Entramos al coche, un Jaguar
C-XF Concept negro —no repara en gastos en nada, reconozco que quizá me
gusten los coches demasiado, pero al menos soy capaz de contener mi entusiasmo
y ambos entramos sin mediar palabra—.
Dentro hay una pantalla que separa al conductor del asiento de pasajeros donde
estamos, lo que hoy por hoy es una magnífica idea para el chófer, así no oye
nada que pueda incriminarle.
El hombre que se ha subido con nosotros, el chófer, gira
levemente la cabeza en nuestra dirección para hablar.
— ¿Dónde,
señor? —se dirige a Alexander.
— Di
tu dirección, Alice.
— No
hace falta, con que me dejes donde siempre basta.
— No
voy a permitir que andes sola a estas horas, Al.
Al…No esperaba que me llamara así. La última vez que me lo
dijo me enfadé precisamente por ello y no ha vuelto a hacerlo. Sin embargo,
ahora, que parece que la confianza retorna poco a poco, no veo impedimentos en
que me llame de esa manera.
— ¿Señor?
—insiste el chófer.
— Miami
Beach —le indica—. Te acompañaré a pie hasta tu casa.
Sería inútil seguir discutiendo el tema con él, ya que, me
guste o no, acabará ganado aunque para ello necesite la fuerza.
El coche emprende el camino y Alexander no me mira en todo
el trayecto, que se hace más largo de lo que pensaba, a esta hora hay atasco
por los jóvenes que van de un club a otro. Es lo que tiene South Miami, siempre
está lleno de gente sea la hora que sea.
Él se centra en la ventana y en la pantalla que nos separa
del conductor; yo me fijo en él todo lo que puedo, intentando encontrar algo,
no sé en realidad el qué, que me ayude a acercarme a de una manera más personal
y que no requiera que me desnude, si es posible. Está serio, sin mostrar
ninguna expresión ni cambio en su rostro, por muy pequeño que sea. Las veces
que lo he visto, llevaba traje, perfectamente arreglado y a medida, por cómo le
cae sobre los hombros; ajustado, pero no lo suficiente como para impedirle el
movimiento. Beige, gris,
negro… Siempre con chaqueta
impoluta y camisa, o medio abierta o con corbata. Me pregunto si tendrá otro
tipo de ropa. Es cierto que es elegante y que se ve impresionante, pero también
temible e irremediablemente respetable. No aparenta ni mucho menos la edad que
tiene, en vez de veintiséis parece que supera los treinta. Quizá será su mirada
fría e inquietante, o su rostro siempre serio, o porte digno, pero, en cierto
modo, también lo hace atrayente hasta un punto que puedas llegar a obsesionarte
con él. No parece de los que van de flor en flor, sino de los que no tienen
pareja porque no hay nadie lo suficientemente bueno para disfrutar de su
compañía hasta ese nivel, sin embargo, yo sé que se aprovecha de su hermoso
rostro y de su trabajado físico para estar con todas las mujeres que puede y más.
El problema está a la hora de deshacerse de ellas. No creo ser la próxima, no
según me ha tratado y me ha hablado, aunque, mirándole ahora, a lo mejor está
pensando en ello. Podría pensar en el problema que le supongo, si es que sigue
aún sintiendo algo por mí o es sólo atracción física, un capricho de niño como
otros muchos, y cuando me consiga tendrá que decirme adiós de una manera o de
otra. Su padre casi lo consiguió alguna vez y era mucho peor que él, sigo
insistiendo en ello, así que si consigo superar unos meses, podría conseguir la
información necesaria para arrestarle. Lo difícil será aceptar que tengo que
volver a dejarle, esta vez definitivamente. Tengo que emplearme a fondo para no
enamorarme de nuevo, sin embargo, la última vez que lo intenté, acabé muy mal.
Tengo la experiencia de mi lado, pero él tiene sus múltiples encantos del suyo,
por no mencionar una mafia entera a sus espaldas. Veremos quién gana este nuevo
pulso.
El coche se detiene en el mismo punto donde discutimos la
última vez, el desencadenante del ''accidente'' de coche. No me gusta este
sitio.
Él se baja primero para abrirme la puerta e indica al chófer
que dé una vuelta y que esté pendiente del teléfono para cuando termine. Está
claro que no pretende quedarse más tiempo del necesario conmigo. No es buena
idea llevarle directamente a mi casa, sin embargo ¿qué puedo hacer? ¿Fingir que
es otra? No, eso tampoco estaría bien, no obstante, confiaré en mi capacidad de
improvisación y comienzo a andar hacia el lado contrario, girando en las calles
que me parecen más apropiadas, buscando una casa con la valla abierta o algo
así para hacer la pantomima si es que no consigo quitármelo de encima para
cuando llegue. Lo retrasaré todo lo que pueda, sin embargo, tampoco creo que
tenga que poner mucho esfuerzo, se mantiene a una distancia prudente y continúa
sin mirarme, así que me decido por hablar para romper la incomodidad, pidiendo
que no se incremente con lo que diga.
