Translate

viernes, 29 de abril de 2016

Capítulo 16

Entramos al coche, un Jaguar C-XF Concept negro —no repara en gastos en nada, reconozco que quizá me gusten los coches demasiado, pero al menos soy capaz de contener mi entusiasmo y ambos entramos sin mediar palabra. Dentro hay una pantalla que separa al conductor del asiento de pasajeros donde estamos, lo que hoy por hoy es una magnífica idea para el chófer, así no oye nada que pueda incriminarle.
El hombre que se ha subido con nosotros, el chófer, gira levemente la cabeza en nuestra dirección para hablar.
    ¿Dónde, señor? —se dirige a Alexander.
    Di tu dirección, Alice.
    No hace falta, con que me dejes donde siempre basta.
    No voy a permitir que andes sola a estas horas, Al.
Al…No esperaba que me llamara así. La última vez que me lo dijo me enfadé precisamente por ello y no ha vuelto a hacerlo. Sin embargo, ahora, que parece que la confianza retorna poco a poco, no veo impedimentos en que me llame de esa manera.
    ¿Señor? —insiste el chófer.
    Miami Beach —le indica—. Te acompañaré a pie hasta tu casa.
Sería inútil seguir discutiendo el tema con él, ya que, me guste o no, acabará ganado aunque para ello necesite la fuerza.
El coche emprende el camino y Alexander no me mira en todo el trayecto, que se hace más largo de lo que pensaba, a esta hora hay atasco por los jóvenes que van de un club a otro. Es lo que tiene South Miami, siempre está lleno de gente sea la hora que sea.
Él se centra en la ventana y en la pantalla que nos separa del conductor; yo me fijo en él todo lo que puedo, intentando encontrar algo, no sé en realidad el qué, que me ayude a acercarme a de una manera más personal y que no requiera que me desnude, si es posible. Está serio, sin mostrar ninguna expresión ni cambio en su rostro, por muy pequeño que sea. Las veces que lo he visto, llevaba traje, perfectamente arreglado y a medida, por cómo le cae sobre los hombros; ajustado, pero no lo suficiente como para impedirle el movimiento. Beige, gris, negro…  Siempre con chaqueta impoluta y camisa, o medio abierta o con corbata. Me pregunto si tendrá otro tipo de ropa. Es cierto que es elegante y que se ve impresionante, pero también temible e irremediablemente respetable. No aparenta ni mucho menos la edad que tiene, en vez de veintiséis parece que supera los treinta. Quizá será su mirada fría e inquietante, o su rostro siempre serio, o porte digno, pero, en cierto modo, también lo hace atrayente hasta un punto que puedas llegar a obsesionarte con él. No parece de los que van de flor en flor, sino de los que no tienen pareja porque no hay nadie lo suficientemente bueno para disfrutar de su compañía hasta ese nivel, sin embargo, yo sé que se aprovecha de su hermoso rostro y de su trabajado físico para estar con todas las mujeres que puede y más. El problema está a la hora de deshacerse de ellas. No creo ser la próxima, no según me ha tratado y me ha hablado, aunque, mirándole ahora, a lo mejor está pensando en ello. Podría pensar en el problema que le supongo, si es que sigue aún sintiendo algo por mí o es sólo atracción física, un capricho de niño como otros muchos, y cuando me consiga tendrá que decirme adiós de una manera o de otra. Su padre casi lo consiguió alguna vez y era mucho peor que él, sigo insistiendo en ello, así que si consigo superar unos meses, podría conseguir la información necesaria para arrestarle. Lo difícil será aceptar que tengo que volver a dejarle, esta vez definitivamente. Tengo que emplearme a fondo para no enamorarme de nuevo, sin embargo, la última vez que lo intenté, acabé muy mal. Tengo la experiencia de mi lado, pero él tiene sus múltiples encantos del suyo, por no mencionar una mafia entera a sus espaldas. Veremos quién gana este nuevo pulso.
El coche se detiene en el mismo punto donde discutimos la última vez, el desencadenante del ''accidente'' de coche. No me gusta este sitio.
Él se baja primero para abrirme la puerta e indica al chófer que dé una vuelta y que esté pendiente del teléfono para cuando termine. Está claro que no pretende quedarse más tiempo del necesario conmigo. No es buena idea llevarle directamente a mi casa, sin embargo ¿qué puedo hacer? ¿Fingir que es otra? No, eso tampoco estaría bien, no obstante, confiaré en mi capacidad de improvisación y comienzo a andar hacia el lado contrario, girando en las calles que me parecen más apropiadas, buscando una casa con la valla abierta o algo así para hacer la pantomima si es que no consigo quitármelo de encima para cuando llegue. Lo retrasaré todo lo que pueda, sin embargo, tampoco creo que tenga que poner mucho esfuerzo, se mantiene a una distancia prudente y continúa sin mirarme, así que me decido por hablar para romper la incomodidad, pidiendo que no se incremente con lo que diga.
    Alexander, no entiendo por qué estás así — me dirige la mirada por primera vez.
    ¿Cómo?
    No me hablas, no me tocas, ni siquiera me miras. Escucha, si es por lo de antes, no pasa nada, son cosas que no podemos evitar, somos adultos y…
    Yo sí puedo evitarlo. Si me esfuerzo por ello, puedo conseguir lo que me proponga. No te hablo porque temo decir algo que no deba, que en realidad no sienta pero que deba hacer; no te toco porque no soporto el roce de tu piel más de dos segundos sin que me queme de deseo; no te miro porque un instante en tus ojos puede hacer que eche a perder mi vida, todo el empeño que he puesto por odiarte. Es imposible hacerlo, llevo años intentándolo, y no te saco de mí de ninguna manera. Mujeres, dinero, excesos en general… Nada. Siempre estás ahí. Alice, la primera conversación que tuvimos, la de la playa, era cierta. Me traicionaste y sabes lo que eso significa, sin embargo, me resulta imposible la idea de hacerte daño. Quizá a distancia puedo planearlo, pero, en cuanto te veo, se me cae el mundo encima. No sabes lo que me odio por ser tan débil.
No puedo responderle porque no tengo palabras. Ambos sabemos lo peligroso que es esto, aunque juego con cierta ventaja que no sé si de verdad me servirá de algo. Él ha intentado matarme y yo arruiné su vida metiendo a su padre en la cárcel y haciendo que tuviera que seguir solo, por no mencionar que le rompí el corazón y que ahora vengo con la intención de ponerle entre rejas. En cierto modo, me parece justo.
    Creo…creo que deberías irte.
    Alice…Yo… —intenta acercase, pero le aparto.
    Necesitas pensar y está claro que conmigo a tu lado no puedes. Cuando hayas decidido algo, búscame ¿quieres? No se te da mal encontrarme.
Reprimo el impulso de acariciarle. ¿No se suponía que no iba a permitir que me pasara esto, precisamente? Le dejo en medio de la calle, mirándome, quieto, serio y confundido. Sé que ahora hay un torrente de sentimientos en su interior, por una parte está la venganza en la que le ha educado su padre frente a la traición, y por otra el amor que dice sentir hacia mí. Al menos tiene la suerte de afrontarlo a una edad adulta, ya que yo tuve que hacerlo a los dieciocho, y resultó realmente catastrófico.
Espero encontrarme a Amy hecha un basilisco, sin embargo, la encuentro paseando por el salón, vestida de calle y con su pistola en la cintura. Me preocupo al instante. Es muy tarde para cualquier asunto de la comisaría, se les ha dejado claro que nuestro horario sería uno de oficina corriente, y aunque tuvieran una emergencia no deben llamarnos, nos pondría en peligro, y Amy habría actuado sola por el mismo motivo.
    ¿Qué pasa?
    ¿Conoces a un tal Earl Sullivan? —me mira claramente confusa.
Por supuesto que lo conozco. Me resultaría imposible olvidarlo, de hecho. No puedo evitar tensarme como la cuerda de un arco con sólo pensar su nombre.
    ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —trago saliva, esperando la respuesta.
    ¿Y es importante para ti? —habla con cautela.
    Podría decirse —no es que me apasione, pero no me viene mal estar informada de lo que hace, o lo que le hacen—. Dime qué ha pasado, Amy.
    Está enfermo —dice sin rodeos—. Los médicos no le dan más de una semana.
¿De verdad todo esto está ocurriendo, o es un sueño? Tengo que sentarme para asumirlo. Sí, es cierto que lo odio, pero si moría, quería que fuese por mis propias manos, no por… ¿Por qué? A lo mejor, al cabo del tiempo, el resto de presos se han enterado de lo que hizo y le han golpeado hasta dejarlo al borde de la muerte. Recuerdo que le amenacé con hacer que lo supieran, pero no tenía tanto poder ni de lejos; nunca pensé que fuera posible. En ese caso, me parece bien, aunque bastante egoísta por su parte, ya que yo tengo muchos más motivos para hacerlo que ellos. Por su culpa mi pequeña Lily enfermó, se quedó sin nadie y, finalmente, murió. Además, ya había intentado matarla, a ella y al resto de su familia, solo que la pequeña tuvo más suerte que sus hermanos más jóvenes y su madre —en verdad murió porque la máquina de la que dependía ''falló'', curiosamente después de una visita intimidatoria de Ronald Moore cuando se suponía que yo estaba muerta, antes de que secuestrara a Patrick. Reconozco que es un lío, y creo que precisamente por eso es tan difícil de asumir—.
Quiero verlo con mis propios ojos sufrir o esa familia jamás será vengada. Ya que fue mi responsabilidad la muerte de la única superviviente, también lo será la de su asesino.
    ¿Lo han golpeado? —la furia se refleja en mis ojos— ¿Quién ha sido?
    No me han dado detalles. El hospital ha llamado y Murray me ha pasado la llamada desde la comisaría al teléfono de esta casa —debí dejar ese teléfono como de contacto, sinceramente no lo recuerdo—, a pesar de que se supone que no debía saberlo —me lanza una mirada reprobatoria.
