que le rompa el corazón; ha estado tanto tiempo aislado para evitarlo y de repente aparezco y echo por tierra todos esos años, sin embargo no es el único que se siente así.
Intento mantener la mente en blanco, pero no paran de venírseme imágenes a la cabeza: las diferentes víctimas de ambos casos, sus familiares, los míos, sus posibles asesinos sin rostro pero que todos toman la forma del de Alexander. Sacudo la cabeza para expulsar todo eso, pero con la cabeza también se mueven las manos y a su vez el volante. He de girar bruscamente para evitar otro coche de frente y echo la cabeza de golpe en el respaldo. Alex vuelve a mirarme, pero no se atreve a decir nada.
Continúo como si no hubiera ocurrido nada por la estrecha carretera que nos lleva directos a Downtown, un barrio bastante nuevo y caro, plagado de altos edificios para empresas en auge. Los pisos, según tengo entendido, son muy costosos, por no decir exclusivos. Los empresarios más emprendedores ya se han hecho con alguno, y no me extraña que Alexander tenga otro para estudiar mejor el terreno. Los ricos son los mejores clientes, el estrés del día a día les obliga a buscar vías de escape, y ¿cuál mejor que la droga?
Por otro lado, abrir un club tampoco sería mala idea, no hay casi ninguno por aquí, y es un negocio asegurado. Pero no hemos venido aquí para eso, Jorge no le daría una dirección de algo que ya sabe. En el papel sólo pone el nombre de la calle, así que tendremos que arreglárnoslas para conseguir el resto. No sé para qué, pero sí que quiere ir más que cualquier cosa, y pienso ayudarle si puedo. El aparcacoches se ofrece, pero Alex me indica que no le permita coger las llaves y así hago. Rechaza mi mano para bajar y se pone la chaqueta, ignorando el calor, y yo intento taparme lo máximo posible con el pelo, aunque no sé ni por qué. Entramos en la recepción, hecha con cristal y piedras oscuras, con un mostrador a la izquierda igual al de los edificios de negocios de Nueva York. Supongo que intentan asemejarse lo máximo posible a su ambiente, pero Miami jamás será igual, bien por la gente o por el clima, pero cada uno es único a su manera. Él se acerca al mostrador, donde un hombre niega con la cabeza su petición. Al parecer, estamos por Coleman, vive aquí. Ha preguntado por su piso, ya que sabía que él no iba a bajar, sin embargo, el recepcionista no va a dar su brazo a torcer; al menos ante otro hombre. No le ha prestado especial atención, pero sí se ha fijado en que yo venía con él, o que he entrado a la vez, así que lo mejor será que crea lo contrario.
Se queda protestando hasta que me ve hacerle un gesto para que se retire. Aprieta la mandíbula, pero me hace caso. A pesar de todo, sigue confiando en mí.
Me bajo la camiseta, revelando más piel que antes y desde luego escote, y me acerco al mostrador haciendo resonar el pequeño tacón de mis sandalias. El tipo alza la vista y capto su atención al instante, el primer paso está dado. Me apoyo por los codos, y casi veo cómo sus pupilas se dilatan al apartar la vista de mis ojos a más abajo. En verdad creo que nunca ha llegado a estar arriba, y por lo que parece, Alexander cree lo mismo. Le veo retorcerse por el rabillo del ojo y apretar los puños, se está reprimiendo, pues si pudiera le pegaría un puñetazo por mirarme así. Por suerte, yo estoy acostumbrada a ese tipo de miradas e incluso a palabras peores, así que no me afectan. Incluso me divierten.
¾    ¿Puedo ayudarte?
¾    Sí, verás —le sonrío abiertamente—, mi hermano y yo —señalo a Alex— queremos darle una sorpresa a Sean, mi otro hermano, pero se nos ha olvidado el piso. Como comprenderás no puedo llamarle, porque se supone que estamos en California, pero me preguntaba...Si, quizá, un hombre amable pudiera ayudarme.
¾    Lo siento, pero yo...
¾    Por favor —me inclino más—, es importante para mí. Y no me importaría recompensar a quien me ayudara...
Estiro el brazo para cogerle de la corbata y le atraigo hasta que la distancia entre nosotros se limita a un par de centímetros. Le rozo los labios con los míos y le suelto, pero le acaricio por los hombros. Él me mira de arriba abajo y me toca con la yema de los dedos la mejilla. Como respuesta, me aparto lentamente.
¾    ¿Entonces nos dejas entrar? —susurro.
¾    ¿Tu teléfono? —con una sonrisa, le doy un número y nombre falsos y él la dirección.
Sonrío una vez más, le beso la mejilla, y vuelvo con Alex con la llave en la mano. Continúa con la cara de enfado incluso en el ascensor, cuando me acerco a él aprovechando que estamos solos.
¾    A veces una mujer es útil —intento rebajar tensión.
¾    No tenías por qué insinuarte así.
¾    Tú lo habrías hecho igual de haber sido al revés —se hace el silencio—. ¿Recuerdas la vez que estuvimos en el ascensor yendo a mi casa, solos, hacía frío pero apenas lo notábamos...? —le beso la mandíbula.
¾    No —me aparta.
¾    Venga ya, Alex, deja de una vez los celos.
¾    Perdona si no me gusta verte con otros, debo ser el raro.
¾    Si quisiera estar con otros, no estaría aquí, ya te lo he dicho. Hago esto porque te... —tomo aire— Sólo... Lo siento ¿vale? —me dejo caer contra la pared.
¾    ¿Estás bien?
¾    Claro —cierro los ojos.