— Alexander,
no entiendo por qué estás así — me dirige la mirada por primera vez.
— ¿Cómo?
— No
me hablas, no me tocas, ni siquiera me miras. Escucha, si es por lo de antes,
no pasa nada, son cosas que no podemos evitar, somos adultos y…
— Yo
sí puedo evitarlo. Si me esfuerzo por ello, puedo conseguir lo que me proponga.
No te hablo porque temo decir algo que no deba, que en realidad no sienta pero
que deba hacer; no te toco porque no soporto el roce de tu piel más de dos
segundos sin que me queme de deseo; no te miro porque un instante en tus ojos
puede hacer que eche a perder mi vida, todo el empeño que he puesto por
odiarte. Es imposible hacerlo, llevo años intentándolo, y no te saco de mí de
ninguna manera. Mujeres, dinero, excesos en general… Nada. Siempre estás ahí.
Alice, la primera conversación que tuvimos, la de la playa, era cierta. Me
traicionaste y sabes lo que eso significa, sin embargo, me resulta imposible la
idea de hacerte daño. Quizá a distancia puedo planearlo, pero, en cuanto te
veo, se me cae el mundo encima. No sabes lo que me odio por ser tan débil.
No puedo responderle porque no tengo palabras. Ambos sabemos
lo peligroso que es esto, aunque juego con cierta ventaja que no sé si de
verdad me servirá de algo. Él ha intentado matarme y yo arruiné su vida
metiendo a su padre en la cárcel y haciendo que tuviera que seguir solo, por no
mencionar que le rompí el corazón y que ahora vengo con la intención de ponerle
entre rejas. En cierto modo, me parece justo.
— Creo…creo
que deberías irte.
— Alice…Yo…
—intenta acercase, pero le aparto.
— Necesitas
pensar y está claro que conmigo a tu lado no puedes. Cuando hayas decidido
algo, búscame ¿quieres? No se te da mal encontrarme.
Reprimo el impulso de acariciarle. ¿No se suponía que no iba
a permitir que me pasara esto, precisamente? Le dejo en medio de la calle,
mirándome, quieto, serio y confundido. Sé que ahora hay un torrente de
sentimientos en su interior, por una parte está la venganza en la que le ha
educado su padre frente a la traición, y por otra el amor que dice sentir hacia
mí. Al menos tiene la suerte de afrontarlo a una edad adulta, ya que yo tuve
que hacerlo a los dieciocho, y resultó realmente catastrófico.
Espero encontrarme a Amy hecha un basilisco, sin embargo, la
encuentro paseando por el salón, vestida de calle y con su pistola en la
cintura. Me preocupo al instante. Es muy tarde para cualquier asunto de la
comisaría, se les ha dejado claro que nuestro horario sería uno de oficina
corriente, y aunque tuvieran una emergencia no deben llamarnos, nos pondría en
peligro, y Amy habría actuado sola por el mismo motivo.
— ¿Qué
pasa?
— ¿Conoces
a un tal Earl Sullivan? —me mira claramente confusa.
Por supuesto que lo conozco. Me resultaría imposible
olvidarlo, de hecho. No puedo evitar tensarme como la cuerda de un arco con
sólo pensar su nombre.
— ¿Por
qué? ¿Ha pasado algo? —trago saliva, esperando la respuesta.
— ¿Y
es importante para ti? —habla con cautela.
— Podría
decirse —no es que me apasione, pero no me viene mal estar informada de lo que
hace, o lo que le hacen—. Dime qué ha pasado, Amy.
— Está
enfermo —dice sin rodeos—. Los médicos no le dan más de una semana.
¿De verdad todo esto está ocurriendo, o es un sueño? Tengo
que sentarme para asumirlo. Sí, es cierto que lo odio, pero si moría, quería
que fuese por mis propias manos, no por… ¿Por qué? A lo mejor, al cabo del
tiempo, el resto de presos se han enterado de lo que hizo y le han golpeado
hasta dejarlo al borde de la muerte. Recuerdo que le amenacé con hacer que lo
supieran, pero no tenía tanto poder ni de lejos; nunca pensé que fuera posible.