    Tengo que ir. Tengo que saldar una deuda.
    No me gusta cómo suena eso. Pienso acompañarte.
    Como quieras.
Viene de carabina, para que no haga algo de lo que me pueda arrepentir en el futuro, pero si hay algo de lo que estoy segura es que jamás me arrepentiré de esto. No después de tanto tiempo queriéndolo hacer, al fin ha llegado mi oportunidad.
Zanjada la conversación, compramos el billete de ida y vuelta más barato y con los horarios que más nos convienen para volver a Los Ángeles durante unas horas. La salida es en un par de horas, es decir, las seis de la mañana para coger un avión de vuelta a Los Ángeles cuanto antes, y la vuelta es a las tres y media de la tarde. Con el tiempo que gastemos entre los desembarques, traslados y demás, posiblemente vayamos algo justas de tiempo, pero lo prefiero antes de que jugarme que me vea alguien que no deba, hay que reducir las probabilidades lo máximo posible.
Ambas sabemos que es demasiado arriesgado marcharnos sin decir nada, sin encargarme de Alexander primero, y por si fuera poco, habiéndole dicho que me buscara. Que Amy venga conmigo es un pequeño seguro, así él no podrá hacerle nada para sacarle información.
Esperando al avión, reviso llevarlo todo: la placa de la CIA —que he tenido que mostrar en privado para que me dejaran pasar la pistola—, un arma, un par de expedientes para revisar en el viaje y el teléfono móvil nuevo que mi compañera me ha obligado a llevar.
Mis intenciones de trabajar desaparecen al sentir el cálido abrazo del sillón del avión. Comparado con el último que he viajado, un jet privado, sería bastante incómodo, pero estoy demasiado cansada para apreciarlo y caigo rendida todo el vuelo.



No puedo decir que la ciudad esté diferente, porque nada más llegar me subo a un taxi con la información que ha reunido Amy rumbo al hospital. Ella no quiere hablar del tema y se lo agradezco. Tampoco menciona el hecho de que la hubiera dejado inconsciente de una manera rastrera el día anterior. A lo mejor está enfadada, pero la curiosidad por ver quién es el culpable de mi inquietud supongo que lo supera.
No sé si prefiero quedarme a solas para discutir nuestros asuntos o si será mejor estar acompañada, temiendo que haga alguna locura que, aunque se merezca, me metería en más líos aún. Ya tengo suficientes como para hacer que alguien de su calaña me provoque otro problema más en sus últimos días. La pena es que no he sido yo quien le haya dado la paliza que le ha llevado a esa situación.
En el hospital, de nuevo tengo que enseñar la identificación de la Agencia para que nos dejen pasar cuando no es horario de visita, además de prometer de que no dirán nada por ser un 'secreto de Estado'. Es curioso cómo la gente se cree todo lo que una autoridad diga, y si es de la CIA, con todo el secretismo que conlleva y que desde luego han ayudado a que continúe así, mucho más. Amy no se separa de mí en ningún momento, y la verdad es que agradezco su compañía, no creo que hubiera sido tan fuerte sin ella. Me da cierta seguridad, aunque no sé cómo voy a hacer lo que pretendo con ella pegada a mí. Un guardia que flanquea la entrada a la habitación nos abre la puerta mientras que el otro pasa con nosotras. Bien. Más impedimentos. Al menos Amy podrá estar tranquila, y si forcejeo, no le haré daño a ella.
La habitación, blanca, carente de luz y llena de agonía, resulta agobiante en cierto modo. Es triste morir de esa manera, solo y sin que nadie se preocupe de verdad por tu bienestar, pero es mucho más de lo que se merece ese monstruo. Está tumbado en la cama, arropado hasta la mitad del pecho, inmóvil. Al acercarme, veo que ha perdido mucho peso desde la última vez que nos vimos. Tiene las mejillas hundidas y los pómulos le resaltan en la piel amarillenta. El poco pelo que tenía ha desaparecido y manchas moradas se reparten por los brazos de forma irregular. He visto ese aspecto antes y no me puedo creer que sea cierto. Confirma mis sospechas cuando le ataca una tos seca y dolorosa para su débil cuerpo por el tratamiento. Abre los ojos, encontrándome. Si pensaba que la habitación no tenía luz, es porque no había visto todavía sus ojos. No tienen nada que ver con los que recordaba, grises y fríos; en su lugar, hay dos pelotas de tenis de mesa sin vida, reflejando el dolor interno y, quizá también, de su alma, aunque lo dudo mucho.
    ¿Quién…Quién es? —un hilo de voz ronca se arranca de su garganta.
    ¿En serio no me recuerdas? Pensé que nuestros encuentros habían significado tanto para mí como para ti —Amy me mira sin perder detalle.
No dudo en usar mi agudo tono sarcástico para evitar la compasión que parece que comienzo a tener por él. Por su culpa murió mi pequeña Lily, y eso no se lo perdonaré ni aunque me pidiera perdón mil veces, agonizando y moribundo.
    Soy Alice —digo bruscamente al ver que no responde—. Alice Du’Fromagge. ¿Ya te vengo a la memoria o tengo que obligarte?
    ¿Eres…la chiquilla de la cárcel…La que me dejó inconsciente para sacarme sangre de forma ilegal? —aun estando tan débil, continúa en su empeño por atacarme. Genial. Yo tengo la misma intención.
    La misma.
    ¿Qué quieres? ¿Has venido a rematarme?
    No será por falta de ganas, Sullivan, pero traigo niñeras —señalo con la cabeza a mis acompañantes; el problema está en cómo deshacerme de ellos—. La justicia tarda, pero ya veo que es bastante efectiva. ¿No ves cierta poesía en todo esto?
    ¿Poesía, niña? Me estoy muriendo.
    De leucemia —recalco con una cruel sonrisa—. Igual que Emily —aún duele pronunciar su nombre—. Tu hija. Esa misma que intentaste matar, que, cuando pudo recuperarse del trauma, cayó enferma por tus genes, la que te negaste a ayudar, de la que te regodeabas de haber dejado sin familia. ¿Sigo, o te parece suficiente?
Para mi sorpresa, las palabras salen casi sin expresión, neutrales, intentando que el que sienta algo sea él. Yo ya he sufrido mucho por este tema y él ni se hubiese acordado de no haber sido por mí.
No me he dado cuenta de que he ido acercándome hasta que vuelve a hablar y veo su amoratado cuello a la perfección. Igual que el de mi niña.
    Ah, es verdad. ¿Cuánto duró desde que se le diagnosticó?
    ¿Ahora tienes la desfachatez de preguntar? —aprieto los puños de rabia hasta clavarme las uñas— ¡¿Ahora que está muerta, monstruo?! —grito sin moverme del sitio.
El pecho se me agita violentamente y siento las lágrimas a punto de salir; una vez más, las reprimo. Por orgullo, a lo mejor, o quizá es por intentar mantener en vano la compostura que ya he perdido. Amy intenta acercárseme, sin embargo, algo la dice que no es recomendable estar a poca distancia de mí justo ahora; el guardia se tensa y da un paso al frente con la intención de protegerlo. Si supiera todo lo que yo sé, no lo haría.
    Al… —susurra Amy, pero mis oídos no la escuchan.
    Al menos estoy durando más que ella ¿no? A lo mejor es que debía ser así. Ella debía estar muerta y yo sólo quise acortar su sufrimiento. Y el resto…daños colaterales, supongo.
Lo dice con tanta tranquilidad que me crispa los nervios. ¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede decir que una niña de cinco años tenía que morir y que el resto de su familia no importaba? Si está durando tanto es porque no hice lo que debía en su momento, sin importar las consecuencias. Pero eso es fácil de remediar.
    Maldito cabrón…
Me da tiempo a mascullar antes de abalanzarme sobre él, con las manos preparadas con la forma exacta de su cuello. Aprieto con todas mis fuerzas unos frenéticos segundos, sintiendo cómo le privo de aire, cómo la poca vida de sus ojos desaparece sin poder hacer nada más que poner una cara horrorizada y abrir la boca en busca del aire que no consigue de otra manera, demasiado débil para siquiera intentar apartarme. No obstante, para su suerte, no estamos solos en la habitación, y entre los dos guardias y mi compañera me agarran y separan de él. No deben subestimar la fuerza de una mujer dolida, rabiosa, y entrenada para matar; acabo pataleando, en brazos entre los dos policías, y fuera de la habitación. Noto un pinchazo en el cuello y, al instante, me relajo de una manera que sólo podría describir como mágica. Reconocería la droga en cualquier parte, de hecho se me hace bastante familiar, dadas las últimas circunstancias. No obstante, esta sí es legal y me permite continuar consciente, por lo que me dejan de nuevo en el suelo y camino, viendo todo de unos colores mucho más brillantes que antes, hasta otra habitación con una cama vacía y un sofá. Me sientan en él y cierran la puerta con llave tras dejarnos solas a Amy y a mí. No tengo voluntad propia, lo que sea que me hayan inyectado la ha anulado por completo, y tan sólo puedo obedecer a lo que me dicen sin objeciones. Al principio es como si tuviera una especie de neblina que me cubre el cerebro impidiéndome pensar, pero en cuanto pasan unos minutos con Amy observándome, consigo disiparla para darme cuenta de lo que ha pasado: he ahogado al padre de Lily. No sé si he llegado a cumplir mi venganza, pero al menos sé que lo he intentado, aunque haya sido tarde y, en cierto modo, cobarde. Pero me da igual, él también lo fue al asesinar de esa manera a su familia, aunque ahora haya sido valiente en hablarme así, sabiendo mi reacción y que él no podía hacer nada para defenderse. No. Otra vez no. Ha vuelto a utilizarme. Me he dejado usar y manipular. Él quería exactamente eso, quería morir y yo se lo he facilitado en vez de haberle dejado en la agonía como se merecía. En realidad, él sólo es el culpable potencial de la enfermedad de mi hermana, ya que realmente no pretendía que enfermase. Pero sí que muriera. ¿Qué pudo hacer una cría de cinco años para merecerse el odio de su propio padre si no es que éste esté loco?