Me duelen las costillas, especialmente el lado derecho, y temo que se haya resentido el hígado con los golpes, aunque es más probable que me haya hecho una contusión o, como mucho, que tenga una astillada, pero no creo que sea para tanto, me habría dolido antes, no obstante, la adrenalina ha podido retrasar el efecto y hacer que sea ahora cuando lo empiece a notar. El caso es que no me siento del todo bien, y Alex se ha fijado. Inconscientemente, me llevo la mano al punto del dolor y cierro el puño.
¾    No, no lo estás. Necesitas un médico. ¿Por qué no se lo has dicho a Miguel?
¾    Porque no es nada, de verdad —las puertas se abren—. Y debemos centrarnos.
¾    No se puede ser más cabezota —se queja.
¾    ¿Apostamos? —le miro de reojo.
Salimos del ascensor para encontrarnos en un sencillo descansillo con una puerta de llave clásica. Introducimos la que el recepcionista me ha dado y no me puedo creer lo que veo. El piso es enorme, rodeado de ventanas por todos lados, con televisores en cada cuarto, baños del tamaño de habitaciones y habitaciones del de comedores. Está ricamente decorado con cuadros caros, que supongo serán imitaciones, pero aun así tampoco son fáciles de conseguir. Tiene un par de plantas de interior, y todo está perfectamente recogido. Cuando entra Alexander, le detengo de tocar nada. Si hay una investigación policial —que la habrá—, lo primero que será es mirar huellas en su casa posteriores a su muerte, y lo que me faltaba sería tener que dar explicaciones. Busco el cuarto de escobas, una puerta escondida al lado de la principal, y encuentro una caja de guantes de látex. No he podido tener más suerte. Nos los ponemos y comenzamos a inspeccionar la casa, sin tener muy claro lo que buscamos. Supongo que pruebas de su traición, pero tengo que preguntárselo para confirmarlo. Yo, por mi cuenta, busco otra cosa. Me sujeto el costado con una mano mientras que con la otra revuelvo en varios cajones, y cuando estoy a punto de darme por vencida, un sonido hueco capta mi atención: un doble fondo. Saco la primera tabla y veo que está lleno de fotografías de mujeres, tanto pornográficas como no, y todas sus caras me suenan de algo: son las mujeres del club. No obstante, hay algunas que no, así que supongo que serán las próximas. A parte, hay una carpeta con las iniciales AM & ADF. No dudo ni un segundo en abrirla, y observo que hay apartados con el nombre cada víctima, fotografías de seguimiento, algunas con Alexander, y otras de gente que no conozco de nada. Esto se repite con cada una, a incluso hay notas enganchadas que confirman la muerte de las chicas. La pena es que no especifica nada, porque de no ser así le podrían haber metido en un buen lío, mayor incluso del actual; lo bueno es que las fotos con Alex le sacan de entre los sospechosos. Me gustaría llamar a Amy de inmediato, decirla que venga corriendo para recopilar toda esta información y hablar de lo que pensamos cada una, pero ahora no es el momento, y estoy segura de que lo comprenderá. Por el momento toca estar con Alex y sólo con él, bueno, con él y con Coleman al parecer. No hay nada personal en el piso, nada que pueda servir para llamarlo suyo, pero supongo que, con la dirección, conseguirán el nombre para imputarle. A demás, si he encontrado las fotografías, también debe haber documentación plagada de sus huellas.
Dejo todo en su sitio, no sin antes de dejar una marca en el cajón correspondiente: un papel pegado. Amy lo entenderá, sabrá que habré estado. Justo cuando lo cierro, oigo a Alex hablar, y no amistosamente.
¾    Qué hijo de puta —murmura enfadado.
¾    ¿Pasa algo? —entro en el dormitorio con él.
El dormitorio es igual que el resto de la casa, frío. Él está sentado en la cama, con papeles repartidos por esta y cajones salidos y revueltos. Se nota que nunca ha hecho un registro sigiloso, y por un lado lo agradezco, pero por otro me dice que tendré que trabajar el doble para arreglar el estropicio. Debería decirle que se levantara para no dejar ningún rastro, pero lo paso por alto de momento y me centro en los papeles. Son de negocios, cuentas varias con nombres de personas, locales y muchos números que juraría que son de identificación de algo; tendría que estudiarlos para saber si son coordenadas, de la seguridad social, fechas mezcladas... Resisto mi curiosidad y cierro la mano para impedirme coger ninguno; ya me enteraré de lo que son en su momento.
¾    ¿Ves esto? —me enseña uno— Esto es un número de cuenta de Barbados. Estaba desviando dinero a una cuenta suya. Mi dinero. Ganado a mis espaldas explotando chicas —ya no tendré que investigarlo.
¾    ¿Cómo sabes que es Barbados?
¾    También tengo una ahí —le resta importancia, yo alzo una ceja—. No es nada especial, tengo alrededor del mundo. Para que sea difícil localizarlo. Es algo difícil de explicar cómo lo gano. Pero este cabrón lo tiene todo ahí. Podría...
¾    ¿Podrías? —le animo a terminar la frase.
¾    Tengo amigos que podrían desviar todo eso a otra cuenta en diez minutos. Una en Francia, por ejemplo —me mira de reojo.
¾    No, ni en broma. No voy a permitir que lo hagas.
¾    ¿Por qué? Se estaba haciendo de oro a mis espaldas, te ha pegado, ha intentado abusar de ti, de mi confianza. Es justicia.
¾    Tienes un concepto de justicia peculiar, sin duda, pero no puedes hacerlo —me mira para que continúe—. Llegarán hasta ti, ¿nunca has oído que todo deja rastro? Serás el primero al que investiguen.
¾    Pero no sospecharán de una turista francesa.