En ese caso, me parece bien, aunque bastante egoísta por su parte, ya que yo
tengo muchos más motivos para hacerlo que ellos. Por su culpa mi pequeña Lily
enfermó, se quedó sin nadie y, finalmente, murió. Además, ya había intentado
matarla, a ella y al resto de su familia, solo que la pequeña tuvo más suerte
que sus hermanos más jóvenes y su madre —en verdad murió porque la máquina de
la que dependía ''falló'', curiosamente después de una visita intimidatoria de
Ronald Moore cuando se suponía que yo estaba muerta, antes de que secuestrara a
Patrick. Reconozco que es un lío, y creo que precisamente por eso es tan
difícil de asumir—.
Quiero verlo con mis propios ojos sufrir o esa familia jamás
será vengada. Ya que fue mi responsabilidad la muerte de la única
superviviente, también lo será la de su asesino.
— ¿Lo
han golpeado? —la furia se refleja en mis ojos— ¿Quién ha sido?
— No
me han dado detalles. El hospital ha llamado y Murray me ha pasado la llamada
desde la comisaría al teléfono de esta casa —debí dejar ese teléfono como de
contacto, sinceramente no lo recuerdo—, a pesar de que se supone que no debía
saberlo —me lanza una mirada reprobatoria.
— Tengo
que ir. Tengo que saldar una deuda.
— No
me gusta cómo suena eso. Pienso acompañarte.
— Como
quieras.
Viene de carabina, para que no haga algo de lo que me pueda
arrepentir en el futuro, pero si hay algo de lo que estoy segura es que jamás
me arrepentiré de esto. No después de tanto tiempo queriéndolo hacer, al fin ha
llegado mi oportunidad.
Zanjada la conversación, compramos el billete de ida y
vuelta más barato y con los horarios que más nos convienen para volver a Los
Ángeles durante unas horas. La salida es en un par de horas, es decir, las seis
de la mañana para coger un avión de vuelta a Los Ángeles cuanto antes, y la
vuelta es a las tres y media de la tarde. Con el tiempo que gastemos entre los
desembarques, traslados y demás, posiblemente vayamos algo justas de tiempo,
pero lo prefiero antes de que jugarme que me vea alguien que no deba, hay que
reducir las probabilidades lo máximo posible.
Ambas sabemos que es demasiado arriesgado marcharnos sin
decir nada, sin encargarme de Alexander primero, y por si fuera poco,
habiéndole dicho que me buscara. Que Amy venga conmigo es un pequeño seguro,
así él no podrá hacerle nada para sacarle información.
Esperando al avión, reviso llevarlo todo: la placa de la CIA
—que he tenido que mostrar en privado para que me dejaran pasar la pistola—, un
arma, un par de expedientes para revisar en el viaje y el teléfono móvil nuevo
que mi compañera me ha obligado a llevar.
Mis intenciones de trabajar desaparecen al sentir el cálido
abrazo del sillón del avión. Comparado con el último que he viajado, un jet
privado, sería bastante incómodo, pero estoy demasiado cansada para apreciarlo
y caigo rendida todo el vuelo.
No puedo decir que la ciudad esté diferente, porque nada más
llegar me subo a un taxi con la información que ha reunido Amy rumbo al
hospital. Ella no quiere hablar del tema y se lo agradezco. Tampoco menciona el
hecho de que la hubiera dejado inconsciente de una manera rastrera el día
anterior. A lo mejor está enfadada, pero la curiosidad por ver quién es el
culpable de mi inquietud supongo que lo supera.
No sé si prefiero quedarme a solas para discutir nuestros
asuntos o si será mejor estar acompañada, temiendo que haga alguna locura que,
aunque se merezca, me metería en más líos aún. Ya tengo suficientes como para
hacer que alguien de su calaña me provoque otro problema más en sus últimos
días. La pena es que no he sido yo quien le haya dado la paliza que le ha
llevado a esa situación.
En el hospital, de nuevo tengo que enseñar la identificación
de la Agencia para que nos dejen pasar cuando no es horario de visita, además
de prometer de que no dirán nada por ser un 'secreto de Estado'. Es curioso cómo
la gente se cree todo lo que una autoridad diga, y si es de la CIA, con todo el
secretismo que conlleva y que desde luego han ayudado a que continúe así, mucho
más. Amy no se separa de mí en ningún momento, y la verdad es que agradezco su
compañía, no creo que hubiera sido tan fuerte sin ella. Me da cierta seguridad,
aunque no sé cómo voy a hacer lo que pretendo con ella pegada a mí. Un guardia
que flanquea la entrada a la habitación nos abre la puerta mientras que el otro
pasa con nosotras. Bien. Más impedimentos. Al menos Amy podrá estar tranquila,
y si forcejeo, no le haré daño a ella.