El verdadero culpable sé quién es. Y, hasta donde yo sé, sigue vivo. Yo lo metí en la cárcel. Y ahora pretendo mantener una relación con su hijo. Fantástico plan.
Soy un derroche de inteligencia y coherencia, por no mencionar lógica. Desde luego que pretendía hacerlo, aunque pensé que sería de una manera más sutil, más fría, como desconectarle la máquina de la que depende o, en cuanto le he visto, la idea de ahogarle con mis propias manos me había resultado embriagadora. Supongo que así se siente la venganza a punto de ser cumplida. El cuello amoratado me hubiera dado la oportunidad perfecta, no obstante, dudo que pudiera haberme podido quedar sola, así que no era un buen plan, de todas formas. Ninguno de los dos.
    Al, ¿te encuentras mejor? —Amy me habla con cuidado.
    ¿Lo he matado?
    No lo sé. No lo creo. ¿Se puede saber qué te ha pasado ahí dentro? —comienza a alterarse.
    Perdí el control.
    Ya, eso ya lo vi. Te estoy pidiendo explicaciones. ¿Quién era ese tipo? ¿Qué hizo para ponerte así? ¿De qué lo conoces?
    Es…o era, un monstruo. No necesitas saber más.
    Me estoy jugando el cuello por lo que acabas de hacer, así que sí, lo necesito.
En ese momento, un médico irrumpe en la habitación como una sombra blanca por su bata. Castaño, con el pelo ligeramente largo y barba recortada. Se acerca a paso rápido y enfadado directamente a mí.
    ¿Se puede saber por qué has estrangulado a mi paciente? —me señala con el dedo.
    Doctor, cálmese —interviene Amy.
    No pienso calmarme hasta que me dé una excusa convincente.
Yo me he quedado sin habla. Encuentro demasiadas coincidencias. En la placa de la bata pone ‘Dr. Parker’; tiene el pelo igual; sus mismos ojos; la forma de la cara, por lo que recuerdo, es la misma…
    Habla, maldita sea —parece perder la paciencia.
    Doctor, no intervenga en…
    ¿Cómo se llama? —interrumpo a mi compañera— Tenga mi identificación si quiere —se la tiendo.
    Doctor Parker —coge la pequeña cartera de cuero negro y la abre para leer.
    Hasta ahí llego, gracias. He dicho el nombre —con mi identificación en la mano, me mira fijamente a los ojos antes de quedarse sin habla por el nombre que lee.
    No puede ser… —masculla.
    Tom, cierra la puerta para poder hablar tranquilamente, por favor.
Alza la mirada y deja los ojos clavados en los míos de nuevo, sin poder creerse que haya vuelto a verme. Reconozco que no acabamos con los mejores términos, pero él sabía a lo que se arriesgaba desde el primer momento. Y podría haber sido mucho peor, yo simplemente me marché sin decir nada, podría haberle hecho odiarme para asegurarme de que no me buscaría de nuevo, no obstante, confié en que lo haría. Hasta hoy.
Ahora tiene arrugas en el rabillo del ojo, de la edad o de las preocupaciones. Quizá de ambas cosas. El mundo es un pañuelo que me temo he usado demasiadas veces.
    Amy, por favor… —señalo la puerta con la cabeza y ella se encarga de cerrarla.
    Doctor, ¿se encuentra bien? —mi amiga vuelve con nosotros y se fija en el médico.
    No puedes... ¿Por qué no estás en Francia? Tienes que salir de aquí. Ahora.
    Tom, para. Du’ Fromagge nunca existió como crees —tomo aire, tengo que decirlo rápido o nunca podré—. Era una identidad, en la cual hubo momentos que quería huir y ocultarme en ella, pero fui una cobarde.
    ¿Identidad? —pregunta, confuso y pálido, antes de sentarse en el sofá.
Le cuento un pequeño resumen de no más de un par de minutos de lo que ocurrió por aquel entonces, y creo que comienza a odiarse a sí mismo por no haberse dado cuenta o quién sabe qué. A fin de cuentas, me vio disparar a un tipo por la espalda, y matarle, y apenas me inmuté —era la adrenalina, en verdad lo sentí como si se acabara el mundo; ahora sí que me daría igual, la verdad, a partir de cierto número empieza a no importar—. El caso es que le cuesta más de lo que pensé aceptarlo y cuando habla, lo hace con una inseguridad que no le había visto nunca.
    La última vez…Me dijiste que estabas en peligro aquí.
    Y lo estoy, aunque de una manera diferente. Sólo he venido a ver a ese tipo.
    ¿Qué han hecho contigo, mi Alice? —murmura a la vez que me acaricia la mejilla. Hay ternura en su voz, cariño, añoranza, e incluso más que eso.
Deja sus ojos en los míos y ese penetrante verde me transporta a otro momento, donde las cosas parecían mucho menos de lo que en realidad serían en el futuro. Vaya, sí que hace daño. Es el karma, supongo, un pago por hacerle lo mismo a tantos.
    ¿Desde cuándo vas estrangulando a gente, eh? Dime —no quita la mano de mi mejilla y su dulzura me inunda hasta relajarme de una manera que hace olvidarme de todo.
    Es el padre de Lily. Mi hermana —le refresco la memoria—. Murió por la enfermedad que él le pasó.
    No lo sabía —abre los ojos como platos—. Pedí el traslado a este hospital cuando ocurrió, todo me recordaba a…ti —dice finalmente—. Pensé que si no veía más niños podría olvidarte, pero… —comienza a acercarse a mi boca poco a poco.
    Tom…No —me aparto—. Sí, ya no soy una niña, eso es cierto, pero ahora es más complicado.
    ¿Más que enamorarme de una chica a la que saco doce años, siendo ella menor de edad, con un novio peligroso y que en realidad no existía?
    Sigo sin existir. Sé que es difícil de entender, no debería estar aquí. He venido a saldar una deuda y ya está hecho —me levanto dándole la espalda, tampoco es que sea demasiado cómodo con Amy delante como espectadora imparcial.
Intento explicarle torpemente la manera que me sentía, una estúpida explicación de su rechazo, porque él tenía razón, sólo pensarlo es una locura. Y ahora, un suicidio.
Lo hago porque, si después de tanto tiempo sigue sintiendo eso que tanto se empeñó por ocultar en su día, es porque puede guardar un secreto, y para él la verdad maquillada es tan buena como la real.
Ambos hemos acabado de nuevo sentados en el sofá, con Amy apoyada en la cama, vigilante. Sabe que ha podido haber algo entre nosotros antes, es más que obvio, aunque su imaginación siempre suele ser mucho más generosa que la realidad. A decir verdad, apenas sabe nada de mi alter ego ni de lo que pasó en los meses que pasé siendo otra. Quizá sea por eso por lo que no entiende lo que hago ahora. Debería ponerla al día en la vuelta en avión.
Cuando termino de hablar, Tom ha perdido el color en la cara de sólo imaginar por lo que he tenido que pasar, ya que he tenido que detallarle algunas cosas para que lo comprendiera completamente. Sé que ha sido duro, sin embargo, al final, quitando mis estancias en hospitales por mi propia temeridad, he conseguido estabilizarme. O algo por el estilo. Amy se ha dado cuenta de que he decidido dejar a un lado el tema de David, dado que ni yo me siento cómoda hablando de él, así que no podría imaginar cómo podría reaccionar alguien que prácticamente se acaba de declarar. No obstante, por mucho que pueda dolerle o yo evitar la pregunta, no se acobarda a preguntar. Si él tiene el coraje de interesarse por mí en vez de salir corriendo, yo tengo que responderle con la valentía de la que llevo mucho tiempo confundiendo con masoquismo.   
Recupera la compostura y se levanta. Me mira, serio, antes de alzarme la barbilla, observándome con ojo crítico.
    No te vendría mal una revisión. ¿Qué tal llevas la herida del hombro? ¿Te sigue doliendo?
    Te acaba de contar una historia que ya quisiera un guionista de cine ¿y eso es todo lo que dices? —Amy alza la voz y resopla.
Tom se limita a mirarme. Sé que la ha oído, y que no tiene respuesta. No obstante, yo sí la conozco, porque es la misma que yo hubiera dado:
    No tienes por qué refugiarte en el trabajo, Tom —susurro—. Créeme, hay más cosas.
    Sí, tú. Pero como dices que no puede ser, entonces…
    Las cosas han cambiado, pero no tanto como te...nos gustaría.
    Suficiente —levanta una mano para mandarme callar—. Será mejor cuanto menos sepa —ve a mi compañera mirar nerviosamente el reloj—. Vete de una vez, no quiero retrasaros. Y...sólo para que lo sepas, Earl Sullivan sigue vivo.
No sé si prefería oír eso a que mi misión había tenido éxito, pero de lo que estoy segura es que desde luego me meteré en muchos menos problemas, y que Tom me echará una mano para encubrirlo. Siempre lo ha hecho. En el fondo, me siento como una loca que deben controlar a base de jeringuillas a traición. Quizá lo sea.
Mi compañera sabe esperar al momento exacto en el que debe hablar, nada de taxis, aeropuerto, o en la calle. Demasiado oídos indiscretos para nuestro gusto. Una vez que el avión despega, toma aire antes de dirigirme una mirada fija y se expresa con una seriedad propia de la agente que en teoría es, digna de cualquier autoridad. Con esa mirada, me es imposible resistirme, me hace sentirme pequeña e insignificante. Lo curioso es que no lo hace aposta, el problema es que antes raramente se ponía tan seria conmigo, solíamos bromear a pesar de mi humor negro y la gran mayoría de las veces, 
¾    Sabes que tengo preguntas ¿verdad?
    Sí.
    ¿Las vas a responder?
    Sí —no correspondo a su mirada, simplemente no puedo hacerlo.
