Translate

jueves, 18 de julio de 2013

Nota

Con este últimos post ya se acabó 'Sin Nombre'. En primer lugar quiero agradecer a todos el apoyo y la ayuda que me han proporcionado a lo largo de los meses en los que estuve escribiendo y ahora también, ya que estoy inmersa en otra historia más. No me gustan decir nombres propios, pero tanto como la primera lectora de todo esto en completo, mi ''ayudante personal'', amigos, familia, o la que me ha diseñado la magnífica portada, saben que los quiero.
Si queréis saber algo en especial, cualquier pregunta, la responderé en los comentarios.

Michas gracias por estar en este viaje conmigo,

Elisabeth Finley.

Epilogo


Después de usar parte del dinero en un corte de pelo —lo suficientemente largo para que ella pudiera pasar los dedos por su cabeza como a él tanto le gustaba— manteniendo el brillo dorado que se empeñaba en ocultar bajo una gorra. El muchacho, como cada noche después de irse, escaló cuidadosamente uno de los pilares del puente de Brooklyn hasta su barrote preferido para ver el ascenso de la luna. Se sentó con cuidado y respiró profundamente el aire no contaminado por el humo de los coches debido a la altitud. Poco a poco sus músculos se relajaban y sentía como su mente se despejaba tras un tiempo de actividad frenética. La quería, pero no sabía cómo reaccionar a sus últimos momentos con ella. Cuando se sentía más relajado su teléfono comenzó a vibrar —se le había olvidado apagarlo, como acostumbraba— y, después de unos malabarismos para no caerse ninguno de los dos, lo cogió, cansado de tanta inútil insistencia; dispuesto a zanjarla.

    No voy a volver, así que…

    Cállate, idiota —su interlocutor estaba nervioso—. Te necesitamos aquí.

    Pues arreglaos vosotros. Ya lo habéis…

    Es Baby —no le dejó continuar—. Ha vuelto.

    ¿Y?

    Todos sabemos que serías capaz de cualquier cosa por ella.

    Eso era antes.

    Deja de comportarte como un capullo y ven aquí volando. ¿Crees que te llamo por gusto?

    Déjame en paz, Bells. Estoy harto de ti y de tus…

    Se la han llevado en ambulancia —él también estaba empezando a hartarse de su compañero. Adivinando su expresión de confusión, continuó—. Vimos cómo la metían y salía a toda velocidad.

    ¿Qué…qué ha pasado? —consiguió balbucear.

    Preferimos decírtelo en persona. No es agradable, PJ. Ni un simple desmayo.

    Cuéntamelo —le obligó el que fue su superior en la banda que integran.

    Cuando llegues.

    ¡He dicho que me lo cuentes! —gritó el muchacho agarrándose a la estructura para frenar su carácter impulsivo e impedir la caída.

    Pásamelo. Si lo sabe seguro que viene —oyó a través del teléfono—. ¿PJ? ¿Sigues ahí?

    Jess, tú eres su amiga; dime qué ha pasado por favor.

El grafitero y ex ladrón de coches se rindió ante la voz de la que había sido la mejor amiga de la chica a la que amaba; por la que había cruzado el país, por la que había sido secuestrado; por la que se había tatuado su nombre real —justo encima del corazón, recordando lo presente que había estado y estaría— con la firma sacada de una dolorosa carta enviada tiempo atrás.

Prácticamente suplicaba por una respuesta al dolor y a la preocupación que crecía en su pecho.

    Primero tienes que calmarte.

    Estoy calmado —se esforzaba por respirar con normalidad.

    Sé que estás fingiendo, aunque de todas formas te lo diré; por ella, no por ti —aclaró la chica con su característico acento latino—. Cuando se fue la ambulancia, dejaron la puerta abierta, así que entramos y al llegar a su habitación…

    ¿Qué? —ante su silencio el chaval rubio se temió lo peor— ¿Pastillas? —tragó saliva.