La habitación, blanca, carente de luz y llena de agonía,
resulta agobiante en cierto modo. Es triste morir de esa manera, solo y sin que
nadie se preocupe de verdad por tu bienestar, pero es mucho más de lo que se
merece ese monstruo. Está tumbado en la cama, arropado hasta la mitad del
pecho, inmóvil. Al acercarme, veo que ha perdido mucho peso desde la última vez
que nos vimos. Tiene las mejillas hundidas y los pómulos le resaltan en la piel
amarillenta. El poco pelo que tenía ha desaparecido y manchas moradas se
reparten por los brazos de forma irregular. He visto ese aspecto antes y no me
puedo creer que sea cierto. Confirma mis sospechas cuando le ataca una tos seca
y dolorosa para su débil cuerpo por el tratamiento. Abre los ojos,
encontrándome. Si pensaba que la habitación no tenía luz, es porque no había
visto todavía sus ojos. No tienen nada que ver con los que recordaba, grises y
fríos; en su lugar, hay dos pelotas de tenis de mesa sin vida, reflejando el
dolor interno y, quizá también, de su alma, aunque lo dudo mucho.
— ¿Quién…Quién
es? —un hilo de voz ronca se arranca de su garganta.
— ¿En
serio no me recuerdas? Pensé que nuestros encuentros habían significado tanto
para mí como para ti —Amy me mira sin perder detalle.
No dudo en usar mi agudo tono sarcástico para evitar la
compasión que parece que comienzo a tener por él. Por su culpa murió mi pequeña
Lily, y eso no se lo perdonaré ni aunque me pidiera perdón mil veces,
agonizando y moribundo.
— Soy
Alice —digo bruscamente al ver que no responde—. Alice Du’Fromagge. ¿Ya te
vengo a la memoria o tengo que obligarte?
— ¿Eres…la
chiquilla de la cárcel…La que me dejó inconsciente para sacarme sangre de forma
ilegal? —aun estando tan débil, continúa en su empeño por atacarme. Genial. Yo
tengo la misma intención.
— La
misma.
— ¿Qué
quieres? ¿Has venido a rematarme?
— No
será por falta de ganas, Sullivan, pero traigo niñeras —señalo con la cabeza a
mis acompañantes; el problema está en cómo deshacerme de ellos—. La justicia
tarda, pero ya veo que es bastante efectiva. ¿No ves cierta poesía en todo
esto?
— ¿Poesía,
niña? Me estoy muriendo.
— De
leucemia —recalco con una cruel sonrisa—. Igual que Emily —aún duele pronunciar
su nombre—. Tu hija. Esa misma que intentaste matar, que, cuando pudo
recuperarse del trauma, cayó enferma por tus genes, la que te negaste a ayudar,
de la que te regodeabas de haber dejado sin familia. ¿Sigo, o te parece
suficiente?
Para mi sorpresa, las palabras salen casi sin expresión,
neutrales, intentando que el que sienta algo sea él. Yo ya he sufrido mucho por
este tema y él ni se hubiese acordado de no haber sido por mí.
No me he dado cuenta de que he ido acercándome hasta que
vuelve a hablar y veo su amoratado cuello a la perfección. Igual que el de mi
niña.
— Ah,
es verdad. ¿Cuánto duró desde que se le diagnosticó?
— ¿Ahora
tienes la desfachatez de preguntar? —aprieto los puños de rabia hasta clavarme
las uñas— ¡¿Ahora que está muerta, monstruo?! —grito sin moverme del sitio.
El pecho se me agita violentamente y siento las lágrimas a
punto de salir; una vez más, las reprimo. Por orgullo, a lo mejor, o quizá es
por intentar mantener en vano la compostura que ya he perdido. Amy intenta
acercárseme, sin embargo, algo la dice que no es recomendable estar a poca
distancia de mí justo ahora; el guardia se tensa y da un paso al frente con la
intención de protegerlo. Si supiera todo lo que yo sé, no lo haría.
— Al…
—susurra Amy, pero mis oídos no la escuchan.
— Al
menos estoy durando más que ella ¿no? A lo mejor es que debía ser así. Ella
debía estar muerta y yo sólo quise acortar su sufrimiento. Y el resto…daños
colaterales, supongo.
Lo dice con tanta tranquilidad que me crispa los nervios.
¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede decir que una niña de cinco años tenía que
morir y que el resto de su familia no importaba? Si está durando tanto es
porque no hice lo que debía en su momento, sin importar las consecuencias. Pero
eso es fácil de remediar.