    Vaya, sorprendente. Esperaba un comentario sarcástico, que me alejara de ti, como llevas haciendo desde que llegamos a Miami.
    Amy, tengo dos pasados. Ambos plagados de terror, muerte, sacrificios inútiles, violencia… Estoy cansada.
    Y, por lo que veo, amor también ¿no?
    Que casi me conduce a la muerte; es lo mismo —respondo tozudamente.
    ¿Qué hubo entre el médico ese y tú? Porque se tomaba demasiadas confianzas…
    Nada. Él se hizo ilusiones solo, yo me conformaba con que no me mataran. Un día, para ocultarme, me besó y…supongo que con eso se lió todo.
    ¿Se enteró Moore?
    ¿Crees que Tom seguiría vivo?
    La verdad es que no. Y tú, exactamente, ¿a qué fuiste? Porque, por lo que veo, te dedicaste más a romper corazones que al trabajo —intenta bromear en vano. El único corazón que de verdad se rompió en pedazos fue el mío.
    Claro, porque estaba deseando sentirme una traidora hiciera lo que hiciera.
    Venga, ya basta. ¿Y de la niña que hablabas antes? Esa tal…
    Lily. Mi… —rehúso volver a tomar por padre a un traidor más— tutor me llevó a un hospital de niños a modo de castigo y la conocí allí. En seguida la adopté como hermana. Su padre había quemado vivos a sus hermanos y a su madre. Ella fue la única que se salvó. Y, cuando levantaba al fin cabeza, enfermó de leucemia. Alexander me ayudó mucho, Amy, eso es lo que no entiendes. Él me ayudó a pagar los tratamientos, a cuidarla, dormía con ella… Los últimos días dependía de una máquina y, de repente, falló. Se desconectó. Mi hermana murió.
    Por eso tanto ir al cementerio, ¿eh? Lo siento, Al. ¿Ronald Moore? —adivina.
    Eso creo, al menos lo reconoció, pero conociendo a ese loco podría haberse inculpado de cualquier barbaridad con tal de hacerme daño.
    ¿Y qué hiciste para que te castigaran yendo a un hospital de niños enfermos? Porque déjame decirte que no es muy convencional—intenta quitarle importancia.
    Pelea de aguante —digo ausente al instante. Al ver que no entiende de qué hablo, decido explicárselo brevemente—. Dos se atan por las muñecas y pelean hasta que uno se rinde.
    ¿Y si no se rinde?
    Muere —me encojo de hombros—. O algún compañero tiene la decencia de rendirse antes de que ocurra. A veces es demasiado tarde —suspiro—. Las navajas son peligrosas, aunque no tanto como las pistolas. Espero que sigan prefiriendo el cuerpo a cuerpo antes que eso, aunque lo dudo mucho. Harlem ha ido a peor, si era posible; las nuevas bandas… no son como antes, ahora trapichean con todo lo que pueden. Nosotros consumíamos, sí, pero manteníamos el barrio limpio, al menos teníamos la consideración de hacerlo fuera.
    He…leído algún reportaje en el periódico de ese barrio, y… es el hogar de delincuentes y camellos. Los que había se han mudado por miedo a ser atracados o heridos en alguna pelea.
    Me hubiese gustado que lucharan por Harlem, pero no soy quién para juzgarles. Yo huí en cuanto pude y no he vuelto en seis años. Ojala el cementerio no esté muy lleno. Si no es por peleas o rivalidades en general, son drogas y alcohol. Una pena… —retengo el aire. No sabía que pensar en esa realidad fuera tan doloroso.
    Entonces… ¿estabas en una banda?
    Algo así, sí. Creo que dejaron de estar activos cuando me hirieron en la pelea; se dieron cuenta que todo aquello no era una buena idea.
    ¿No sabes nada de ellos?
    No. Se separaron por mi culpa, Amy, estaba entrenada y casi me mata un estúpido que era sólo músculo. Si hubiera estado concentrada, no hubiera pasado.
    No seas tan dura —me regaña cariñosamente—. ¿Es por eso el tatuaje?
    Sí.
No lo había mencionado antes porque no lo veía correcto, pensar tanto en Nueva York teniéndome que centrar en el trabajo de ahora, sin embargo, ya que Amy lo ha mencionado, me vienen a la cabeza todos recuerdos: me lo hice en un estudio independiente, con un diseño que cogí de la casa de Patrick. Era un precioso lobo con ojos azules, que ahora está impregnado de por vida en mi nuca, a tamaño reducido para que sea más discreto. Me lo hice justo antes de salir de Los Ángeles, para recordarme que, de alguna manera, mi hogar estaba en ese barrio que me vio crecer y casi morir.
    Y respondiendo a las preguntas de tu cabeza, nos hacíamos llamar ‘The Wolves’, yo era la pequeña y me llamaban Baby entre nosotros y La Lobita en modo de burla los de fuera, ya ves el ingenio de la gente; en el instituto se metían conmigo pero a la salida corrían para que no pudiera hacerlos nada. De hecho, me expulsaron por romperle a uno la nariz. Y, respecto al futuro, sólo sé que metieron a mi mejor amigo en la cárcel por homicidio y que, el que creí que estaba enamorada, vive gracias a parte de mi sueldo en Los Ángeles —las palabras surgen con tono cansino de mi boca.
    Vaya, parece… —toma aire.
    ¿Una locura?
    Trágico. Es duro tener que hacerte a la idea de que, probablemente, la mayoría de tus amigos estén muertos o en la cárcel.
    Es peor tener que meter en la cárcel a un tío que no sabes si odias o amas y que, sea lo que sea, no acabarás bien. Pero bueno, uno no puede elegir su destino.
    Puedes cambiarlo.

    ¿Cómo? ¿Huyendo otra vez? Prefiero morir que tener que vivir otra vida más.

viernes, 22 de abril de 2016

Capítulo 15

Después de esta conversación, no sé cómo sentirme ni pensar. Es cierto que ha sido el responsable de muchas muertes, incluida casi la mía y la de mi compañera, pero hay algo en mí que se niega a aceptar que de verdad sea tan cruel. Esa parte de mí me anima a recordar sólo las partes buenas, por pocas que sean: él me cuidó cuando sufrí el accidente, él vino a socorrerme las veces que he estado mal, él estuvo pendiente de mí cuando me golpeé y desmayé.
Ahora debo pensar en el asesinato que puede resultar un verdadero peligro para mí, ya que el móvil de las chicas es obvio, pero no entiendo por qué iba a asesinar a un antiguo profesor con el que ya ni siquiera tenía contacto, al menos yo no y él lo dudo mucho, ya que no se llevaban precisamente bien. Si es cierto que le vi unas cuantas veces de refilón, sin querer, pero estoy segura de que no me reconoció, aunque los encontronazos cada vez eran más continuos y cercanos… Podría…No, sería demasiado arriesgado por su parte, y no se molestaría en contratar a alguien de fuera del mundillo para vigilarme, se supone que soy importante ¿no? Para tenerme controlada necesitarían a alguien que supiera manejar armas, pelear… O no. Alexander no sabe que tengo ciertas… habilidades específicas de la policía, y también explicaría la razón por la que se sorprendió tanto al verme en el baile. Sin embargo, si fuese del todo cierto, se habría prevenido de poder volver a verme, ya que se molestó tanto en controlarme en Los Ángeles. Hay algo que me confunde más que nada, si es verdad que contrató o chantajeó —lo que parece más creíble en un capo— a mi antiguo profesor, ¿por qué él no le contó que era policía? Porque si me seguía, era más que obvio que… Oh no.
Esto es peor de lo que parece. Si me vigilaba significa que me conocía. No, no a mí, a mi vida. Mis compañeros, mi trabajo, David, Patrick… ¿Y si Alexander lo sabe? ¿Y si está jugando conmigo para hacerme sufrir antes de matarme? ¿Y si sabe que soy la traidora que metió a su padre en la cárcel y ahora quiere vengarse? Es demasiado.
El corazón comienza a acelerarse junto al resto de mi organismo, urgente por hacer cualquier cosa, por expresar lo que estoy pensando y sintiendo. Me pongo de pie, con más adrenalina de la que el cuerpo puede asimilar, y salgo corriendo por la puerta para buscar a alguien a quien decírselo, ahora mismo me da igual quién sea. Bueno, lo hubiera hecho de no haberme topado precisamente con mi amiga en la puerta. Algo en mi expresión debe gritarle ''problemas'' y estoy segura de que teme que haga alguna locura, así que antes de que pueda reaccionar, me agarra por las muñecas, intentando inmovilizarme. Por suerte, consigo zafarme, aunque en seguida vuelve a vencerme y acabo tirada en la cama con ella encima, apoyando su peso en mi pecho y brazos para que no me mueva, tal y como enseñan en el FBI. La excitación me ha jugado una mala pasada, una vez más, y he perdido la pelea, no obstante, creo que ha sido lo mejor, tampoco es que hubiera puesto demasiado empeño y tampoco quería lastimarla. En cierto momento de la locura que se ha formado en este espacio tan pequeño y en teoría seguro, oigo a Amy gritarme que pare y empiezo a ser consciente de mis actos. Controlo poco a poco la respiración mientras voy perdiendo fuerza en el resto del cuerpo.
    ¿Ya está? ¿Mejor? —Amy se aparta lentamente—. Porque no me importaría tener que atarte —se sienta en la cama.
    Están en peligro. Tengo que irme, hacer algo —me retiene del brazo.
    Tú no te mueves. ¿Qué pasa; qué has descubierto?
    Luego te lo digo, primero déjame llamar…
    No.
    ¡Es de vida o muerte! —exploto y la aparto, mas ella me abraza y rodamos por la cama, forcejeando— ¡Déjame!
    ¡Pues dime de qué va esto!
    Lo siento —susurro.
    ¿Qué…
Es todo lo que llega a decir antes de que le encuentre la carótida y consiga dormirla pinzándola durante unos segundos. Se supone que no puedo utilizar estas técnicas con compañeros, pero ella se lo ha buscado. Si no hubiese opuesto resistencia no habría tenido que hacerlo.