    Sangre —dijo con un suspiro y lágrimas invisibles en los ojos—. Era un charco enorme, PJ —intentaba continuar a pesar de quebrársele la voz—. Y estaba la navaja al lado.

    No…no puede ser… ¿Cuánto tiempo ha pasado?

    Desde que lo vimos, una media hora. Estamos en el hospital, pero no quieren decirnos nada. Acaba de pasar su madre llorando y no nos hablaba. Bueno, aparte de echarnos en cara que es nuestra culpa que se haya… —la chica tomó aire; aún le costaba aceptarlo.

    ¿Y… —no podía contener la angustia— está viva?

No quería mencionar la palabra “muerte” ni nada relacionado con ella. Había visto cómo intentaba arrebatarle a la persona que más quiere suficientes veces. Las anteriores tenía en quién enfocar su rabia, sin embargo, en esta ocasión, la víctima también era el verdugo.

    Repito que no querían decirnos nada.

    Voy para allá.

Colgó el teléfono con decisión; dispuesto a dar su propia vida por la de ella a cualquier precio.

lunes, 15 de julio de 2013

Cap. 12


Al llegar a casa no hago caso de las preguntas de mis padres sobre dónde he estado todos estos días y por qué me fui de esa manera. Entro a mi habitación y preparo todo lo necesario antes de empezar. Tenía una idea de cómo hacerlo, pero encontré una página en Internet donde daban las instrucciones exactas, incluyendo los factores como estar nervioso, enfadado... Me parece escalofriante que cualquiera pueda tener acceso a ese tipo de información —a pesar de que me haya venido bien—; no tienen ni idea de cómo hay que sentirse para llegar a este extremo ni la cantidad de vidas que están poniendo en peligro.

No me importa que duela, es más, lo prefiero; por lo tanto, descarto el cubo de agua caliente. Agarro la navaja antes de sentarme en el suelo con la espalda apoyada en la cama. Comienzo a pensar en lo malo que ha ocurrido este tiempo atrás —siendo la mayoría— para, según he leído, hacerlo más rápido.

Lentamente siento mi muñeca abrirse bajo el filo y dejar paso a la sangre, que empieza a fluir por el antebrazo. Éste imita al anterior con una profunda línea en diagonal, partiendo del final de la de la otra, y formando un siete sangrante. No pierdo detalle de cada gota que cae al suelo y forma parte de un creciente charco.

Siempre he sido valiente —llevo aguantando todo este peso más tiempo del que creía poder soportar —y voy a demostrar que sigo siéndolo. Quiero que me encuentre mi padre, que sepa que si no fuese por él y su avaricia, ahora estaría con mis amigos, riéndonos de la vida y viendo cómo pasa el tiempo mientras nuestros lazos se estrechan cada día más. A diferencia de lo que en verdad ocurre, que están completamente rotos y parece como si nunca hubieran existido.

Sin embargo, me estoy dejando morir poco a poco en mi habitación, sola. En menos de lo que pensaba, empiezo a adormilarme; una dulce sensación me cierra los ojos progresivamente, pierdo fuerza y aflojo los puños. Mis músculos se relajan hasta caer en un profundo sueño y me abandono por completo.

viernes, 12 de julio de 2013

Cap. 11


    ¡Hood! —le abrazo con todas mis fuerzas cuando le veo entrar.

    Vaya…no esperaba este recibimiento —me sonríe.

    Te he echado tanto de menos —no le suelto.

    ¿Qué haces aquí, Baby? Me encanta verte pero…

    Necesitaba verte antes de… —no voy a decir nada, aunque de todas formas él no lo puede evitar— ¿Qué has hecho?

    Ha sido horrible. No quería hacerle daño, de verdad, pero…

    Tranquilo —le consuelo. Si hay alguien a quien necesitaba ese es él.

    ¿Te acuerdas de Jonathan?

    ¿Le has…

    Fue sin querer —se defiende.

    Y te creo. ¿Puedes contármelo? —asiente con la cabeza.