¾    Una cantidad de dinero así dejará huella por toda Europa antes de llegar a París. Seguirán el rastro hasta mí, entonces me vigilarán y ¡bingo! Tú en la cárcel y yo deportada, como mínimo, y sin poder volver a los Estados Unidos en la vida.
¾    No permitiré que eso ocurra —se levanta y me coge el rostro entre las manos.
¾    Entonces deja todo como está, deja que se encargue la policía y vámonos a algún sitio lejos de aquí. Ni siquiera sé qué es lo que estamos haciendo —hablo en apenas un susurro, quiero que continúe entre nosotros.
¾    No puedo, Al. Comprende que es un asunto personal, debo ser yo quien...
¾    No —me separo—. Escucha: podemos comprar a un policía o incluso a algún preso para que le dé una lección, pero si lo haces ahora todas las miradas caerán sobre nosotros, recuerda que pueden acusarnos, nos han visto; pero si esperas un tiempo —le cojo por los brazos para centrar toda su atención en mí—, darás la impresión de tener gente en todos lados, ser inteligente, y de que quien te la hace te la paga tarde o temprano. No querrás aparentar ser un gorila más.
¾    Me gusta cuando dices ''nosotros'' —se agacha para besarme.
¾    Céntrate, Moore. ¿Qué vas a hacer?
¾    Quizá tengas razón —me coge de la cintura—, pero no puedo simplemente comprar a un policía. No puedo entrar en una comisaría así como así.
¾    Eso déjamelo a mí, ¿quieres? ¿Qué dices, nos vamos a por unos margaritas? —le beso la mandíbula.
¾    Se me ocurre una idea mejor —me empuja suavemente hasta hacerme caer sobre la cama llena de papeles.
Los aparta de un manotazo y me besa el cuello poco a poco. Por un momento, me olvido del resto del mundo, eso es lo que consigue con todo lo que hace. Baja las manos hasta mis caderas y comienza a subirme el vestido. Sus besos no hacen más que avivar la chispa, que ya de por sí no necesitaba nada para hacerlo. Entrelazamos los dedos y con la mano libre le aflojo la corbata y me la paso por la cabeza, sonriendo divertida. Rara vez no la lleva, y sé que es una manera de decirnos que debemos estar relajados, en confianza el uno con el otro. Ahí donde me toca noto un hormigueo, no como fuego, como esperaba, algo completamente distinto, algo que sólo él puede aplacar, pero que a la vez es la causa. Consigo mirarle a los ojos, detenerme y controlarme, para calmarle. Siento cómo su corazón late a toda velocidad, al igual que el mío, y con una suave caricia cede a detenerse.
¾    Así no —susurro.
Asiente lentamente y se quita de encima de mí. Me mira serio mientras se abrocha los botones de la camisa y yo recojo los papeles del suelo e intento alisar los que hemos arrugado, ya no tienen sentido los guantes, nos los hemos quitado hace un instante y hemos dejado ya nuestras huellas por toda la colcha. Él se me une enseguida y entre los dos conseguimos arreglarlo todo rápidamente. No me pasa desapercibido que se guarda uno de los papeles en la chaqueta que habíamos tirado al suelo, pero prefiero que se lo lleve, así se sentirá más seguro y, si tiene que dar explicaciones al resto de gente que tenga a su cargo, será mejor para su negocio. En el salón, se detiene para volver a mirarme y se queda pensativo antes de hablar.
¾    ¿Tú has encontrado algo?
¾    Nada.
¾    Pensé que tendría algún registro de las chicas, algo con lo que poder amenazarlas para mantenerlas allí.
¾    Quizá lo tenga Smirnov, eran socios —no me gusta mentirle, pero es lo que debo hacer.
¾    Posiblemente. Tengo que hablar con él.
¾    Eso si no está detenido. ¿No hablasteis antes de entrar?
¾    Lo intenté, pero oí tu grito enseguida —entonces sí que hay que hablar con él.
¾    No te preocupes, no hay pruebas en tu contra. No pueden...
¾    Esos papeles no han sido lo único que he encontrado —entra en el ascensor.
¾    ¿Has visto algo más?
¾    Sí. Documentos de ese estilo firmados por mí —añade sombrío.
¾    ¿Cómo? —alzo la voz— Me has dicho que no tienes nada que ver.
¾    Y así es, pero ese cabrón sabe muy bien cómo falsificar una firma. Te juro que no los había visto antes, pero pueden incriminarme por tráfico de personas, entre otras muchas cosas.
¾    Está bien, saldremos de esta, sólo tienes que darme algo de tiempo.
¾    ¿Qué piensas hacer?

¾    Estoy en ello. 

viernes, 20 de mayo de 2016

Capítulo 19

Alex me recoge en nuestro lugar de encuentro, esta vez a solas. No sólo está preocupado, sino que sé que en el fondo esté enfadado por mi aspecto y lo que conlleva. Desde luego que mi falda es más corta de lo que me gustaría, o que llevo maquillaje por el cuerpo para ocultar al máximo las cicatrices, pero eso no es mi culpa, es parte del pequeño papel que me he creado. Y sé que Alex es posesivo, sobre todo conmigo, y que la idea de que esté con otro le corroe por dentro, quemándole las venas. Me lo permite con desagrado y, si pudiera evitarlo, no lo dudaría un instante aunque parte de su negocio dependiera de ello.
¾    No creo necesario que vayas así —me mira de arriba abajo.
¾    Supongo que si piensas así significa que no has estado allí —le sonrío divertida, tratando de restar importancia, pero él sigue serio—. Estaré bien, no me harán nada. Pero si te ciegas pensando en lo que no debes, entonces sí habrán problemas.