— Maldito
cabrón…
Me da tiempo a mascullar antes de abalanzarme sobre él, con
las manos preparadas con la forma exacta de su cuello. Aprieto con todas mis fuerzas
unos frenéticos segundos, sintiendo cómo le privo de aire, cómo la poca vida de
sus ojos desaparece sin poder hacer nada más que poner una cara horrorizada y
abrir la boca en busca del aire que no consigue de otra manera, demasiado débil
para siquiera intentar apartarme. No obstante, para su suerte, no estamos solos
en la habitación, y entre los dos guardias y mi compañera me agarran y separan
de él. No deben subestimar la fuerza de una mujer dolida, rabiosa, y entrenada
para matar; acabo pataleando, en brazos entre los dos policías, y fuera de la
habitación. Noto un pinchazo en el cuello y, al instante, me relajo de una
manera que sólo podría describir como mágica. Reconocería la droga en cualquier
parte, de hecho se me hace bastante familiar, dadas las últimas circunstancias.
No obstante, esta sí es legal y me permite continuar consciente, por lo que me
dejan de nuevo en el suelo y camino, viendo todo de unos colores mucho más
brillantes que antes, hasta otra habitación con una cama vacía y un sofá. Me
sientan en él y cierran la puerta con llave tras dejarnos solas a Amy y a mí. No
tengo voluntad propia, lo que sea que me hayan inyectado la ha anulado por
completo, y tan sólo puedo obedecer a lo que me dicen sin objeciones. Al
principio es como si tuviera una especie de neblina que me cubre el cerebro
impidiéndome pensar, pero en cuanto pasan unos minutos con Amy observándome, consigo
disiparla para darme cuenta de lo que ha pasado: he ahogado al padre de Lily.
No sé si he llegado a cumplir mi venganza, pero al menos sé que lo he
intentado, aunque haya sido tarde y, en cierto modo, cobarde. Pero me da igual,
él también lo fue al asesinar de esa manera a su familia, aunque ahora haya
sido valiente en hablarme así, sabiendo mi reacción y que él no podía hacer
nada para defenderse. No. Otra vez no. Ha vuelto a utilizarme. Me he dejado
usar y manipular. Él quería exactamente eso, quería morir y yo se lo he
facilitado en vez de haberle dejado en la agonía como se merecía. En realidad,
él sólo es el culpable potencial de la enfermedad de mi hermana, ya que
realmente no pretendía que enfermase. Pero sí que muriera. ¿Qué pudo hacer una cría
de cinco años para merecerse el odio de su propio padre si no es que éste esté
loco?
El verdadero culpable sé quién es. Y, hasta donde yo sé,
sigue vivo. Yo lo metí en la cárcel. Y ahora pretendo mantener una relación con
su hijo. Fantástico plan.
Soy un derroche de inteligencia y coherencia, por no
mencionar lógica. Desde luego que pretendía hacerlo, aunque pensé que sería de
una manera más sutil, más fría, como desconectarle la máquina de la que depende
o, en cuanto le he visto, la idea de ahogarle con mis propias manos me había
resultado embriagadora. Supongo que así se siente la venganza a punto de ser
cumplida. El cuello amoratado me hubiera dado la oportunidad perfecta, no
obstante, dudo que pudiera haberme podido quedar sola, así que no era un buen
plan, de todas formas. Ninguno de los dos.
— Al,
¿te encuentras mejor? —Amy me habla con cuidado.
— ¿Lo
he matado?
— No
lo sé. No lo creo. ¿Se puede saber qué te ha pasado ahí dentro? —comienza a
alterarse.
— Perdí
el control.
— Ya,
eso ya lo vi. Te estoy pidiendo explicaciones. ¿Quién era ese tipo? ¿Qué hizo
para ponerte así? ¿De qué lo conoces?
— Es…o
era, un monstruo. No necesitas saber más.
— Me
estoy jugando el cuello por lo que acabas de hacer, así que sí, lo necesito.
En ese momento, un médico irrumpe en la habitación como una
sombra blanca por su bata. Castaño, con el pelo ligeramente largo y barba
recortada. Se acerca a paso rápido y enfadado directamente a mí.
— ¿Se
puede saber por qué has estrangulado a mi paciente? —me señala con el dedo.
— Doctor,
cálmese —interviene Amy.
— No
pienso calmarme hasta que me dé una excusa convincente.
Yo me he quedado sin habla. Encuentro demasiadas
coincidencias. En la placa de la bata pone ‘Dr. Parker’; tiene el pelo igual;
sus mismos ojos; la forma de la cara, por lo que recuerdo, es la misma…
— Habla,
maldita sea —parece perder la paciencia.
— Doctor,
no intervenga en…
— ¿Cómo
se llama? —interrumpo a mi compañera— Tenga mi identificación si quiere —se la
tiendo.