    Se metió con Emma y fui a por él, pero al llegar a una azotea…le pegué y…

    Vale, no hace falta que sigas —volvemos a abrazarnos. Me aprieta tan fuerte que tengo que separarme—. Ten cuidado.

    ¿Qué pasa? —sonrío al verlo preocupado.

    Estoy bien.

    Ya, y por eso tienes algo debajo de la camiseta. Lo he notado al abrazarte.

    No es nada —cambio de tema—. Te sienta bien el naranja, aunque lo prefiero en otro contexto. ¿Cuánto llevas aquí?

    Cuatro meses. Todavía me quedan otros ocho. Cuando salga nos vamos de fiesta y no volveremos a casa hasta dentro de una semana.

    Me apunto —me río—. De todas formas no pienso pasar mucho más tiempo con mis padres.

    ¿Qué ha pasado? ¿Tiene algo que ver con lo que te duele?

    No he dicho que me duela nada.

    Lo he notado. Te cuesta sentarte y al moverte pones caras.

    ¿En serio? Pensaba que no…

    ¿Me vas a responder qué ha pasado con tus padres o vas a seguir esquivando el tema?

    Es que no me gusta hablar de eso, perdona Hood.

    Ni a mi estar aquí y me aguanto. Habla.

    Llevo sin hablar a mi padre casi desde que me fui —digo con un suspiro—. ¿Contento? La verdad es que para lo que me queda, me da igual.

    ¿Qué ha hecho?

    Me ha traicionado. Por su culpa he tenido que pasar por mucho.

    Vaya, Baby. Cada vez que te veo estás distinta.

    ¿No me queda bien el avellana? —le sonrío.

    Sí, claro. Pero…pareces una niña pija en vez de una de los nuestros.

    No soy del grupo —respiro y rompo el silencio que se ha formado—. ¿Sigues saliendo con Emma?

    Por supuesto, ella me quiere y yo a ella. En un poco de tiempo la pediré que se case conmigo —me falta el aire.

    No lo hagas. No puedes —replico.

    ¿Por qué?

    Me ha vendido —digo sin pensar.

    ¿Cómo?

    Allí nadie podía saber nada de esto, nada de la banda. Así podría empezar de cero; y a la mínima que le ofrecieron dinero, cantó como un pajarillo.

    Ella no te vendería.

    Haz lo que quieras, Hood. Yo te he advertido; ahora escúchame: si te caes o te hace algo parecido, yo ya no estaré para levantarte. Me encantaría pero no puedo.

    ¿Nos dejas?

    Sí. Definitivamente.

    ¿Cuándo?

    Tan sólo me quedaba hablar contigo, así que…

    ¿Cuándo? —insiste.

    Mañana —antes de que mi padre llegue a casa.

    ¿Te vas a despedir esta vez?

    Ya lo he hecho —miento mejor de lo que pensaba—. Me quedabas tú.

    Y PJ. Fue a buscarte a Los Ángeles como loco. Un día se presentó en la cueva diciéndolo y lo hizo. Nunca he visto a Amber con esa cara de enfado cuando la dijo que iba a por ti, que eras tú a quien realmente quería y no sé cuantas cosas más.

    ¿Lo dices en serio?

    ¿Tendría sentido mentirte? —trago saliva. De repente he empezado a marearme y tengo que usar a la mesa como apoyo— ¿Has sabido algo de él? —me observa.

    No sabía que estaba en la ciudad. Yo acabo de llegar aquí.

    ¿Le has llamado?

    Pensaba que estaba con la pelirroja. No tendría sentido.

    Yo por lo menos lo he intentado las veces que he podido. Y los de la banda también. Me extraña que no te hayan dicho nada.

    No quise oírlo. Pensé que se había ido con ella, ya que tampoco está.

    ¿Hablarías ahora con él?

    Sí.

Las palabras de Anne me vienen a la mente: «Si no dudas la respuesta ni un instante, es porque están absolutamente segura de lo que sientes».

    Seguro que contesta si le llamas tú.

    No lo estés tanto. No acabamos demasiado bien.

    ¿Crees que le quieres?