¾    No quiero que te toquen. Eres mía —tiene una febril mirada.
¾    Primero: no soy de nadie, ya te lo he dicho, Alexander; y segundo: si te ciñes al plan, no tienen por qué.
¾    A la mínima señal de sospecha, te saco de allí, te pongas como te pongas.
¾    Me parece bien.
Le dirijo una leve sonrisa antes de que ponga el coche en marcha. Me gusta su lado protector, me hace sentir segura a su lado, aunque quizá el más peligroso sea él. Me inclino para besarle, pero aparta la cabeza sutilmente. Le comprendo, pero eso no hace que duela menos. Conduce serio, mirándome de reojo de vez en cuando y pensando claramente en algo, pero no me voy a detener a averiguar el qué, tengo mis propias cosas en la cabeza que me mantienen ocupada. Para un par de calles antes de llegar a la del club, sin variar la seriedad con la que hemos ido todo el viaje. He conseguido convencerle de que será mejor que no vean ningún indicio de que estamos juntos o sería la ruina. Nada más bajarme del coche, me coge por la cintura y me besa lentamente, saboreando cada centímetro de mi boca, y aunque me pese, hago lo mismo, intentando mantener esa sensación en mi mente todo el tiempo posible. Hay algo que me retiene, siento que ese es el lugar en el que debo estar, a su lado, en sus brazos, con todos los detalles de él pegados a mí, sus labios jugueteando con los míos, sus manos apretándome contra él, su cuerpo relajado y apoyado en mí. No obstante, consigo deshacerme de esa sensación de pertenencia que yo también estoy comenzando a sentir y de su boca de miel para intentar concentrarme en lo que debo hacer ahora mismo. Le aparto suavemente con una punzada de dolor reflejada en sus ojos, pero no me suelta.
Intenta retenerme de la manera que sabe que no me opondría, sin embargo, debo hacer mi trabajo y ayudarle.
¾    No tienes por qué hacerlo —susurra, con su frente pegada a la mía.
¾    Quédate aquí —consigo separarme finalmente.
No me atrevo a mirarle al comenzar a andar. Se ha resistido a soltarme la mano, y aunque puede ser incluso conmovedor, a veces resulta agobiante. Sé defenderme, y espero que lo vea al fin con esto y confíe en que puedo cuidarme sola.
Al girar la esquina para dejarle atrás y salir de su campo de visión, subo a una furgoneta de mudanzas aparcada frente a una casa en cuya entrada hay cajas apiladas. Dentro, hay agentes preparados para entrar, sentados a ambos lados con el chaleco puesto y revisando las armas. Apenas recibo una vaga mirada de su parte, sin embargo, el jefe se acerca con algo en las manos: una sujeción de pelo pequeña y suficientemente discreta para poder llevarla sin problemas. A estas alturas, reconozco una cámara espía fácilmente. Cojo el pinganillo que me ofrece y me lo coloco sin rechistar. Es el mismo tipo que el que lo organizó todo en la comisaría, y por la manera que hablaba, será mejor que no le lleve la contraria. Amy se acerca para ponerme el broche mientras el hombre me habla.
¾    Necesitamos pruebas para encerrarles, así que veremos lo mismo que tú. Procura enfocar a todo.
¾    Lo intentaré —sobre todo que no se vea a Alex.
¾    Tendrás media hora como máximo antes de que entremos. Si perdemos la conexión, te sacaremos al instante, e igualmente si te sales del plan. Así que cuidado con lo que haces —me advierte.
¾    No sé cómo puedo salirme de un plan que consiste en sacar información hasta que entréis gritando con pistolas —protesto; miro el reloj—. Es la hora.
¾    Suerte —resoplo como respuesta, y Amy me coge del brazo con cariño.
¾    Lo han visto, ¿verdad?
¾    ¿El qué? ¿Atragantarte con la lengua de un mafioso?
Se ríe y le doy un golpecito amistoso. Echaba de menos a esta Amy, la que quita importancia a todos los asuntos posibles para distraerme cuando estoy nerviosa. Sé que le cuesta hacerlo, y valoro en grande su esfuerzo. Lo está dando todo por mí y yo nada a cambio. De repente vuelve a su expresión seria y me abraza rápidamente.
¾    Ten cuidado.
¾    Sólo son unos babosos, puedo mantenerlos a raya.
Salgo de la furgoneta con paso decidido y me quito el pinganillo en cuanto mis pies tocan el asfalto, colocándolo sobre el capó con una sonrisa. Oigo las protestas y amenazas, pero sé lo que me hago, y ellos no. Espero que esta vez el gorila se comporte igual y no me haga deshacerme de los metales, por pocos que lleve. No obstante, debo dar un punto a la Agencia por pensar en algo para el pelo en vez del típico estúpido broche, que estoy segura me habrían hecho quitármelo y sospechado.
Además, me costó convencer a Alex de que fuéramos solos y que no llevara armas, pero por suerte comprende rápido qué haría en el caso de Smirnov; supongo que es lo único bueno que tiene ser un mafioso, o quizá no lo único.
No hace falta que pare, el matón de la puerta la abre directamente cuando me acerco y el mismo tipo de la primera vez me está esperando para guiarme a la sala redonda a través del oscuro pasillo. Evito respirar profundo de alivio, por muchas ganas que tenga y obedezco las indicaciones que me dan, esta vez tratando de girar la cabeza lo máximo posible sin que resulte descarado ni demasiado raro para captar todas las imágenes que pueda. Miro el reloj, y continúo contando el tiempo; llevo en total siete minutos desde que dejé a Alexander. De momento todo va bien. Me fijo en que algunos reservados que recorren la pared están tapados con cortinas; no podré ver a los clientes, aunque otra está corrida, revelando una puerta decorada con motivos florales, supongo que serán otro tipo de reservados, no son los primeros que veo así.