Me deshago de ella y prácticamente me lanzo a coger el teléfono. Ya he quebrantado bastantes reglas, por una más no pasará nada. Marco el número de David lo más rápido que puedo y lo coge al instante. Puede que no esté segura de lo que siento, o de adónde se supone que va nuestra tambaleante relación, pero al menos sé que no le quiero muerto. Otra carga más sobre mis hombros es lo último que necesito.
    ¿Sí?
    David ¿estás bien?
    ¿Qué? ¿Alice, eres tú?
    Sólo dime si estás bien —me apresuro.
    Yo sí, ¿pero tú? ¿Te pasa algo? ¿Por qué me llamas?
    Escucha —ignoro sus preguntas—, ten cuidado. Procura que nadie te siga y no vayas solo a ningún lado.
Antes de que pueda responder, cuelgo con dedos temblorosos. Una sonrisa nerviosa se forma en mis labios y me deslizo por la pared. Al menos sé que por allí las cosas no van del todo mal, no tanto como me temía, quiero decir. Y si le hubieran hecho algo a alguien del trabajo, Murray me lo hubiera dicho. O no. No querría preocuparme y podría habérmelo ocultado perfectamente. No, no puede ser, yo le conozco y sabría si algo va mal sólo cuando respondiera al teléfono. Al menos antes podía.
Empiezo a controlar de nuevo mi respiración y mi cerebro funciona con racionalidad al fin. Bien, eso es un comienzo. Espero a que esté completamente tranquila para levantarme y afrontar el ver el cuerpo inconsciente de mi mejor amiga por mi culpa. ¿Cuántas cosas malas puede provocar una sola persona? Está claro que muchas.
Cambio mi ropa vieja y manchada con la que estoy en casa por algo más decente de alguien de ''mi categoría''. Primero salgo al balcón para comprobar la temperatura y me pongo unos pantalones largos negros y ajustados con una camiseta sin mangas roja. El detalle que lo hace parecer de alta costura es el encaje de los hombros de ésta y la suela de los tacones, a juego con la camiseta. Supongo que no vendrá mal lucirme un poco, en verdad llevo sin hacerlo bastante tiempo, nunca he tenido interés en sentirme guapa, pero hoy creo que no me vendría del todo mal; no quiero llamar la atención por los motivos erróneos, y nadie se fijará en un pequeño golpe en un lado de la cabeza yendo así vestida.
Para los ojos, algo sencillo como un simple sombreado —a mí misma me sorprende lo que ser Du’Fromagge me ha cambiado, antes no toleraba el maquillaje ni a cinco metros y ahora pienso en cómo podría combinar con mi ropa. Sonrío ante la idea— desde dentro hacia fuera del ojo que hace que parezcan aún más azules. Algo bueno tendría que tener ¿no?
Me recoloco las ondas del pelo antes de salir sólo con el móvil en el bolsillo y unos cuantos dólares y después de dejar una nota a Amy con las palabras que se sabe de memoria: ‘’He salido a dar una vuelta. No me esperes’’.
En cuanto paso unos minutos por la calle, caigo en la cuenta de por qué no llamo la tención tanto como pretendía: es viernes, esto es Miami Beach, y los bares acaban de abrir, junto con el montón de gente que se acumula en las puertas por entrar, todos arreglados para que lo que surja sea a su favor. En verdad quería hacerme notar para que se supiera que estoy, él tiene muchos contactos y seguro que a alguno de ellos se le ocurriría la idea de entregarme a él, ya que soy del tipo que busca. ¿Temerario? Bastante. ¿Entretenido y productivo? También.
Me dirijo al local más caro de la zona, el Sin Place (lugar del pecado), una discoteca que a la que sólo la entrada es bastante exclusiva, hablando del precio, claro.
En la fila, hay muchos jóvenes y observo que en la entrada vuelan los billetes de cien dólares, mientras que yo llevo…treinta y ocho. Tengo que hacer algo para entrar y que no sea demasiado ostentoso… ¿De qué estoy hablando? Soy Alice Du’Fromagge, la chica que se gastó cinco mil dólares en un perfume por tener pedacitos de oro (según la ficha). Así que llego en frente del guardia saltándome la fila y le desafío con la mirada.
    ¿Qué quieres?
    Que me dejes pasar. Aparta.
    A la cola. Después pagas y entras. Vamos —me indica con la cabeza que me aparte, pero no me muevo.
    ¿En serio vas a hacerme pagar? Soy…
    Eh —un chico aparece por detrás del guardia—. Déjala pasar, yo me encargo.
El tipo de la puerta asiente a regañadientes y mientras el resto de la gente se queja, yo me limito a aceptar la mano que el extraño me ofrece.
Pasamos por un pasillo y llegamos a una sala enorme, con bailarines en las esquinas, luces estroboscópicas, máquinas de humo y gente bailando por doquier. No podían faltar los reservados tampoco. Consta de dos plantas, la normal y la más exclusiva aún, que está custodiada por otro guardia, a la que se sube por unas escaleras pequeñas al lado de la barra y está cubierta por cristales, por lo que no se puede ver de fuera a dentro. Localizo la pared con unos pocos reservados con cortinas, otras dos con sillones en forma de semicírculo y una mesa enorme llena de cables y botones, con el encargado de poner la música toqueteándola sin parar.
Me giro para ver a mi acompañante, un chico apuesto, rubio y con ojos ¿violetas? Las lentillas de colores parece que se llevan entre los ricos; si no tuviese tal aprecio por mis ojos, quizá probaría algunas. De todas formas, lleva una chaqueta de traje con coderas y camiseta, del tipo de chico rico que vive de la fiesta.
    ¿Quieres una copa? —me dice al oído para que pueda escucharle.
    Sí, claro, un Mai Tai.
    Buen paladar —comenta con una sonrisa—. Vengo en un momento, no te muevas —me agarra de la cintura y le veo perderse entre la gente.
¿Seguro que aquí dentro me podrá encontrar? Sé que está al tanto de lo que pasa en estas zonas, por aquí se mueve mucho negocio. No me hace falta estar muy atenta para ver que varias personas están pasando mercancía y otras tantas consumiéndola. Espero que mis sospechas iniciales sean ciertas y este sea uno de sus locales, porque si es uno de la competencia, podría meterme incluso en líos. Sé que hay algunas discotecas que se han encargado de pagar una protección especial están fuera de la mafia de Moore, pero son tan reducidas que tendría demasiada mala suerte.
Intento recordar los rasgos de algún vendedor, pero hay tanta gente que le pierdo antes de que pueda saber si es el mismo que he visto hace un minuto. Es muy frustrante.
    Ya estoy —el extraño vuelve a tocarme la cadera y esta vez deja la mano ahí apoyada—. Ten —me pasa la bebida.
    Yo que tú no me tomaría muchas confianzas —digo a centímetros de su cara, intentando ponerle nervioso, pero sigue con la mano donde antes.
    Tranquila —se aparta para beber un trago—. ¿Sabes? Un amigo te ha visto y quiere conocerte. Vamos —me empuja con disimulo hasta la zona acristalada y no me equivocaba, por suerte o por desgracia.
Arriba hay una especie de despacho de cara al cristal, con un par de sofás oscuros y un hombre de pie mirando por el ventanal que da a la pista de la discoteca, pudiendo controlarlo todo fácilmente. A pesar de estar de espaldas le reconozco sin problemas, y bebo un buen trago antes de hablar para infundirme un valor estúpido que sólo puede conseguir el alcohol. Él se gira para mirarme y le sonrío.
    Buenas noches, Alexander —alzo la copa en modo de saludo. Capto la atención del extraño.
    ¿Os conocéis?
    Algo así —me mira antes de acercarse—. Os he visto muy juntos —dice serio.
    Tranquilo, sé controlar a los babosos.
    No son ellos los que me preocupan.
Me mira un instante a los ojos, que están casi a su altura por los tacones, y le indica al otro chico que nos deje solos con un gesto. Me quita la copa de la mano para terminársela él y la deja sobre una mesa pequeña en frente del sofá. Además, hay otra unos pasos más allá; es una especie de despacho, aunque no sé cómo puede ser tan formal, teniendo en cuenta lo que sucede abajo.
    Eso era mío ¿sabes?
    No quiero que bebas. Ni que te arregles tanto para otros.
    Primero: no es para otros, es para mí misma; y segundo: te aguantas. ¿Nunca has oído eso de ''quiéreme tal y como soy''?
    Vas a traerme muchos problemas —murmura, pero no lo suficiente bajo para que no le oiga.
    No más de los que ya estás metido. La vida te sonríe, por lo que parece —miro alrededor.
    ¿Qué haces aquí? —no hay manera de reducir la tensión.
    Buscarte. Donde haya fiesta ahí estás tú ¿eh?
    Son negocios, Alice.
    Ya, claro, y por eso te acabas de beber mi Mai Tai. Esta me la guardo —intento parecer seria, pero no puedo evitar sonreír cuando frunce el ceño.
Parece increíble cómo alguien como él aún puede conservar ese detalle de inocencia que siempre me ha encantado, a pesar de todo confía en lo que le diga y por un momento se ha pensado que estaba hablando en serio. Y, aunque puede ser adorable, también es fácil que se malentienda, y ahí sí que estaría perdida.
Acaba sonriendo muy ligeramente, de una manera que si no fuera él, se podría decir que es una sonrisa de diversión. A decir verdad, creo que ya no sabe siquiera lo que eso significa; no obstante, de verdad lo parece cuando me lleva hasta el sillón y se sienta, animándome a que también lo haga. Sorprendentemente cómoda, me quito los zapatos y me recuesto en él, no sé por qué pero me proporciona cierta calidez que no pensé que existiera, me transmite una calma que resulta embriagadora.