    Lo comprobaría al verle —respondo al dudar.

    ¿Vas a hacerlo?

    No. Llevo unos días bastante dolorosos; y pesados —añado.

    ¿El instituto?

    Ojala. Cambiaría lo que sea por que todos mis problemas se reducieran a eso.

    Suena duro.

    Lo es. Por suerte falta muy poco para que acabe.

Esta noche lo haré. Esta noche mi padre me encontrará…

    Si te quedaras con algo de mí como recuerdo, ¿qué elegirías?

    No lo sé, Baby. ¿Por qué lo dices?

    Necesito saberlo. Eres muy importante para mí.

    Pues supongo que con tu fuerza. Me refiero a que, cuando todo se caía, tú llegabas y lo levantabas sola. Aguantabas lo que te echaran con tal de demostrar que eres mejor que el resto. Y lo eres, sin duda.

    Te quiero, Hood. ¿Lo recordarás?

    No me hace falta; lo sé. Yo a ti también, enana.

Me abraza al salir y me cuesta dejarle, sin embargo se las apañará sin mí. Él me enseñó a que la vida es un puente que debemos cruzar y dejar cuando se nos llama.

jueves, 11 de julio de 2013

Cap. 10


Cojo un taxi al hospital y después de identificar su pequeño cuerpo, débil y sin vida, me encuentro a Tom. Le doy un puñetazo con todas mis fuerzas y sé que mi reacción no es apropiada, sin embargo es lo único que se me pasa por la cabeza antes de derrumbarme. Lloro en su hombro todo el tiempo que me permiten mis ojos antes de secarse.

Gracias a él consigo hacer todo lo que necesito para organizarla un entierro digno, que él mismo se encarga de costear. Me ha acogido en su casa y me ha comprado ropa, solo que aún no hemos hablado de lo que pasó. Agradezco que no me haga preguntas, pues se me han acabado las lágrimas de tanto llorar a escondidas por las noches. 

En unos días organizamos el entierro, al que vamos Tom, algunas enfermeras y yo. Ahora más que nunca desearía poder tener a Alex para compartir nuestro dolor, aunque tampoco sería igual del todo, él me comprendería.

Me siento al lado de su tumba, apoyada en el epitafio con los ojos cerrados. Ya no tengo dudas de hacerlo, debo encontrar el momento y el lugar, pero la decisión está tomada.

    ¿Te llevo a casa?

    Me voy a quedar aquí —casi puedo oír la risa de mi pequeña y tomo aire.

    Para el taxi —me coge de la mano y deja dinero.

    Gracias por todo —hablo sinceramente—. No me lo merezco.

    Quizá no, sin embargo Lily sí. ¿Cuándo te vas?

    Pronto. Unos tres o cuatro días para organizarme.

    ¿Y tus padres? — ¿Cuáles de todos?

    No saben nada. Por eso me marcho en tan poco tiempo. Ya veré si voy a volver.

    Antes de nada quiero decirte… —toma aire— lo siento mucho.

    ¿El qué?

    El beso. No debería haberlo hecho.

    Te pedí ayuda y me la diste. No pienses en eso —al menos yo ya no lo hago.

    No le quites importancia; yo soy un adulto, y tú una cría.

    Tom, basta. No es el momento ni el lugar.

    Nunca lo es. Podría doblarte la edad, Alice.

    ¿Cuántos años tienes?

    Veintinueve. Y tú diecisiete, es una locura, lo sé. No obstante…yo…

    No sigas. He cambiado de opinión: me marcho hoy —me pongo en pie.

    ¿A Francia?

    Lejos. Dejémoslo ahí. Quédate la ropa o dónala, haz lo que quieras —beso la tumba de Lily y me dirijo a él antes de irme a hacer una tarea pendiente—. Gracias de nuevo —tras una intensa mirada por su parte me alejo lentamente.