Cuando entro en la oficina, tanto Coleman —alto y delgado, moreno y bastante tranquilo, con gesto de superioridad, incluso— como Smirnov, me analizan de arriba abajo. El segundo me dedica una amplia sonrisa al ver la expresión de su socio al verme, alzando una comisura. Primer paso conseguido, al menos le gusto. No obstante, dado lo que ocurrió ayer, no sé si el ruso estará dispuesto a que otro me toque antes que
él. Sólo de pensarlo me entran ganas de vomitar y golpear a todos los que hay en el club.
¾    No está mal —comienza a andar a mi alrededor—. Nada mal —murmura.
No me quita los ojos de encima y casi puedo oír sus pensamientos, asquerosos desde luego. Por lo menos Smirnov no se regocija en sus negocios, para él son sólo maneras de ganar dinero —o conseguir caprichos, como creo que soy ahora—, pero para el otro son medios para demostrar su poder, un poder que debe mantener en secreto si quiere seguir vivo o libre. Reprimo con todas mis fuerzas escupirle en la cara o darle un puñetazo cuando me toca el pelo. Quizá luego.
¾    ¿Ya ha aceptado las condiciones? —le dice al ruso.
¾    No. Si somos socios, tenemos que darle el visto bueno los dos.
¾    Bien —continúa concentrado en mí.
¾    ¿Condiciones? —hablo, procurando remarcar el acento francés.
¾    Delicioso —Coleman sonríe y se humedece los labios.
¾    Una parte de tus ganancias serán para nosotros a cambio de clientes fijos y seguridad. Pero si vas por tu cuenta, pasarás de ser una...amiga a alguien a quien eliminar. No nos gustan los traidores.
Intento no mirar de reojo a Coleman para ver su reacción, pero si tuviera que fiarme de su expresión, no me iría muy bien, precisamente. Para él es como si lo que hubiera dicho no tuviera nada que ver con lo que está metido.
¾    A mí tampoco —sigue sin mostrar nada, e intento que me mire a los ojos—. Nos llevaremos bien.
¾    Sobre todo tú y yo —Coleman me coge por la cintura—. Esta es mía, Kyril.
¾    Yo la he conseguido, yo la disfrutaré primero. De todas formas, no será exclusiva.
¾    ¿Qué parte de que es mía no entiendes? —me aprieta.
¾    Sabes que tiene potencial, y el dinero que nos puede hacer ganar. Las europeas son una mina de oro aquí.
¾    Dijiste eso de Katja.
¾    Porque lo fue. Hasta que la reclamaste —le recrimina.
¾    No fue mi culpa que no supiera aguantar su trabajo. Pero tú sí podrás, ¿verdad, preciosa? —me atrae hacia él— Y mi amigo Kyril no se opondrá, porque no quiere que hable con mi jefe, ¿no es así?
¾    Moore te pegará un tiro si le molestas con algo así.
¾    O a ti por adueñarte de una chica de su tipo sin hablarlo con él. ¿Estás seguro de que quieres deshacerte de otro cadáver? No lo creo. Déjanos solos.
No sé si lo estoy comenzando a entender todo, o si por el contrario me estoy liando más. Por lo que parece, ellos proporcionaban las mujeres a Alexander y se deshacían de los cuerpos, pero no entiendo por qué. Eran de buenas familias, no entiendo cómo podrían conocer a cualquiera de ellos dos. Tendré que preguntárselo a Amy, pero ya lo habrá oído  y visto todo, así que seguro que se habrán puesto manos a la obra. Más les vale.
Smirnov obedece, aunque no de muy buen grado, y su socio me besa el cuello. Sin embargo, consigo apartarme de él lo necesario para hablar y alargar el tiempo. Según mi reloj, Alexander todavía tardará otros diez minutos, y los mandados de la CIA cerca de veinte, así que aunque vaya bien, dependo de otros.
¾    Así que tu jefe es Alexander Moore.
¾    ¿Le conoces?
¾    He oído cosas. Como que es muy guapo... y poderoso.
¾    No es para tanto —está incómodo hablando de él; bien—. Sólo una marioneta.
¾    No te creo —fuerzo una sonrisa y acerco los labios, pero cuando va a besarme, le sujeto—. Si él es una marioneta, ¿entonces qué eres tú?
¾    El que mueve los hilos —me clava los dedos en la nuca y la mano en el trasero.
¾    ¿Entonces estoy con un pez gordo?
¾    Mejor, otros dan la cara y yo gano el dinero. Pero también me deshago de las que abren la boca —susurra en mi oído.
Es mucho más fuerte de lo que parece, y no puedo deshacerme de él aunque me resista. Está claro que no voy a sacar más información de la que tengo, pero aun así es más de la que esperaba. Por lo que parece, Coleman también se deshizo de las chicas, y no es que el estilo no vaya con él, directo y frío, pero no me cuadra que un simple capo o matón se encargue de temas tan complicados como ese. Por la forma de hablar es obvio que busca atención y que quiere ser reconocido por algo, pero no sé para qué. Seguramente sólo sea que tiene aires de grandeza, pero un tipo así puede ser muy peligroso.