Sus dedos juguetean en mi brazo hasta que entra un camarero con dos vasos de chupitos y una botella del mejor vodka que he visto en mi vida. O peor, depende de cómo se mire. Aún recuerda mi predilección por la bebida que prácticamente te quema la garganta, y esto va a doler. Lo siento, hígado.
Se incorpora lo justo para pasarme el vaso que ha llenado el camarero antes de irse.
    ¿Qué tal te sienta el alcohol? ¿Lo sigues soportando igual de bien?
    No lo sé —me bebo el chupito de un trago; eso sí que era fuego— ¿Por?
    Porque esto podría calentarse —pega la nariz a mi cuello y me besa con delicadeza.
Claro que podría. De hecho, lo está haciendo por momentos. Empiezo a perder la noción del tiempo entre copa y copa, aunque algo me dice que debería parar, me siento tan a gusto con sus brazos rodeando mi cuerpo y mi espalda apoyada en su pecho que la mera idea me hace reír. ¿Por qué he de renunciar a algo que me hace sentir tan bien? ¿Acaso mi felicidad no es lo primero?
    Creo que ya has bebido demasiado —Alex me quita la copa entre risas después de decir alguna tontería que se me olvida al instante y reírme aún más.
    Entonces tú también.
    Yo no soy el que se está riendo de la palabra ‘’taburete’’.
    ¡Es que es graciosa! —protesto— Tabur-ete. ¿De dónde vendrá?
    Del término ‘’estás borracha’’.
    Vale, ya paro —consigo ponerme seria.
    Sí, será mejor. ¿Qué tal algo para bajar el alcohol?
    ¿Qué tal algo para aprovecharlo?
Me doy la vuelta y le beso sin pensar. Al principio es extraño, con un toque incluso amargo, pero en cuanto me coge de las caderas todo se vuelve como quería, incluyendo detalles de alcohol.
Echa su peso sobre mí y quedamos tumbados en el sofá, fundidos en un profundo beso. Intento aferrarme a algo que me indique que es real, que no es un sueño o una pesadilla, así que le agarro de la espalda, pero las manos se me escurren por su camisa impoluta y tiro de ella hasta que puedo sentir piel con piel, sin importar que durante una milésima de segundo nuestros labios hayan estado separados.
El contacto no es fuego, ni siquiera es eléctrico, esta sensación supera a todo lo imaginable. Es una sed extrema que cuanto más pruebo más quiero y necesito. Él me recorre sin pudor y se lo agradezco, porque me indica que no soy la única en necesitar al otro. Sus manos no paran en ningún lugar concreto, se pasean por mi cuerpo cómodamente, mientras que las mías, algo temblorosas por la ola de extrañas sensaciones que me inunda, tocan los bordes de los músculos de su espalda, perfectamente definidos. No puede ser real; el corazón me golpea con tanta fuerza que duele y los pulmones no me responden apropiadamente, mientras que los labios y las manos ignoran al resto del cuerpo y continúan igual que antes. Para colmo, la espalda se une y se arquea para pegarse a él, para sentirle aún más cerca.
Un rincón de mi cerebro, del que creo que no tenía constancia que funcionaba: la racionalidad, se da cuenta de lo que está haciendo, dónde lo está haciendo y con quién.
Con un esfuerzo casi sobrehumano le empujo hasta apartarle. Se sienta en el otro extremo del sofá y me mira atentamente. La verdad es que debemos ser una buena estampa, ambos jadeando, confusos, con el pecho subiendo y bajando sin control y los ojos ardiendo en los del otro.
Trago saliva para apartar de mi mente esa visión, verle así por mí, tal y como lo fue en un principio, me golpea, y creo que me hace más daño incluso que todas las heridas.
    Alice…
    Déjalo —no hay nada que explicar o de lo que disculparse.
    Será mejor que te lleve a casa —se levanta a por la camisa.
    Voto por eso, pero no lo dejes así. Tú lo has sentido; yo lo he sentido; hay que disfrutarlo, Alex. No podemos estar reprimiéndonos el resto de nuestra vida.
Espera, ¿de verdad he dicho eso? Ya sé por qué dejé el alcohol. Ser un borracho que dice la verdad nunca ha sido bueno. Se inclina para besarme ligeramente, pero para mi desgracia, es en la frente en vez de en los labios.
    Las cosas rápidas no salen bien.
¿Y las lentas sí? —me pongo en pie. 

viernes, 15 de abril de 2016

Capítulo 14

A pesar de la discusión, Amy acepta quedarse conmigo para supervisarme y evitar que me meta en un gran número de líos, lo que será difícil, pero le doy un punto por intentarlo. Reconozco que es egoísta por mi parte permitirlo, ya que yo soy el motivo por el que todo es un desastre, sin embargo, para acabar con la misión la necesito a mi lado mucho más que ellos me necesitan a mí. Además, ahora que tiene sus primeras ''heridas de guerra'', no puede ir mucho peor mientras se mantenga en la sombra todo lo que podamos. El rito de iniciación de las misiones de la mafia concluye cuando se sale del hospital, de una manera u otra, y ahora no podemos abandonar.
Respecto a mí, me hicieron un análisis para intentar descubrir la droga que me inyectaron, pero había pasado demasiado tiempo desde que me la suministraron y no había apenas rastro en la sangre, aun así, sospechan que podría ser una nueva droga de diseño aún en experimentación. Por lo poco que han conseguido, sí pueden, al menos, intuir esto, porque parece demasiado pura, pero por suerte no lo suficiente para hacerme daño en ninguna parte del organismo. Lo que me faltaba.
Los médicos insisten en que ha tenido mucha suerte, porque no es fácil sobrevivir a un golpe así, y mucho menos salir casi ilesa. Sólo han sido magulladuras y un brazo roto, por la tensión al agarrar el volante, que han arreglado uniendo los huesos (que según la radiografía estaban hechos casi añicos) con tornillos de metal.
Lo mejor —o eso creo— es que nos han permitido seguir en la misma casa de antes, no obstante, nosotras somos las que tenemos que dejarla habitable de nuevo (poniendo muebles, por ejemplo, cosa en lo que he acabado haciéndome bastante buena). Y montar una casa es mucho más difícil que desmontarla, me estoy dando cuenta, de manera que está bastante falta de detalles, especialmente decorativos, que me parecían inútiles. Cuando vuelva Amy del hospital ya se encargará de clasificar lo que quiere de vuelta, pero por el momento la potestad es mía, para bien o para mal, pues decidimos que lo mejor es que ella se quede unos días más allí para asegurarnos de que no hay nadie tras de ella y después, en lo que monto los últimos muebles e intento dejarlo como estaba —incluidos escondites de armas—, duerme en un hotel. No quiero que esté por aquí en su estado, la verdad es que no haría más que estorbar, así que se pasa a ratos para supervisar y otros va a la comisaría. He de reconocer que no nos vemos demasiado, aunque lo agradezco porque me da tiempo para pensar en voz alta por la casa sin miedo a que me regañen.
Algo en mi interior me hace sonreír cuando me preocupo por David, ya que mi teléfono móvil se rompió en el accidente y tampoco he hecho intención de restaurarlo por el momento, estoy segura de que debe estar subiéndose por las paredes de los nervios. Todo esto me hace feliz, quizá de una manera extraña y retorcida, pero que continúe en mi cabeza me indica que sigue importándome y que a lo mejor sea capaz de pasar el resto de mi vida a su lado. No será el mejor en todo, pero me quiere y me ofrece estabilidad, ¿no? Y ahora, más segura de mí misma, sabré poner límites.
He notado que nadie me sigue por la calle, aunque los haya buscado e incluso provocado para que aparecieran con algún flirteo o quedándome dormida en el paseo, aunque creo que eso no fue del todo voluntario. ¿Es posible que crean que he muerto; que me dejaran morir en aquella cabaña? No, no tiene sentido, no me habrían dejado al lado de una carretera. ¿Y si simplemente me han dejado en paz? No, eso tampoco puede ser, no se tomarían tantas molestias para luego dejarme tirada sin comprobar mi estado.
Cuando por fin sale Amy, yo me encargo de la compra y demás tareas domésticas, ayudando a los de la comisaría con algunos casos para pasar el rato en vez de salir a ''buscar problemas'', como insiste mi compañera en recriminarme. No quiere que vaya sola a ningún lado, así que esperamos a que le quiten la escayola y a que pueda moverse correctamente para retomar la investigación. Con un duro entrenamiento hemos conseguido que recupere más rápido de lo que pensábamos el músculo perdido y vuelva a su peso normal que había trastocado tanto tiempo de sedentarismo.
Aaron, por su parte, nos ha traído la cena a menudo y se ha quedado hasta tarde con ella, mientras que yo he recurrido a la bendita química para dormir de un tirón toda la noche; y puedo decir que ha sido de las mejores decisiones en mi vida. Nada de pesadillas, descanso con regularidad y bastante profunda, ya que nada que no deba oír procedente del cuarto de al lado perturba mi sueño. Debería haberlo probado antes, sin duda.
No obstante, debo reconocer que tengo miedo, pero lo que no sé es si es por lo que él me haría o viceversa. Salimos a la calle a altas horas o cuando apenas ha amanecido, pues así hay menos probabilidades de que seamos vistas y el jardín se nos había quedado pequeño para las primeras caminatas en las que consistía el entrenamiento más ligero. Como recompensa por sus esfuerzos y éxito en ponerse en forma en tan poco tiempo, tomamos el primer riesgo en adelante y salimos a plena luz del día a tomar algo en un bar en la playa, con hamacas con vistas al mar y camareros musculosos y dispuestos a complacernos. Creí que a Amy le gustaría, y no me equivoqué.
Quizá sea más joven, pero tengo un instinto protector hacia los que quiero, y arriesgaría mi vida por ellos, especialmente ella, porque prácticamente hemos aceptado que es algo mutuo, como parte de nuestro trabajo y de nuestra curiosa amistad.
Pido un par de Martini’s y me relajo escuchando las olas. Curiosamente es lo único que consigue calmarme y hacer que pueda respirar tranquilamente, aunque el olor a playa también ayuda; me recuerda a casa.