— Doctor
Parker —coge la pequeña cartera de cuero negro y la abre para leer.
— Hasta
ahí llego, gracias. He dicho el nombre —con mi identificación en la mano, me
mira fijamente a los ojos antes de quedarse sin habla por el nombre que lee.
— No
puede ser… —masculla.
— Tom,
cierra la puerta para poder hablar tranquilamente, por favor.
Alza la mirada y deja los ojos clavados en los míos de
nuevo, sin poder creerse que haya vuelto a verme. Reconozco que no acabamos con
los mejores términos, pero él sabía a lo que se arriesgaba desde el primer
momento. Y podría haber sido mucho peor, yo simplemente me marché sin decir
nada, podría haberle hecho odiarme para asegurarme de que no me buscaría de
nuevo, no obstante, confié en que lo haría. Hasta hoy.
Ahora tiene arrugas en el rabillo del ojo, de la edad o de
las preocupaciones. Quizá de ambas cosas. El mundo es un pañuelo que me temo he
usado demasiadas veces.
— Amy,
por favor… —señalo la puerta con la cabeza y ella se encarga de cerrarla.
— Doctor,
¿se encuentra bien? —mi amiga vuelve con nosotros y se fija en el médico.
— No
puedes... ¿Por qué no estás en Francia? Tienes que salir de aquí. Ahora.
— Tom,
para. Du’ Fromagge nunca existió como crees —tomo aire, tengo que decirlo
rápido o nunca podré—. Era una identidad, en la cual hubo momentos que quería
huir y ocultarme en ella, pero fui una cobarde.
— ¿Identidad?
—pregunta, confuso y pálido, antes de sentarse en el sofá.
Le cuento un pequeño resumen de no más de un par de minutos
de lo que ocurrió por aquel entonces, y creo que comienza a odiarse a sí mismo
por no haberse dado cuenta o quién sabe qué. A fin de cuentas, me vio disparar
a un tipo por la espalda, y matarle, y apenas me inmuté —era la adrenalina, en
verdad lo sentí como si se acabara el mundo; ahora sí que me daría igual, la
verdad, a partir de cierto número empieza a no importar—. El caso es que le
cuesta más de lo que pensé aceptarlo y cuando habla, lo hace con una
inseguridad que no le había visto nunca.
— La
última vez…Me dijiste que estabas en peligro aquí.
— Y
lo estoy, aunque de una manera diferente. Sólo he venido a ver a ese tipo.
— ¿Qué
han hecho contigo, mi Alice? —murmura a la vez que me acaricia la mejilla. Hay
ternura en su voz, cariño, añoranza, e incluso más que eso.
Deja sus ojos en los míos y ese penetrante verde me
transporta a otro momento, donde las cosas parecían mucho menos de lo que en
realidad serían en el futuro. Vaya, sí que hace daño. Es el karma, supongo, un
pago por hacerle lo mismo a tantos.
— ¿Desde
cuándo vas estrangulando a gente, eh? Dime —no quita la mano de mi mejilla y su
dulzura me inunda hasta relajarme de una manera que hace olvidarme de todo.
— Es
el padre de Lily. Mi hermana —le refresco la memoria—. Murió por la enfermedad
que él le pasó.
— No
lo sabía —abre los ojos como platos—. Pedí el traslado a este hospital cuando
ocurrió, todo me recordaba a…ti —dice finalmente—. Pensé que si no veía más
niños podría olvidarte, pero… —comienza a acercarse a mi boca poco a poco.
— Tom…No
—me aparto—. Sí, ya no soy una niña, eso es cierto, pero ahora es más
complicado.
— ¿Más
que enamorarme de una chica a la que saco doce años, siendo ella menor de edad,
con un novio peligroso y que en realidad no existía?
— Sigo
sin existir. Sé que es difícil de entender, no debería estar aquí. He venido a
saldar una deuda y ya está hecho —me levanto dándole la espalda, tampoco es que
sea demasiado cómodo con Amy delante como espectadora imparcial.
Intento explicarle torpemente la manera que me sentía, una
estúpida explicación de su rechazo, porque él tenía razón, sólo pensarlo es una
locura. Y ahora, un suicidio.
Lo hago porque, si después de tanto tiempo sigue sintiendo
eso que tanto se empeñó por ocultar en su día, es porque puede guardar un
secreto, y para él la verdad maquillada es tan buena como la real.
Ambos hemos acabado de nuevo sentados en el sofá, con Amy apoyada
en la cama, vigilante. Sabe que ha podido haber algo entre nosotros antes, es
más que obvio, aunque su imaginación siempre suele ser mucho más generosa que
la realidad. A decir verdad, apenas sabe nada de mi alter ego ni de lo que pasó
en los meses que pasé siendo otra. Quizá sea por eso por lo que no entiende lo
que hago ahora. Debería ponerla al día en la vuelta en avión.