Aunque le digo que espere, que me dé cierto tiempo para que sea mejor, no cede y me agarra con más fuerza aún, sintiendo cómo cada dedo recorre mi piel. De verdad que lo intento, pero no puedo simplemente dejarme llevar y esperar a que venga Alexander. Si le ve así, besándome cada pedazo de piel que ve libre, no dudará ni un segundo en matarle a la mínima oportunidad, y necesitamos la información. Todo esto me supera. No soporto que nadie me toque más de lo justo y necesario, y desde luego que bajarme los finos tirantes del vestido a la fuerza y subirme la ya corta falda lo supera. Me revuelvo, pero no consigo nada más que enfadarle. Me coge del cuello, intentando ahogarme, pero se controla al final y afloja la mano, pero no me suelta del todo. Me cuesta respirar, la garganta me duele y los pulmones se mueven más rápido de lo normal, pero eso no le importa, sino que me agarra por la cara. Me mira fijamente a los ojos, esos que rebosan ira tanto por un lado como por el otro. Entonces, como si lo hubiera decidido en ese mismo instante, me golpea con toda su fuerza en la boca. Consigue tirarme al suelo, y no satisfecho con eso, me levanta por el pelo —involuntariamente, suelto un pequeño grito— y me pega de nuevo, esta vez sin fijarse dónde. El puñetazo cae directo al pómulo y el mundo comienza a dar vueltas. Definitivamente, le he infravalorado, pero tampoco pensaba que se pusiera a darme una paliza, pensé que el dinero que podría conseguirle sería más poderoso. Le he debido enfadar sacándole el tema de Alexander, y ahora sí que sí puede considerarse muerto. Nada le detendrá de acabar con su vida brutalmente, ni siquiera yo, por mucho que quiera la información. En el suelo, procuro encogerme para recibir menos golpes, pero tampoco es que haga mucho efecto. Al principio no podía defenderme para no poner e peligro mi tapadera, pero ahora directamente no puedo, no tengo excusas.
De repente, se abre la puerta y un hombre entra como un torbellino. No logro verle hasta que me quita a Coleman de encima y le estampa contra la pared. Está ciego de ira, le pega sin control, sin conocimiento, y yo tampoco me encuentro bien para pararle; aun así, saco fuerzas de flaqueza e intento apartarle. Necesito la ayuda de Smirnov, pero conseguimos separarles. Coleman cae inerte al suelo, con la cara ensangrentada, y el pecho de Alex sube y baja con violencia. Ya sabía que era agresivo con lo que le importaba, pero jamás le había visto así. No sé si temerle o protegerle, está claro que ese no era él, la ira de verme así le ha dominado, pero ahora necesita mi ayuda.
Tengo que sacarle de allí, o si no, pronto...¡no! La policía estará a punto de entrar, si es que ya no lo está haciendo ya; tengo que sacarle de allí de inmediato. La pequeña cámara espía se ha quedado en el suelo cuando me he caído la primera vez, y no pienso recogerlo, por el contrario, lo piso para cortar la emisión y cojo a Alex de la mano pegajosa. Ignorando todo, comienzo a correr y él me sigue sin rechistar, mostrando todo lo que confía en mí. Oigo gritos de ''Policía'' y continúo como si nada, como si él no me estuviera mirando aterrorizado o como si las chicas y clientes no hicieran lo mismo que nosotros. Por suerte, eso nos ayuda a ocultarnos. Le llevo por la puerta oculta de antes, recorriendo un pasillo lleno de más puertas cerradas hasta el fondo, donde hay una pequeña ventana lo suficiente ancha como para que quepamos por turnos.
Él es el primero en saltar fuera, no sin dificultades, pues es más ancho de espaldas de lo que parece, y en cuanto pone los pies en el suelo, salto y me coge en el aire. Se niega a soltarme, me abraza con tanta fuerza que incluso duele, pero es un tipo de dolor agradable, incluso, después de lo que ha pasado. La adrenalina llena mis venas todavía y ayuda a que el dolor sea perfectamente soportable, a demás de permitirnos continuar.  
¾    No hay tiempo —susurro y seguimos corriendo.
Obedece sin rechistar. Creo que será la única vez que lo haga, así que aprovecho el momento y le llevo por callejones hasta alejarnos lo suficiente para estar a salvo de la policía. Aunque estuviera conmigo, fuera mi misión y me ayudara, no dejaría de ser un mafioso en un prostíbulo ilegal, con las manos manchadas de la sangre de un hombre inconsciente. Ahora coger el coche sería demasiado arriesgado, hay policía por todos lados, el ambiente tranquilo de tarde se ha inundado de sirenas.
Al detenernos, me dejo caer por la pared, intentando recuperar el aliento. He perdido un zapato en la carrera, así que me quito el otro para no cojear como una estúpida; prefiero ir descalza antes que eso. Él hace lo mismo a mi lado, pero no se fija en él, sino en mí. Extiende la mano para acariciarme, pero respiro hondo y se detiene a medio camino. Cuando le miro a los ojos, totalmente inexpresivos baja la cabeza para evitarme.
¾    Iba a matarle —habla casi para sí mismo, creo que continúa en shock—. Quiero hacerlo. Quiero hacerle sufrir —me mira, dudando si lo que piensa es horrible o correcto.
Le obligo a mirarme y tiene la cara sucia por haberse apartado el pelo con las manos, llena de sangre espesa y pegajosa. Le beso suavemente, ignorando el dolor del labio, y cuando el sabor férreo se mezcla con el de él, no sé si es por mi propia sangre. Me noto el labio hinchado, seguro que está partido, pero hay otras cosas de las que preocuparse que de un rasguño insignificante. Al tocarle el brazo, está húmedo, y cuando abro los ojos, tiene la manga manchada de rojo. Parece salir de la nada, pero se resiente, así que está herido. Estaba herido y no me lo ha dicho. Otro golpe más a mi historial. Estúpida.