    Al —me llama con voz suave.
    ¿Mm? —respondo sin abrir los ojos.
    ¿Cuánto crees que nos queda?
    Acabamos de empezar. ¿Por qué? ¿Quieres irte?
    No, esto me gusta, pero no demasiado de qué va ¿me explico?
    No —me obligo a atenderla mejor abriendo los ojos.
    Quiero decir que esto es una locura, estoy en contra de lo que pretendes, Alice, y aun así seguimos aquí, arriesgándonos.
    Puedes irte cuando quieras, me las apañaré sola. Ya lo hice antes.
    No pienso dejarte, no vuelvas con lo mismo.
    Entonces no te quejes. Puede que sea un suicidio, pero es mi decisión. ¿Tú quieres volver? Adelante, pero yo me quedo —me recuesto en la tumbona y doy por zanjada la conversación
    No sabes cuánto me alegro de oír eso —una voz masculina hace que Amy ahogue un grito y haga que me levante—. Estás preciosa, por cierto.
Le mido con la mirada unos instantes y me ofrece una cálida aunque incómoda sonrisa. De nuevo nuestra ropa contrasta tanto como nosotros. Él lleva un pantalón de traje blanco y una camisa rosa clara con los primeros botones desabrochados y las mangas subidas hasta el codo; yo, por el contrario, unos pantalones cortos y una blusa abierta por la espalda. No es mi mejor atuendo, pero podría ser mucho peor. ¿Qué hago pensando en esto? No son más que distracciones, tengo que centrarme en mi verdadero objetivo. Aunque si es él, ¿cómo separarlo de lo profesional?
    ¿Te apetece dar una vuelta y hablamos?
    No —miro al frente.
    Al…
    Técnicamente es Alice, pero tú ni siquiera me nombres.
    Venga, después de lo que hice por ti...No puedes hablarme así —su tono es ciertamente amenazador.
    ¿Quieres decir casi matarme y drogarme? No, mejor no te hablo en absoluto.
    Alice, déjate de tonterías y ven conmigo. Quiero hablar.
    Eso significaría que fueses digno de mis palabras y no lo eres, así que, por favor, apártate, me quitas el sol.
    Esto es de locos…No quiero hacerlo por las malas. No pienso moverme hasta que aceptes hablar conmigo.
    Pues ve cogiendo asiento —le digo indiferente
Intento relajarme todo lo que puedo, pero estoy demasiado ocupada regañando a mi corazón por ir tan deprisa. Espero que sea porque quiere golpearle y no por lo que me temo, aunque la verdad es que no soy capaz de controlarlo. Me estoy jugando una baza muy arriesgada, confío en que insistirá para quedarse, pero si me rechaza esta vez, se acabó. Reprimo un suspiro de alivio cuando él se sienta a los pies de mi tumbona, de espaldas a mí, e incluso intenta acomodarse. Desde luego que está dispuesto a esperar, y si soy sincera no sé lo que pensar. Quizá es verdad que quiere jugar a la ruleta rusa, o quizá sólo se ha vuelto a encaprichar, la cuestión es que no lo averiguaré hasta que ponga toda la carne en el asador.
Amy prácticamente averigua lo que estoy pensando y se inclina hacia mí, hablando en un aparente susurro pero consciente de que él nos oye.
    Creo que deberías ir. No vas a solucionar nada así.
    No soy yo la demente —protesto y él suspira como respuesta, bajando la cabeza.
    Habladlo. Sea lo que sea lo que tenéis, acabad con esto de una vez —con su mirada me dice más de lo que pretendía, no se refiere sólo a Du' Fromagge.
Ella tiene razón, no obstante, tengo miedo de decir algo inapropiado y empeorarlo aún más; o de darle esperanzas y acabar yo más confundida de una peor manera. Sé lo que debo hacer, aunque no si estoy preparada. Supongo que uno nunca lo sabe a ciencia cierta, cuanta mayor sea la magnitud de lo que sea que estás haciendo, mayores serán las dudas. Cierro los ojos, casi animándome a mí misma, y en un intento por aparentar que continúo enfadada —aunque tampoco es demasiado difícil si lo pienso todo—, le doy un golpe en la espalda con el pie para que se gire y me mire a los ojos. No obstante, a pesar de las gafas de sol, sé que lo está haciendo, está demasiado concentrado para ser una simple mirada ''de negocios''.
¾    Tú; vamos. No —rechazo su ayuda después de que se ponga en pie.
Intenta ocultar la decepción con bastante éxito, aunque consigo verla cuando relaja los hombros unos instantes antes de erguirse de nuevo. Sigue mis pasos, que se acercan a la orilla antes de comenzar siquiera a pensar en qué debo decir. Sentir el agua mojándome los pies es más relajante de lo que esperaba, por suerte, y puedo razonar con tranquilidad, además de ser una zona transitada y, por ende, segura; por su parte, él no parece molestarse por mojarse los caros zapatos, supongo que tendrá dinero para comprarse dos pares por cada uno que estropea. Cuando comienzo a pensar en las cosas con las que se ha podido estropear los zapatos —sangre, patadas, arena de cuando recibe los envíos... — no puedo disimular la tensión en mis músculos. Me han quitado los puntos de papel, pero aún tengo las zonas de las heridas de un tono rosado y bastante llamativo, me temo, aunque él capta muchas más miradas cuando comienza a desabrocharse la camisa.
    ¿Qué haces? —al fin rompo el silencio.
    Tengo calor —por suerte, no llega a quitársela—. No te preocupes por tu amiga, tengo a gente vigilando.
    Ya, claro, perdona que lo ponga en duda cuando has estado a punto de matarnos.
    Me arrepentí a tiempo.
    De mí, no de ella. Los médicos han dicho que ha tenido mucha suerte, la mayoría de las veces el conductor acaba muerto.
    Te salvé la vida, y esperé a la ambulancia.
    Después de ponernos en peligro. No tiene mucha lógica ¿no crees?
    ¿Puedes dejar eso a parte un momento? —se pone en frente de mí.
    No —me paro en seco—. Igual que tú dejarme en paz. Pensé que después de abandonarme a mi suerte y drogarme, podría estar tranquila, pero ya veo que ni con esas. Dime, ¿qué tengo que hacer? Porque incluso si me fuera a Francia, me encontrarías para molestarme.
    ¿Es eso lo que piensas que hago? ¿Molestar?
    Sí. Y ponerme de los nervios, ya que estamos.
    ¿Cómo? ¿Así? —se acerca hasta quedarse a centímetros y mete los dedos en la trabilla de mi pantalón, atrayéndome hacia él.
    Por ejemplo —le empujo—. Ya hemos hablado, me voy.
    Espera, Alice —me sujeta por la muñeca.
Tenía la esperanza de que esta parte de mí no saliera, pero ya veo que con eso no basta. Es superior a lo que puedo controlar y le dejo rodear mi mano con la suya, aún de espaldas, no puedo mirarle a la cara sin expresar nada de lo que siento, aunque todo es tan contradictorio que dudo mucho que me saliera una expresión lógica.
Interpreta el gesto como si necesitara un pequeño empujón —y lo triste es que es así— para seguir adelante, de modo que me atrae suavemente y me acaricia la mejilla con la otra mano mientras se inclina para besarme...en la mejilla. No es que no me guste, aunque debería, simplemente me ha pillado con la guardia baja. Quizá me hubiera tomado mejor uno en los labios, pero eso sí que me hubiera gritado que he perdido la partida, si es que alguna vez he tenido oportunidad de lo contrario.
¿No se supone que ya no era una chiquilla fácil de engatusar? En el fondo no he madurado nada, porque, cómo si no me estoy dejando llevar de esta manera.
Pero sus ojos me hablan cuando se levanta las gafas de sol, me dicen lo que él no puede expresar, el conflicto interno que está teniendo, dando vida a los sentimientos de ambos, tal y como solía hacerlo antes.
Sin embargo, ese recuerdo, me hace pensar que quizá tan sólo probando un poco del otro, podríamos ahorrarnos esta autotortura que vivimos a diario. Si sale bien, podría perder todo, aunque le ganaría a él y una nueva vida en la que podría estar a gusto desde el principio; si sale mal, lo más lógico es que me mate, pero conociéndole, seguro que sería rápido y no sufriría más. Al menos tengo esperanzas.
Visto de ese modo, todo parecen ventajas, así que me dejo inundar por su calidez. Siempre ha tenido ese increíble efecto en las personas, recuerdo que lo conseguía con mi pequeña Lily e incluso convencía a algunos médicos de intentar nuevas pruebas para curarla, cosa que yo jamás habría soñado siquiera con ello. Intentó ayudarla, intentó ayudarme a mí, me quería. Nos queríamos. Quizá sigamos haciéndolo.
Deja mi mano con cuidado y, leyendo mis pensamientos, me rodea la cintura y apoya su frente en la mía. Yo no sé qué hacer, así que me limito a apoyar las manos en sus hombros vagamente, rodeándole el cuello poco a poco para tocarle la nuca que tantas veces he besado siendo una cría.
    Lo siento mucho —susurra—. Te juro que no te volveré a hacer daño.
    Más te vale —respondo de igual manera y le beso.
Ha vuelto a pasar. Con una sonrisa y una mirada me ha hecho caer en sus redes de nuevo. Lo peor no es eso, sino que sé perfectamente que he sido yo la que se ha dejado atrapar.

A la vuelta con Amy, consigo que me suelte la mano y que nos deje a solas unos minutos para que la ponga al tanto de lo que hemos hablado, y muy ligeramente de lo que hemos hecho —no es que quiera entrar en detalles, y estoy segura de que ella prefiere que tampoco lo haga—. Mientras se lo cuento, sé de sobra que está controlándose para no decirme cualquier barbaridad. Y lo cierto es que se lo agradezco bastante, porque Alexander está sólo a unos metros y podría oírnos perfectamente, de hecho, apostaría cualquier cosa a que está escuchando toda la conversación, por lo que Amy también se controla con las respuestas y se limita a darme la razón y a decir que me comprende. En el fondo sé que no es sólo un papel, sino que es lo que en verdad piensa. ¿Por qué si no se ha quedado conmigo, o me ha alentado a ir con él?