 

Poco a poco las ideas van tomando forma en mi cabeza mientras espero pacientemente a que me dejen pasar. Esta vez no estaremos solos, teniendo en cuenta lo que hice la última vez. Abren la puerta y entro con un alguacil a la pequeña sala con una mesa en el centro y una silla a cada lado de ésta, incluido un preso horriblemente familiar. En lo que me queda de vida visitaré otras dos cárceles más para arreglar los cables del pasado sueltos.

    ¿Sabes? Mereces que te quemen en una hoguera, ya que tanto te gusta el fuego.

    Yo también me alegro de verte. ¿Esta vez no me vas a sacar sangre ni a dejarme inconsciente?

    Traigo niñera —señalo a mi acompañante con la cabeza—. Y también noticias del exterior.

    Adelante —se recuesta en la silla.

    Yo que tú no me pondría tan cómodo. Aún puedo darte un buen puñetazo; y no sabes las ganas que tengo.

    Eres muy valiente con un hombre esposado a una mesa.

    Y tú con niños y una mujer indefensos —le acuso—. Recuerda que te quedan bastantes años aquí y a partir de hoy estarás con el resto de presos.

    ¿Qué noticias traes? ¿Te has roto una uña o la ropa ya no te va con el pelo?

    No cambies de tema porque lo que te voy a decir tiene mucho que ver —tomo aire—. Mi hermana se ha muerto.

    ¿Y a mí qué? ¿Esperas que te dé el pésame? A cada uno le llega su castigo de manera distinta.

    En realidad la han matado —le miro a los ojos esperando algún tipo de compasión por su hija—. Dependía de una máquina y la han desconectado misteriosamente.

    Yo no he sido.

    No te estoy acusando. Da gracias a estar aquí dentro, porque si no serías el primer sospechoso, puesto que ya lo intentaste una vez.

    No la conozco —me levanto de la silla—. Felicite al que lo hizo de mi parte.

Respiro hondo y aprieto el puño antes de descargarlo en su nariz. Rápidamente el guardia que me acompaña me sujeta por los brazos —inútilmente, pues no opongo resistencia— mientras veo cómo gime de dolor por la nariz rota ese monstruo.

    Estoy bien —me deshago del hombre que me sujeta. Al girar el pomo de la puerta me dirijo a él—. Ya lo has conseguido. Lily ha muerto por tu culpa, por tener en sus genes la leucemia que heredó de ti.

Miro por un momento su cara de incredulidad. Me aseguro que esté con el resto de presos y que ellos sepan por lo que debe cumplir treinta años de condena. No todo se arregla con violencia, lo sé, pero es la forma en la que pude expresar lo que realmente sentía. Aún me quedan algunas cosas por hacer; y todo sucederá al terminar en uno o dos días. Un nuevo taxi me lleva hasta la otra cárcel, una de máxima seguridad,  a ver al que casi destruye lo que entendía por vida. Aquí tampoco me dejan a solas con él, ya que no le permiten visitas.

    Vaya, vaya. Mira lo que ha traído el gato. Parece que mi guardaespaldas no hizo bien su trabajo.

    ¿Te refieres al tiro, Moore? A estas alturas ya deberías saber que no es tan fácil acabar conmigo ¿no crees?

    Bueno, mala hierba nunca muere.

    Será eso —me siento enfrente.

    ¿A qué vienes?

    A ver a un viejo conocido, y ya que estamos, a charlar un poco con él. Según he oído no te permiten visitas.

    Riesgo de fuga —se encoge de hombros—. ¿Y tu barriga de embarazada? —alza una ceja.

    Todavía no se nota. Alex dice que cada día me sienta mejor —comento.

    ¿Estás con él?

    Te dije que nos iríamos juntos. No sabe que estoy aquí, te odia profundamente por intentar matar a su hijo y al «amor de su vida», como suele llamarme todos los días.

    Dime Alice, ¿por qué no me mataste cuando tuviste ocasión?

    Tienes mala memoria, Ronald. Te dije que soy mejor que tú, y aún lo mantengo. Prefiero que la justicia se encargue de ti.

    Con pena de muerte —replica.

    Te han dado perpetua.