Cuando termino de hablar, Tom ha perdido el color en la cara
de sólo imaginar por lo que he tenido que pasar, ya que he tenido que
detallarle algunas cosas para que lo comprendiera completamente. Sé que ha sido
duro, sin embargo, al final, quitando mis estancias en hospitales por mi propia
temeridad, he conseguido estabilizarme. O algo por el estilo. Amy se ha dado
cuenta de que he decidido dejar a un lado el tema de David, dado que ni yo me
siento cómoda hablando de él, así que no podría imaginar cómo podría reaccionar
alguien que prácticamente se acaba de declarar. No obstante, por mucho que
pueda dolerle o yo evitar la pregunta, no se acobarda a preguntar. Si él tiene
el coraje de interesarse por mí en vez de salir corriendo, yo tengo que
responderle con la valentía de la que llevo mucho tiempo confundiendo con
masoquismo.
Recupera la compostura y se levanta. Me mira, serio, antes
de alzarme la barbilla, observándome con ojo crítico.
— No
te vendría mal una revisión. ¿Qué tal llevas la herida del hombro? ¿Te sigue
doliendo?
— Te
acaba de contar una historia que ya quisiera un guionista de cine ¿y eso es
todo lo que dices? —Amy alza la voz y resopla.
Tom se limita a mirarme. Sé que la ha oído, y que no tiene
respuesta. No obstante, yo sí la conozco, porque es la misma que yo hubiera
dado:
— No
tienes por qué refugiarte en el trabajo, Tom —susurro—. Créeme, hay más cosas.
— Sí,
tú. Pero como dices que no puede ser, entonces…
— Las
cosas han cambiado, pero no tanto como te...nos gustaría.
— Suficiente
—levanta una mano para mandarme callar—. Será mejor cuanto menos sepa —ve a mi
compañera mirar nerviosamente el reloj—. Vete de una vez, no quiero retrasaros.
Y...sólo para que lo sepas, Earl Sullivan sigue vivo.
No sé si prefería oír eso a que mi misión había tenido
éxito, pero de lo que estoy segura es que desde luego me meteré en muchos menos
problemas, y que Tom me echará una mano para encubrirlo. Siempre lo ha hecho.
En el fondo, me siento como una loca que deben controlar a base de jeringuillas
a traición. Quizá lo sea.
Mi compañera sabe esperar al momento exacto en el que debe
hablar, nada de taxis, aeropuerto, o en la calle. Demasiado oídos indiscretos
para nuestro gusto. Una vez que el avión despega, toma aire antes de dirigirme
una mirada fija y se expresa con una seriedad propia de la agente que en teoría
es, digna de cualquier autoridad. Con esa mirada, me es imposible resistirme,
me hace sentirme pequeña e insignificante. Lo curioso es que no lo hace aposta,
el problema es que antes raramente se ponía tan seria conmigo, solíamos bromear
a pesar de mi humor negro y la gran mayoría de las veces,
¾
Sabes que tengo preguntas ¿verdad?
— Sí.
— ¿Las
vas a responder?
— Sí
—no correspondo a su mirada, simplemente no puedo hacerlo.
— Vaya,
sorprendente. Esperaba un comentario sarcástico, que me alejara de ti, como
llevas haciendo desde que llegamos a Miami.
— Amy,
tengo dos pasados. Ambos plagados de terror, muerte, sacrificios inútiles,
violencia… Estoy cansada.
— Y,
por lo que veo, amor también ¿no?
— Que
casi me conduce a la muerte; es lo mismo —respondo tozudamente.
— ¿Qué
hubo entre el médico ese y tú? Porque se tomaba demasiadas confianzas…
— Nada.
Él se hizo ilusiones solo, yo me conformaba con que no me mataran. Un día, para
ocultarme, me besó y…supongo que con eso se lió todo.
— ¿Se
enteró Moore?
— ¿Crees
que Tom seguiría vivo?
— La
verdad es que no. Y tú, exactamente, ¿a qué fuiste? Porque, por lo que veo, te
dedicaste más a romper corazones que al trabajo —intenta bromear en vano. El
único corazón que de verdad se rompió en pedazos fue el mío.
— Claro,
porque estaba deseando sentirme una traidora hiciera lo que hiciera.
— Venga,
ya basta. ¿Y de la niña que hablabas antes? Esa tal…
— Lily.