Me levanto de repente y le obligo a hacer lo mismo, pero se niega a ir a un hospital por mucho que insisto en ello; reconozco que sería muy arriesgado, tendrían que tomarle los datos y cuanto menos se sepa de él mejor.
¾    Estoy bien, es un rasguño, pero a ti te tienen que ver ese pómulo —me acaricia con suavidad.
¾    Vale, iré sólo si vienes conmigo. Sea lo que sea, puede infectarse.
¾    Vamos a por el coche—me coge de la mano.
Resulta increíble cómo podemos pasar desapercibidos por la calle, teniendo en cuenta que yo voy sin zapatos, con la cara golpeada, y él con la camisa manchada de un rojo muy característico, pero lo conseguimos. Él conduce el coche, ninguno se atreve a decir nada, sólo estamos demasiado preocupados por el otro, o enfadados, como para dirigirnos la palabra. Por mi parte, aún me encuentro impresionada por todo lo que ha pasado, aunque no debería pues he pasado por cosas peores, pero nunca he tenido que tener en cuenta nada que no fuera yo misma. En el trabajo siempre me escapaba para hacer las cosas sola y no poner a nadie en peligro, sin embargo, ahora no puedo evitarlo, los dos somos iguales y ninguno va a dar su brazo a torcer. Quizá sea así como debe ser, como debe funcionar, y en ese caso, el amor no está hecho para ninguno de los dos. Somos demasiado egoístas como para dejar que le pase algo al otro, pues seríamos nosotros quienes sufriríamos.
Mantenemos los ojos fijos en la carretera y yo procuro recordar el camino y las calles por las que pasamos, no obstante, en seguida veo que no tiene sentido, es demasiado para ahora, así que espero a que se detenga en la calle adonde vamos para comunicarlo más tarde. Aparca en la calle de enfrente, me abre la puerta y entramos en un edificio antiguo y sucio. Es un barrio de las afueras, conocido por ser el centro de todo lo peor de la ciudad, la única salida para muchos inmigrantes ilegales que llegan al país en lanchas, traídos por las mafias, traídos por Alexander.
Subimos las escaleras sin mirarnos y él toca la puerta. En seguida sale un hombre latino, rondando los treinta, que en cuanto le ve, le hace pasar apresuradamente.
¾    ¿Se te ha abierto? —nos guía por la casa hasta una habitación que no tiene nada que envidiarle a un quirófano profesional.
Es un médico clandestino con mejores medios que uno legal. ¿Cómo no caí antes? Tendría que haber alguien que se encargara de los heridos, pues no pueden ir a un hospital, ya que los médicos están obligados por ley a informar de cualquier tipo de violencia a la policía, especialmente con armas de fuego, y sería muy difícil explicar por qué llegaban hombres con tales heridas, por no hablar de lo caro que resultaría sobornarles. Sin duda, este médico ha debido de trabajar mucho, sus ojeras lo revelan, pero tiene que haber más como él, no daría a basto en caso de un tiroteo como el de la otra noche. De momento, me doy por satisfecha con saber de la existencia de este.
¾    Eso parece.
Ambos ignoran mi presencia. El médico prepara el material a toda prisa, mientras que Alex se sienta en la mesa de operaciones. Intenta quitarse la camisa con un brazo, no puede evitar las muecas de dolor, por mucho que frunza el ceño para disimular.
Me acerco para ayudarle, pero se deshace de mí con un gruñido. Entiendo que esté molesto, aunque aún no le encuentro el sentido, no fue mi culpa nada de lo que pasó, no obstante yo también lo estoy por no contármelo y él sí tiene la culpa en su caso y no hago nada por despreciarle, de hecho me preocupo más.
¾    Eres idiota —dice el latino desde su espalda—. Por favor, échale una mano —se dirige a mí con voz dulce.
¾    No necesito ayuda —protesta cuando estiro la mano.
¾    No, necesitas un cerebro. ¿Qué has hecho?
¾    Ha pegado a alguien. Mucho —intervengo.
¾    No te ha preguntado a ti.
¾    Me da igual, seguro que ibas a mentirle como haces con todos.
¾    ¿Qué estás diciendo?
¾    Me mentiste. Te pregunté si te habían herido y dijiste que te mantuviste aparte.
¾    Porque sabía cómo te pondrías.
¾    No te hubiera dicho nada, es tu trabajo. El que está obsesionado con el peligro eres tú —le reprocho.
¾    ¡Y aun así ha pasado esto! —se pone en pie enfadado— ¡Si no hubiera entrado antes de lo que me dijiste no sé si seguirías viva!
¾    ¡Si te hubieras ceñido al plan, ahora no estaríamos aquí, y tu herida no se hubiera abierto, y no hubiéramos tenido que correr por la ciudad para huir de la policía!
¾    ¿Por qué no os calláis los dos?
El médico se pone entre nosotros. Hemos llegado a encararnos a la misma altura, a centímetros del otro. Podríamos seguir discutiendo de por vida, ambos tenemos demasiada adrenalina acumulada y trapos sucios que poder sacar, pero que tampoco queremos desvelarlos por miedo de hacernos daño. Tiene toda la manga manchada, la herida ha ido empeorando con la discusión y nadie se ha dado cuenta. Alex está pálido y tiene el pelo pegado a la frente por el sudor. Tropieza con su propio pie, mareado por la pérdida de sangre —conozco bien esa sensación— y aunque el médico se adelanta para sujetarle, extiende el brazo hacia mí. Me coge por los hombros y le siento de nuevo. Esta vez no opone resistencia a que le quite la camisa y cuando el médico comienza a coserle la fea herida —la bala le ha atravesado el brazo muy cerca del hueso, aunque por suerte basta con cosérsela, no obstante, reconozco que es muy doloroso y fácil de infectarse— y me agarra con fuerza. Al terminar, le llevamos a una habitación de la casa para que descanse y se recupere, pero no acepta a tumbarse en la cama a menos que yo esté con él. Es como un niño pequeño que reclama la atención de su madre, y de alguna manera es sólo un chico que no tuvo infancia, que creció demasiado rápido y sin el amor suficiente que quiere sentirse querido por la mujer que ama. Aunque discutamos, aunque peleemos, siempre seremos especiales el uno para el otro de una forma extraña y muy poderosa.