Alexander insiste en acompañarnos a casa cuando le digo que lo primero que tenemos que hacer es poner barreras y no abusar del tiempo del otro; además consigo convencerle de que pasaré el resto del día con Amy y por suerte nos deja tranquilas. Espero que la regañina no sea demasiado fuerte, no obstante, cuando apenas me habla en el resto del día, creo que hubiera preferido otra discusión, ya que se limita a consultarme algún detalle del último caso que nos han dado, del que no tengo ni idea porque no le he prestado atención. Resulta que encontré un par de días atrás los viejos informes del asesinato de mis conocidos, Adam Lawler y Nathan Aldrich, y no sé más de lo que me dijeron justo después de encontrarme con Alexander por primera vez, así que decido llamar a mi antigua comisaría y ver si ellos saben algo de Adam —que es el que encontraron allí— y después hacer lo mismo con las dos comisarías que conozco de aquí. Sé que va en contra de las normas, pero, sinceramente, que les den.
Me voy a mi habitación para tener intimidad y me llevo todos los papeles del caso bajo la mirada aparentemente distraída de mi compañera, aunque la conozco y sé que está pendiente de cada movimiento que hago. Ya lo averiguará por sí misma cuando vea el registro de llamadas telefónicas, ya que yo continúo sin móvil y tengo que usar el de casa. Por suerte, es un teléfono seguro y nadie escucha. Nadie que esté fuera de la policía, por supuesto. Marco el teléfono de memoria —después de la cantidad de veces que he tenido que llamar desde casa para continuar trabajando casi me lo sé mejor que mi nombre— y responden tras tras varios timbrazos.
    Newton Police Station, ¿en qué puedo ayudarle? pic.twitter.com/vboUicfxz4pic.twitter.com/vboUicfxz4
    Póngame con el inspector Andrew Murray.
    Lo siento, no estoy autorizada para…
    Agente 183597531 —la interrumpo con mi identificación.
Tampoco debería dar los datos, pero normalmente la gente que trabaja para la ley suele ser bastante discreta y a menos que le pregunten abiertamente y con detalles no revelaría datos. Y menos si ve mi situación. Lo busqué por casualidad al poco tiempo de venir aquí: introduje mi identificación (que se mantiene sin importar en qué rama del Estado estés) y salió que existía aún, pero no permitía acceder al archivo sin la contraseña que yo misma elegí; la verdad es que me pareció apropiada. No me atreví a seguir fisgoneando, porque se supone que no debería, aunque eso nunca me ha detenido de hacer lo que quiera. Se podría decir que me han consentido romper las normas las veces que quisiera por lo que hice en el pasado y porque prefieren tener a una chica insolente que resuelve casos a una ex agente molestando fuera de la oficina. Me conocen demasiado bien como para saber que, aunque me echaran, tengo los contactos suficientes para seguir investigando por mi cuenta, solamente para entorpecerles por haberme echado. Supongo que mi naturaleza consiste en molestar.
    Lo siento mucho, señorita, ahora mismo la paso con la oficina.
    Asegúrese de que sólo lo sabe él —digo con tono severo.
    Sí —parece algo apurada al hablar. En apenas un minuto oigo la voz que estaba esperando.
    Inspector Andrew Murray, ¿quién es? —sonrío.
    Vaya, inspector. Parece que las cosas van bien por ahí.
    ¿¡Al!?
    Si estás solo.
    Bien —no añade más y oigo ajetreo mientras su respiración empieza a acelerarse en silencio. Una puerta se cierra y sé que estamos a solas—. ¿Por qué no has llamado antes? Han pasado siglos y hemos preguntado a David, pero no quiere decirme nada. ¿En qué lío te has metido?
    Yo también me alegro de saber de ti ¿eh?
    No te voy a negar que es un alivio saber que estás bien, pero contéstame.
    Estoy en una investigación aparte, y, técnicamente, no puedo tener contacto con el exterior, así que esto se queda entre nosotros, ¿entendido?
    Por supuesto —adopta un tono serio y maduro, exactamente al contrario de cómo le recordaba—. Dime qué necesitas.
    Hace unos meses apareció un cadáver mutilado por la zona sur. Un hombre de unos cuarenta, castaño… Adam Lawler. ¿Sabes algo del tema?
    Recuerdo que se llevaron el caso a la oficina central del Estado de California porque decían que era muy importante —sólo hay dos oficinas del FBI en el estado: donde yo trabajaba, que la compartíamos con la policía; y la central, donde iba lo más importante.
    Vale, os quitaron el caso, pero ¿estuviste en el escenario? ¿Llegaste a ver a la víctima?
    No nos dejaron apenas salir de aquí, remitieron el aviso al instante. Llamada oficial, ya sabes.
Claro que sé. Recuerdo alguna vez que nos hicieron lo mismo, pero al menos en esta ocasión han sido tan amables como para avisar de que no empiecen a investigar porque, cuando yo estaba, recibíamos la visita de algunos trajeados y se llevaban todo lo que nosotros habíamos conseguido después de varios días. Era realmente exasperante y la primera vez me quejé a todas las personas que me cruzaba, buscando la manera de recuperarlo, sin embargo, después de la segunda vez que lo hicieron, acabé resignándome y borrándolo de mi memoria. En una ciudad donde hay tantos problemas y tan distintos, siempre hay trabajo, y no me podía permitir perder el tiempo así.
    ¿Eso es todo?
    ¿A dónde quieres ir a parar, Al?
    Está relacionado conmigo, por decirlo de alguna manera.
    ¿Le conocías?
    Sí, pero tú no lo sabes ¿vale? Tengo informes de la autopsia e imágenes de la escena, pero nada más allá.
    Supongo que te lo habrán dejado ver por estar implicada —observa pensativo.
    No estoy implicada, pero necesito información. ¿Puedes conseguirla?
    No estoy seguro; voy a intentarlo de todos modos —le repito el nombre para que lo busque y, tras unos segundos, vuelve a hablar—. Tiene cargos de obstrucción a la justicia —no sé por qué me esperaba más cosas, siempre ha sido un hombre agradable— y de escándalo público por beber en la calle. Hay un informe: el sujeto bla bla bla, en grave estado de embriaguez, afirma que ''todo esto es su culpa'', palabras textuales. Amenaza con el suicidio bla bla bla. En el trayecto a la comisaría habla con dificultad, pero los agentes captaron algo como: ''Ella no se lo merecía, era una buena chica y se juntó con quien no debía. Intenté decírselo, pero no me escuchó''. Luego se puso a llorar y se quedó dormido. Los agentes no denunciaron la agresión cuando le detuvieron y se fue a su casa sin recordar nada.
» Parece que perdió a alguien querido ¿no crees?
    Murray, ¿de cuándo es el informe? —trago saliva esperando equivocarme.
    Mmm… Cinco de mayo, hace seis años. ¿Por qué?
    Du’Fromagge murió un par de días antes —me quedo paralizada. ¿De verdad importaba a alguien? ¿De verdad no era la cría estúpida que temía; había gente que lloró mi pérdida?
    ¿Debería preocuparme?
    No, sólo me ha impactado. ¿Hay algo más?
    Clasificado.
    ¿Y a qué esperas? —no es la primera vez que usa mi identificación para meterse en archivos en los que no debe.
    Hecho. Es sobre su muerte: encontraron a un drogadicto manchado con su sangre, tenía cargos anteriores, y nadie que confirmara su coartada, así que caso cerrado. Consiguieron que un testigo le situara en el momento y lugar del asesinato y el pobre hombre confesó. Su móvil era que iba hasta las cejas de coca y que no sabía lo que hacía. Típico.
    Yo tampoco me lo creo. Se están cubriendo las espaldas, son buenos —murmuro—. Mándame todo lo que tengas de modo anónimo por correo electrónico a esta cuenta —le dicto uno que me acabo de crear.
    Hecho. Por cierto, tenías razón sobre las chicas desaparecidas. Han aparecido los cadáveres. Tiros limpios a quemarropa en la cabeza, actividad sexual reciente, pero no estamos seguros si eran consentidas, tienen moratones, aunque no muestran más signos de ser forzadas. De todas formas, las desapariciones se han detenido alrededor de mes y medio desde que te fuiste.
    Las magulladuras... ¿eran en hombros, brazos y caderas; con forma de mano, como si les hubieran agarrado fuerte?
    ¿Cómo lo sabes?
    Porque yo también las tuve —digo con un sonoro suspiro, es exactamente como pensaba; sé cómo una noche...intensa puede resultar con Alexander como compañero—. Escucha, fueron consentidas y no quiero preguntas al respecto. Intentaré conseguir algo más y te lo mandaré en seguida. Ten cuidado.
Por supuesto, todas las pruebas encajan. Mis ''sustitutas'' murieron sólo por parecerse al recuerdo de un mujeriego demente que, después de usarlas, las tiraba. El problema no es que siga haciendo lo mismo que antes de que le conociera, sino que, ahora, no salen con un corazón roto, ahora directamente no salen.
Es un juego macabro del que estoy formando parte voluntariamente porque…tengo un grave sentido del masoquismo, según los que me conocen. Ellas no sabían dónde se metían, pero yo estoy repitiendo, de nuevo.

Estar con él es como esa montaña rusa que sabes que te hará vomitar, pero que el subidón de adrenalina lo supera y hace que todo merezca la pena; es como ver esa película, escuchar esa canción, leer ese libro que te sabes de memoria, que has disfrutado de ello miles de veces, y sigue haciéndote llorar y sufrir como el primer momento, pero que sigues haciéndolo porque lo amas demasiado como para despedirte de él o permitirte siquiera dejar de disfrutarlo algún momento de tu vida.