Mi… —rehúso volver a tomar por padre a un traidor más— tutor me llevó a un
hospital de niños a modo de castigo y la conocí allí. En seguida la adopté como
hermana. Su padre había quemado vivos a sus hermanos y a su madre. Ella fue la
única que se salvó. Y, cuando levantaba al fin cabeza, enfermó de leucemia.
Alexander me ayudó mucho, Amy, eso es lo que no entiendes. Él me ayudó a pagar
los tratamientos, a cuidarla, dormía con ella… Los últimos días dependía de una
máquina y, de repente, falló. Se desconectó. Mi hermana murió.
— Por
eso tanto ir al cementerio, ¿eh? Lo siento, Al. ¿Ronald Moore? —adivina.
— Eso
creo, al menos lo reconoció, pero conociendo a ese loco podría haberse
inculpado de cualquier barbaridad con tal de hacerme daño.
— ¿Y
qué hiciste para que te castigaran yendo a un hospital de niños enfermos? Porque
déjame decirte que no es muy convencional—intenta quitarle importancia.
— Pelea
de aguante —digo ausente al instante. Al ver que no entiende de qué hablo,
decido explicárselo brevemente—. Dos se atan por las muñecas y pelean hasta que
uno se rinde.
— ¿Y
si no se rinde?
— Muere
—me encojo de hombros—. O algún compañero tiene la decencia de rendirse antes
de que ocurra. A veces es demasiado tarde —suspiro—. Las navajas son
peligrosas, aunque no tanto como las pistolas. Espero que sigan prefiriendo el
cuerpo a cuerpo antes que eso, aunque lo dudo mucho. Harlem ha ido a peor, si
era posible; las nuevas bandas… no son como antes, ahora trapichean con todo lo
que pueden. Nosotros consumíamos, sí, pero manteníamos el barrio limpio, al
menos teníamos la consideración de hacerlo fuera.
— He…leído
algún reportaje en el periódico de ese barrio, y… es el hogar de delincuentes y
camellos. Los que había se han mudado por miedo a ser atracados o heridos en
alguna pelea.
— Me
hubiese gustado que lucharan por Harlem, pero no soy quién para juzgarles. Yo
huí en cuanto pude y no he vuelto en seis años. Ojala el cementerio no esté muy
lleno. Si no es por peleas o rivalidades en general, son drogas y alcohol. Una
pena… —retengo el aire. No sabía que pensar en esa realidad fuera tan doloroso.
— Entonces…
¿estabas en una banda?
— Algo
así, sí. Creo que dejaron de estar activos cuando me hirieron en la pelea; se
dieron cuenta que todo aquello no era una buena idea.
— ¿No
sabes nada de ellos?
— No.
Se separaron por mi culpa, Amy, estaba entrenada y casi me mata un estúpido que
era sólo músculo. Si hubiera estado concentrada, no hubiera pasado.
— No
seas tan dura —me regaña cariñosamente—. ¿Es por eso el tatuaje?
— Sí.
No lo había mencionado antes porque no lo veía correcto,
pensar tanto en Nueva York teniéndome que centrar en el trabajo de ahora, sin
embargo, ya que Amy lo ha mencionado, me vienen a la cabeza todos recuerdos: me
lo hice en un estudio independiente, con un diseño que cogí de la casa de
Patrick. Era un precioso lobo con ojos azules, que ahora está impregnado de por
vida en mi nuca, a tamaño reducido para que sea más discreto. Me lo hice justo
antes de salir de Los Ángeles, para recordarme que, de alguna manera, mi hogar
estaba en ese barrio que me vio crecer y casi morir.
— Y
respondiendo a las preguntas de tu cabeza, nos hacíamos llamar ‘The Wolves’, yo
era la pequeña y me llamaban Baby entre nosotros y La Lobita en modo de burla
los de fuera, ya ves el ingenio de la gente; en el instituto se metían conmigo
pero a la salida corrían para que no pudiera hacerlos nada. De hecho, me
expulsaron por romperle a uno la nariz. Y, respecto al futuro, sólo sé que
metieron a mi mejor amigo en la cárcel por homicidio y que, el que creí que estaba
enamorada, vive gracias a parte de mi sueldo en Los Ángeles —las palabras
surgen con tono cansino de mi boca.
— Vaya,
parece… —toma aire.
— ¿Una
locura?
— Trágico.
Es duro tener que hacerte a la idea de que, probablemente, la mayoría de tus
amigos estén muertos o en la cárcel.
— Es
peor tener que meter en la cárcel a un tío que no sabes si odias o amas y que,
sea lo que sea, no acabarás bien. Pero bueno, uno no puede elegir su destino.
— Puedes
cambiarlo.
— ¿Cómo?
¿Huyendo otra vez? Prefiero morir que tener que vivir otra vida más.