    Yo elegiría la primera —se hace un pequeño silencio en el que nos medimos mutuamente—. No sabías que estabas herida hasta que saliste ¿verdad? Me dejaste la casa hecha un desastre.

    Faltó poco —suspiro—. Muy poco —murmuro.

    Te entretuve esperando a que te desmayaras en cualquier momento. Así podría vengarme.

    Lo sé; al igual que sé que ya lo has hecho. La niña no tenía la culpa.

    Tú me arrebataste un hijo y yo una hermana. Es justo.

    Tenía seis años —digo con todo mi desprecio.

    Yo llevaba con mi hijo diecinueve. Estoy aquí porque quería darle un futuro mejor. ¿No harías tú lo mismo?

    Alex también la quería. Sabe que has sido tú, o alguno de tus esbirros. No te lo mereces —ignoro su pregunta porque me da miedo darle la razón.

    ¿Crees que tú sí? También has hecho cosas horribles, recuerda. Metiste en el juego a tu propia hermana.

    Yo no la metí —replico intentando controlarme. Hasta ahora todo ha ido bastante bien.

    Sabías lo que hacías desde el primer momento y aun así se la presentaste a tu amorcito. Todo por tu egoísmo —salto de la silla y ni se inmuta.

    Cabrón —murmuro mientras salgo—. Ojala tengas lo que realmente te mereces.

lunes, 8 de julio de 2013

Cap. 9


Camino por mi viejo barrio recordando cada momento de este último año. Ha sido extraño y confuso, a pesar de todo, me repiten que debo quedarme con la parte positiva, con lo que me sea útil para el futuro. Pero por más que lo busco sólo encuentro una cosa: no debo confiar en nadie. Una de mis mejores amigas me traicionó; el que consideraba mi mejor amigo está en la cárcel y no puedo hacer nada por él; mi novio está en la otra punta del país y no volveré a verlo; ya no conozco al resto de mis amigos, ni siquiera a mi familia; y el chico que me salvó la vida ha desaparecido —se fue cuando salí del hospital el mes pasado y no he vuelto a saber de él—. Cuando estuve estable en el hospital, me trajeron a Nueva York.

A pesar de todo esto, he rechazado al psicólogo y a todo lo relacionado con algún tipo de ayuda. Incluso para testificar vinieron un par de agentes desconocidos y lo hice por videoconferencia. Al menos puedo estar un poco más tranquila al saber que Ronald Moore estará en la cárcel por unos cuantos años y que a mí se me ha excluido de todos los cargos.
Por fin buenas noticias sobre Lily, contacté con Tom nada mas recuperar el conocimiento en dos días y me contó que está empezando a mejorar, sorprendiendo a todos, pues es bastante pronto aún.

Han dejado que me quede con la placa y la pistola y, a pesar de lo que me diga mi madre, no me separo de ellas; me aportan seguridad y tranquilidad. No merece la pena cambiar de ropa, pues la antigua no me representa y la nueva me trae recuerdos no precisamente buenos.

Paso una vez más por el parque repleto de gente, incluidos mis “amigos”. Me piden que me quede con ellos a pasar lo que queda de tarde, pero declino su oferta amablemente. Ellos saben que algo me pasó y, según me han dicho, vinieron a verme. Intentaron que liderase la banda cuando se fue PJ, pero no pude aceptarlo. Salí de la banda y el último día que los vi salí huyendo.
El teléfono que llevaba tiempo sin usar vuelve a sonar y mi madre —la verdadera— me indica que en un par de minutos se pasarán a recogerme.

Vamos a celebrar que he vuelto a casa de mis abuelos, con los que nunca he tenido apenas trato, y con mis tíos. Mi tía se caracteriza por comprenderme tan sumamente bien que a veces pensaban que era en realidad mi madre —ahora, con mi pelo aún avellana, nos parecemos mucho más—; mi tío es bastante infantil y no soporto a su mujer, aunque ella a mí tampoco, al igual que la hija pequeña. Sin embargo la mayor, Kim, y yo tenemos la misma edad y siempre nos hemos llevado bien —hasta que entré en The Wolves, igual que la relación con mi tía—. Al entrar en la banda todo contacto con la familia desapareció y no me di cuenta hasta que salí.