Apoya la cabeza en mi pecho y me abraza con ternura antes de quedarse dormido. La primera hora, sólo le miro, maravillándome ante la imagen de inocencia y debilidad que tiene, a pesar de estar lleno de sangre y con los nudillos despellejados. Parece tranquilo por primera vez desde que nos vimos este año, no puedo evitar que me recuerde a nuestro último día, dormido en aquel hotel poco antes de que le abandonara. Se ve igual que ese crío asustadizo.
El médico entra en la habitación, se queda mirándonos unos segundos, y se dirige a mí:
¾    ¿Cómo está? —parece un susurro, como si le preocupara despertarle.
¾    Mejor —le acaricio la frente—. Siento haberte molestado, nos iremos en seguida; creo que debe descansar un poco más todavía —vuelvo a fijarme en él.
¾    No te preocupes, no molestáis. He tenido casos peores que esto. Aunque no mucho más raros —se ríe.
¾    ¿Qué quieres decir? —le beso la cabeza y me muevo con cuidado para levantarme sin que se despierte.
¾    Que nunca le había visto así. Es cierto que es agradable y que se preocupa por sus hombres, pero... Perdona, no me he presentado, soy Miguel —me estrecha la mano.
¾    Alice.
¾    Debes ser muy importante para él.
¾    Eso parece —murmuro—. Por cierto, ¿tienes alguna toalla que dejarme? Quiero limpiarle un poco.
¾    Sí, claro. ¿Quieres hielo también? Porque lo necesitas —le miro extrañada—. Para los nudillos, y tu cara. ¿Te duele? —me coge de la barbilla y comienza a examinarme, pero me aparto rápidamente.
¾    Estoy bien, gracias.
¾    Le pegó a quien te lo hizo, ¿verdad? No le juzgo, en mi país podría haberle matado y nadie le diría nada. No se pega a las mujeres.
¾    ¿Él te trajo aquí?
¾    Ayudó a mi hermana, la consiguió papeles y evitó que se pusiera en riesgo viniendo en cualquier lancha. Estoy en deuda con él.
¾    Creo que ya se la ha cobrado.
¾    Sí, de lejos, pero ese gran bastardo se hace querer —se ríe.
¾    Dímelo a mí —suspiro.
Ahora me toca a mí responder a sus preguntas, pero tras la tercera que me niego a responder, desiste y me da la toalla húmeda para limpiarle. Primero se la paso por la cara muy suavemente, procurando que no se despierte, después el brazo, el cual me lleva más trabajo debido a la herida, pero más fácil de manejar, luego las manos, que se quedan algo coloreadas por la sangre seca, pero se limpia bien —tiene los nudillos hinchados, quizá le vendría bien el hielo—, y por último el pecho; sólo está sudado, por suerte no se manchó, pero eso no quita que se me acelere el corazón: está fuerte, e incluso relajado tiene los músculos bien definidos, y aunque ya no soy una cría que se deja impresionar por un buen cuerpo, por suerte o por desgracia he visto demasiados así, reconozco que me tiembla la mano. Lo más posible sea por quién es, y no por el cómo. Mis movimientos son lentos, tranquilos y firmes, pero aun así se despierta. Abre sus ojos de ese azul brillante que me dejó sin habla la primera vez y me sonríe despreocupadamente. Ahora es cuando me doy cuenta que estoy sentada sobre él.
¾    No me parece justo —murmura con la boca pastosa.
¾    ¿El qué?
¾    Que yo esté a medio vestir y tú no, por no decir que llevas un rato aprovechándote de que estaba dormido y yo no puedo decir lo mismo.
¾    Eres idiota —me río.
¾    Tu boca... —murmura; alza el brazo izquierdo para acariciarme el labio partido— Y el pómulo... —hace el mismo gesto y cierra los ojos un instante.
¾    No te preocupes, se curará a su tiempo, es una tontería —susurro besándole—. ¿Por qué no dejamos a Miguel tranquilo y nos vamos a casa?
¾    Me gusta la idea —sonríe pícaramente.
¾    Cada uno a la suya, Alexander, no estás en condiciones de nada, ¿me oyes?
¾    Necesito hacer algo antes.
¾    Voy contigo.
¾    No esperaba menos —sorprendentemente no se opone.
Le ayudo a incorporarse y, después de coger una camisa limpia —que parece que tenía guardada y me temo que no es la única vez que hace algo así— se dirige a la puerta. Le damos las gracias a Miguel por la ayuda, y aprovecho para limpiarme la cara y los brazos para eliminar el maquillaje sobrante mientras ellos comentan lo que ha pasado en el burdel. Cuando salgo del baño, siento cómo ambos me miran, sobre todo el médico, que se centra en las cicatrices. Alex se tensa, nunca se acostumbrará a verlas, por eso me coloco el pelo para tapar las de los hombros, de las más visibles y desagradables.
¾    Estate tranquilo por ella, es una chica dura —observa—. Esas heridas son feas.

¾    Incluso el acero se rompe —contesto.