Cuando llegamos nos saludamos con timidez y mi padre —con el que llevo sin hablarme desde que me fui— me ayuda a esconder el revólver y la identificación. Tocar las formas de la placa me relaja, así que después de una tediosa charla que llevo preparándome bastantes días sobre el curso allí, consigo escaquearme a la terraza. Al realizar algunos movimientos me sigue doliendo y Kim me ayuda a abrir la puerta. El estrés me ha provocado volver al tabaco —a pesar de lo que me costó dejarlo—. Cojo el paquete y me acompaña fuera sin hablar. Lo enciendo en silencio y le doy una larga calada antes de probar de nuevo a ver si PJ me coge el teléfono: nada.

    ¿Estás bien?

    Sí, ¿por qué no debería estarlo?

    No sé…te encuentro diferente.

    ¿A bien o a mal?

    A bien —no le hace falta pensarlo—. Antes me dabas miedo con la chaqueta, la navaja…

    ¿Qué tiene de malo mi cazadora?

    Nada. En realidad era tu actitud. Ya sabes, fumando —levanto el cigarro antes de darle una calada—; que ahora sigues haciendo.

    Por lo menos ahora están limpios —sonrío ligeramente.

    ¿Sigues yendo con los mismos?

    No.

    Mejor. No me gustan, son…

    Buena gente. Les juzgan sin saber. Creemos que lo sabemos todo, pero lo único que tenemos en cuenta son prejuicios. Absurdos y ridículos prejuicios.

    ¿Cómo el de que las rubias son tontas? Te ha venido bien el tinte, entonces —bromea para quitar tensión.

    Lo dices porque siempre has querido ser rubia y me ha tocado a mí. Envidiosa —hago lo mismo.

    Me has pillado —no puedo terminar la calada por la risa. Definitivamente necesitaba esto.

    Por favor no me hagas reírme —me envuelvo con los brazos para frenar el dolor.

Me mira preocupada, pero cuando me relajo y abro los ojos, respiro hondo y habla de nuevo.

    Te he echado de menos. A esta Alice, no a la de los últimos años, sino a mi prima; la que me ayudaba a bajar de los árboles y la que me cogía y me llevaba a casa en brazos aunque no pudiese conmigo, sólo para que no me lastimase.

    Sí, bueno. Ha pasado tiempo —no sé qué más decir. Tiene tanta razón…

    ¿Si te digo una cosa me prometes que no te vas a enfadar?

    Es difícil hacer que me enfade. Aunque te recomiendo no hacerlo —me acomodo el revólver al empezar a sentir cómo se clavaba.

    En mi barrio también os conocen, a tu grupo, me refiero, y yo… —coge aire— Verás, te llamaban “la lobita” por…

    Ser la pequeña. Continúa.

    Decían cosas horribles de ti y tenía miedo de que me pegasen o de que me comparasen contigo y… Yo no decía nada de vosotros y por eso me acusaron varias veces de traidora, macarra y cosas de ese tipo; así que hacía como si no te conociera.

    Lo siento, no sabía que podría llegar a afectarte.

    ¿Y qué piensas? Renegué de mi familia.

    Hiciste bien. Yo no habría hecho lo mismo, pero te entiendo.

    Tú te habrías pegado con media ciudad si hiciera falta.

    Por defenderte, sin dudarlo. No te lo tomes en cuenta ni te sientas mal, yo sé de qué va ese mundo y tú…

    Yo soy una ignorante que necesita ser rescatada ¿no?

    No, simplemente no quieres meterte en líos.

Tiro el cigarro a la calle una vez acabado y me levanto de la silla con cuidado. La herida sigue resintiéndose.

    ¿Te importaría…venir a casa algún día? —duda— Y damos un paseo.

    No estaría mal. En cuanto me recupere me pasaré por allí. Si me voy a meter en una pelea será mejor que esté en mis mejores condiciones —bromeo y sonríe.

Miro por la terraza a la gente pasear, despreocupada. Cada uno con sus problemas y los consiguen afrontar, plantarles cara; lo que más admiro de la gente es cómo pueden hacer que nada ha pasado y seguir adelante, por mucho daño que les hayan hecho o las personas que han caído por el camino. Siento a mi prima abrazándome por detrás y miro otra vez el móvil —se ha convertido en una manía desde que se fue—. Suspiro y al guardarlo suena. Observo que es un número de Los Ángeles por el prefijo.

    ¿Quién te llama?

    ¿Diga? —respondo con cautela.

    Llamo del Silver Medical Centre, ¿es usted…Alice Du’Fromagge?

    ¿Para qué la buscan? —no puedo caer tan fácil en la trampa.

    Lo siento, es confidencial. ¿Podría contactar con ella?

    Soy yo. ¿Ha pasado algo? —el miedo comienza a apoderarse de mi.

    ¿Es usted familiar de Emily Sullivan?

    Su hermana, ¿qué ha pasado?

    ¿Le ha pasado algo a Albert? —me pregunta mi prima sobre mi hermano.

Digo que no con la cabeza. No entiende qué está pasando y, por desgracia, me temo lo peor.

    Lo siento mucho, señorita. Su hermana ha…

    No, no puede ser. Había mejorado y… —no puedo terminar.

La voz se me quiebra y no puedo hablar. Kim me abraza sin saber por qué de repente me he puesto a llorar.

    ¿Podría pasarse por el hospital para empezar con el papeleo?

¿Papeleo? Acaban de decírmelo y lo único que piensan es que tengo que rellenar unos estúpidos informes sobre una niña de seis años que…

    ¿Señorita? ¿Sigue ahí?

    S…sí —tartamudeo.

    ¿Prefiere enviar a alguien que lo haga por usted?

    No —increíblemente recobro la compostura.

Por ahora me espera mucho trabajo y ya tendré tiempo para llorar a mi hermana pequeña cuando termine. La tristeza y la incredulidad dejan paso a la responsabilidad y el coraje que me lleva caracterizando toda mi vida. Trago saliva y me quito a mi prima de encima.

    Yo me encargaré de todo. En unas horas estaré allí. ¿Lo sabe alguien más?

    No. ¿Quiere que se lo notifique a otra persona también?

    Tampoco. Si le preguntan no ha hablado conmigo —cuelgo rápidamente el teléfono.

    ¿Te vas?

    Quítate Kim —la aparto y marco el número de Frank; después el de Anne…y nada. Ninguno de los dos existe—. Necesito las llaves del coche —entro en el salón y me dirijo por primera vez a mi padre.

    ¿Para qué?

    No tengo tiempo. Dámelas.

    Pues responde. ¿Para qué las quieres?

    Hay una emergencia. Tengo que irme.

    Ya no tienes que responder a eso, hija —intenta tranquilizarme mi madre—. Todo se ha acabado.

    No me hagas pedírtelas de forma oficial —empiezo a perder los nervios.

    Alice, relájate —me reprende mi tío.

    Dile para qué las quieres y seguro que te las dará —le respalda mi abuelo.

    Callaos —les ordeno—. Anthony Sanders, o me da las llaves o le detengo por obstrucción a la justicia —pongo la placa sobre la mesa y llevo la mano a la empuñadura del arma.

    Hija… —dice, decepcionado.

El resto de los presentes nos mira atentos, sin creerse lo que están presenciando.

    No me obligues a hacerlo —le advierto y comienzo a sacar poco a poco el revólver.

Me las da y salgo corriendo tras recuperar la placa. Conduzco sin percatarme del resto hasta casa, donde me apodero de todo el dinero posible y llego al aeropuerto. Vuelvo a utilizar mis privilegios como agente —o ex agente— para conseguir un billete de vuelta a Los Ángeles.